Vivir de la ucronía o anunciar que el mal encarnado en el pueblo siempre viene llegando
Por Lucas Rozenmacher
31 de enero de 2023
Imagen: Télam
En principio vamos a decir que a la nota escrita “La histórica discordia entre la clase media y la patria choriplanera”, publicada en el diario La Nación el pasado 28 de enero, por Marcelo Gioffré, la había pasado por alto. Se encuentra dentro de una serie de intervenciones públicas sobre una falsa dicotomía entre la clase media y los sectores populares a partir de trazar una distancia entre un "nosotros" encarnado en la figura de un trabajador blanco, hijo de inmigrante europeo y productivo, frente a una corporalización de un "otro" compuesta por los vagos y el lastre social con quienes cargan los primeros.
Tampoco leí el texto porque contaba con una carta de presentación provocadora y lineal en título y bajada, que refería a los veinte años de kirchnerismo, y la remataba con una ilustración que no comparto.
La nota comienza mencionando a Germán Rozenmacher, mi padre, y sin venir a cuento de nada menciona por un lado la muerte de mi padre y de mi hermano y mi internación. Sin tener nada que hacer este dato inexactamente narrado, en lo que luego el autor intenta realizar a través de una operación maniquea, plana, incompleta y simple, deslizándose en una reescritura y relectura cercana al orden de lo ucrónico sobre el cuento "Cabecita negra", para exponer su mirada sobre lo que entiende él que ocurre en la Argentina hoy en día que, insistimos, parte de una falsa dicotomía entre trabajadores de sectores medios y trabajadores de sectores populares.
Para ello realiza una serie de recortes particulares del cuento y sus personajes con la finalidad de confirmar lo que entiende como elementos emanados de la pieza literaria, para explicar cómo se siente la clase media frente a una sociedad que reclame derechos básicos como comer, educarse, acceso a la vivienda y a la justicia y que cuente con la misma posibilidad de movilidad social o lo que el peronismo denomina como justicia social.
Intenta identificar a uno de los personajes del cuento, el señor Lanari, como a un representante de lo que denomina “clase media”, realza su capacidad para “romperse el lomo”, para construir un esquema de movilidad social ascendente. Soslaya, por ejemplo, que en el cuento el señor Lanari, ferretero de la Avenida de Mayo, decide salir en la madrugada a la calle para callar a una mujer que estaba pidiendo ayuda. Lo hace no para asistirla, sino para que no moleste más ni a él ni a sus vecinos. Cuando llega la joven manifiesta que quiere volver a su pueblo con su madre, Lanari, con desprecio, pone dinero a modo de limosna en la punta de la botella que esta portaba. Lo hace para quitársela de encima, para que deje de molestar a la buena gente de trabajo.
En medio de la noche, Lanari entiende que la mujer resultaba molesta para el silencio de su barrio y que de alguna forma hay que correrla. Hasta que aparece un policía que les dice: “¿qué están haciendo ahí ustedes dos?” El señor Lanari siente la mano del policía sobre su hombro, mientras este les comunica que ambos van a ser trasladados a la comisaría por estar haciendo alboroto en la calle a la madrugada. Lanari, para desentenderse de la situación, le responde al policía: “Mire a estos negros, agente, se pasan la vida en curda y después se embroman y hacen barullo y no dejan dormir a la gente”.
A partir de esta situación Gioffré realiza una interpretación en la que evita mencionar que, para evitar una posible ida a la comisaría, el señor Lanari invita al policía a su casa a tomar un coñac, con la intención de sobornarlo y resolver así el problema.
El periodista realiza una operación de recorte y realza una serie de valores sin tomar en cuenta que lo que está haciendo Lanari es utilizar el soborno como una herramienta para solucionar problemas con “los negros”, y que quien podía ponerse cómodo y ser amenazante era él sobre los que consideraba inferiores.
En este punto voy a llevar a cabo una digresión, dado que el mismo autor la realiza al mencionar que “Rozenmacher era un outsider con simpatías peronistas”. Esta observación es falsa y además denota una carga de desprecio profundo: Germán Rozenmacher era peronista, no un “simpatizante”. Germán era un joven judío peronista que creía en los movimientos revolucionarios en América Latina que querían transformar una realidad injusta y desigual. En su libro posterior Los ojos del tigre, tanto el cuento del mismo nombre como “Cochecito”, hablan sobre la decisión de participar en la lucha revolucionaria y la vida durante resistencia peronista, con la particularidad que fueron publicados dentro de la proscripción impuesta a Perón y al peronismo.
Para cerrar este paréntesis aclaratorio, mi padre era parte de los jóvenes que se habían incorporado al peronismo y los sueños de revolución, luego de vivir las persecuciones, cárceles y asesinatos perpetrados por el Estado y los grupos dominantes que no toleraban la posibilidad que traía a millones de personas la justicia social y que habían implicado una movilidad económica y social concreta, por lo que el eufemismo de “simpatías por” esta más vinculado a esa acción ucrónica de reescribir la historia como al autor le gustaría que hubiera sido.
