11 mar 2015

50 años de guerras imperiales: resultados y perspectivas

JAMES PETRAS / REBELION – 


En los últimos 50 años Estados Unidos y las potencias europeas han desatado incontables guerras imperiales en todo el mundo. La ofensiva hacia la supremacía mundial ha estado envuelta en la retórica del “liderazgo mundial”, y las consecuencias han sido devastadoras para los pueblos contra los que se han dirigido esas guerras. Las más grandes, largas y numerosas las ha llevado a cabo Estados Unidos. Presidentes de ambos partidos han estado al frente de esta cruzada por el poder mundial. La ideología que anima el imperialismo ha ido cambiando del “anticomunismo” del pasado al “antiterrorismo” actual.
Publicado el 3/09/15 



Introducción l. Como parte de su proyecto de dominación mundial, Washington ha utilizado y combinado muchas formas de guerra, incluyendo invasiones militares y ocupaciones; ejércitos mercenarios y golpes militares; además de financiar partidos políticos, ONGs y multitudes en las calles para derrocar gobiernos debidamente constituidos. Los motores de esta cruzada por el poder mundial varían según la localización geográfica y la composición económica de los países destinatarios.

Lo que queda claro cuando se analiza la construcción del imperio estadounidense en el último medio siglo es el relativo declive de los intereses económicos y la aparición de consideraciones de tipo político y militar. Esto se debe en parte a la desaparición de los regímenes colectivistas (la URSS y Europa Oriental) y a la conversión al capitalismo de China y los regímenes de izquierdas en Asia, África y Latinoamérica. El declive de las fuerzas económicas como motor del imperialismo es el resultado de la llegada del neoliberalismo global. La mayoría de las multinacionales de Estados Unidos y la Unión Europea no están amenazadas por nacionalizaciones o expropiaciones que podrían desencadenar una intervención política imperial. De hecho, incluso los regímenes posneoliberales invitan a las multinacionales a invertir, comerciar y explotar recursos naturales. Los intereses económicos entran en juego en la formulación de políticas imperiales solo si (y cuando) surgen regímenes nacionalistas que desafían a las multinacionales estadounidenses, como en el caso de Venezuela bajo el presidente Chávez.

La clave de la construcción del imperio estadounidense en el último medio siglo se halla en las configuraciones del poder político, militar e ideológico que se han hecho con el control de las palancas del estado imperial. La historia reciente de las guerras imperiales estadounidenses ha demostrado que las prioridades militares estratégicas –bases militares, presupuestos y burocracia– han estado muy por encima de cualquier interés económico localizado de las multinacionales. Por otra parte, la mayoría de los gastos y las largas y costosas intervenciones militares del estado imperial estadounidense en Oriente Medio han sido a instancias de Israel. El acaparamiento de posiciones políticas estratégicas en el Ejecutivo y en el Congreso por parte de la configuración del poder sionista estadounidense ha reforzado la centralidad de los intereses militares en detrimento de los económicos.

La “privatización” de las guerras imperiales –el gran aumento y uso de mercenarios contratados por el Pentágono– ha supuesto el saqueo de decenas de miles de millones de dólares del Tesoro estadounidense. La industria militar privada, que provee de combatientes mercenarios, se ha convertido en una fuerza muy “influyente” que está moldeando la naturaleza y las consecuencias del proceso de construcción del imperio estadounidense.

Los estrategas militares, los defensores de los intereses coloniales israelíes en Oriente Medio y las corporaciones militares y de inteligencia son actores fundamentales del estado imperial, y es su influencia en la toma de decisiones la que explica porqué el resultado de las guerras imperiales estadounidenses no ha sido un imperio económico próspero y políticamente estable. En vez de eso, sus políticas han tenido como resultado economías devastadas e inestables que se rebelan continuamente.

Vamos a empezar identificando las cambiantes áreas y regiones implicadas en la construcción del imperio estadounidense desde mediados de los setenta hasta la actualidad. Luego examinaremos los métodos, las fuerzas impulsoras y los resultados de la expansión imperial. A continuación pasaremos a describir el actual mapa geopolítico de la construcción imperial y el carácter variado de la resistencia antiimperialista. Concluiremos examinando el porqué y el cómo de la construcción del imperio y, más concretamente, las consecuencias y los resultados de medio siglo de expansión imperial estadounidense.

Imperialismo en el periodo post Vietnam: guerras por poderes en América Central, Afganistán y el sur de África

La derrota del imperialismo estadounidense en Indochina marca el final de una fase de construcción del imperio y el comienzo de otra: el paso de invasiones territoriales a guerras por poderes. A partir de las presidencias de Gerald Ford y James Carter, el estado imperialista estadounidense empezó a recurrir cada vez más a apoderados. Reclutó, financió y armó ejércitos por poderes para destruir una gran variedad de regímenes y movimientos nacionalistas y social-revolucionarios en tres continentes. Con el apoyo logístico del ejército y las agencias de inteligencia paquistaníes, y con el respaldo económico de Arabia Saudita, Washington financió y armó fuerzas extremistas islámicas en todo el mundo para invadir y destrozar el régimen afgano, laico, progresista y apoyado por la Unión Soviética.

La segunda intervención por poderes tuvo lugar en el sur de África, donde el estado imperial estadounidense, aliado con Sudáfrica, financió y armó ejércitos por poderes contra los regímenes antiimperialistas de Angola y Mozambique.

La tercera ocurrió en América Central, donde Estados Unidos financió, armó y entrenó escuadrones de la muerte en Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Honduras para acabar con los movimientos populares y las insurgencias armadas, causando más de 300.000 civiles muertos.

La “estrategia de guerra por poderes” del estado imperial de Estados Unidos se extendió a América del Sur: la CIA y el Pentágono apoyaron golpes de Estado en Uruguay (general Álvarez), Chile (general Pinochet), Argentina (general Videla), Bolivia (general Banzer) y Perú (general Morales). La construcción del imperio por poderes se hizo en gran medida a instancias de las multinacionales estadounidenses, que durante ese periodo tuvieron un papel destacado a la hora de establecer las prioridades del estado imperial.

Las guerras por poderes estuvieron acompañadas por invasiones militares directas: la diminuta isla de Granada (1983) y Panamá (1989) bajo los presidentes Reagan y Bush padre. Blancos fáciles, con pocas víctimas y pocos gastos militares: ensayos generales para relanzar importantes operaciones militares en un futuro cercano.

Lo que sorprende de las “guerras por poderes” son sus resultados contrapuestos. En América Central, Afganistán y África esas guerras no desembocaron en prósperas neo-colonias ni resultaron lucrativas para las corporaciones estadounidenses. En cambio, los golpes de Estado por poderes en América del Sur se tradujeron en extensas privatizaciones y abultados beneficios para las multinacionales estadounidenses.

La guerra por poderes en Afganistán trajo consigo el ascenso y la consolidación del “régimen islámico” talibán, que se oponía tanto a la influencia soviética como a la expansión imperial estadounidense. Con el tiempo el ascenso y la consolidación del nacionalismo islámico desafiaría a los aliados de Estados Unidos en el sur de Asia y en la región del Golfo, y conduciría a la invasión militar estadounidense de 2001 y a una larga guerra (15 años) que aún no ha terminado, y que probablemente supondrá la derrota y retirada militar de Estados Unidos. Los principales beneficiarios desde el punto de vista económico fueron los clientes políticos afganos de Washington, los “contratistas” mercenarios estadounidenses, los funcionarios militares responsables de adquisiciones y los administradores coloniales que saquearon cientos de miles de millones de dólares del Tesoro estadounidense a través de transacciones ilegales o fraudulentas.

Las multinacionales no-militares no se beneficiaron en absoluto del saqueo del Tesoro de Estados Unidos. De hecho, la guerra y el movimiento de resistencia dificultaron la entrada de capital privado estadounidense a largo plazo en Afganistán y las regiones fronterizas limítrofes de Pakistán.

La guerra por poderes en el sur de África arrasó las economías locales, especialmente las economías agrícolas nacionales, desarraigó a millones de trabajadores y campesinos e impidió la entrada de las empresas petrolíferas estadounidenses durante más de dos décadas. El resultado “positivo” fue la des-radicalización de la elite nacionalista revolucionaria. Sin embargo, la conversión política de los “revolucionarios” del sur de África al neoliberalismo no benefició demasiado a las multinacionales estadounidenses, pues los nuevos gobernantes se volvieron oligarcas cleptócratas y pusieron en marcha regímenes patrimoniales asociándose con diversas multinacionales, sobre todo asiáticas y europeas.

Las guerras por poderes en América Central también tuvieron resultados contrapuestos. En Nicaragua la revolución sandinista derrotó al régimen de Somoza apoyado conjuntamente por Estados Unidos e Israel, pero inmediatamente después tuvo que enfrentarse a un ejército mercenario contrarrevolucionario financiado, armado y entrenado por Estados Unidos (“la contra”) con base en Honduras. La guerra estadounidense destrozó muchos proyectos económicos progresistas, socavó la economía y eventualmente derivó en la victoria electoral de Violeta Chamorro, que contó con el patrocinio y el respaldo de Estados Unidos. Dos décadas más tarde los apoderados de Estados Unidos fueron derrotados por una coalición política liderada por sandinistas des-radicalizados.

