23 feb 2023

HACIA DONDE VAMOS

El capital y los muertos vivos
La corrupción de los cuerpos y la del dinero



Por Alejandro del Carril
23 de febrero de 2023 


Imagen de la película "Sin novedad en el frente".


Guerras imperiales

Sin novedad en el frente es la tremenda película ambientada en la Primera Guerra Mundial. Lazzarato, para ser más justo, a esas guerras del siglo XX las llama imperiales porque son entre imperios. Y plantea la inquietud acerca de si ya habrá empezado la tercera en Ucrania, entre EE.UU., Rusia y China.


La cuestión es que, como muestra muy bien el film, la primera guerra fue estática. Un frente fijo de trincheras, en el medio tierra de nadie. Los hombres se matan, durante años, sin avanzar ni retroceder. Una fábrica de cadáveres. Los nazis, en la segunda, mostrarían el mecanismo de la mano de la ciencia. Es la lógica del capital que avanza de la mano de la guerra. El negocio de las armas, la logística y la reconstrucción de lo destruido es parte del asunto además de los territorios conquistados. Pero cuando Lacan advertía que el campo de concentración era un adelanto de lo que iba a venir ¿no se estaba refiriendo a esa producción de desechos, del humano como desecho? ¿No es acaso esa la especificidad de la maquinaria capitalista, la producción de desechos, de basura, incluso del humano como basura? ¿Las matanzas industriales, genocidios, guerras, no lo muestran acaso?

Pero el capitalismo luego de derrotar a los trabajadores ha convencido, a una buena parte, de que la lucha de clases no existe más. La tentación somnífera consiste en creer que renunciando a la lucha de clases se va a evitar la masacre. Los capitalistas van a continuar con sus matanzas porque saben que si se detienen implosionan o son arrasados por la competencia.

El olor del napalm

Hay una escena memorable en Apocalypse now protagonizada por Robert Duvall, que encarna al teniente coronel Kilgore. Muestra claramente la escisión del yo. El militar opera con eficacia en la guerra de Vietnam a la vez que se comporta como el jefe de los boy scouts de un campamento de verano. Entre risotadas, cervezas, bombas y la proliferación de cadáveres.

En un momento se detiene frente a un enemigo moribundo a darle de beber agua de su cantimplora para abandonarlo dos segundos después, dejando caer el agua al suelo, porque se ha enterado de que uno de los recién llegados es un eximio surfista.

Luego de hacer bombardear la zona por la aviación, se detiene en cuclillas y dice: "Amo el olor del napalm por las mañanas". Entonces recuerda la ocasión en que regaron de napalm una colina y cuando subieron no había rastro de vida ni de muerte. Sobre el final de la escena agrega que el napalm huele a victoria. "Victory", en inglés es más tajante. Luego remata diciendo, con gesto de lamento: "Algún día esta guerra terminará".

De la tierra de nadie infectada de cadáveres en la primera guerra imperial, pasando por los hornos crematorios de la segunda, el napalm en Vietnam y la desaparición de personas luego, parecería haber en ese progreso tecno-científico de la guerra una lógica hermanada a la del capital financiero: la desaparición de los cuerpos en estado de putrefacción. Pero ya no velados por los ritos funerarios sino que disueltos instantáneamente en la nada.

A su vez, la lógica financiera del capital hace disminuir cada vez más el lazo del dinero con los cuerpos. Las operaciones financieras intentan producir dinero con dinero, sin pasar por la producción de mercancías y, por lo tanto, por los cuerpos de los trabajadores. En el mismo sentido va la proliferación del dinero virtual. Esa lógica prolifera hasta que llega el momento de hacer los pagos. Allí es cuando se constata el delirio financiero que hace creer que hay un dinero que, en realidad, no existe. En ese momento se saquean las arcas del estado, el dinero de los trabajadores, destruyendo el entramado social y expulsando a quienes lo habitan para salvar a las monstruosas multinacionales.

La corrupción de la carne

Hay un significante que pulula hasta el hartazgo: corrupción. El cristianismo forjó una creencia: la resurrección de la carne y la vida eterna. Dicha creencia reniega de la corrupción de los cuerpos, fundamentalmente de la putrefacción del cadáver.

El tiempo del duelo es el tiempo de la última corrupción de la carne. Lo que tarda la carne en ser devorada por los gusanos. Hablamos de tiempos lógicos, claro está. Cuando los huesos quedan limpios ya no horrorizan a nadie. Cuando alguien ha atravesado el horror de haber perdido a alguien para quien representaba su falta, cuando ha perdido esa parte de sí que se entremezclaba con la del otro el duelo se ha consumado. El muerto descansa en paz y el vivo continúa batallando.

Kurnitzky plantea la hipótesis de que las primeras monedas fueron elementos que simbolizaban a los muertos. Se acuñaban cuando alguien era enterrado. Es decir que, antes de convertirse en materia con valor de cambio tenían un valor de uso simbólico. Simbolizaban la falta. El símbolo como producto de la falta que deja la finalización de la putrefacción del cadáver. Podríamos decir entonces que no hay símbolo que no venga de la corrupción de los cuerpos.

La corrupción del dinero

La moral mediáticamente escandalizada de la época que nos toca vivir acusa de corrupción a los cuatro vientos. Dicha acusación recae sobre aquellos a los que se les supone haber cometido ilegalidades a cambio de dádivas.

Quienes acostumbran enarbolar estás acusaciones forman un entramado mediático, político y judicial con un modus operandi al que calificar de mafioso resultaría un tanto mezquino.

La escisión del yo que se opera en estas subjetividades es tal que se puede advertir que permanentemente acusan a los demás de todo lo que ellos realizan: coimas, asesinatos, narcotráfico, etc. A tal punto ha llegado la cuestión que la democracia parece haberse convertido en una farsa.

Estos “adalides de la anticorrupción” parecen ignorar que el capitalismo opera sobre la base del robo, llamado plusvalía. Pero ese robo se ha naturalizado y se lo llama propiedad privada de los medios de producción.

Cuanto más se aleja el dinero de los cuerpos mortales más insiste el significante que los representa, corrupción, pero con un tinte descalificador. En la lógica capitalista, que un trabajador quiera ganar dinero es pecado capital.

Alejandro del Carril es psicoanalista. Autor del libro “Psicoanálisis en la locura de la razón capitalista”. Ed. Planeta.