El texto prosigue con una mirada desanclada de la realidad argentina, se desentiende de una serie de cuestiones básicas con respecto a los motivos por los que emigraron las personas durante la década de 1970 y nos dice que “esa clase media en los años 70 empezó a replegarse, a perder confianza en el país, se sintió más tentada de mandar sus ahorros afuera que de invertir aquí lo que ganaba. Los argentinos empezaron a emigrar. Es el big bang de nuestra decadencia”. Se despega de las migraciones producidas por las persecuciones ideológicas, las torturas y las desapariciones, el saqueo de grupos económicos y de los propios integrantes de las fuerzas armadas y la destrucción de la base productiva a partir de los planes de Onganía primero y de las juntas militares del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”.
Para el autor de la nota el problema de allí en más es lo que produjo el kirchnerismo y junto con ello la capacidad de organización de quienes se quedaron afuera del sistema productivo.
Está clara la necesidad de establecer un otro deshumanizado, no es nueva esta operación demonizante, podemos encontrarla en diversas piezas de literatura argentina desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad: El matadero de Esteban Echeverría, Amalia de José Marmol, La fiesta del monstruo de Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, o en la que se menciona al pasar en la nota, Casa tomada, de Julio Cortázar.
Del mismo modo podemos hallar esta mirada en las construcciones históricas que dejó como canon el mismísimo Bartolomé Mitre, la idea de bandos civilizados y salvajes y la latencia del peligro de deshumanización permanente con el que cargan los sectores populares cuando se muestran insumisos.
Finalmente, también podemos encontrarlo en notas de opinión como la que nos convoca a reflexionar alrededor de esta mirada sobre lo que se entiende por una separación abismalmente opuesta entre la idea del bien, compuesta por quienes son portadores de gracia y honestidad pura, y aquellos que representan al mal encarnado con el que los honestos deberán cargar como peso sin remedio a lo largo de su existencia.
Una salida posible que propone Gioffré es que este segundo grupo sea domesticado y puesto en línea a partir de lo que da en llamar la recuperación de la “autonomía y el nutritivo riesgo de la libertad”, que en los términos planteados es la libertad de morir sin reclamar los derechos a alimentarse, estudiar, tener salud, disfrutar, trabajar sin ser explotado, en definitiva a vivir. La falacia ad hominem del planteo es la de creer que las clases medias no tienen el derecho a ser peronistas y a seguir construyendo una patria con justicia social.
En principio vamos a decir que a la nota escrita “La histórica discordia entre la clase media y la patria choriplanera”, publicada en el diario La Nación el pasado 28 de enero, por Marcelo Gioffré, la había pasado por alto. Se encuentra dentro de una serie de intervenciones públicas sobre una falsa dicotomía entre la clase media y los sectores populares a partir de trazar una distancia entre un "nosotros" encarnado en la figura de un trabajador blanco, hijo de inmigrante europeo y productivo, frente a una corporalización de un "otro" compuesta por los vagos y el lastre social con quienes cargan los primeros.
Tampoco leí el texto porque contaba con una carta de presentación provocadora y lineal en título y bajada, que refería a los veinte años de kirchnerismo, y la remataba con una ilustración que no comparto.
La nota comienza mencionando a Germán Rozenmacher, mi padre, y sin venir a cuento de nada menciona por un lado la muerte de mi padre y de mi hermano y mi internación. Sin tener nada que hacer este dato inexactamente narrado, en lo que luego el autor intenta realizar a través de una operación maniquea, plana, incompleta y simple, deslizándose en una reescritura y relectura cercana al orden de lo ucrónico sobre el cuento "Cabecita negra", para exponer su mirada sobre lo que entiende él que ocurre en la Argentina hoy en día que, insistimos, parte de una falsa dicotomía entre trabajadores de sectores medios y trabajadores de sectores populares.
Para ello realiza una serie de recortes particulares del cuento y sus personajes con la finalidad de confirmar lo que entiende como elementos emanados de la pieza literaria, para explicar cómo se siente la clase media frente a una sociedad que reclame derechos básicos como comer, educarse, acceso a la vivienda y a la justicia y que cuente con la misma posibilidad de movilidad social o lo que el peronismo denomina como justicia social.
Intenta identificar a uno de los personajes del cuento, el señor Lanari, como a un representante de lo que denomina “clase media”, realza su capacidad para “romperse el lomo”, para construir un esquema de movilidad social ascendente. Soslaya, por ejemplo, que en el cuento el señor Lanari, ferretero de la Avenida de Mayo, decide salir en la madrugada a la calle para callar a una mujer que estaba pidiendo ayuda. Lo hace no para asistirla, sino para que no moleste más ni a él ni a sus vecinos. Cuando llega la joven manifiesta que quiere volver a su pueblo con su madre, Lanari, con desprecio, pone dinero a modo de limosna en la punta de la botella que esta portaba. Lo hace para quitársela de encima, para que deje de molestar a la buena gente de trabajo.