En El Salvador, Guatemala y Honduras, las guerras por poderes estadounidenses terminaron consolidando regímenes clientelistas que se encargaron de destruir la economía productiva y provocaron la huida de millones de refugiados de guerra hacia Estados Unidos. El dominio imperial estadounidense erosionó las bases del mercado laboral productivo y engendró bandas asesinas de narcotraficantes.

En resumen, en la mayoría de los casos las guerras por poderes de Estados Unidos lograron evitar el ascenso de regímenes nacionalistas de izquierdas, pero también condujeron a la destrucción de las bases económicas y políticas de un imperio neocolonial próspero y estable.

El imperialismo estadounidense en América Latina: estructura variable, contingencias internas y externas, prioridades cambiantes y restricciones globales

Para entender las operaciones, la estructura y la actuación del imperialismo estadounidense en América Latina es necesario reconocer la constelación de fuerzas rivales que ha moldeado las políticas del estado imperial. A diferencia de lo que ha ocurrido en Oriente Medio, donde la facción militarista-sionista ha establecido su hegemonía, en América Latina las multinacionales han jugado un papel fundamental dirigiendo la política del estado imperial. En América Latina, los militaristas desempeñaron un papel mucho menos destacado, limitado por (1) el poder de las multinacionales, (2) el giro del poder político de la derecha a la centro-izquierda, y (3) el impacto de la crisis económica y el auge de las materias primas.

Al contrario que en Oriente Medio, la configuración del poder sionista ha tenido poca influencia en la política del estado imperial en esta región, ya que los intereses israelíes se concentran en Oriente Medio y, con la posible excepción de Argentina, América Latina no es una prioridad.

Durante más de un siglo y medio, las multinacionales y los bancos estadounidenses dominaron y dictaron la política imperial de Estados Unidos hacia América Latina. Las fuerzas armadas estadounidenses y la CIA fueron instrumentos del imperialismo económico mediante la intervención directa (invasiones), “golpes militares” por poderes, o la combinación de ambos.

El poder económico imperial estadounidense en América Latina alcanzó su punto más alto entre 1975 y 1999. Por medio de golpes militares por poderes, invasiones militares directas (República Dominicana, Panamá, Granada) y elecciones controladas civil y militarmente se crearon estados vasallos y se impusieron nuevos gobernantes clientelistas.

Los resultados fueron el desmantelamiento del estado de bienestar y la imposición de políticas neoliberales. El estado imperial dirigido por las multinacionales, y sus apéndices financieros internacionales (FMI, BM, BID) se encargaron de privatizar sectores económicos estratégicos muy lucrativos, se hicieron con el control del comercio y proyectaron un plan de integración regional que afianzó el dominio imperial de Estados Unidos.

La expansión económica imperial en América Latina no fue simplemente el resultado de las estructuras y las dinámicas internas de las multinacionales, sino que dependió de (1) la receptividad del país “anfitrión” o, más exactamente, de la correlación interna de las fuerzas de clase en América Latina, las cuales a su vez giraban en torno al (2) desempeño de la economía: su crecimiento o su susceptibilidad a las crisis.

América Latina demuestra que contingencias como la desaparición de los regímenes clientelistas y de las clases colaboradoras pueden tener un impacto negativo enorme en las dinámicas del imperialismo, socavando el poder del estado imperial y revirtiendo el avance económico de las multinacionales.

El avance del imperialismo económico de Estados Unidos durante el periodo que va desde 1975 hasta el año 2000 quedó patente en la adopción de políticas neoliberales, el saqueo de los recursos nacionales, el incremento de deudas ilícitas y la transferencia de miles de millones de dólares al exterior. Sin embargo, la concentración de riqueza y propiedad desencadenó una profunda crisis socioeconómica en toda la región, la cual eventualmente condujo al derrocamiento o destitución de los colaboradores imperiales en Ecuador, Bolivia, Venezuela, Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y Nicaragua. En Brasil y en los países andinos surgieron poderosos movimientos sociales antiimperialistas, sobre todo en el campo. En las ciudades, los movimientos de trabajadores desempleados y los sindicatos de empleados públicos de Argentina y Uruguay encabezaron cambios electorales, instalando en el poder gobiernos de centro-izquierda que “re-negociaron” las relaciones con el estado imperial estadounidense.

La influencia de las multinacionales estadounidenses en América Latina se fue debilitando. Ya no podían contar con la batería completa de recursos militares del estado imperial para intervenir e imponer de nuevo presidentes clientelistas neoliberales, pues sus prioridades militares estaban en otra parte: Oriente Medio, el sur de Asia y el norte de África.

A diferencia del pasado, las multinacionales estadounidenses en América Latina no contaron con dos puntales esenciales del poder: el pleno respaldo de las fuerzas armadas estadounidenses y los poderosos regímenes cívico-militares clientelistas de Estados Unidos en América Latina.

El plan de las multinacionales estadounidenses de una integración en torno a Estados Unidos fue rechazado por los gobiernos de centro-izquierda. El estado imperial recurrió entonces a los acuerdos de libre comercio con México, Chile, Colombia, Panamá y Perú. Como resultado de la crisis económica y del colapso de la mayoría de las economías latinoamericanas, el “neoliberalismo”, la ideología de la penetración económica imperial, quedó desacreditado y sus partidarios fueron marginados.

Los cambios en la economía mundial tuvieron un impacto profundo en las relaciones comerciales y de inversión entre Estados Unidos y América Latina. El crecimiento dinámico de China, el subsiguiente auge de la demanda y el aumento de los precios de las materias primas condujo a un considerable debilitamiento del dominio estadounidense en los mercados latinoamericanos.

Los países latinoamericanos diversificaron el comercio, buscaron y encontraron nuevos mercados exteriores, especialmente China. El incremento de los ingresos de las exportaciones se tradujo en una mayor capacidad de autofinanciación. Y tanto el FMI, como el BM y el BID, los instrumentos económicos que sirvieron para impulsar las imposiciones económicas de Estados Unidos (“condicionalidad”), fueron orillados.

El estado imperial estadounidense se enfrentó a regímenes latinoamericanos que adoptaron opciones económicas, mercados y medidas de financiamiento muy diversas. Con considerable apoyo popular en sus países y los mandos civil y militar unificados, América Latina fue saliendo tímidamente de la esfera estadounidense de dominación imperialista.

El estado imperial y sus multinacionales, enormemente inspirados por los “éxitos” cosechados en los noventa, respondieron al debilitamiento de su influencia utilizando el método de “ensayo y error” para enfrentar los nuevos obstáculos del siglo XXI. Los responsables de la política estadounidense, con el respaldo de las multinacionales, continuaron apoyando a los fracasados regímenes neoliberales, perdiendo toda credibilidad en América Latina. El estado imperial no supo adaptarse a los cambios, lo que hizo que aumentara la oposición popular y de los gobiernos de centro-izquierda a los “mercados libres” y la desregulación bancaria. A diferencia de las reformas sociales promovidas por el presidente Kennedy vía la “Alianza para el Progreso” para contrarrestar el impacto generado por la revolución cubana, esta vez no se diseñaron programas de ayuda económica a gran escala para imponerse a la centro-izquierda, quizás debido a las restricciones presupuestarias derivadas de las costosas guerras en otros lugares.

La desaparición de los regímenes neoliberales, el pegamento que mantuvo unidas a las diferentes facciones del estado imperial, dio lugar a propuestas rivales de cómo recuperar el dominio. La “facción militarista” recurrió a (y revivió) la fórmula del golpe militar para llevar a cabo la restauración: se organizaron golpes de Estado en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Honduras y Paraguay; salvo los dos últimos, todos fracasaron. La derrota de los representantes de Estados Unidos consolidó los regímenes independientes y antiimperialistas de centro-izquierda. Incluso el “éxito” del golpe estadounidense en Honduras tuvo como consecuencia una importante derrota diplomática: los gobiernos latinoamericanos condenaron el golpe de Estado y el papel de Estados Unidos, lo que terminó aislando a Washington todavía más.

La derrota de la estrategia militarista reforzó la facción político-diplomática del estado imperial. Con propuestas positivas hacia los en apariencia “regímenes de centro-izquierda”, esta facción ganó influencia diplomática, mantuvo los vínculos militares y contribuyó a la expansión de las multinacionales en Uruguay, Brasil, Chile y Perú. Con los dos últimos países la facción económica del estado imperial consolidó acuerdos bilaterales de libre comercio.

Una tercera facción corporativo-militar, que se solapa con las otras dos, combinó cambios diplomático-políticos hacia Cuba con una estrategia muy agresiva de desestabilización política dirigida al “cambio de régimen” (golpe de Estado) en Venezuela.

La heterogeneidad de las facciones del estado imperial y sus orientaciones enfrentadas refleja la complejidad de los intereses implicados en la construcción del imperio en América Latina y tiene como consecuencia políticas aparentemente contradictorias, un fenómeno que resulta menos evidente en Oriente Medio, donde la configuración del poder militarista-sionista domina la formulación de políticas imperiales.

Por ejemplo, el aumento de las bases militares y las operaciones contrainsurgentes en Colombia (una prioridad de la facción militarista) se acompaña de acuerdos bilaterales de libre comercio y negociaciones de paz entre el gobierno de Santos y la insurgencia armada de las FARC (una prioridad de la facción de las multinacionales).

