Alberto Rodríguez García
27 ago 2021
Qué tiempos para vivir nos han tocado. Tras decenas de miles de muertos y miles de millones de dólares invertidos, tras dos décadas de incesante lucha contra los talibán en la mal llamada guerra contra el terror(ismo), de la noche a la mañana los insurgentes han pasado a convertirse en la única esperanza que le queda a Estados Unidos para combatir el terrorismo en Afganistán. Y es que tras la retirada más caótica y chapucera que se podía hacer, tras poner las esperanzas en un gobierno que solo necesitó días para escaparse, en Washington ya empiezan a ver que han perdido una guerra que no sirvió para nada, que nunca tuvieron opciones, y que el peor de todos los males, ahora es un mal menor.
Con todo el mundo temeroso de qué harían los talibán tras capturar Kabul y hacerse con Afganistán –algo lógico siendo un grupo conocido por su violencia, por su integrismo islamista y por relacionarse con al-Qaeda–, el Estado Islámico de la Provincia del Jorasán (una región que comprende Pakistán, Afganistán, Irán y Turkmenistán) ha recordado al mundo que nunca se marcharon, cometiendo una infame masacre, asesinando a más de sesenta afganos y trece marines en lo que ya es el peor ataque que sufren los soldados de EE.UU. en una década. Y es que el mayor reto de Afganistán ahora no es el debate burka o falda, sino lograr unas garantías de seguridad que si la OTAN no consiguió, los talibán desde luego que tampoco conseguirán.
Después de que el jefe del Comando Central de los EE.UU., el general Frank Mckenzie, haya afirmado –lamentándose– que las operaciones de los talibán contra el Estado Islámico "son efectivas" y que no sería mala idea darles un apoyo limitado –los mismos que no diferencian ISIS de muyahid, muyahid de talibán, talibán de árabe, árabe de terrorista, terrorista de ISIS y vuelta a empezar–, se han tenido que poner a hacer malabares para explicar Afganistán y qué está pasando. Porque a pesar de los tuits rimbombantes de 'politicuchos' mediocres, con la caída del gobierno de Kabul el ISIS no llegó al poder. Tampoco sus aliados. Y no entender algo tan, tan, tan básico, lleva a no entender absolutamente nada.
La conquista de Kabul por parte de los talibán, lejos de calmar la situación y detener la campaña de violencia del Estado Islámico, va a agravar aún más la situación. Los insurgentes no tienen la capacidad técnica, logística ni material para hacer frente de manera efectiva a su más acérrimo enemigo.
Sin negar el carácter integrista y brutal de los talibán, sin negar sus obvias conexiones con grupos terroristas y atentados a lo largo y ancho de todo el mundo, es cierto que son la fuerza más efectiva para combatir al Estado Islámico en Afganistán (IS-K o ISKP, que no ISIS-K). Y es que cuando dos asesinos se pelean, la batalla es más brutal, pero a veces esa es la única vía.
2021 ya no es 2001 ni mucho menos 1996. Si los talibán quieren sobrevivir, lo que antes era un macro-resort para grupos terroristas, ya no puede seguir siéndolo. Aunque parezca contradictorio al hablar de un grupo que es lo que es y está donde está por utilizar el terror como táctica (atentados suicida, asesinatos selectivos o cadáveres cargados de explosivos improvisados para matar a otros civiles), el autoproclamado y nuevo Emirato Islámico deberá combatir el terrorismo si quiere sobrevivir. Porque ya han iniciado su campaña mediática para buscar el reconocimiento internacional, pero la realidad es que todavía son incapaces de controlar siquiera la capital que se les rindió sin resistencia alguna. Aparentemente.
