7 feb 2023

PERDIDO Y DESDIBUJADO

¿Y dónde está el pueblo?

Por Nieves y Miró Fuenzalida

07/02/2023


En realidad en ninguna parte. Y no porque haya desaparecido o porque haya traicionado sus propios intereses. Es porque el pueblo no existe. Por eso cuando hoy día hablamos de “el pueblo unido jamás será vencido” nos suena como una retorica ilegible. Si ese pueblo hoy día no está es porque no estamos tratando con una identidad dada, con la si mismidad de un ser esencial. En la práctica el pueblo es sólo el resultado de un proceso de devenir político, de una serie de actos en los que una transformación inmanente y sustancial se apodera de un cuerpo colectivo. Como decía Ernesto Laclau, “ la operación política por excelencia siempre va a ser la construcción de un pueblo”. Esta es la extraña mágica en que las partes devienen en pueblo.

Inicialmente, entonces, no hay pueblo como tal y sin embargo, a pesar de ello, sus imágenes circulan permanentemente en la imaginación colectiva y algunas de ellas logran ejercer una poderosa fuerza en la política al adquirir una realidad tangible solo porque nosotros la imaginamos como tal.

Lo que debemos reconocer es que, como advierte el filosofo francés Alain Badiou, el pueblo por si mismo no es en lo más mínimo un sustantivo progresista, pero tampoco un termino fascista. “El pueblo” es un término neutral, al igual que muchos otros en el vocabulario político. Por eso es que el adjetivo popular, como en “movimiento popular”, “frente popular” o “democracia popular”, por ejemplo, apunta a politizar el sustantivo, a conferirle un aura que combine la ruptura de la opresión y la luz de una nueva vida colectiva. Por otro lado, debemos desconfiar de la palabra “pueblo” cuando va acompañada de un adjetivo reaccionario de identidad nacional o étnica como el “pueblo francés” o como en el Volk del nazismo.

Ahora, más que nunca, debiéramos recordar a Marx cuando dijo que los trabajadores no tienen patria porque siempre han sido nómades, ya sea cuando tuvieron que desarraigarse de la tierra y la pobreza rural para enrolarse en los talleres del capitalismo o ahora cuando son mas nómades que nunca mudándose no solo del campo a la ciudad, sino de África y Asia a Europa, de América Central a Estados Unidos, de Camerún a Shanghái o de Filipinas a Brasil… ¿A que nación pertenecen? Y ¿podrían éstos transformarse, como dice Badiou, en el cuerpo vivo del internacionalismo, el único territorio donde podría existir algo así como un proletariado? Tal vez sí y tal vez no… Sus valores más conservadores fácilmente pueden ser hegemonizados por fuerzas más reaccionarias, como el evangelismo.

En las democracias parlamentarias el pueblo se ha convertido de hecho en una categoría del derecho de Estado. A través del ejercicio político del voto, el “pueblo”, compuesto de una colección de átomos humanos, confiere la ficción de legitimidad a los elegidos. Esta es la llamada “soberanía del pueblo”. Pero hoy está bastante claro que tal soberanía, con su multiplicidad de opiniones inertes y fragmentadas, no constituye un verdadero sujeto político. Como referente jurídico del proceso representativo, nota Badiou, el voto del “pueblo” legitima la persistencia del Estado que no deriva su realidad del voto, sino de su adhesión a las necesidades del capitalismo y a las medidas antipopulares que exigen constantemente esas necesidades.

Es así como los gobiernos autodenominados democráticos convierten al pueblo, que dicen representar, en una sustancia capitalizada, en una masa pasiva, no importa qué forma el Estado adquiera. Ahora, a este pueblo oficial se le da el nombre de “clase media”, desde China a Estados Unidos, considerando “ media” como algo positivo. El pueblo, entonces, se constituye en el ensamble de la clase media que le da legitimidad al poder de la oligarquía capitalista.

Ésta, sin embargo, no es toda la historia. Dentro de esta masa pasiva, el “pueblo” puede designar algo singular, algo que podría romper la inercia constitucional del estado actual de cosas, como lo hemos visto desde la rebelión de Espartaco y sus compañeros esclavos hasta la ocupación de la Plaza Tahrir en Egipto en el apogeo de la Primavera Árabe cuando los ocupantes afirmaron “nosotros somos el pueblo”. En ese momento el Estado, que dice representar al pueblo, debe desaparecer porque es ilegitimo. Lo que encontramos siempre en todos los movimientos que se levantan en contra de un Estado despótico o uno que no representa los intereses del trabajador, es un destacamento minoritario que activa la palabra “pueblo”, que vuelve a designar al sujeto de un proceso político, a un sujeto que no representa al pueblo, sino que es el pueblo en tanto destruye su propia inercia.

¿Como se construye el pueblo?,¿como se crea un movimiento popular?

De partida, habría que decir que el término “populismo” no caracteriza a una fuerza política definida, a una ideología o a un estilo político coherente. Por el contrario, es la amalgama de diferentes fuerzas políticas contradictorias que pueden ir desde la extrema derecha hasta la izquierda radical. Según el teórico político argentino Ernesto Laclau, lo que le da unidad a un movimiento populista es una “demanda social” que tiene el doble significado de petición y exigencia y es la transición de una a otra la que caracteriza primariamente al populismo.