Recuperar el dominio imperial en Argentina supone (1) maximizar las posibilidades electorales del jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, el neoliberal Mauricio Macri; (2) apoyar al conglomerado mediático imperial, Clarín, enfrentando la legislación que desconcentra el monopolio mediático; (3) explotar la muerte del fiscal Alberto Nisman, colaborador de la CIA y el Mossad, para desacreditar al gobierno de Kirchner-Fernández; y (4) respaldar a los fondos de inversión especuladores (buitres) en Nueva York para exigir el pago de intereses desorbitados y, con la ayuda de resoluciones judiciales cuestionables, bloquear el acceso de Argentina a los mercados internacionales.

Tanto la facción militarista como la de las multinacionales del estado imperial coinciden en apoyar una estrategia electoral y golpista con múltiples flancos, la cual busca restaurar el poder de un régimen neoliberal controlado por Estados Unidos.

Las contingencias que evitaron la recuperación del poder imperial durante la pasada década actúan ahora a la inversa. La caída del precio de las materias primas ha debilitado a los gobiernos posneoliberales en Venezuela, Argentina y Ecuador. La decadencia de los movimientos antiimperialistas a consecuencia de las tácticas de cooptación de centro-izquierda ha reforzado las protestas y a los movimientos de derechas apoyados por el estado imperial. El menor crecimiento de China ha afectado a las estrategias de diversificación del mercado latinoamericano. El equilibrio interno de las fuerzas de clase se ha desplazado hacia la derecha, hacia los clientes políticos de Estados Unidos en Brasil, Argentina, Perú y Paraguay.

Reflexiones teóricas sobre la construcción del imperio en América Latina

La construcción del imperio estadounidense en América Latina es un proceso cíclico que refleja los cambios estructurales registrados en el poder político y la reestructuración de la economía mundial: fuerzas y factores que “ignoran” el estado imperial y la tendencia del capital a acumularse. La acumulación y expansión del capital no dependen simplemente de las fuerzas impersonales “del mercado”, pues las relaciones sociales bajo las cuales funciona el “mercado” operan dentro de los límites de la lucha de clase.

La pieza central de las acciones del estado imperial, a saber, las largas guerras territoriales en Oriente Medio, están ausentes en América Latina. Lo que mueve la política del estado imperial estadounidense es la búsqueda de recursos (agro-mineros), fuerza de trabajo (empleados por cuenta propia con bajos ingresos) y mercados (tamaño y poder adquisitivo de 600 millones de consumidores). Detrás de la expansión imperial se hallan los intereses económicos de las multinacionales.

Aun cuando en este caso se hubiera podido sacar partido de una posición geoestratégica ventajosa –el Caribe, América Central y América del Sur están situados más cerca de Estados Unidos– predominan los objetivos económicos, no los militares.

Sin embargo, la facción militarista-sionista del estado imperial ignora estos motivos económicos tradicionales y deliberadamente opta por actuar teniendo en cuenta otras prioridades: el control de las zonas productoras de petróleo, la destrucción de las naciones o los movimientos islámicos, o simplemente acabar con los adversarios antiimperialistas. La facción militarista-sionista consideró que los “beneficios” para Israel, su supremacía militar en Oriente Medio, eran más importantes que asegurar la supremacía económica de Estados Unidos en América Latina. Este hecho se observa claramente si analizamos las prioridades imperiales en función de los recursos estatales utilizados para fines políticos.

Incluso si tenemos en cuenta el objetivo de la “seguridad nacional” y lo interpretamos en su sentido más amplio de garantizar la seguridad de los territorios nacionales del imperio, el ataque militar estadounidense a países islámicos impulsado por la ideología islamofóbica concomitante, los asesinatos masivos y el desarraigo de millones de musulmanes resultantes han producido el efecto contrario: terrorismo recíproco. Las “guerras totales” de Estados Unidos contra civiles han provocado ataques islamistas contra ciudadanos occidentales.

Los países latinoamericanos a los que apunta el imperialismo económico son menos beligerantes que los países de Oriente Medio que están en la mira de los militaristas estadounidenses. Un análisis coste/beneficio demostraría el carácter absolutamente “irracional” de la estrategia militarista. Sin embargo, si tenemos en cuenta la composición y los intereses concretos que mueven individualmente a los responsables de las políticas del estado imperial, vemos que existe algo así como una perversa “racionalidad”. Los militaristas defienden la “racionalidad” de costosas e interminables guerras esgrimiendo las ventajas de adueñarse de “las puertas al petróleo” mientras que los sionistas esgrimen el mayor poder regional alcanzado por Israel.

Si bien durante más de un siglo América Latina fue un objetivo prioritario de la conquista económica imperial, en el siglo XXI ha perdido su primacía a favor de Oriente Medio.

La desaparición de la URSS y la conversión de China al capitalismo

El mayor impulso hacia la exitosa expansión imperial de Estados Unidos no se lo dieron las guerras por poderes ni las invasiones militares. Más bien, el imperio estadounidense logró su mayor crecimiento y conquista con la ayuda de líderes políticos clientelistas, organizaciones y estados vasallos en la URSS, Europa del Este, los estados bálticos, los Balcanes y el Cáucaso. La estrategia de penetración política y financiación a gran escala y a largo plazo que llevaron a cabo Estados Unidos y la Unión Europea contribuyó de manera exitosa al derrumbe de los regímenes colectivistas de Rusia y la URSS y a la aparición de estados vasallos. Estos pronto estarían a disposición de la OTAN y serían incorporados a la Unión Europea. Bonn se anexionó Alemania Oriental y dominó los mercados de Polonia, la República Checa y otros estados de Europa Central. Los banqueros de Estados Unidos y Londres colaboraron con los mafiosos oligarcas ruso-israelíes en actividades conjuntas para llevar a cabo el expolio de recursos, industrias, bienes inmuebles y fondos de pensiones. La Unión Europea explotó a decenas de millones de científicos, ingenieros y trabajadores altamente cualificados importándolos, o bien despojándolos de los derechos laborales y las prestaciones del estado de bienestar y sirviéndose de ellos como mano de obra barata en sus propios países.

El “imperialismo por invitación” avalado por el régimen vasallo de Yeltsin se apropió muy fácilmente de la riqueza rusa. Las fuerzas militares del Pacto de Varsovia entraron a formar parte de una legión extranjera en las guerras imperiales de Estados Unidos en Afganistán, Iraq y Siria. Sus instalaciones militares fueron convertidas en bases militares y emplazamientos de misiles para cercar a Rusia.

La conquista imperial estadounidense del Este creó un “mundo unipolar”, en el cual los responsables de la toma de decisiones y estrategas de Washington creyeron que, como potencia mundial suprema, podrían intervenir impunemente.

El alcance y la profundidad del imperio mundial estadounidense se ampliaron con la incorporación de China al capitalismo y la invitación de su gobierno a las multinacionales de Estados Unidos y la Unión Europea a entrar y explotar la mano de obra barata del país. La expansión global del imperio estadounidense reforzó la sensación de poder ilimitado, alentando a sus gobernantes a ejercer dicho poder contra cualquier adversario o competidor.

Entre 1990 y 2000, Estados Unidos llevó sus bases militares hasta la frontera de Rusia. Las multinacionales estadounidenses fortalecieron su posición en China e Indochina. Los regímenes clientelistas de Estados Unidos en América Latina desmantelaron sus economías nacionales, privatizando y desnacionalizando más de cinco mil empresas públicas de sectores estratégicos lucrativas. Todos los sectores se vieron afectados: recursos naturales, transportes, telecomunicaciones y finanzas.

A lo largo de los años noventa, Estados Unidos siguió expandiéndose mediante la estrategia de la penetración política y la fuerza militar. El presidente George H. W. Bush emprendió una guerra contra Iraq. Clinton bombardeó Yugoslavia, y Alemania y la Unión Europea se unieron a Estados Unidos para dividir Yugoslavia en “mini-estados”.

El crucial año 2000: la cima y el declive del imperio

El rápido y amplio proceso de expansión imperial, entre 1989 y 1999, las conquistas fáciles y el expolio concomitante crearon las condiciones para el declive del imperio de Estados Unidos.

El saqueo y empobrecimiento de Rusia condujo a la aparición de un nuevo liderazgo bajo el presidente Putin, que estaba decidido a reconstruir el estado y la economía y poner fin al vasallaje.

El liderazgo chino aprovechó su dependencia del capital y la tecnología de Occidente para crear una poderosa economía exportadora e impulsar el crecimiento de un dinámico complejo industrial nacional público-privado. Los centros financieros imperiales que habían florecido al calor de una regulación excesivamente laxa quebraron. Los cimientos domésticos del imperio se estremecieron. La máquina de guerra imperial tuvo que competir con el sector financiero por las partidas presupuestarias y los subsidios federales.

El crecimiento fácil condujo a la expansión excesiva del imperio. Las zonas de conflicto se multiplicaron en todo el mundo, reflejo del resentimiento y la hostilidad ante la destrucción provocada por los bombardeos y las invasiones. Los gobernantes clientelistas, estrechos colaboradores del imperio, vieron debilitado su poder. El imperio mundial superó la capacidad de Estados Unidos para controlar satisfactoriamente a sus nuevos estados vasallos. Los puestos avanzados coloniales reclamaron nuevos envíos de tropas y armas y nuevas inyecciones de dinero, en un momento en el que contrarrestar las tensiones internas exigía el recorte y el repliegue.

Todas las conquistas recientes –fuera de Europa– fueron muy costosas. La sensación de invencibilidad e impunidad llevó a los diseñadores del imperio a sobrestimar su capacidad de expandirse, de mantener el control y de contener la inevitable resistencia antiimperialista.