El atentado del aeropuerto de Kabul, lejos de una operación aislada, es una triste realidad. En mayo de 2021, hace apenas tres meses, los mismos terroristas de IS-K asesinaron cobardemente a 90 personas e hirieron a otras 240 en el distrito kabulí de Dashte Barchi; de mayoría hazara. El objetivo era una escuela. Son los mismos terroristas que uno año antes atentaron contra la sala de maternidad en un hospital de Kabul, asesinando a 24. Los mismos terroristas que poco después asesinaron a 32 personas atentando contra una feria del libro en la Universidad de Kabul. Y la lista es muy, muy larga.
La conquista de Kabul por parte de los talibán, lejos de calmar la situación y detener la campaña de violencia del Estado Islámico, como queda patente, va a agravar aún más la situación. Porque aunque los insurgentes quieran emular un Estado funcional, no tienen la capacidad técnica, logística ni material para hacer frente de manera efectiva a su más acérrimo enemigo desde que se instalase en el país en 2015. La guerra entre el Emirato Islámico y el Estado Islámico va más allá de simples atentados. Ha habido asaltos y batallas, y nada más conquistar la capital afgana, una de las primeras cosas que hicieron los talibán fue ejecutar al que fuera líder del IS-K, Abu Umar Khurasani.
Aunque el futuro es incierto de predecir, en este momento la triste realidad es que Afganistán sigue siendo un país sumido en la violencia y secuestrado por el integrismo.
Si los talibán quieren que su Emirato sobreviva más de cinco años, saben que deben conseguir el reconocimiento internacional y combatir a otros grupos terroristas que les disputan el poder, pero claro, existe un problema: son los mismos talibán que han protegido a otros grupos terroristas, es el mismo emirato que da puestos de poder a gente como Haqqani (de la red que ayudó a los dirigentes de al-Qaeda a esconderse en Pakistán tras el 11-S).
Ahora que EE.UU. y la OTAN se marchan, ahora que dejan de estar monitoreados y pueden salir de las sombras para moverse como si el país fuese suyo (porque de facto lo es), ¿aceptarán estos grupos terroristas que los talibán limiten su capacidad operativa? ¿aceptarán que sus ayer protectores hoy antepongan la legitimidad internacional a la yihad? Porque la lucha del Emirato por eliminar a sus rivales y consolidarse como un movimiento nacional puede provocar una 'fitna' dentro del propio grupo y aliados.
¿Qué se sabe del Estado Islámico de Afganistán y por qué se le considera una importante amenaza terrorista?
De hecho, la lucha contra IS-K por parte de un grupo que a menudo ha sido cercano a las mismas prácticas, puede ser lo que refuerce a un IS-K que nunca ha sido especialmente fuerte porque la batalla contra los talibán en cuanto a legitimidad la tenían perdida. Tenían, en pasado. Porque las lealtades tribales, familiares y étnicas hacen que un afgano en contra de los talibán pueda convertir a toda su comunidad en contra de los talibán.
Sin saber realmente el rumbo que tomará Afganistán, sin conocer realmente las políticas que adoptará el Emirato Islámico, todo son conjeturas. Y aunque el futuro es incierto de predecir, en este momento la triste realidad es que Afganistán sigue siendo un país sumido en la violencia y secuestrado por el integrismo.
@AlRodriguezGar
De hecho, la lucha contra IS-K por parte de un grupo que a menudo ha sido cercano a las mismas prácticas, puede ser lo que refuerce a un IS-K que nunca ha sido especialmente fuerte porque la batalla contra los talibán en cuanto a legitimidad la tenían perdida. Tenían, en pasado. Porque las lealtades tribales, familiares y étnicas hacen que un afgano en contra de los talibán pueda convertir a toda su comunidad en contra de los talibán.
Sin saber realmente el rumbo que tomará Afganistán, sin conocer realmente las políticas que adoptará el Emirato Islámico, todo son conjeturas. Y aunque el futuro es incierto de predecir, en este momento la triste realidad es que Afganistán sigue siendo un país sumido en la violencia y secuestrado por el integrismo.
@AlRodriguezGar