OTHER NEWS (Por Giuseppe Santaguida – Descifrando la Guerra)
21.12.2024
Foto: Giuseppe Santaguida / descifrandolaguerra.es
El Wallmapu es el territorio ancestral del pueblo mapuche. En el pasado, comprendía los territorios de la parte central del Cono Sur, a través de los actuales Estados de Chile y Argentina: desde el río Limarí hasta el archipiélago de Chiloé, desde la Provincia de Buenos Aires hasta la Patagonia.
Actualmente, en Chile, este territorio corresponde a la llamada Macrozona Sur, que incluye las regiones del Biobío, Araucanía, Los Ríos y Los Lagos. Esta macrorregión está tradicionalmente marcada por el "conflicto mapuche", una antigua disputa en la que las comunidades indígenas se enfrentan a diario con los intereses de muchas empresas privadas y del Estado chileno.
En sus mil años de historia, los mapuches han tenido que resistir varios intentos de invasión. Los primeros fueron los incas, que nunca consiguieron expandir su imperio al sur del río Biobío. Más tarde, los españoles intentaron invadir sus territorios en busca de metales preciosos. Una vez más, los mapuches opusieron una feroz resistencia, obligando a los invasores europeos a reconsiderar sus pretensiones.
Una vez conseguida la independencia de la corona española, los Estados de Chile y Argentina decidieron acabar de una vez por todas con las aspiraciones de libertad de este pueblo mediante campañas militares que se llamarían Pacificación de la Araucanía por parte chilena y Campaña del Desierto por parte argentina.
Estas campañas acabaron con la independencia del pueblo mapuche y redujeron el territorio indígena a unos cientos de hectáreas, dentro de las cuales fueron confinados los supervivientes. Desde entonces, el pueblo mapuche se ha visto obligado a luchar para que se reconozcan sus derechos culturales, territoriales y económicos.
En el lado chileno de la Cordillera, con el tiempo muchas tierras mapuches han sido vendidas a empresas dedicadas principalmente a la silvicultura. Estas compañías han talado los bosques nativos y han sustituido las plantas autóctonas por pinos y eucaliptos, árboles que no son originarios de Chile y que requieren mucha agua, provocando frecuentes sequías que impiden a los habitantes regar sus campos y saciar a sus animales.
Además, los mapuches son un pueblo cuya espiritualidad está fuertemente ligada al respeto a la Madre Tierra -mapuche significa literalmente "gente de la Tierra"-. Creen que en los bosques y en las riberas de los ríos habitan fuerzas ancestrales que son expulsadas por la continua explotación de los recursos naturales.
En la actualidad, los territorios del Wallmapu están profundamente marcados por este conflicto. Se producen continuos incidentes de violencia relacionados con disputas territoriales y tensiones entre comunidades indígenas y sectores industriales, a los que las fuerzas del orden responden con el uso de la fuerza. Esta situación ha generado graves problemas de seguridad que han llevado a la progresiva militarización de las regiones de Araucaria y Biobío y a la declaración del estado de excepción.
Mapuches, "guardianes de la Tierra"
Según la cosmovisión mapuche, las antiguas fuerzas creadoras del universo encargaron a la humanidad la custodia de Mapu, la Tierra. Los humanos podían alimentarse de sus frutos, tomando todo lo necesario para su subsistencia, respetando todas las demás formas de vida. Por lo tanto, el respeto a la Madre Tierra es un elemento constitutivo de la espiritualidad mapuche. Según esta visión, cualquier ser o elemento natural, animado o inanimado, está impregnado de una energía o fuerza primordial llamada newen.
Además, en el interior de los bosques, en las orillas de los ríos, en el interior de los grandes volcanes o en las cimas de las montañas habitan espíritus ancestrales llamados Ngen, que mantienen el equilibrio y el orden entre la naturaleza y los seres humanos. Por eso, cada vez que un mapuche entra en un bosque o cruza un río saluda al espíritu que lo habita, y cada vez que tala un árbol, recoge un fruto o mata un animal pide permiso y agradece a la Naturaleza lo que le ha ofrecido.