Las crisis y el colapso de los estados vasallos neoliberales en América Latina se aceleraron. Las revueltas antiimperialistas se extendieron desde Venezuela (1999) hasta Argentina (2001), Ecuador (2000-2005) y Bolivia (2003-2005). Surgieron regímenes de centro-izquierda en Brasil, Uruguay y Honduras. Los movimientos de masas conformados por comunidades indígenas y mineras tomaron un nuevo impulso en las zonas rurales. Los planes imperiales que se habían elaborado para garantizar la integración centrada en Estados Unidos fueron rechazados. En su lugar proliferaron múltiples acuerdos regionales que excluían a Estados Unidos: ALBA, UNASUR, CELAC. La rebelión interna de América Latina coincidió con el ascenso económico de China. Un prolongado auge de las materias primas debilitó seriamente la supremacía imperial estadounidense. Estados Unidos tenía pocos aliados locales en América Latina y compromisos excesivamente ambiciosos para controlar Oriente Medio, el sur de Asia y el norte de África.

Washington perdió su mayoría automática en América Latina: su apoyo a los golpes de Estado en Honduras y Paraguay, su intervención en Venezuela (2001) y el embargo en contra de Cuba fueron repudiados por todos los gobiernos, incluso por los aliados conservadores.

Washington se dio cuenta de que resultaba mucho menos sencillo defender un imperio global que establecerlo. Los estrategas imperiales en Washington vieron las guerras de Oriente Medio a través del prisma de las prioridades militares israelíes, ignorando los intereses económicos globales de las multinacionales.

Los estrategas militares imperiales sobrestimaron la capacidad militar de vasallos y clientes, a los que Estados Unidos preparó muy mal para gobernar en países con movimientos armados de resistencia nacional. Aumentaron las guerras, las invasiones y las ocupaciones militares. A Iraq y Afganistán se sumaron Yemen, Somalia, Libia, Siria y Paquistán. Los gastos del estado imperial estadounidense excedieron con mucho cualquier transferencia de riqueza desde los países ocupados.

Cientos de miles de millones de dólares del Tesoro estadounidense fueron saqueados por una enorme burocracia mercenaria civil y militar.

El papel central de las guerras de conquista destrozó la infraestructura institucional y las bases económicas necesarias para que las multinacionales pudieran instalarse y ganar dinero.

Aferrado a las ideas estratégicas militares de imperio, el liderazgo militar-político del estado imperial diseñó una ideología global para justificar y fundamentar una política de guerra permanente y múltiple. La doctrina de la “guerra al terror” justificó la guerra en todas partes y en ninguna. La doctrina era “elástica”, se podía adaptar a cada zona de conflicto e invitaba a nuevos compromisos militares: Afganistán, Libia, Irán y el Líbano fueron designados como zonas de guerra. La “doctrina del terror”, de alcance global, ofreció una justificación para múltiples guerras y para la destrucción (no explotación) masiva de sociedades y recursos económicos. Sobre todo, la “guerra contra el terrorismo” justificó la tortura (Abu Ghraib), los campos de concentración (Guantánamo) y los objetivos civiles (vía drones) en cualquier parte. Las tropas fueron retiradas y enviadas de nuevo a Afganistán e Iraq a medida que aumentaba la resistencia. Miles de efectivos de las fuerzas especiales estuvieron en activo en montones de países, sembrando el caos y la muerte.

Además, el violento desarraigo, la degradación y la estigmatización de pueblos islámicos enteros propagó la violencia en los centros imperiales de París, Nueva York, Londres, Madrid y Copenhague. La globalización del terror del estado imperial se tradujo en terror individual.

El terror imperial dio lugar al terror al interior de los estados: el primero de forma sostenida, abarcando civilizaciones enteras, conducido y justificado por representantes políticos electos y autoridades militares. El segundo mediante un grupo transversal de “internacionalistas” que inmediatamente se identificaron con las víctimas del terror del estado imperial.

El imperialismo contemporáneo: perspectivas presentes y futuras

Para entender el futuro del imperialismo estadounidense es importante resumir y evaluar la experiencia y las políticas del último cuarto de siglo.

Entre 1990 y 2015 observamos un declive económico, político e incluso militar en la construcción del imperio estadounidense en la mayoría de regiones del mundo, aunque el proceso no es lineal y probablemente tampoco irreversible.

A pesar de que en Washington se ha hablado mucho de la necesidad de reconfigurar las prioridades imperiales para tener en cuenta los intereses económicos de las multinacionales, se ha conseguido muy poco… La estrategia de Obama de “bascular hacia Asia” se ha concretado en nuevos acuerdos militares con Japón, Australia y Filipinas alrededor de China, y refleja la incapacidad de diseñar acuerdos de libre comercio que excluyan a este país. Entre tanto, Estados Unidos ha reanudado la guerra y ha vuelto a entrar en Iraq y Afganistán, además de haber iniciado nuevas guerras en Siria y Ucrania. Está claro que la primacía de la facción militarista sigue siendo el factor determinante en el diseño de las políticas del estado imperial.

El motor militar imperial es aún más evidente en la intervención estadounidense en apoyo del golpe de Estado en Ucrania y la decisión subsiguiente de financiar y armar a la junta de Kiev. La ofensiva imperial en Ucrania y los planes para incorporarla a la Unión Europea y la OTAN constituyen una flagrante agresión militar: la extensión de las bases, las instalaciones y las maniobras militares estadounidenses hasta la frontera de Rusia, junto con la imposición de sanciones económicas, han perjudicado duramente el comercio y las inversiones estadounidenses en Rusia. La construcción del imperio estadounidense sigue dando prioridad a la expansión militar incluso a costa de los intereses económicos imperiales occidentales en Europa.

El bombardeo de Libia por parte de Estados Unidos y la Unión Europea arruinó el floreciente comercio y los acuerdos de inversión entre las multinacionales imperiales del petróleo y el gas y el gobierno de Gadafi… Los ataques aéreos de la OTAN destrozaron la economía, la sociedad y el orden político, convirtiendo Libia en un territorio invadido por clanes enfrentados, bandas, terroristas y la violencia armada.

Durante el último medio siglo, el liderazgo político y las estrategias del estado imperial han cambiado drásticamente. En el periodo que va de 1975 hasta 1990 las multinacionales tuvieron un papel central marcando la dirección de la política del estado imperial: aprovechando los mercados asiáticos, negociando la apertura del mercado con China, promoviendo y apoyando gobiernos neoliberales militares y civiles en América Latina, e instalando y financiando gobiernos pro-capitalistas en Rusia, Europa del Este, los Balcanes y los estados bálticos. Incluso en los casos donde el estado imperial recurrió a la intervención militar, Yugoslavia e Iraq, los bombardeos crearon oportunidades económicas favorables para las multinacionales estadounidenses. El gobierno de Bush padre favoreció los intereses petroleros de Estados Unidos mediante el programa “petróleo por comida” acordado con Sadam Husein en Iraq.

Por su parte, Clinton promovió gobiernos de libre comercio en los mini-estados resultantes de la división de la Yugoslavia socialista.

No obstante, el liderazgo y las políticas del estado imperial cambiaron radicalmente desde finales de los noventa en adelante. El estado imperial del presidente Clinton estaba formado por antiguos representantes de las multinacionales, banqueros de Wall Street y conocidos militaristas y sionistas recién ascendidos.

El resultado fue una política híbrida con la que el estado imperial promovió de manera activa las oportunidades de las multinacionales bajo los regímenes neoliberales de los países ex comunistas de Europa y de América Latina, y amplió los lazos de éstas con China y Vietnam, mientras llevaba a cabo devastadoras intervenciones militares en Somalia, Yugoslavia e Iraq.

El “equilibrio de fuerzas” dentro del estado imperialista cambió drásticamente, inclinándose a favor de la facción militarista-sionista, a partir del 11 de septiembre de 2001: el ataque terrorista de origen dudoso y las demoliciones de bandera falsa en Nueva York y Washington sirvieron para afianzar a los militaristas que estaban al mando del enorme aparato del estado imperial. Como consecuencia del 11 de septiembre la facción militarista-sionista del estado imperial subordinó los intereses de las multinacionales a su estrategia de guerras totales. Esto, a su vez, llevó a la invasión, ocupación y destrucción de la infraestructura civil de Iraq y Afganistán (en lugar de aprovecharla para la expansión de las multinacionales). El régimen colonial de Estados Unidos desmanteló el estado iraquí (en lugar de reorganizarlo en función de las necesidades de las multinacionales). El asesinato y la migración forzosa de millones de profesionales cualificados, administradores y miembros del ejército y de la policía paralizaron cualquier recuperación económica (en lugar de emplearlos al servicio del estado colonial y las multinacionales)

La enorme influencia militarista-sionista en el estado imperial introdujo importantes cambios en la política, la orientación, las prioridades y el modus operandi del imperialismo estadounidense. La ideología de la “guerra global al terror” sustituyó a la doctrina de las multinacionales a favor de la “globalización económica”.

Las guerras perpetuas (los “terroristas” no estaban circunscritos a determinados lugares ni momentos) reemplazaron a las guerras limitadas y a las intervenciones para abrir mercados o instalar regímenes favorables a las políticas neoliberales que beneficiaran a las multinacionales estadounidenses.

