reflexiones y puntualizaciones
Habemus papam: surdum, caecus et mutus
Emilio Cafassi
Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires
escritor
ex decano
La repercusión mundial por la designación del Sr. Bergoglio como nuevo Papa de la Iglesia católica, al punto de eclipsar toda otra noticia política y social en América latina (y especialmente en Argentina), no sólo trasciende el fanatismo localista cuasi deportivo, sino que parece reflejar expectativas de cambios institucionales que muy difícilmente se verán –aún parcialmente- satisfechas. La mera ruptura del eurocentrismo papal histórico o la emergencia de un representante de una nueva congregación en la interna eclesiástica, no podrá disimular el continuismo que supone la sucesión entre un antiguo miembro de las juventudes hitlerianas, como el Sr. Ratzinger, hacia un (en el mejor de los casos) sigiloso y equilibrado espectador del último genocidio de la historia moderna de su país.
O peor aún, podría tratarse de un ajuste fino en la dirección de entronizar personajes oscuros en la máxima conducción. Del alemán podría decirse que fue sólo un desliz juvenil, pero el argentino permanecía indiferente incluso frente al secuestro de bebés que aún hoy desconocen su identidad y para cuya aparición no colaboró un ápice, hasta antes de viajar al concilio que lo ungió. Es decir hasta ayer. Y para los que también venimos del “fin del mundo”, como él mismo definió su procedencia, el solo recuerdo de la trayectoria reciente de la Iglesia nos trae escalofríos.
El criminal Videla, que presidió la primera junta militar argentina, se ha decidido últimamente a revelar algunos detalles de su gestión en reportajes al periodista español Ricardo Angoso o a Hernán Vaca Narvaja en la revista cordobesa “Sur”, además de las extensas entrevistas que mantuvo con Ceferino Reato y que fueron editadas como libro. En todas sus declaraciones, el genocida reconoce la colaboración de la Iglesia a niveles que no se contentan con solo callar. Llega a sugerir el asesoramiento institucionalizado tanto a nivel del Episcopado como del propio Vaticano. No quisiera ofender posibles sentimientos religiosos de algunos lectores, ni menos aún suponerlos mecánicamente vinculados a la burocracia eclesial o a sus gestiones y complicidades. No soy teólogo, ni mucho menos especialista en la política interna del Vaticano.
Sólo un simple luchador por los derechos humanos y las libertades cívicas que como tal no puede dejar de señalar el carácter execrable de la iglesia argentina (no necesariamente atribuible, al menos en idéntico grado, al resto de las iglesias latinoamericanas) como institución político-diplomática y su ominoso papel no sólo durante el Terrorismo de Estado, sino en las décadas sucesivas en las que se fue construyendo socialmente el imaginario de su condena y repulsa al que no solo no contribuyó, sino que intentó evitar o diluir.
Algunos autores de izquierdas y progresistas atribuyen la elección de un latinoamericano como consecuencia de la desviación de la mirada hacia la que constituye hoy la región más dinámica y progresista del mundo (y con más fieles), aunque difieren en las consecuencias que tendrá y su valoración. Personalmente tengo dudas de que decisiones colegiadas (por más estrecha y tutelada que resulta la cúpula de 115 cardenales) puedan ceñirse a una estrategia tan delimitada en materia política como elegir una región en particular. Pero no creo que resulte lo esencial. Sin embargo sí considero que abrigar esperanzas de un posible apoyo o morigeración de la oposición al giro progresista es absolutamente frustrante. Son estos mismos electores, incluyendo a los latinoamericanos, los que combatieron con todas sus fuerzas la teología de la liberación y la –aún tímida- renovación de la iglesia. A la vez son los que suelen alentar reagrupamientos de las derechas (Bergoglio incluido) para confrontar con los gobiernos progresistas o limitar sus reformas. Por de pronto en Córdoba, los criminales de lesa humanidad que están siendo juzgados por sus acciones en el centro clandestino de represión “La Perla” (entre ellos el recordado General Menéndez) asistieron al juicio con escarapelas del vaticano en apoyo a Bergoglio.
Si bien el divorcio entre el discurso y la acción es una característica sobresaliente de la discursividad política reaccionaria, en la Iglesia ésta adquiere un status prácticamente institucional. El ahora autonominado (qui sibi nomen imposuit) Francisco pidió paz en su primer discurso, sin sentirse en la necesidad de explicar o disculparse por el involucramiento de su institución en casi todas las violaciones a la paz de la historia. No lo esperaría desde las cruzadas o la inquisición, pero aunque sea en mínima referencia por hechos más recientes como el régimen franquista, el fascismo, el nazismo, los estados terroristas sudamericanos, entre otras monstruosidades históricas recientes.