Esta visión del mundo es irreconciliable con el modelo extractivista que ha dominado la economía chilena desde la dictadura hasta la actualidad. Actualmente, de hecho, el llamado "conflicto mapuche" es en primer lugar un conflicto entre las comunidades indígenas y los sectores industriales -como las empresas forestales, eléctricas, mineras o de piscicultura- y sólo en segundo lugar con el Estado, visto por los mapuches como el protector de los intereses de las grandes empresas.
Las compañías forestales, por ejemplo, deforestan bosques nativos para instalar monocultivos de pinos y eucaliptos destinados a la producción de madera y celulosa. Este tipo de cultivo intensivo empobrece el suelo, reduce la disponibilidad de agua y no permite la creación de sotobosque, extinguiendo las plantas que los machi -autoridades espirituales mapuches- utilizan para crear remedios y medicina tradicional. Las minas destruyen la tierra en busca de recursos y minerales preciosos.
Las empresas eléctricas, mediante la construcción de presas, bloquean el curso de los ríos aguas abajo, impidiendo el paso del agua y de los peces, e inundan los territorios aguas arriba privando a las comunidades de tierras útiles para la agricultura o el pastoreo. Por último, las piscifactorías intensivas de salmón contaminan las aguas y dificultan la pesca tradicional.
No es raro, por lo tanto, que a las reivindicaciones territoriales se sumen motivaciones medioambientales y de protección de la tierra. La llamada "lucha por la tierra" adquiere así un doble significado en el activismo mapuche, apuntando, por un lado, a un proceso de descolonización basado en la restitución de las tierras usurpadas tras la "pacificación" y, por otro, al abandono de la industria extractiva mediante la promoción de un modelo de desarrollo económico más sustentable que ponga en el centro las necesidades de las comunidades locales y el respeto al territorio.
La lucha por la recuperación territorial y cultural
Durante años, los mapuches han sufrido exclusión social, económica y cultural. Sus comunidades han sido marginadas y empobrecidas. Muchos abandonaron su vida en contacto con la naturaleza para trabajar en la ciudad. El peso de la discriminación les ha llevado a dejar de usar sus vestimentas tradicionales, a dejar de hablar mapudungun, a cambiar sus apellidos y a abandonar su espiritualidad para abrazar el cristianismo.
En un intento por recuperar la posesión de las tierras usurpadas, muchas comunidades mapuches han decidido ocupar hectáreas de terreno que pertenecen principalmente a latifundistas y empresas forestales. Algunos optan por la vía institucional, con la ayuda de instituciones como la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (CONADI), otros emprenden una lucha firme pero no violenta, otros aún eligen el camino del sabotaje y la autodefensa armada.
La reivindicación es territorial, pero también cultural. Generalmente, durante las ocupaciones de tierras, la comunidad comienza a levantar una ruka -casa típica mapuche- y un nguillatuwe -complejo ceremonial-, a cultivar la tierra de forma más sustentable, pero, sobre todo, inician proyectos de reforestación con plantas autóctonas. Además, cada vez más mapuches deciden estudiar mapudungun e iniciar un proceso de redescubrimiento cultural y espiritual.
Frente a estas demandas del pueblo mapuche, el Estado chileno suele responder con violencia, a través de desalojos de comunidades en ocupación territorial y cargas durante las protestas, así como frecuentes detenciones de autoridades y activistas mapuches. Desde 2022, las regiones de Araucanía y Biobío están sometidas a un estado de "excepción de emergencia", que implica una militarización constante de la zona mediante el uso del ejército en apoyo de la policía.