Las guerras en Oriente Medio, el sur de Asia y el norte de África –contra países islámicos que se oponían a la expansión colonial de Israel en Palestina, Siria, el Líbano y el resto– pasaron a ocupar el centro de la actividad del estado imperial, desplazando a la estrategia para explotar las oportunidades económicas en Asia, América Latina y los países ex comunistas de Europa del Este.

La nueva concepción militarista de la construcción del imperio supuso gastos billonarios y no tuvo en cuenta ni se preocupó por las ganancias del capital privado. En cambio, bajo la hegemonía de las multinacionales, el estado imperial intervino para garantizar concesiones de petróleo, gas y minerales en América Latina y Oriente Medio, y las ganancias de las multinacionales compensaron de sobra los gastos de la conquista militar. La configuración militarista del estado imperial permitió el saqueo del Tesoro estadounidense para financiar sus ocupaciones, gastando enormes sumas en un ejército de colaboradores coloniales corruptos, en los “contratistas militares” privados, y en funcionarios militares estadounidenses responsables de adquisiciones (sic).

Anteriormente la expansión de las multinacionales en el exterior había generado beneficios para el Tesoro de Estados Unidos por el pago de impuestos directos y mediante los ingresos procedentes del comercio y la transformación de materias primas.

En la última década y media los mayores y más estables beneficios de las multinacionales se han producido en zonas y países donde la participación del estado imperial militarizado ha sido mínima: China, América Latina y Europa. Donde menos beneficios han obtenido y más han perdido las multinacionales ha sido en las regiones donde la implicación del estado imperial ha sido mayor.

Las “zonas de guerra” que se extienden desde Libia hasta Somalia, el Líbano, Siria, Iraq, Ucrania, Irán, Afganistán y Paquistán son las regiones donde las multinacionales imperiales han sufrido un mayor deterioro y abandono.

Los principales “beneficiarios” de las actuales políticas del estado imperial son los contratistas militares privados y el complejo militar-industrial-securitario estadounidense. En el exterior, los beneficiarios del estado incluyen a Israel y Arabia Saudita. Por otro lado, los gobernantes clientelistas jordanos, egipcios, iraquíes, afganos y paquistaníes han guardado decenas de miles de millones en cuentas off-shore.

Entre los beneficiarios “no estatales” se encuentran los ejércitos mercenarios por poderes. En Siria, Iraq, Libia, Somalia y Ucrania también se han visto favorecidos decenas de miles de colaboradores en las autodenominadas organizaciones “no gubernamentales”.

El análisis coste-beneficio o la construcción del imperio bajo la protección del estado imperial militarista-sionista

Una década y media es tiempo suficiente para evaluar los resultados del dominio militarista-sionista en el estado imperial.

Estados Unidos y sus aliados de Europa Occidental, sobre todo Alemania, lograron expandir su imperio en Europa Oriental, los Balcanes y las regiones del Báltico sin disparar un solo tiro. Estos países fueron convertidos en estados vasallos de la Unión Europea, sus mercados conquistados y sus industrias desnacionalizadas. Sus fuerzas armadas fueron contratadas como mercenarios de la OTAN. Alemania Occidental se anexó Alemania Oriental. La mano de obra cualificada barata, los inmigrantes y desempleados, aumentaron los beneficios de las multinacionales de la Unión Europea y Estados Unidos. Rusia fue temporalmente reducida a estado vasallo entre 1991 y 2001. El nivel de vida descendió vertiginosamente y se redujeron los programas del estado de bienestar. Aumentó la tasa de mortalidad. Las desigualdades de clase se ampliaron. Los millonarios y los mil millonarios se apropiaron de los recursos públicos y participaron con las multinacionales imperiales en el saqueo de la economía. Los líderes y partidos socialistas y comunistas fueron reprimidos o cooptados. En cambio, la expansión militar imperial en lo que va del siglo XXI está siendo un fracaso muy costoso. La “guerra en Afganistán” resultó una sangría de vidas y de dinero y provocó una ignominiosa retirada. Lo que quedó fue un débil gobierno títere y un ejército mercenario poco fiable. Ha sido la guerra más larga de la historia de Estados Unidos y uno de sus mayores fracasos. Al final, los movimientos de resistencia nacionalistas-islamistas –los llamados “talibanes” y los grupos de resistencia antiimperialistas etno-religiosos y nacionalistas aliados– dominan las zonas rurales, atacan continuamente las ciudades y se preparan para tomar el poder.

La guerra de Iraq, la invasión y los diez años de ocupación por parte del estado imperial diezmaron la economía del país. La ocupación fomentó la guerra etno-religiosa. Oficiales baazistas y militares profesionales se unieron a los islamistas-nacionalistas y formaron un poderoso movimiento de resistencia (EIIL) que derrotó al ejército mercenario chiita apoyado por el imperio durante la segunda década de la guerra. El estado imperial se vio forzado a volver a entrar y participar directamente en una larga guerra. El coste de la guerra se disparó hasta más de un billón de dólares. Se obstaculizó la explotación del petróleo y el Tesoro de Estados Unidos vertió decenas de miles de millones de dólares para sostener una “guerra sin fin”.

El estado imperial estadounidense y la Unión Europea, junto con Arabia Saudita y Turquía, financiaron milicias mercenarias islámicas para invadir Siria y derrocar al régimen secular, nacionalista y anti-sionista de Bachar al Assad. La guerra imperial abrió la puerta para que las fuerzas islámicas-baazistas –EIIL– se extendieran hasta Siria. Los kurdos y otros grupos armados les arrebataron territorio y fragmentaron el país. Después de casi cinco años de guerra y crecientes costes militares, las multinacionales de Estados Unidos y la Unión Europea se han quedado fuera del mercado sirio.

El apoyo estadounidense a la agresión israelí contra el Líbano ha hecho que aumente el poder de la resistencia armada antiimperialista de Hezbolá. El Líbano, Siria e Irán constituyen en este momento una alternativa seria al eje de Estados Unidos, la Unión Europea, Arabia Saudita e Israel.

La política estadounidense de sanciones a Irán no ha logrado debilitar el régimen nacionalista y, en cambio, ha cercenado las oportunidades económicas de todas las grandes multinacionales del petróleo y el gas de Estados Unidos y la Unión Europea, así como las de los exportadores de artículos de fabricación estadounidense. China ha ocupado su lugar.

La invasión de Libia por parte de Estados Unidos y la Unión Europea destruyó la economía y supuso la pérdida de miles de millones de dólares en inversiones de las multinacionales y la interrupción de las exportaciones.

La toma del poder por el estado imperial estadounidense mediante un golpe de Estado por poderes en Kiev, provocó una poderosa rebelión antiimperialista dirigida por milicias armadas en el Este (Donetsk y Lugansk) y la aniquilación de la economía ucraniana.

En resumen, el control militar-sionista del estado imperial ha conducido a largas y costosas guerras imposibles de ganar que han debilitado los mercados y los proyectos de inversión de las multinacionales estadounidenses. El militarismo ha reducido la presencia económica imperial y ha provocado movimientos de resistencia antiimperialistas cada vez más amplios, a la vez que ha aumentado la lista de países inviables, inestables y caóticos que escapan al control imperial.

El imperialismo económico ha seguido obteniendo beneficios en partes de Europa, Asia, América Latina y África a pesar de las guerras imperiales y las sanciones económicas que el enormemente militarizado estado imperial ha llevado a cabo en otros lugares.

Sin embargo, la toma del poder en Ucrania por los militaristas estadounidenses y las sanciones a Rusia han erosionado el lucrativo comercio y las inversiones de la Unión Europea en Rusia. Bajo la tutela del FMI, la Unión Europea y Estados Unidos, Ucrania se ha convertido en una economía fuertemente endeudada, al borde de la quiebra, dirigida por cleptócratas totalmente dependientes de los préstamos del extranjero y la intervención militar.

Al priorizar las sanciones y el conflicto con Rusia, Irán y Siria, el estado imperial militarizado no ha conseguido profundizar y ampliar sus lazos económicos con Asia, América Latina y África. La conquista política y económica de Europa del Este y partes de la URSS ha perdido importancia. Las guerras perpetuas perdidas en Oriente Medio, el norte de África y el Cáucaso han mermado la capacidad del estado imperial para llevar adelante la construcción del imperio en Asia y América Latina.

La pérdida de riqueza, los costes internos de las guerras perpetuas, ha erosionado las bases electorales de la construcción del imperio. Solamente un cambio radical en la composición del estado imperial y una reorientación de sus prioridades para situar la expansión económica en el centro de las mismas podrían impedir el actual declive del imperio. El peligro está en que si el estado imperialista sionista militarista sigue interviniendo en guerras perdidas puede subir la apuesta y deslizarse hacia una confrontación nuclear: ¡un imperio entre cenizas nucleares!