No fijaré posición sobre la divergencia suscitada en el progresismo argentino acerca de la posible “entrega” de dos sacerdotes secuestrados y torturados o la más genérica complicidad con la dictadura. Carezco de pruebas al respecto, tanto como parece carecer la justicia ya que no lo ha procesado sino que sólo lo requirió como testigo. Al respecto, la sorprendente declaración del –también argentino- premio Nobel de la paz Pérez Esquivel (y el posterior acompañamiento del teólogo Leonardo Boff) que hasta fue utilizada por el Vaticano para “limpiar” la proyección internacional de estas hipótesis o denuncias, no deja de ser esclarecedora de la estatura cívica del actual “santo padre”. Si bien Esquivel afirma que “no hay ningún vínculo que lo relacione con la dictadura”, luego reconoce que “podría haber habido omisiones”. Como si no bastaran tales omisiones para condenar enfáticamente esa actitud. Obviamente son pocos los sacerdotes que -como el condenado a perpetua Von Wernick- participaron directamente en sesiones de tortura o bendiciendo lo que Videla reconoce como “disposición final”, momento previo a los vuelos de la muerte u otras metodologías de exterminio.
Sin embargo Bergoglio no fue un omisor consecuente. Bajo su presidencia, la Conferencia Episcopal Argentina encomendó a un jurista la redacción de un libro (de dos tomos) que se repartió entre los jueces de la Corte provincial que juzgaba los abusos sexuales del cura Grassi contra niños amparados en la fundación “Felices los niños”. El propósito era refutar las pruebas en contra del abusador. La posible razón es que Grassi pertenecía a la diócesis de Bergoglio, que a su vez -según reconoce el procesado- era su confesor. A pesar de este esfuerzo jurídico-intelectual desusado, Grassi fue condenado a 15 años de prisión. En una entrevista al diario Perfil en 2009, el mismo Grassi aseguraba que Bergoglio “jamás le había soltado la mano”. “Hablo con él, me apoya mucho espiritualmente y me cree”, dijo Grassi sobre el hoy papa poco antes de su condena.
En lo personal, cuando comienzo a entablar una relación con alguien sudamericano –ahora mayor de 50 años- suelo preguntarle dos cuestiones que me resultan imprescindibles para comenzar a conocerlo: cómo se gana la vida y qué hizo durante la dictadura. Del mismo modo que a los españoles mayores les suelo preguntar por el franquismo o a los franceses por el mayo del ´68, si sus edades lo autorizan, aunque mi vida profesional me vincula más con los jóvenes. Sospecho que esas dos inquietudes están vedadas en la jerarquía católica.
El pensador alemán de origen checoslovaco Karl Kautsky en un libro excepcional sobre los orígenes del cristianismo se formula diversas hipótesis (de lamentable confirmación empírica) de gran utilidad para las izquierdas, comparando la burocratización de la Iglesia con la del movimiento revolucionario. Pero en lo que a este artículo refiere, sitúa su esclerosamiento burocrático en el siglo cuarto, cuando la Iglesia católica llegó a ser Iglesia de Estado bajo Constantino el Grande. Esto le permitió adaptarse a las características del Estado romano ya en decadencia transformando lo que era un movimiento de base subversivo en una casta burocrática conservadora y aliada al poder. Los sucesivos y enormes cambios históricos, no parecen haber afectado hasta ahora esta estructura.
En su primera misa, el nuevo Papa sostuvo que “si la Iglesia no proclama a Jesús, se convertirá en una ONG piadosa, pero no en la esposa del Señor”. La advertencia es tardía. Hoy no es otra cosa que el cascarón de una gran ONG, piramidalmente burocratizada, cuyo exclusivo eje discursivo es la intervención en cuestiones mundanas como la sexualidad y el placer en general, pero sin la menor repercusión y eficacia en sus prédicas. Sobre el resto hará silencio o discursos de ocasión. Hoy sus fieles utilizan técnicas anticonceptivas, viven una sexualidad por fuera del matrimonio y/o con personas de su mismo sexo o se realizan abortos cuando tienen embarazos no deseados. Cualquier ONG ecologista exitosa, por ejemplo, logra influir masivamente en conductas como el reciclado de la basura, los hábitos alimentarios o el ahorro de energía. Sin disfraces ni ritos. Con sólo apelar a la información y a la razón.
La famosa escultura japonesa del 1600 “Tres monos místicos” que tapan sus ojos, boca y oídos, aún en su vasta polisemia, podría reflejar lo que considero esperable de la actitud con la que don Francisco afrontará las grandes tragedias que vive la humanidad. Por eso me permití titular en la lengua muerta de sus conciliábulos la hipótesis del carácter del próximo período. Tenemos Papa: sordo, ciego y mudo.