Laclau da un ejemplo del proceso de articulación de diferentes demandas que corresponde cercanamente a los países en desarrollo. Pensemos en una gran masa de migrantes agrarios que se concentran en “poblaciones callampas” en los límites de las ciudades con potencial industrial. Surgen problemas de vivienda y los grupos afectados piden algún tipo de solución a las autoridades locales. T

enemos aquí una demanda que inicialmente es una petición. Si la demanda es satisfecha, el problema se termina. Si no lo es, el grupo empieza a percibir que sus vecinos tienen, también, otras demandas no satisfechas (problemas de trabajo, de educación, de servicios de salud, entre otros). Si la situación se mantiene sin cambio por un largo tiempo hay una acumulación de demandas no satisfechas y una creciente inhabilidad del sistema institucional para absorberlas en una forma diferencial (aisladas unas de otras) y una relación equivalencial se empieza a establecer entre ellas.

El resultado es, si no intervienen otros factores externos, una ampliación de la brecha entre el sistema institucional y el pueblo, que empieza a percibirse como una frontera interna de la política local. La articulación de diferentes demandas insatisfechas empieza a constituir un grupo social más amplio que, a un nivel muy incipiente, lucha por constituir al “pueblo” como un actor potencial histórico.

Esto es, en estado embriónico, una configuración populista. Sus precondiciones son la formación de una frontera antagónica interna que separa al “pueblo” del poder y una articulación equivalencial de demandas que hacen posible la construcción de una identidad popular que es cualitativamente más que la simple suma de la cadena de demandas. Una vez que la movilización política ha logrado un nivel más alto, la unificación de estas varias demandas pasa de un vago sentimiento de solidaridad a la consolidación de las diferentes demandas. La cadena de equivalencias, sin embargo, no intenta ni puede eliminar la diferencia entre unas y otras y continua operando como base y tensión dentro de la unidad popular.

Equivalencia y diferencia son incompatibles unas con otras, pero unas y otras se requieren como condición necesaria para la costrucción de un frente popular. Toda identidad social se construye en el punto de encuentro de diferencia y equivalencia. Si consideramos el hecho de que toda demanda es diferente de toda otra, el proceso de totalización o unidad requerirá que un elemento diferencial, una de las demandas en particular, asuma la representación hegemónica de todas los otras y pase a encarnar la función totalizante.

Su particularidad significa ahora algo muy diferente de sí misma. “Solidaridad” por ejemplo, fue la imagen que condenso la totalidad de las demandas en Polonia. Y “Todo el poder al pueblo” ha sido una consigna frecuente en los movimientos populares que condensa derechos cívicos, mejoras económicas, acceso a la educación y a los servicios médicos, etc. Este es el sitio de la tensión dentro de la unidad. Una demanda más débil depende para su formulación de su inscripción popular. E, inversamente, mientras más autónoma sea, más débil será su dependencia de la articulación popular. El quiebre de esta dependencia lleva a la desintegración de la cadena, como lo hemos visto repetidamente, y al fin de su unidad y poder. La Primavera Árabe, especialmente en Egipto, es un buen ejemplo.

El punto alrededor del cual la constitución del pueblo es posible, dice Laclau, permanece siempre abierto. Podemos tener un populismo de estado nacional, seguido por un populismo regional, un etnopopulismo. Pero, en todos ellos, la misma lógica equivalencial opera, aunque la demanda que unifica la cadena equivalencial, la que constituye la singularidad histórica, será fundamentalmente diferente.

Sin el quiebre inicial con el orden social no hay posibilidad de antagonismo, frontera o “Pueblo”. La identidad del enemigo depende de este proceso de construcción política. La división presupone la presencia de algunos nombres que condensan en sí mismos el significado antagonístico de la lucha política. El “régimen”, la “oligarquía”, los “grupos dominantes”, el “imperialismo”, para el enemigo.

Y el “pueblo”, la “nación”, “los explotados”, la “mayoría silenciosa”, para el grupo oprimido. Si la frontera se desintegra el “Pueblo”, como actor histórico, desaparece. Y así ha ocurrido con la institucionalización centrista-neoliberal de la izquierda-derecha y el abandono de la política antagónica que borra la división entre izquierda y derecha, por lo que la necesidad de expresar la dicotomía social empieza a canalizarce a través del populismo de derecha: Le Pen en Francia, Fratelli d’Itala, Trump en EEUU, entre otros.

Lo que Laclau ha hecho es sacar el populismo de los márgenes de la política y volver a hacer del pueblo un sujeto político. Fácilmente se puede imaginar el rechazo critico de esta movida. El populismo pierde cualquier especificidad si el término designa, no solo una forma especifica de agitación política, sino la acción política como tal. La pregunta obvia, entonces, es ¿por qué llamarlo populismo y no, simplemente,”politica”? La respuesta de Laclau es que el referente “populismo” en los análisis sociales siempre ha sido vago y ambiguo. Mi intención, dijo, es mostrar que el populismo no tiene una unidad referencial que se pueda adscribir a un fenómeno delimitable, sino una lógica social que cruza una gran cantidad de fenómenos. Populismo es, simplemente, una forma de construir lo político.

* Profesores de Filosofia chilenos graduados en la Universidad de Chile. Residen en Ottawa, Canadá, desde el 1975. Nieves estuvo 12 meses preso en uno de los campos de concentración durante la dictadura de Augusto Pinochet. Han publicado seis libros de ensayos y poesia.