Traducido del inglés para Rebelión por Sara Plaza

La CIA y la manipulación del clima

En febrero de 2015, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos junto a otras instituciones publicaron dos informes sobre geoingeniería (propuestas tecnológicas para manipular el clima) que fueron financiados, entre otros, por la CIA estadunidense. Escribí sobre estos informes recientemente (La Jornada 21/2/15).


cia clima
SILVIA RIBEIRO / LA JORNADA –
La CIA y otros sectores del aparato de inteligencia estadunidense han calificado el cambio climático y el control del clima como factores geopolíticos estratégicos y de seguridad nacional. En 2009, la CIA abrió incluso su propio Centro de Cambio Climático y Seguridad Nacional, pero el Congreso le ordenó cerrarlo en 2012. Esta es quizá una de las razones por las que decidió patrocinar este proyecto de la Academia de Ciencias desde 2013. Muchas de las tecnologías propuestas como geoingeniería tienen alto potencial de utilización hostil.
Al respecto, Alan Robock, climátologo de la Universidad de Rutgers, Estados Unidos, que investiga el tema de la geoingeniería, expresó preocupación sobre la participación de la CIA en estos informes. (The Guardian17/2/2015)
El 19 de enero de 2011, Robock recibió una llamada de los consultores de la CIA Roger Lueken y Michael Canes, que le preguntaron, entre otras cosas, si otros países estuvieran tratando de controlar nuestro clima, ¿sería posible detectarlo? Robock contestó que si se intentara hacer una nube volcánica artificial en la estratosfera –una de las propuestas sobre las que más se insiste– que fuera lo suficientemente grande, gruesa y duradera como para afectar el clima, seguramente se vería con instrumental desde tierra. Otros tipos de geoingeniería, como blanqueamiento de nubes o naves que arrojen partículas en la atmósfera se podrían detectar probablemente desde satélites y sistemas de radar existentes. Pero la pregunta que le quedó pendiente a Robock es si en realidad esas preguntas, más que por la seguridad nacional de Estados Unidos, estaban dirigidas a saber si otros países podrían advertir si la CIA manipulara el clima.
La manipulación del clima como arma de guerra ha estado en la agenda de las fuerzas militares de Estados Unidos –y otras grandes potencias– por décadas. Por ejemplo, la Operación Popeye, usada durante la guerra de Vietnam y ahora desclasificada, hizo llover por mucho tiempo para inundar los caminos y arruinar los cultivos de arroz de los vietnamitas en resistencia. Desde esos años se conocen también varios proyectos del gobierno de Estados Unidos para controlar huracanes, que a diferencia de la Operación Popeye, no han sido referidos por ellos como uso bélico, pero igualmente tienen ese potencial. En 1996, la Fuerza Área de Estados Unidos publicó un informe más amplio sobre manipulación climática, titulado sugestivamente El tiempo atmosférico como multiplicador de la fuerza: poseyendo el clima en 2025.
Robock señala que en el último Examen cuadrienal de defensa, publicado por el Departamento de Defensa de Estados Unidos en 2014, se reafirma que el cambio climático es una amenaza importante para Estados Unidos y el resto del mundo. El documento afirma: “Las presiones causadas por el cambio climático influenciarán la competencia por recursos, al tiempo que colocan cargas adicionales sobre las economías, las sociedades y las instituciones de gobierno en el mundo. Estos efectos son multiplicadores de amenazas que agravan los factores de presión en otros países, como la pobreza, la degradación ambiental, la inestabilidad política y las tensiones sociales –condiciones que pueden llevar a actividades terroristas y otras formas de violencia”.
No es sorprendente, aunque sí muy amenazante, que un gobierno que se dedica a promover la guerra por todo el mundo, alimentado y alimentando al mayor complejo militar-industrial del globo, se proponga usar también el clima para sus fines.
Lo que quizá está un poco fuera del radar público es que a través de informes científicos como estos están intentando vender al mundo que es necesaria la geoingeniería, aduciendo que es para enfrentar al cambio climático. Un cambio que por cierto, es en alto grado provocado por ellos mismos.
La propuesta de estos informes (más investigación y posible experimentación en geoingeniería) no sólo desvía recursos y atención de la necesidad urgente de frenar los gases de efecto invernadero y por tanto, salir del modelo dominante industrial de producción y consumo. Además intenta pasar de contrabando la legitimación de tecnologías muy peligrosas que si fueran presentadas como armas de guerra, serían rechazadas masivamente por la comunidad internacional. Justamente, luego de la guerra de Vietnam, se firmó un Convenio de Naciones Unidas, abreviado Convenio ENMOD, que prohíbe el uso del clima y el medio ambiente como armas de guerra.
Sin embargo, presentadas como tecnologías para combatir al cambio climático, han conseguido que científicos y gobiernos las estén discutiendo, cuando deberían ser claramente descartadas y prohibida su experimentación.
¿O alguien puede creer que las mismas tecnologías de geoingeniería, que durante décadas han sido pensadas como armas, ahora serían usadas por países como Estados Unidos solamente para combatir el cambio climático? Y eso además de que sea cual sea el fin que le atribuyan sus promotores, la geoingeniería tendría impactos devastadores sobre regiones enteras y el potencial de desequilibrar aún más el clima global.
Silvia Ribeiro: Investigadora del Grupo ETC

10 mar 2015

Tribunal brasileño declaró que Rousseff no tiene vínculo con escándalo de corrupción en Petrobras

El magistrado del Supremo Tribunal Federal (STF) de Brasil, Teori Zavascki, concluyó el viernes que no hay evidencia alguna para implicar a la presidenta de esa nación, Dilma Rousseff, en el escándalo de corrupción dentro de la estatal Petrobras


9 marzo 2015
 El esquema de corrupción en Petrobras movilizó entre lavado de dinero y sobrefacturación unos 10 mil millones de reales (tres mil 850 millones de dólares). | Foto: Reuters
El esquema de corrupción en Petrobras movilizó entre lavado de dinero y sobrefacturación unos 10 mil millones de reales (tres mil 850 millones de dólares). | Foto: Reuters

En declaraciones a la prensa, Zavascki aseguró que el nombre de la mandataria no aparece en la lista entregada por la Procuraduría. “No hay nada que archivar de la presidenta Dilma Rousseff”, enfatizó al tiempo que aseguró que la Constitución Federal de Brasil señala que “un Jefe de Estado no puede ser responsabilizado por extraños actos registrados en el ejercicio de sus funciones”, citado por Prensa Latina.
El pronunciamiento del magistrado ocurre luego de que medios locales intentaron vincular a la presidenta Rousseff con el esquema de corrupción en Petrobras, en la que aparecen implicados exdirectivos de la estatal petrolera, ejecutivos y políticos.
Zavascki suspendió el fuero de corte a los parlamentarios acusados para acceder a las cuentas bancarias, telefónicas y el patrimonio de los presuntos  implicados.
Líderes del Senado, Renan Calheiros, y de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, ambos del PMDB, así como también 11 exlegisladores y la exgobernadora Roseana Sarney, hija del expresidente José Sarney, aparecen implicados en el escándalo.
(Con información de Telesur)

OMS enfatiza luchar contra exceso de azúcar, pero fabricantes de bebidas “cola” se niegan de plano


La Organización Mundial de la Salud, enfatizó su recomendación particularmente dirigida a los niños, aunque también válida para adultos, de reducir el consumo diario de azúcar “a menos del 10% del consumo total de calorías diarias”. La cantidad significa unos 50 gramos diarios, menos de doce cucharitas de café, aproximadamente.


09 de marzo de 2015 



Una bebida gaseosa de medio litro puede contener hasta 10 cucharaditas de azúcar. / Foto: Alexander Kaiser – Mojatenverde

La dependencia de Naciones Unidas, consolida así la postura científica creciente, que el azúcar está detrás de la mayor pandemia de este siglo: la obesidad. Con 1.900 millones de adultos con sobrepeso, y 600 millones de obesos en el mundo, y la tendencia de los niños y adolescentes a aumentar esas cifras, la OMS afirma que el azúcar está detrás de millones de infartos, casos de diabetes, y otros problemas de salud de prioridad general.

Sin embargo, el Consejo Internacional de Asociaciones de Bebidas (ICBA), entre cuyos exponentes más visibles están Coca Cola y Pepsi Cola, han rechazado las recomendaciones alegando que “no hay consenso científico” en la materia. Apunta el documento que los estudios son “de calidad científica baja” en la vinculación de las caries con las bebidas azucaradas, y “en cuanto a la obesidad, no existe una base científica para el tratamiento de los azúcares libres de manera diferente que los azúcares intrínsecos”, afirman.

Reducir hasta el 15% si se quieren efectos beneficiosos

Para la OMS no alcanza con reducir un 10% la ingesta de azúcar, ya que eso es el mínimo para no inducir más problemas de salud: señala que es necesario al menos otro 5% adicional para obtener beneficios de equilibrio. El director del departamento de Nutrición y Salud de OMS, Francesco Branca, afirmó que el 11% de las muertes en el mundo están asociadas actualmente con la dieta alimenticia. “No sabemos exactamente cuál es la incidencia directa de los azúcares, pero sabemos que es muy importante”, enfatizó.

Sin embargo el debate no hace más que enfatizarse: múltiples dietistas y organizaciones de Norteamérica, reconocen que el problema es real, pero apuntan que la sugerencia de OMS no será suficiente ya que el verdadero problema está en el sedentarismo y no en el azúcar. Como referencia apuntan que en las últimas décadas el consumo de calorías no aumentó en la población norteamericana promedio, pero sí lo hizo la obesidad. Muchos especialistas afirman que el ejercicio diario es la clave para quemar calorías, que de otro modo, resulta cada vez más difícil sacarse de encima.

Según los últimos datos de FAO/CEPAL, en Latinoamérica el 23% de los adultos es obeso y el 38% tiene sobrepeso, mientras que en Estados Unidos, más del 66% tiene sobrepeso y el 30% es obeso.

