Por Alex Ron
En 12/02/2023
En 12/02/2023
Jean Paul Sartre fue un filósofo francés que reivindicaba la bastardía del ser humano. Según Sartre, nuestra existencia está marcada por un permanente estado de eyección en un mundo ajeno, donde lo único que poseemos es la existencia en el ahora. No hay destino, ni dioses, todo lo vamos encontrando y transformando de acuerdo con nuestras capacidades. Somos posibilidad y estamos condenados a ser libres.
Siguiendo la reflexión filosófica de Sartre podríamos pensar lo político como un constructo marcado por el devenir donde no existe una fórmula exacta para cada momento histórico. No hay guion, ni mapa, cada organización tiene que adaptarse a las condiciones políticas y económicas de las diversas coyunturas. No existe la pureza ideológica sino una suerte de bastardía filosófica, una forma de hacer política desde lo impuro, plebeyo, barroco. Sólo así podríamos entender a la mayoría de los movimientos de izquierda en Latinoamérica que han surgido en lo que va del siglo XXI.
Esta izquierda plebeya, bastarda, cuestionada por la izquierda ortodoxa, funciona sobre la base de un cierto conservadurismo y apego a lo religioso donde la figura de un líder mesiánico es imprescindible para articular a sus bases. Mientras más capacidad performativa y manejo de símbolos del líder, más posibilidades de sobrevivencia y triunfo de esta izquierda atípica. Fidel, Lula, Mujica, Cristina, Evo, Correa, Petro, Boric…todos, de una u otra forma, tuvieron y tienen un ideal transformador cuya piedra angular es la equidad social.
Un buen ejemplo de un proyecto variopinto y a ratos contradictorio ha sido el correísmo, movimiento progresista ecuatoriano surgido en 2006. Rafael Correa, aplicando un modelo económico keynesiano, algo barroco, durante una década se mantuvo en el poder con altos niveles de popularidad (terminó su último período con un 45% de aprobación). Al inicio de su segundo mandato, llegó al punto más alto de apoyo ciudadano cuando alcanzó el 70% de respaldo, convirtiéndose en un fenómeno político admirado no sólo en Ecuador sino también en el extranjero.
La cruzada mediática-jurídica impulsada por la oligarquía ecuatoriana, no se hizo esperar. Correa y sus colaboradores fueron acusados de múltiples casos de corrupción, algunos con sustento, otros basados en el lawfare. Además, Correa, perdió a momentos su brújula política, cedió ante un narcisismo publicitario, que lo colocó en un nivel de redentor. Fue pusilánime con evidentes negociados de algunos colaboradores suyos y no permitió el surgimiento de nuevos líderes. Esta falta de dialéctica facilitó el crecimiento de políticos oportunistas como Lenin Moreno, quien fue escogido por el mismo Correa como candidato de la Revolución Ciudadana en 2017. El resultado fue catastrófico para el país, porque Moreno ganó las elecciones y cambió el modelo político y económico del correísmo. Pasamos de un gobierno articulado por la inversión social a un régimen neoliberal que persiguió judicialmente, al mismo Correa y a su círculo íntimo.
Según Byung-Chul Han, uno de los filósofos contemporáneos más importantes, somos productores de información. Además, nos sentimos realizados y libres al exhibir con absoluta naturalidad nuestros gustos artísticos y preferencias políticas. Esta información es captada, todo el tiempo, por un sistema de control algorítmico que va creando un perfil psico-político con el que se nos manipula a través de fake news y opciones mercantiles. Un tipo sutil de fascismo que nos despolitiza progresivamente.
Durante la Ilustración, el libro era la herramienta fundamental para construir un discurso coherente sobre la realidad, constituyéndose en la piedra angular de la democracia. Actualmente, la “comunicación” funciona sobre la base de nuestra permanente interacción con el Smartphone. El teléfono inteligente es un dispositivo tecnológico que genera información basada en una lógica viral donde las noticias falsas y los memes terminan atrayendo mucho más que cualquier ensayo político. Las discusiones políticas ya no se dan en ágoras, cafés o parques sino en plataformas como Tiktok, el éxtasis de la fragmentación va demoliendo a la otredad.
La alegoría del mito de la caverna de Platón resurge con más fuerza: estamos viviendo en cavernas digitales donde la realidad es un espejismo algorítmico.
¿La burbuja infocrática puede estallar?, ¿es posible escapar de nuestras cavernas digitales?
A veces sí.
Ecuador, febrero de 2023. En uno de los momentos políticos más dramáticos e inciertos, el país vio con sorpresa el regreso triunfal de Rafael Correa en las elecciones seccionales y en el plebiscito. Correa canalizó con astucia toda la indignación generada por la pésima gestión del gobierno de Guillermo Lasso. ¿Cómo realizó esta hazaña si se encontraba fuera del país, escapando del lawfare?, aunque parece inverosímil, con un Smartphone y manejando redes sociales. La ventaja cualitativa de Correa sobre Lasso fue el caudal de obras plasmadas durante la llamada “década ganada” y la construcción de un imaginario salvífico que pervive en la memoria del pueblo. Todo ello, junto al carisma del caudillo de izquierda, que posee un radar político poderoso, y que desnudó la aporía de la gestión de Guillermo Lasso.
El correísmo, prácticamente desde la clandestinidad, alcanzó una victoria política épica. Ganó 56 alcaldías, entre ellas las de Quito y Guayaquil, y 9 prefecturas. Este sorpresivo triunfo cambió el mapa político de un país polarizado, donde oponerse a Lasso suponía, para el establishment, apoyar al narcotráfico.
