El error de los británicos en Irlanda como espejo de esta crisis
Por Patrick Cocburn
18 de mayo de 2021
Imagen: AFP
Cuando fui a Israel por primera vez en 1976, después de estudiar por tres años en Irlanda del Norte, me llamaron la atención las similaridades. Parece apropiado que al mismo tiempo que estallaba este conflicto en Palestina, en Belfast actuaba una comisión sobre una masacre del ejército británico de hace medio siglo.
Cuando fui a Israel por primera vez en 1976, después de estudiar por tres años en Irlanda del Norte, me llamaron la atención las similaridades. Parece apropiado que al mismo tiempo que estallaba este conflicto en Palestina, en Belfast actuaba una comisión sobre una masacre del ejército británico de hace medio siglo.
La masacre de Ballymurphy ocurrió entre el 9 y el 11 de agosto de 1971 cuando diez católicos fueron muertos a balazos en ese barrio obrero de Belfast. Por años, el gobierno británico y el ejército dijo que los muertos eran militantes armados del IRA, pero esta semana se determinó que eran civiles inocentes y que balearlos fue "injustificado". El premier Boris Johnson se disculpó abiertamente por las muertes.
El paralelo más importante entre la Irlanda del Norte de entonces y la Gaza de hoy es que en ambos casos se usa una fuerza militar groseramente excesiva, y se la usa para resolver problemas políticos. En Irlanda, la masacre sirvió nada más que para que el gobierno perdiera legitimidad, despertara el odio y ayudara al IRA a reclutar. Israel también vive anunciando que ganan notables victorias y matan a comandantes enemigos, como si los líderes de la variopinta Hamas y la Jihad Islámica fueran técnicos irreemplazables.
El premier Benjamin Netanyahu dijo que los militantes van "a pagar un alto precio por su beligerancia". Seguro que si, pero el precio más alto lo pagan los civiles de Gaza, como en 2014, cuando dos mil palestinos y 73 israelíes murieron en una "guerra" de 67 días. Parece que nada cambia, lo cual es notable después del gobierno de Donald Trump, el presidente más pro-Israelí de la historia. Con su yerno Jared Kushner apoyaron con entusiasmo la tesis de Netanyahu de que se podía tener una paz firme y a la vez tener a los palestinos subordinados y derrotados.
No iba a funcionar, pero la idea se cayó tan rápido después que se fuera Trump que es una sorpresa. La Cuestión Palestina está de vuelta en la agenda internacional, sin resolver y explosiva como siempre desde hace un siglo. Tal vez el mayor efecto que tuvo Trump fue alimentar la hubris autodestructiva en el gobierno israelí, que se tentó de expandir los asentamientos en Cisjordania, desalojar vecinos en Sheik Jarrah y reprimirlos con granadas de estruendo y gases hasta en la mezquita de Al Aqsa.
Hay un aspecto en el que esta crisis es más intensa y amplia que las "guerras" en Gaza de 2008/9 y 2014, y es que ahora participan los dos millones de árabes israelíes, la quinta parte de la población del país. En ciudades mixtas como Lod, Jaffa, Acre y Haifa hubo ataques a personas, comercios, coches, sinagogas y mezquitas. En Lod, donde los enfrentamientos fueron graves, viven 47.000 judíos y 23.000 musulmanes.
Lo cual agrega otro paralelismo con Irlanda del Norte, porque Israel ahora tiene que contener dos poblaciones hostiles que conviven en un espacio pequeño. En Irlanda del Norte, los católicos y los protestantes son un millón cada grupo, mientras que entre el Jordán y el Mediterráneo viven siete millones de israelíes y siete millones de palestinos. Habrá fronteras y muros fortificados, pero la región es una unidad política como lo prueba la violencia de Jerusalén a Gaza, a Israel y a Cisjordania.
En 1971, el gobierno británico tomó la desastrosa decisión de usar el ejército para sostener lo que a veces se llamaba Estado Orangista. Esto significaba hacerle aceptar a los católicos que fueran ciudadanos de segunda en un estado controlado por protestantes, algo que los católicos nunca iban a aceptar, aunque no optaran por las armas. Esto era evidente desde el arranque, pero le tomó a Londres treinta años aceptarlo y hacer algo al respecto. En 1998, los acuerdos del Viernes Santo lograron una división de poderes entre comunidades muy diferentes en identidad, cultura y lealtades.
Sería lindo pensar en algo así, algún día, entre Israel y Palestina, pero hay una diferencia crucial. El compromiso irlandés partió del reconocimiento, en particular del gobierno británico y de los nacionalistas irlandeses, de que ningún bando podía lograr una victoria completa. Pero en Medio Oriente el balance de poder parece favorecer abrumadoramente a los israelíes, que no siente necesidad de negociar porque tienen una superioridad militar absoluta y el apoyo de Estados Unidos otras potencias.