América Latina: 130 millones en pobreza crónica


SEGÚN BANCO MUNDIAL ESA CANTIDAD VIVE CON US$ 4 POR DÍA

La pobreza crónica afecta a 130 millones de habitantes de Latinoamérica y el Caribe, que viven con menos de 4 dólares diarios, a pesar del crecimiento económico logrado por la región en la última década y de los esfuerzos por incentivar el acceso al mercado laboral, señaló hoy un informe del Banco Mundial.



Hay millones que nunca conocieron más que la miseria.

LIMA EFE
mar 10 2015


El estudio "Los Olvidados: Pobreza crónica en América Latina y el Caribe" de Renos Vakis, Jamele Rigolini y Leonardo Lucchetti reveló que uno de cada cinco latinoamericanos han vivido en pobreza toda su vida y que existen variaciones significativas entre los países. En 2004, el porcentaje de pobres en América Latina ascendía a 44,9%, mientras que en 2012 esa tasa bajó a 25,7%.

Uruguay, Argentina y Chile son los países con menores tasas de pobreza crónica con cifras alrededor del 10% , mientras que Nicaragua tiene 37% y la mitad de la población de Guatemala vive en ese estado.

Asimismo, la pobreza presenta variaciones significativas dentro de un mismo país, pues en Brasil un 5% de la población de Santa Catarina es considerada pobre crónica, en tanto que en Ceará lo es el 40%. La movilidad social dentro de los países ha llevado la pobreza crónica también a los centros urbanos, pues Chile, Brasil, México, Colombia y República Dominicana tienen mayores tasas de pobres crónicos en las ciudades entre 2004 y 2012, que en el campo. Al hacer la presentación del informe, Vakis afirmó que "el crecimiento económico quizás no es suficiente" para reducir la pobreza crónica, pues existen otros factores que influyen en esa condición.

Entre esas circunstancias, citó el contexto en el que viven los pobres crónicos, que les dificulta el acceso al mercado laboral, por la ubicación geográfica o por haber una concentración de empleo con bajo nivel de tecnología y, por lo tanto, menores ingresos.

Preparando la agresión militar a Venezuela

Por: Atilio Borón


9 marzo 2015 
injerencia-eeuu-venezuelaBarack Obama, una figura decorativa en la Casa Blanca que no pudo impedir que un energúmeno como Benjamin Netanyhau se dirigiera a ambas cámaras del Congreso para sabotear las conversaciones con Irán en relación al programa nuclear de este país, ha recibido una orden terminante del complejo “militar-industrial-financiero”: debe crear las condiciones que justifiquen una agresión militar a la República Bolivariana de Venezuela.
La orden presidencial emitida hace pocas horas y difundida por la oficina de prensa de la Casa Blanca establece que el país de Bolívar y Chávez “constituye una infrecuente y extraordinaria amenaza a la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos”, razón por la cual “declaro la emergencia nacional para tratar con esa amenaza.”
Este tipo de declaraciones suelen preceder agresiones militares, sea por mano propia, como la cruenta invasión a Panamá para derrocar a Manuel Noriega, en 1989, o la emitida en relación al Sudeste Asiático y que culminó con la Guerra en Indochina, especialmente en Vietnam, a partir de 1964. Pero puede también ser el prólogo a operaciones militares de otro tipo, en donde Estados Unidos actúa de consumo con sus lacayos europeos, nucleados en la OTAN, y las teocracias petroleras de la región. Ejemplos: la Primera Guerra del Golfo, en 1991; o la Guerra de Irak, 2003-2011, con la entusiasta colaboración de la Gran Bretaña de Tony Blair y la España del impresentable José María Aznar; o el caso de Libia, en 2011, montado sobre la farsa escenificada en Benghazi donde supuestos “combatientes de la libertad” – que luego se probó eran mercenarios reclutados por Washington, Londres y París- fueron contratados para derrocar a Gadaffi y transferir el control de las riquezas petroleras de ese país a sus amos. Casos más recientes son los de Siria y, sobre todo Ucrania, donde el ansiado “cambio de régimen” (eufemismo para evitar hablar de “golpe de estado”) que Washington persigue sin pausa para rediseñar el mundo -y sobre todo América Latina y el Caribe- a su imagen y semejanza se logró gracias a la invalorable cooperación de la Unión Europea y la OTAN, y cuyo resultado ha sido el baño de sangre que continúa en Ucrania hasta el día de hoy.
La señora Victoria Nuland, Secretaria de Estado Adjunta para Asuntos Euroasiáticos, fue enviada por el insólito Premio Nobel de la Paz de 2009 a la Plaza Maidan de Kiev para expresar su solidaridad con los manifestantes, incluidos las bandas de neonazis que luego tomarían el poder por asalto a sangre y fuego, y a los cuales la bondadosa funcionaria le entregaba panecillos y botellitas de agua para apagar su sed para demostrar, con ese gesto tan cariñoso, que Washington estaba, como siempre, del lado de la libertad, los derechos humanos y la democracia.
Cuando un “estado canalla” como Estados Unidos, que lo es por su sistemática violación de la legalidad internacional, profiere una amenaza como la que estamos comentando hay que tomarla muy en serio. Especialmente si se recuerda la vigencia de una vieja tradición política norteamericana consistente en realizar autoatentados que sirvan de pretexto para justificar su inmediata respuesta bélica. Lo hizo en 1898, cuando en la Bahía de La Habana hizo estallar el crucero estadounidense Maine, enviando a la tumba a las dos terceras partes de su tripulación y provocando la indignación de la opinión pública norteamericana que impulsó a Washington a declararle la guerra a España. Lo volvió a hacer en Pearl Harbor, en Diciembre de 1941, sacrificando en esa infame maniobra 2,403 marineros norteamericanos e hiriendo a otros 1,178. Reincidió cuando urdió el incidente del Golfo de Tonkin para “vender” su guerra en Indonesia: la supuesta agresión de Vietnam del Norte a dos cruceros norteamericanos –luego desenmascarada como una operación de la CIA- hizo que el presidente Lyndon B. Johnson declarara la emergencia nacional y poco después, la Guerra a Vietnam del Norte. Maurice Bishop, en la pequeña isla de Granada, fue considerado también él como una amenaza a la seguridad nacional norteamericana en 1983, y derrocado y liquidado por una invasión de Marines. ¿Y el sospechoso atentado del 11-S para lanzar la “guerra contra el terrorismo”? La historia podría extenderse indefinidamente.
Conclusión: nadie podría sorprenderse si en las próximas horas o días Obama autoriza una operación secreta de la CIA o de algunos de los servicios de inteligencia o las propias fuerzas armadas en contra de algún objetivo sensible de Estados Unidos en Venezuela. Por ejemplo, la embajada en Caracas. O alguna otra operación truculenta contra civiles inocentes y desconocidos en Venezuela tal como lo hicieran en el caso de los “atentados terroristas” que sacudieron a Italia –el asesinato de Aldo Moro en 1978 o la bomba detonada en la estación de trenes de Bologna en 1980- para crear el pánico y justificar la respuesta del imperio llamada a “restaurar” la vigencia de los derechos humanos, la democracia y las libertades públicas. Años más tarde se descubrió estos crímenes fueron cometidos por la CIA.
Recordar que Washington prohijó el golpe de estado del 2002 en Venezuela, tal vez porque quería asegurarse el suministro de petróleo antes de atacar a Irak. Ahora está lanzando una guerra en dos frentes: Siria/Estado Islámico y Rusia, y también quiere tener una retaguardia energética segura. Grave, muy grave. Se impone la solidaridad activa e inmediata de los gobiernos sudamericanos, en forma individual y a través de la UNASUR y la CELAC, y de las organizaciones populares y las fuerzas políticas de Nuestra América para denunciar y detener esta maniobra.

Transporte marítimo: Cinco navieras mueven el mundo

Este artículo no se hubiera podido elaborar sin el transporte marítimo. El teclado con el que se escribió está fabricado en China y, más que posiblemente, llegó a España en barco. La mayoría de las cosas que cualquier persona utiliza a lo largo del día han pasado por un carguero antes de llegar a los usuarios. Y esto es posible gracias a decenas de millones de cajas de acero resistente a la corrosión: los contenedores estandarizados.