En medio de la noche, Lanari entiende que la mujer resultaba molesta para el silencio de su barrio y que de alguna forma hay que correrla. Hasta que aparece un policía que les dice: “¿qué están haciendo ahí ustedes dos?” El señor Lanari siente la mano del policía sobre su hombro, mientras este les comunica que ambos van a ser trasladados a la comisaría por estar haciendo alboroto en la calle a la madrugada. Lanari, para desentenderse de la situación, le responde al policía: “Mire a estos negros, agente, se pasan la vida en curda y después se embroman y hacen barullo y no dejan dormir a la gente”.
A partir de esta situación Gioffré realiza una interpretación en la que evita mencionar que, para evitar una posible ida a la comisaría, el señor Lanari invita al policía a su casa a tomar un coñac, con la intención de sobornarlo y resolver así el problema.
El periodista realiza una operación de recorte y realza una serie de valores sin tomar en cuenta que lo que está haciendo Lanari es utilizar el soborno como una herramienta para solucionar problemas con “los negros”, y que quien podía ponerse cómodo y ser amenazante era él sobre los que consideraba inferiores.
En este punto voy a llevar a cabo una digresión, dado que el mismo autor la realiza al mencionar que “Rozenmacher era un outsider con simpatías peronistas”. Esta observación es falsa y además denota una carga de desprecio profundo: Germán Rozenmacher era peronista, no un “simpatizante”. Germán era un joven judío peronista que creía en los movimientos revolucionarios en América Latina que querían transformar una realidad injusta y desigual. En su libro posterior Los ojos del tigre, tanto el cuento del mismo nombre como “Cochecito”, hablan sobre la decisión de participar en la lucha revolucionaria y la vida durante resistencia peronista, con la particularidad que fueron publicados dentro de la proscripción impuesta a Perón y al peronismo.
Para cerrar este paréntesis aclaratorio, mi padre era parte de los jóvenes que se habían incorporado al peronismo y los sueños de revolución, luego de vivir las persecuciones, cárceles y asesinatos perpetrados por el Estado y los grupos dominantes que no toleraban la posibilidad que traía a millones de personas la justicia social y que habían implicado una movilidad económica y social concreta, por lo que el eufemismo de “simpatías por” esta más vinculado a esa acción ucrónica de reescribir la historia como al autor le gustaría que hubiera sido.
El texto prosigue con una mirada desanclada de la realidad argentina, se desentiende de una serie de cuestiones básicas con respecto a los motivos por los que emigraron las personas durante la década de 1970 y nos dice que “esa clase media en los años 70 empezó a replegarse, a perder confianza en el país, se sintió más tentada de mandar sus ahorros afuera que de invertir aquí lo que ganaba. Los argentinos empezaron a emigrar. Es el big bang de nuestra decadencia”. Se despega de las migraciones producidas por las persecuciones ideológicas, las torturas y las desapariciones, el saqueo de grupos económicos y de los propios integrantes de las fuerzas armadas y la destrucción de la base productiva a partir de los planes de Onganía primero y de las juntas militares del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”.
Para el autor de la nota el problema de allí en más es lo que produjo el kirchnerismo y junto con ello la capacidad de organización de quienes se quedaron afuera del sistema productivo.
Está clara la necesidad de establecer un otro deshumanizado, no es nueva esta operación demonizante, podemos encontrarla en diversas piezas de literatura argentina desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad: El matadero de Esteban Echeverría, Amalia de José Marmol, La fiesta del monstruo de Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, o en la que se menciona al pasar en la nota, Casa tomada, de Julio Cortázar.
Del mismo modo podemos hallar esta mirada en las construcciones históricas que dejó como canon el mismísimo Bartolomé Mitre, la idea de bandos civilizados y salvajes y la latencia del peligro de deshumanización permanente con el que cargan los sectores populares cuando se muestran insumisos.
Finalmente, también podemos encontrarlo en notas de opinión como la que nos convoca a reflexionar alrededor de esta mirada sobre lo que se entiende por una separación abismalmente opuesta entre la idea del bien, compuesta por quienes son portadores de gracia y honestidad pura, y aquellos que representan al mal encarnado con el que los honestos deberán cargar como peso sin remedio a lo largo de su existencia.
Una salida posible que propone Gioffré es que este segundo grupo sea domesticado y puesto en línea a partir de lo que da en llamar la recuperación de la “autonomía y el nutritivo riesgo de la libertad”, que en los términos planteados es la libertad de morir sin reclamar los derechos a alimentarse, estudiar, tener salud, disfrutar, trabajar sin ser explotado, en definitiva a vivir. La falacia ad hominem del planteo es la de creer que las clases medias no tienen el derecho a ser peronistas y a seguir construyendo una patria con justicia social.