30 ene 2014

Las invasiones bárbaras:Los “rolezinhos” nos acusan: somos una sociedad injusta y segregacionista

Dos miradas sobre el fenomeno brasileño

JUEVES 30 DE ENERO DE 2014


(1) ESCRIBE SOLEDAD PLATERO*

Las invasiones bárbaras
Es sabido que uno de los problemas de la libertad y el bienestar es que no pueden ser para todos, o, al menos, no pueden ser para todos al mismo tiempo, o en el mismo lugar. Por ejemplo, para que los clientes del shopping Iguatemi de San Pablo puedan disfrutar tranquilamente de sus paseos de compras es imprescindible que a los jóvenes de los barrios periféricos y las favelas no se les ocurra ir a pasear al mismo lugar.

Es sabido que uno de los problemas de la libertad y el bienestar es que no pueden ser para todos, o, al menos, no pueden ser para todos al mismo tiempo, o en el mismo lugar. Por ejemplo, para que los clientes del shopping Iguatemi de San Pablo puedan disfrutar tranquilamente de sus paseos de compras es imprescindible que a los jóvenes de los barrios periféricos y las favelas no se les ocurra ir a pasear al mismo lugar. El problema es que desde hace un par de meses estos jóvenes han mostrado muy poca voluntad de quedar afuera de ese paseo (el único percibido como realmente “igualador” en los tiempos que corren), así que organizan encuentros masivos, mediante redes sociales como Orkut o Facebook, para caer en malón en esos territorios sagrados de la sociedad de consumo. Las consecuencias son las previsibles: shoppings que cierran por miedo a la invasión, jóvenes detenidos por la policía, manifestaciones que reclaman su liberación, represión policial a los manifestantes, alarma pública, expertos sacando conclusiones.

Quien se interese por el asunto podrá ver un amplio abanico de lecturas del fenómeno de los rolezinhos (la prensa en español traduce la expresión como “paseíto”, pero rolar puede traducirse como rodar, caer, pasar o girar, entre otras traducciones posibles según el contexto): desde los que atribuyen el asunto a una toma de conciencia de estos jóvenes periféricos hasta los que creen que se trata de un juego que no debería ser leído políticamente, pasando por los que proponen negociar para ofrecer a los roladores espacios alternativos para sus juntadas. En lo que todos parecen estar de acuerdo es en que la elección de los shoppings como escenario de la invasión no tiene nada de casual. Todo el mundo admite que el shopping es, en estos días, el símbolo supremo de pertenencia. El único territorio que proporciona una existencia rotunda y categórica en el mundo.

Obviamente, hay razones prácticas que intervienen: por lo general, los centros comerciales son accesibles desde cualquier punto de la ciudad (el transporte los toma en cuenta; la gestión urbana les facilita todo) y son, en pleno verano, un sitio en el que estar al fresco entre cosas y personas lindas, sin pagar un peso. También en Montevideo sucede que los menos pudientes se desplazan a los shoppings en su tiempo libre, muchas veces para horror de comerciantes, clientes y personal de seguridad. Pero es claro que no sólo el aire acondicionado y las facilidades de transporte ponen a estos sitios en el punto más alto del apetito popular. Tampoco son las vidrieras. Lo que los shoppings tienen para ofrecer es la fantasía de pertenecer al lado bueno de la vida, de integrar las filas de los lindos y despreocupados que consumen y se divierten sin límite. Precisamente eso que la publicidad de esos mismos shoppings ofrece constantemente y desde todos lados: una vida que merece ser vivida hoy mismo, sin restricciones y sin culpa.

Por cierto, muchos sostienen que en los rolezinhos no hay política. Que no hay nada como una conciencia social que se agita, nada de individuos constituyéndose en sujetos, nada de lucha de clases o demanda de ciudadanía. Que es una moda, que se hace para molestar, que es un juego de niños. Y es verdad, seguramente, pero conviene tener en cuenta que los hechos no son o dejan de ser políticos porque sus protagonistas tengan o no una intención política consciente, sino porque son interpretables políticamente. Que miles de jóvenes se dejen caer en lugares de clara significación social y se apropien de ellos para hacer desorden y “besuquearse” (una de las cosas que más escándalo ha provocado es que los jovencitos “se besan en público” durante los rolezinhos), o incluso que, furiosos, se manden sobre los locales comerciales, rompan cosas y roben, sólo puede ser leído políticamente, aunque no haya habido una intención política en la convocatoria.

Es verdad que hay en esto una moda (también en las flash mobs, un fenómeno mucho más elitista y esnob pero igualmente pasible de ser leído políticamente) y que la conducta de estos jóvenes es infantil y caprichosa, pero ése es, justamente, el punto que debe ser pensado en términos políticos. Sin olvidar que, incluso para los gobiernos de izquierda (y para los gobernantes de izquierda que despotrican contra él), el consumo es el gran igualador social de nuestros días, así como es la medida suprema del éxito de las políticas públicas. No tiene por qué sorprender a nadie que sea también el escenario de los reclamos, la diversión o la furia.