Las debilidades de los palestinos, muchas autoinflingidas, incluyen un liderazgo y un nivel de organización política muy pobres. Hamas puede tirarle muchos cohetes a Israel como un desafío, pero eso es políticamente negativo porque le permite al gobierno israelí presentarse como defendiendo al país y combatiendo al terrorismo. Hace quince años que no hay elecciones en el Estado Palestino, con lo que su autoridad es realmente débil. Los palestinos deberían movilizarse pacíficamente exigiendo derechos civiles y el fin de la discriminación en su contra.
Tienen un as en la manga, que Israel no puede ganar hasta que ellos digan que perdieron. Esta semana muestra que eso no va a pasar. Israel tiene cartas fuertes en el poker político y militar, pero no puede decir que ganó porque esta partida nunca termina.
El paralelo más importante entre la Irlanda del Norte de entonces y la Gaza de hoy es que en ambos casos se usa una fuerza militar groseramente excesiva, y se la usa para resolver problemas políticos. En Irlanda, la masacre sirvió nada más que para que el gobierno perdiera legitimidad, despertara el odio y ayudara al IRA a reclutar. Israel también vive anunciando que ganan notables victorias y matan a comandantes enemigos, como si los líderes de la variopinta Hamas y la Jihad Islámica fueran técnicos irreemplazables.
El premier Benjamin Netanyahu dijo que los militantes van "a pagar un alto precio por su beligerancia". Seguro que si, pero el precio más alto lo pagan los civiles de Gaza, como en 2014, cuando dos mil palestinos y 73 israelíes murieron en una "guerra" de 67 días. Parece que nada cambia, lo cual es notable después del gobierno de Donald Trump, el presidente más pro-Israelí de la historia. Con su yerno Jared Kushner apoyaron con entusiasmo la tesis de Netanyahu de que se podía tener una paz firme y a la vez tener a los palestinos subordinados y derrotados.
No iba a funcionar, pero la idea se cayó tan rápido después que se fuera Trump que es una sorpresa. La Cuestión Palestina está de vuelta en la agenda internacional, sin resolver y explosiva como siempre desde hace un siglo. Tal vez el mayor efecto que tuvo Trump fue alimentar la hubris autodestructiva en el gobierno israelí, que se tentó de expandir los asentamientos en Cisjordania, desalojar vecinos en Sheik Jarrah y reprimirlos con granadas de estruendo y gases hasta en la mezquita de Al Aqsa.
Hay un aspecto en el que esta crisis es más intensa y amplia que las "guerras" en Gaza de 2008/9 y 2014, y es que ahora participan los dos millones de árabes israelíes, la quinta parte de la población del país. En ciudades mixtas como Lod, Jaffa, Acre y Haifa hubo ataques a personas, comercios, coches, sinagogas y mezquitas. En Lod, donde los enfrentamientos fueron graves, viven 47.000 judíos y 23.000 musulmanes.
Lo cual agrega otro paralelismo con Irlanda del Norte, porque Israel ahora tiene que contener dos poblaciones hostiles que conviven en un espacio pequeño. En Irlanda del Norte, los católicos y los protestantes son un millón cada grupo, mientras que entre el Jordán y el Mediterráneo viven siete millones de israelíes y siete millones de palestinos. Habrá fronteras y muros fortificados, pero la región es una unidad política como lo prueba la violencia de Jerusalén a Gaza, a Israel y a Cisjordania.
En 1971, el gobierno británico tomó la desastrosa decisión de usar el ejército para sostener lo que a veces se llamaba Estado Orangista. Esto significaba hacerle aceptar a los católicos que fueran ciudadanos de segunda en un estado controlado por protestantes, algo que los católicos nunca iban a aceptar, aunque no optaran por las armas. Esto era evidente desde el arranque, pero le tomó a Londres treinta años aceptarlo y hacer algo al respecto. En 1998, los acuerdos del Viernes Santo lograron una división de poderes entre comunidades muy diferentes en identidad, cultura y lealtades.
Sería lindo pensar en algo así, algún día, entre Israel y Palestina, pero hay una diferencia crucial. El compromiso irlandés partió del reconocimiento, en particular del gobierno británico y de los nacionalistas irlandeses, de que ningún bando podía lograr una victoria completa. Pero en Medio Oriente el balance de poder parece favorecer abrumadoramente a los israelíes, que no siente necesidad de negociar porque tienen una superioridad militar absoluta y el apoyo de Estados Unidos otras potencias.
Las debilidades de los palestinos, muchas autoinflingidas, incluyen un liderazgo y un nivel de organización política muy pobres. Hamas puede tirarle muchos cohetes a Israel como un desafío, pero eso es políticamente negativo porque le permite al gobierno israelí presentarse como defendiendo al país y combatiendo al terrorismo. Hace quince años que no hay elecciones en el Estado Palestino, con lo que su autoridad es realmente débil. Los palestinos deberían movilizarse pacíficamente exigiendo derechos civiles y el fin de la discriminación en su contra.
Tienen un as en la manga, que Israel no puede ganar hasta que ellos digan que perdieron. Esta semana muestra que eso no va a pasar. Israel tiene cartas fuertes en el poker político y militar, pero no puede decir que ganó porque esta partida nunca termina.