Por José Luis Lanao
20 de enero de 2022
Djokovic se fabricó su propio asalto al Capitolio. Imagen: EFE
Los muertos hablan. Se quedan enteros dentro de nosotros. Los sepultamos, pero no le sepultamos la voz. Nos siguen hablando al oído. El diálogo íntimo nació así, con una llamada al silencio. Hablar con los muertos es algo menos que una conversación, pero mucho más que un monólogo. Nos asomamos a la muerte de los otros como un acantilado mudo que sin embargo parece reclamarnos. Te dicen, nos dicen, tantas cosas. Tanto de tanto. En este inmenso sobrante de irrealidad en el que vivimos el negacionismo nos hace vulnerables de nuevo.
Los muertos hablan. Se quedan enteros dentro de nosotros. Los sepultamos, pero no le sepultamos la voz. Nos siguen hablando al oído. El diálogo íntimo nació así, con una llamada al silencio. Hablar con los muertos es algo menos que una conversación, pero mucho más que un monólogo. Nos asomamos a la muerte de los otros como un acantilado mudo que sin embargo parece reclamarnos. Te dicen, nos dicen, tantas cosas. Tanto de tanto. En este inmenso sobrante de irrealidad en el que vivimos el negacionismo nos hace vulnerables de nuevo.