*Publicado en Caras y Caretas el viernes 24 de enero de 2014

(2)LEONARDO BOFF

Los “rolezinhos” nos acusan: somos una sociedad injusta y segregacionista
30/01/2014
El fenómeno de centenares de jóvenes que van juntos a dar una vuelta por los shoppings centers de Río y São Paulo ha suscitado las más disparatadas interpretaciones. Algunas, de los acólitos de la sociedad neoliberal de consumo, que identifican ciudadanía con capacidad de consumir, generalmente en los grandes periódicos de los medios comerciales, no merecen consideración. Son de una indigencia analítica que da vergüenza.
Pero hay otros análisis que han ido al centro de la cuestión, como el del periodista Mauro Santayana del JB on-line y los de tres especialistas, que han evaluado la irrupción de estos jóvenes en la visibilidad pública y el elemento explosivo que contienen. Me refiero a Valquíria Padilha, profesora de sociología en la USP de Ribeirão Preto: “Shopping Center: la catedral de las mercancías” (Boitempo 2006), al sociólogo de la Universidad Federal de Juiz de Fora, Jessé Souza, “Ralea brasilera: quién es y cómo vive” (UFMG 2009), y a Rosa Pinheiro Machado, científica social con un artículo “Etnografía del rolezinho” en Zero Hora de 18/1/2014. Los tres dieron entrevistas esclarecedoras.
Por mi parte interpreto de la siguiente forma tal irrupción:
En primer lugar, son jóvenes pobres, de las grandes periferias, sin espacios de ocio y de cultura, penalizados por servicios públicos ausentes o muy malos, como salud, educación, infraestructura sanitaria, transporte, ocio y seguridad. Ven televisión cuyas propagandas los seducen para un consumo que nunca van poder realizar. Saben manejar computadores y entrar en las redes sociales para articular encuentros. Sería ridículo pedirles que analicen teóricamente su insatisfacción. Pero sienten en la piel cuan malvada es nuestra sociedad porque excluye, desprecia y mantiene a los hijos e hijas de la pobreza en una invisibilidad forzada.
¿Qué se esconde detrás de su irrupción? El hecho de no ser incluidos en el contrato social. De poco vale que tengamos una constitución ciudadana, que en este aspecto es solamente retórica, pues ha implementado muy poco de lo que prometió con vistas a la inclusión social. Ellos están fuera, no cuentan, ni siquiera sirven de carbón para el consumo de nuestra fábrica social (Darcy Ribeiro). Estar incluido en el contrato social significa tener garantizados los servicios básicos: salud, educación, vivienda, transporte, cultura, ocio y seguridad. Casi nada de esto funciona en las periferias. Lo que están diciendo con su penetración en los bunkers del consumo es: “míranos de cerca”, “no estamos parados” “estamos aquí para incomodar”. Con su comportamiento están rompiendo las barreras del apartheid social. Es una denuncia de un país altamente injusto (éticamente), de los más desiguales del mundo (socialmente), organizado sobre un grave pecado social pues contradice el proyecto de Dios (teológicamente). Nuestra sociedad es conservadora y nuestras élites extremadamente insensibles a la pasión de sus semejantes y por eso cínicas. Continuamos siendo Brasilindia: una Bélgica rica dentro de una India pobre. Todo eso denuncian los rolezinhos, más con actos que con palabras.
En segundo lugar, ellos denuncian nuestra mayor llaga: la desigualdad social cuyo verdadero nombre es injusticia histórica y social. Es relevante constatar que con las políticas sociales del gobierno del PT la desigualdad disminuyó, pues según el IPEA el 10% más pobre tuvo entre 2001-2011 un crecimiento de renta acumulado de 91,2% mientras que la parte más rica creció un 16,6%. Pero esta diferencia no atacó la raíz del problema, pues lo que supera la desigualdad es una infraestructura social de salud, escuela, transporte, cultura y ocio que funcione accesible a todos. No es suficiente transferir renta; hay que crear oportunidades y ofrecer servicios, cosa que no ha sido el objetivo principal del Ministerio de Desarrollo Social. El “Atlas de la Exclusión Social” de Márcio Poschmann (Cortez 2004) nos muestra que hay cerca de 60 millones de familias, de las cuales cinco mil familias extensas detentan el 45% de la riqueza nacional. Democracia sin igualdad, que es su presupuesto, es farsa y retórica. Los rolezinhos denuncian esa contradicción. Ellos entran en el “paraíso de las mercancías” vistas virtualmente en la TV para verlas realmente y sentirlas en las manos. Este es el sacrilegio insoportable para los dueños de los shoppings. Estos no saben dialogar, llaman a la policía para que los reprima y cierran las puertas a esos bárbaros. Sí, bien lo vio T. Todorov en su libro “Los nuevos bárbaros”: los marginalizados del mundo entero están saliendo del margen y yendo hacia el centro para suscitar la mala conciencia de los “consumidores felices” y decirles: este orden es orden en el desorden. Los hace frustrados e infelices, llenos de miedo, miedo de sus semejantes que somos nosotros.

Traducción de Mª José Gavito Milano