9 marzo 2015 | 
Por Thiago Ferrer Morini

Desde su introducción en los años cincuenta del siglo pasado, pocos inventos han cambiado el mundo de forma tan rápida y decisiva. “Cuando pensamos en tecnologías que han cambiado el mundo”, declaró el premio Nobel de Economía Paul Krugman en una conferencia en la Universidad de Michigan en 2009, “nos gusta pensar en cosas como Internet… pero si intentamos averiguar qué es lo que ha pasado con el comercio mundial, el contenedor es un candidato muy serio”.
LOS PUERTOS MÁS TRANSITADOS DEL MUNDO.
Los puertos más transitados del mundo.
En esta industria del contenedor que ha revolucionado el sector naviero mandan cinco grandes empresas. La italiana MSC, la danesa Maersk, la francesa CMA CGM, la taiwanesa Evergreen y la china Cosco poseen más de una cuarta parte de los barcos y un 43,2% del tonelaje. El origen de la consolidación del mercado de los contenedores fue la carrera para ganar cuota de mercado ante la expansión de la producción manufacturera en Asia, primero en Japón y, después, especialmente, en China. La explosión de las industrias asiáticas generó enormes cantidades de productos y una carrera para transportarlos. El alza de los precios del petróleo también impulsó la construcción de navíos más eficientes energéticamente.
El resultado de esa carrera fue que, de 2004 a 2012, el tonelaje de la flota global creció a una media de 6,4% al año, según la firma de análisis Clarkson’s. Muchos de esos nuevos barcos se construyeron en astilleros chinos. “Desde 2005, aproximadamente, China duplicó la capacidad de construir barcos del mercado”, indica Jeremy Penn, consejero delegado del Baltic Exchange.
No solo se construyeron más barcos; se construyeron cada vez mayores. El mayor navío de contenedores del mundo, el MSC Oscar, tiene 395 metros de largo (el equivalente a 14 canchas de baloncesto) y puede llevar en contenedores casi 160 millones de pares de zapatos. El anterior poseedor del título de gigante de los mares, el CSCL Globe, solo lo había ostentado durante un mes y medio.
El objetivo de los megabarcos es generar economías de escala. “Cuanto mayor es el tamaño, menores los costes por contenedor”, apunta Marcos Eduardo Hansen, director de Maersk Line para España y Portugal.
El auge de los megabarcos también se extendió a las cargas a granel. En 2008, la minera brasileña Vale do Rio Doce ordenó 35 barcos de 395 metros de largo capaces de transportar 400.000 toneladas de mineral de hierro —cada barco lleva siete tanques del tamaño de una pista de tenis cada uno— desde Brasil a China. El objetivo: disputarle a Australia el título de suministrador a la industria siderúrgica china.
Pero, en una prueba de lo arriesgado que puede llegar a ser el sector, las autoridades chinas se negaron a aceptar barcos tan grandes en sus puertos. Cuando al final la empresa brasileña y el país asiático llegaron a un acuerdo —que implicaba la compra de 14 barcos por parte de la china Cosco— la rentabilidad de toda la operación ya era dudosa por el fin del boom de las materias primas.
El índice Baltic Dry —que combina las principales cargas, tamaños y rutas— es la referencia del mercado de transporte a granel. En 2003, el índice, que se había mantenido relativamente estable desde su creación, empezó a fluctuar espectacularmente. El 30 de junio de 2008 marcó su récord histórico de 11.793 puntos. Pero ni la demanda de materias primas era inagotable ni la economía china iba a seguir creciendo al mismo ritmo. A finales del año pasado, la burbuja se vino abajo definitiva y estrepitosamente. El Baltic Dry está en mínimos históricos desde su creación.
MarY, con el fin de la burbuja, empiezan las primeras bajas. Solo en febrero, tres empresas dedicadas a la carga de graneles suspendieron pagos. “En algún momento la demanda se va a recuperar”, apunta Tamvakis. “Pero hasta que llegue ese momento, hay empresas que lo van a pasar muy mal. Las empresas que no se hayan endeudado mucho y tengan dinero en efectivo —es un sector que funciona con dinero en efectivo— podrán aguantar. No es tan difícil: durante el boom hay muchas navieras que acumularon mucho dinero”.
“Tradicionalmente, el sector naviero tiene bajos márgenes de beneficio y requiere grandes cantidades de capital”, afirma Julian Smith, líder global de infraestructuras de PWC. “Es por eso que siempre ha estado muy fragmentado y con pocas navieras cotizadas”. Los navieros, tradicionalmente griegos, noruegos o japoneses, registran sus flotas bajo banderas de conveniencia como las de Panamá, Liberia o Islas Marshall. “Un sector celoso de sus secretos”, como apuntó la periodista Rose George en su libro Noventa por ciento de todo. La crisis en Europa y el bajón en el crecimiento chino ha puesto a las grandes compañías de contenedores en un brete. ¿Cómo llenar los megabarcos? En los tiempos del boom chino, ya era de por sí difícil obtener cargas para los trayectos de vuelta. Las empresas ofrecen fletes a precios tan bajos que, según Rose George, “a las empresas pesqueras escocesas les salía más barato meter bacalao en contenedores refrigerados para filetearlos en China que hacerlo en Escocia”. Para Hansen, la tecnología está aumentando las posibilidades del sector. “Hace 10 años los contenedores no transportaban cargas a granel. Ahora, por ejemplo, pueden llevar grano, o líquidos”.
Otra opción —similar a la llevada a cabo por las grandes compañías aéreas— son las alianzas. En diciembre de 2011, seis grandes compañías anunciaron su intención de crear una ruta común entre Asia y Europa. Pero no siempre funciona: el año pasado, las autoridades de competencia chinas bloquearon la creación de una alianza entre las tres grandes del sector en Europa (Maersk, MSC y CMA CGM) para el mercado asiático.
Cuando las alianzas no son posibles, la consolidación sigue de la forma más convencional: fusiones y adquisiciones. En diciembre, la alemana Hapag Lloyd y la chilena Compañía Sudamericana de Vapores (CSAV) se fusionaron para crear la que será la cuarta compañía del mundo. Tres meses más tarde, la también alemana Hamburg-Süd cerró un acuerdo para hacerse con la igualmente chilena Compañía Chilena de Navegación Interoceánica (CCNI) por cerca de 160 millones de dólares.
Una cosa está clara: dado que la vida útil de un barco está entre los 25 y los 30 años, las infraestructuras globales tendrán que seguir adaptándose a la nueva era. Los dos mayores canales del mundo se han puesto manos a la obra: el Gobierno egipcio está invirtiendo más de 7.000 millones de euros en ensanchar 37 kilómetros del canal de Suez y construir otros 35. Panamá, por su parte, lleva invertidos más de 5.000 millones de euros (más del 10% del PIB) en construir un segundo juego de esclusas que permita acoger barcos más grandes.
Hay mucho en juego. Los peajes del canal de Suez representaron en el último año fiscal 5.300 millones de dólares (4.750 millones de euros) para la economía egipcia, un 2% del PIB del país árabe. Egipto cree que una vez la ampliación esté construida podrá incrementar sus ingresos a más de 13.000 millones. En el caso del canal de Panamá, la importancia es aún mayor: solo los peajes aportaron 1.910 millones de dólares, un 4,5% del PIB del país centroamericano.
No solo las infraestructuras en canales son importantes: El puerto de Róterdam, el mayor de Europa, ha invertido 2.900 millones de euros en ampliar sus terminales. La mayoría del nuevo complejo Maasvlakte 2 (Llanura del Mosa) está dedicado a contenedores.
Aunque según la Conferencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD, en sus siglas en inglés), de los 9.600 millones de toneladas de productos que se desplazaron por mar en 2013, solo un 12,8% lo hicieron en contenedores, el valor de lo que contenían representa más de la mitad de lo transportado.
“Son los cimientos de la globalización”, opina por teléfono Jean-Paul Rodrigue, profesor de la Universidad de Hofstra (Nueva York, EE UU) y autor del libro Geografía del transporte. “Es el sostén del comercio internacional y toda la industria global está influida, de alguna manera, por éste sector”.
La visibilidad de la industria del transporte marítimo es mucho más reducida que su importancia. “La verdad es que a la gente, por norma general, no le interesa saber cómo vienen las cosas”, apunta Michael Tamvakis, profesor de Economía y Finanzas de las Materias Primas de la City University de Londres (Reino Unido). Un estudio de IHS Global indica que en 2007 la industria de navegación valía 432.000 millones de dólares (un 0,5% del PIB del planeta) y daba trabajo, directa o indirectamente, a 13,5 millones de personas. La ampliación del puerto de Róterdam da una imagen de lo que van a ser los nuevos tiempos. Hay una terminal dedicada al desembarco de etanol. Y el terreno ganado al mar está flanqueado por decenas de generadores eólicos.
El auge de las energías renovables y la necesidad de reducir gases de efecto invernadero están cambiando el sector. Los petroleros, que antes reinaban en los mares, van perdiendo importancia. “Los cargamentos de petróleo y gas representaban el 55% del total transportado a granel en 1970″, apunta Paul Levelton, director global de Grupo de Infraestructuras y Proyectos de Puertos de KPMG. “Hoy es prácticamente el 30%”. Los dos factores principales para esta reducción es la relativa caída del consumo de petróleo en los países desarrollados —gracias a una mayor eficiencia energética— y por la creciente autonomía petrolera estadounidense gracias al gas de esquisto.
Pero no son los únicos factores. el auge del gas natural licuado (GNL) también ha permitido diversificar las opciones energéticas. “En 2003, Japón tuvo que parar varias de sus centrales nucleares a la vez por mantenimiento, y creció la demanda de petróleo”, apunta Penn. “En 2011, tras el maremoto y el accidente de Fukushima, pasó lo mismo, pero ésta vez recurrieron al gas”. El pasado mes de octubre se puso en marcha en el puerto lituano de Klaipeda una terminal flotante de GNL, que permite a los países bálticos dejar de depender en un 90% del gas ruso. Simbólicamente, la nueva terminal recibe el nombre de Independencia.
El nuevo modelo energético no solo tiene un efecto en la demanda de petroleros. El viernes pasado, China anunció que reduciría en 160 millones de toneladas en cinco años su consumo de carbón para reducir sus emisiones contaminantes. Malas noticias para los transportistas a granel. Pero para Jean-Paul Rodrigue, el efecto de todos éstos cambios a medio plazo será “marginal”: “El petróleo seguirá siendo muy importante”, afirma.
En todo caso, el progreso del sector sigue. “Se ha hablado mucho de frenazo y de depresión, pero el comercio mundial no se ha dejado de expandir”, comenta Penn. “Con el tiempo, la oferta se adaptará a la demanda. Aunque si pudiera decir exactamente cuándo sería un hombre rico”, ríe.
(Tomado de El País)