Resurgió el Ave Fénix, la izquierda plebeya regresó a Ecuador.
Siguiendo la reflexión filosófica de Sartre podríamos pensar lo político como un constructo marcado por el devenir donde no existe una fórmula exacta para cada momento histórico. No hay guion, ni mapa, cada organización tiene que adaptarse a las condiciones políticas y económicas de las diversas coyunturas. No existe la pureza ideológica sino una suerte de bastardía filosófica, una forma de hacer política desde lo impuro, plebeyo, barroco. Sólo así podríamos entender a la mayoría de los movimientos de izquierda en Latinoamérica que han surgido en lo que va del siglo XXI.
Esta izquierda plebeya, bastarda, cuestionada por la izquierda ortodoxa, funciona sobre la base de un cierto conservadurismo y apego a lo religioso donde la figura de un líder mesiánico es imprescindible para articular a sus bases. Mientras más capacidad performativa y manejo de símbolos del líder, más posibilidades de sobrevivencia y triunfo de esta izquierda atípica. Fidel, Lula, Mujica, Cristina, Evo, Correa, Petro, Boric…todos, de una u otra forma, tuvieron y tienen un ideal transformador cuya piedra angular es la equidad social.
Un buen ejemplo de un proyecto variopinto y a ratos contradictorio ha sido el correísmo, movimiento progresista ecuatoriano surgido en 2006. Rafael Correa, aplicando un modelo económico keynesiano, algo barroco, durante una década se mantuvo en el poder con altos niveles de popularidad (terminó su último período con un 45% de aprobación). Al inicio de su segundo mandato, llegó al punto más alto de apoyo ciudadano cuando alcanzó el 70% de respaldo, convirtiéndose en un fenómeno político admirado no sólo en Ecuador sino también en el extranjero.
La cruzada mediática-jurídica impulsada por la oligarquía ecuatoriana, no se hizo esperar. Correa y sus colaboradores fueron acusados de múltiples casos de corrupción, algunos con sustento, otros basados en el lawfare. Además, Correa, perdió a momentos su brújula política, cedió ante un narcisismo publicitario, que lo colocó en un nivel de redentor. Fue pusilánime con evidentes negociados de algunos colaboradores suyos y no permitió el surgimiento de nuevos líderes. Esta falta de dialéctica facilitó el crecimiento de políticos oportunistas como Lenin Moreno, quien fue escogido por el mismo Correa como candidato de la Revolución Ciudadana en 2017. El resultado fue catastrófico para el país, porque Moreno ganó las elecciones y cambió el modelo político y económico del correísmo. Pasamos de un gobierno articulado por la inversión social a un régimen neoliberal que persiguió judicialmente, al mismo Correa y a su círculo íntimo.
Según Byung-Chul Han, uno de los filósofos contemporáneos más importantes, somos productores de información. Además, nos sentimos realizados y libres al exhibir con absoluta naturalidad nuestros gustos artísticos y preferencias políticas. Esta información es captada, todo el tiempo, por un sistema de control algorítmico que va creando un perfil psico-político con el que se nos manipula a través de fake news y opciones mercantiles. Un tipo sutil de fascismo que nos despolitiza progresivamente.
Durante la Ilustración, el libro era la herramienta fundamental para construir un discurso coherente sobre la realidad, constituyéndose en la piedra angular de la democracia. Actualmente, la “comunicación” funciona sobre la base de nuestra permanente interacción con el Smartphone. El teléfono inteligente es un dispositivo tecnológico que genera información basada en una lógica viral donde las noticias falsas y los memes terminan atrayendo mucho más que cualquier ensayo político. Las discusiones políticas ya no se dan en ágoras, cafés o parques sino en plataformas como Tiktok, el éxtasis de la fragmentación va demoliendo a la otredad.
La alegoría del mito de la caverna de Platón resurge con más fuerza: estamos viviendo en cavernas digitales donde la realidad es un espejismo algorítmico.
¿La burbuja infocrática puede estallar?, ¿es posible escapar de nuestras cavernas digitales?
A veces sí.
Ecuador, febrero de 2023. En uno de los momentos políticos más dramáticos e inciertos, el país vio con sorpresa el regreso triunfal de Rafael Correa en las elecciones seccionales y en el plebiscito. Correa canalizó con astucia toda la indignación generada por la pésima gestión del gobierno de Guillermo Lasso. ¿Cómo realizó esta hazaña si se encontraba fuera del país, escapando del lawfare?, aunque parece inverosímil, con un Smartphone y manejando redes sociales. La ventaja cualitativa de Correa sobre Lasso fue el caudal de obras plasmadas durante la llamada “década ganada” y la construcción de un imaginario salvífico que pervive en la memoria del pueblo. Todo ello, junto al carisma del caudillo de izquierda, que posee un radar político poderoso, y que desnudó la aporía de la gestión de Guillermo Lasso.
El correísmo, prácticamente desde la clandestinidad, alcanzó una victoria política épica. Ganó 56 alcaldías, entre ellas las de Quito y Guayaquil, y 9 prefecturas. Este sorpresivo triunfo cambió el mapa político de un país polarizado, donde oponerse a Lasso suponía, para el establishment, apoyar al narcotráfico.
Resurgió el Ave Fénix, la izquierda plebeya regresó a Ecuador.