No se han apagado aun los ecos de la increíble y
valerosa epopeya de los mineros de Chile
y, además del asombro, del reconocimiento de su
valor, fortaleza y sentido de grupo, ha
salido a la luz, el tremendo grado de precariedad
que rodea como cosa normal, la vida de
los mineros, en un país cuyo principal
recurso es la explotación del cobre.
Porque lo heroico, unido al infatigable pedido
de familiares que no se resignaron en la
búsqueda involucrando a los poderes del
estado cuando la compañía minera encargada
de la explotación se declaro en dificultades
para llevar adelante cualquier rescate, hizo
que sensibilizada la opinión publica-y esto
hay que remarcarlo- el gobierno chileno
tomara bajo su responsabilidad la
búsqueda de los mineros atrapados.
Solo ellos sabrán las penurias que han
pasado, los sacrificios que habrán tenido que
sobrellevar, lo cual da mayor valor a su hazaña
y las vicisitudes que debieron soportar
a mas de 700 metros de profundidad casi sin
agua ni provisiones, inmersos en la oscuridad
de los túneles y respirando un aire contaminado
entre la desesperación y el miedo.
Por ello, el valor simbólico por lo primero
que el minero 33 le manifestó a su presidente
a poco de salir fue un espontáneo y desgarrador
“esto nunca mas” unido al agradecimiento
y reiterado luego por el ultimo socorrista al
advertir las inhumanas condiciones en que se
desarrollan las actividades de compañías
que poco o nada invierten en seguridad ante la
desidia y el descontrol de los organismos
gubernamentales encargados de controlar que ello
no ocurra.Y aquí caben algunos razonamientos
sobre la implicancia de las políticas llevadas
a cabo desde hace algún tiempo, con un persistente
sesgo neoliberal que va creando espejos de colores
mientras duran los efectos de la archifamosa
iniciativa privada y cuyos
efectos devastadores se ven apenas hay algún
tropiezo.Porque convengamos que la premisa
fundamental de esta corriente de opinión
promueve el achicamiento del estado a niveles
minimos, la competencia entre grandes y
pequeños como cosa natural y la indiferencia total
de los costos sociales, que en ese sentido
pasan a ser meros números de las estadísticas.
Y mientras en los círculos internacionales se pone
como ejemplo las virtudes de la política
economica de los últimos años, es evidente que gran
parte de la sociedad no se ve favorecida por estas
políticas y el hecho de que ante alguna dificultad se recurra al estado,
muestra con una sinceridad que no tiene dudas,
que lo único que importa es privatizar
ganancias y cargar con los costos negativos
a toda la sociedad , ante empresarios ricos
y empresas insolventes, amparadas en una
legislación permisiva de mínimos controles.
Y para las dificultades SIEMPRE el estado,
ese socio torpe únicamente de las perdidas.
Tan defenestrado por una burocracia que los
mismos que lo critican se han encargado de
alimentar con amigos, parientes y socios
creando estructuras burocráticas que más que
simplificar su funcionamiento lo entorpecen
con millones de formularios y mostradores
por donde se filtran favores, permisos y otras
muchas otras formas de corrupción que a
esta altura ya parecen formar parte de la
estructura jurídica de su funcionamiento.
Y frente a esto, el valor de la solidaridad,
del grupo como actor social en su conjunto,
que le ha dado la coherencia y el estimulo
necesario para sobrellevar las condiciones
adversas con entereza y poder mostrar al
mundo el valor colectivo por sobre la indivi-
dualidad que hoy promueve este capitalismo
salvaje y depredador, falto de moral y ética.
Quizás sean estos los rasgos menos difundidos
estos días de tanta emoción y angustia,
porque entre lo mediático de la vida personal
de algunos mineros, se escabullen las
verdaderas razones de algo que no ha sido
tragedia solo por casualidad, y hoy a varios
dias de aquella proeza de coraje y vuelta a la
vida, vuelven los fantasmas de la precariedad,
con mineros agradecidos pero temiendo por su
fuente laboral, reclamando haberes impagos
y mostrando cual es en realidad, la verdadera
cara de una actividad que ha sido denunciada
y puesta en observación hasta por el propio
presidente chileno, que se desarrolla con un
mínimo control y cuyo peligro latente de otra
tragedia campea por el sector minero como
“efectos secundarios no deseados” de una lucrativa actividad.