Para los mapuches, el uso de la violencia es parte integrante de la cultura de la policía y otros aparatos del Estado. Este legado también puede apreciarse en varias leyes aprobadas recientemente que tienden a exacerbar el componente punitivo de las penas y a legitimar cada vez más el uso de la fuerza.
En particular, la Ley 21560, conocida como Ley Nain Retamal, que permite la legítima defensa privilegiada de los agentes de policía, ampliando la posibilidad de recurrir al uso de armas en caso de percepción de riesgo; la Ley 21488 relativa al "robo y hurto de madera", que aumentó las penas por robo de madera, tanto en multas como en prisión; y la llamada Ley Antitomas, que aumentó la discrecionalidad de los Carabineros -policía chilena- para llevar a cabo desalojos forzosos de tierras y edificios ocupados.
Identidad mapuche en la cárcel
Quien recorre las calles del sur de Chile puede darse cuenta fácilmente de que las zonas afectadas por el conflicto están punteadas de banderas azules, símbolo de que allí se está produciendo una recuperación territorial, al igual que las historias de quienes viven allí están llenas de episodios de violencia y abusos. La escalada del conflicto trae consigo muertos, heridos y numerosas detenciones. Si, por un lado, la lucha por la tierra afecta principalmente a las zonas agrícolas y productivas del Wallmapu, por otro, desde el punto de vista institucional, el terreno del enfrentamiento se traslada a las cárceles y los tribunales.
La presencia cada vez mayor de presos de origen mapuche en las cárceles chilenas ha dado lugar a otro tipo de lucha, que se suele desarrollar a través de largas huelgas de hambre, la mayoría de las veces ignoradas por las autoridades y políticos chilenos. La huelga de hambre es un tipo de acción extrema, pero no violenta, que los presos mapuches realizan desde hace varios años y que ya les ha permitido obtener derechos que muy a menudo los medios de comunicación convencionales y Gendarmería -policía penitenciaria- consideran privilegios.
En la mayoría de los casos, los presos buscan mejores condiciones carcelarias y el derecho a poder seguir viviendo respetando las tradiciones y la cultura mapuche dentro de la cárcel: en la alimentación, la espiritualidad y el contacto con la tierra. A tal fin, reclaman la creación de una sección específica para presos mapuches en las cárceles, donde se puedan respetar las exigencias del Convenio 169 de la OIT sobre Pueblos Indígenas, ratificado por Chile en 2008, o, alternativamente, el traslado a las pocas instituciones penales donde existe un módulo dedicado a presos mapuches.
Muchos presos mapuches afirman que existe una forma de cumplir la condena mucho más cercana al modo de vida mapuche: el traslado a un Centro de Educación y Trabajo (CET), complejos donde los presos pueden cumplir su condena trabajando y donde se les da la oportunidad de trabajar la tierra. La relación con Mapu, la Tierra, es visceral en la cultura y espiritualidad mapuche.
Las ceremonias deben realizarse al aire libre a primera hora de la mañana y los pies deben estar en contacto directo con la tierra desnuda. Esto es incompatible con los horarios de trabajo del personal penitenciario y el espacio disponible. De hecho, los rituales suelen celebrarse en el interior de un gimnasio o en un espacio sin tierra. Por este motivo, piden que se identifique, dentro de la prisión, un espacio al aire libre con pertinencia cultural, es decir, más adecuado a las necesidades, creencias y costumbres del pueblo mapuche.
Una vez privado de las relaciones con su comunidad, dificultadas cada vez más por los procedimientos penitenciarios, alienado de su propia cultura, de su propia forma de vida y, por último, privado del contacto con la madre tierra, un mapuche corre el riesgo de perder su feyentún. El feyentún es un sistema de valores, creencias espirituales y acciones que vinculan el desarrollo de la vida cotidiana con la cosmovisión mapuche. Sin la posibilidad de desarrollar y cultivar el feyentún, el mapuche deja de vivir como mapuche, su vida se priva de sentido y el encierro del cuerpo se transforma en encierro del espíritu.
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