Coronavirus en Brasil, preludio de una tragedia anunciada
Victima de coronavirus en Brasil, preludio de una tragedia anunciada
Cuando el 24 de febrero pasado se detectó el primer ciudadano brasileño, y de la región, infectado de Covid-19, la sociedad reaccionó con apatía y cierto escepticismo porque hasta entonces el mensaje que bajaba desde el gobierno de Jair Bolsonaro y sus adláteres era la negación casi fundamentalista sobre la gravedad de una pandemia que ya azotaba ferozmente a China e Italia.
Esta persona de 61 años había estado en Lombardía, una de las regiones italianas más castigadas por el virus, y al regresar a su casa en San Pablo realizó una fiesta con amigos y familiares. Dos días después presentó los primeros síntomas y fue admitido en el Hospital Albert Einstein de la capital paulista. Si bien los análisis dieron positivos a Covid-19, al paciente se lo envió al hogar para continuar el tratamiento en cuarentena sin otro recaudo que el aislamiento social, mientras intentaban hallar al resto de los participantes de su bienvenida.
El 16 de marzo abre las estadísticas fatales al convertirse en el primer fallecimiento a causa del Covid19, aunque el por ahora Ministro de Salud Federal, Luiz Henrique Mandetta, se negó a revelar el nombre y si se trataba de la misma persona que veinte días antes había manifestado la enfermedad. Para ese entonces se registraban casi 300 casos y las sospechas de que los contagios se dispararían de manera alarmante ya estaban en los despachos de casi todos los gobernadores estaduales.
Bolsonaro pidió al Congreso la declaración del “Estado de Calamidad” para autorizar gastos por encima de la Ley de Responsabilidad fiscal, pero en realidad aplicó un ajuste brutal sobre el programa Bolsa Familia, una asignación mensual creada por la presidencia de Dilma Rousseff que cobran las familias brasileñas de menores recursos, y dejó a 160 mil beneficiarios sin cobertura ante el inicio de la emergencia sanitaria. Los afectados son todos habitantes del Nordeste brasileño, cuyos gobernantes pertenecen a fuerzas de izquierda y otros partidos opositores.
Mientras los poderes ejecutivos provinciales comenzaban a tomar medidas autárquicas y descoordinadas de la administración central, Bolsonaro convocaba a una movilización contra el Parlamento y el Supremo Tribunal Federal. Él mismo salió a saludar, abrazarse y tocar a los manifestantes que se acercaron al Palacio del Planalto. Un gesto provocativo frente a la decisión de aislamiento que tomaban 25 de los 27 Estados en que se divide Brasil.
Menos de una semana después los infectados ascendían a 621 y las cifras de muertes a 7, de las cuales 5 eran de la provincia más rica e industrializada del país: San Pablo. El gobernador Joao Doria decidió decretar temprano la cuarentena, el cierre de comercios y paralizar toda actividad no esencial y enfrentar la errática política sanitaria bolsonarista. Vale recordar que la gestión de Doria fue responsable de la epidemia de fiebre amarilla en 2017 por la falta de vacunas en los centros de salud bajo su administración.
Río de Janeiro también es otro de los grandes Estados afectados por el coronavirus y su mandatario, Wilson José Witzel (del ultraderechista Partido Social Cristiano), también se enfrenta a Brasilia y toma acciones draconianas para resistir el avance de la pandemia. Witzel se hizo conocido internacionalmente cuando celebraba eufórico el abatimiento por la policía de un joven que secuestró un ómnibus en la capital carioca y por autorizar que helicópteros artillados dispararan sobre las favelas.
Si bien la contingencia de esta epidemia se ha transformado en un conflicto político, donde las diatribas de Bolsonaro contra la oposición, medios de comunicación y comunidad científica se han vuelto un vodevil trágico, la población del gigante sudamericano se divide entre el temor y la incertidumbre de qué hacer ante tantos discursos e indicaciones contradictorios. Miedo ante lo invisible, veloz en su irradiación y letal sobre una sociedad con enormes diferencias sociales.
Por Diego M. Vidal,
NODAL, 31 marzo 2020
Victima de coronavirus en Brasil, preludio de una tragedia anunciada
Cuando el 24 de febrero pasado se detectó el primer ciudadano brasileño, y de la región, infectado de Covid-19, la sociedad reaccionó con apatía y cierto escepticismo porque hasta entonces el mensaje que bajaba desde el gobierno de Jair Bolsonaro y sus adláteres era la negación casi fundamentalista sobre la gravedad de una pandemia que ya azotaba ferozmente a China e Italia.
Esta persona de 61 años había estado en Lombardía, una de las regiones italianas más castigadas por el virus, y al regresar a su casa en San Pablo realizó una fiesta con amigos y familiares. Dos días después presentó los primeros síntomas y fue admitido en el Hospital Albert Einstein de la capital paulista. Si bien los análisis dieron positivos a Covid-19, al paciente se lo envió al hogar para continuar el tratamiento en cuarentena sin otro recaudo que el aislamiento social, mientras intentaban hallar al resto de los participantes de su bienvenida.
El 16 de marzo abre las estadísticas fatales al convertirse en el primer fallecimiento a causa del Covid19, aunque el por ahora Ministro de Salud Federal, Luiz Henrique Mandetta, se negó a revelar el nombre y si se trataba de la misma persona que veinte días antes había manifestado la enfermedad. Para ese entonces se registraban casi 300 casos y las sospechas de que los contagios se dispararían de manera alarmante ya estaban en los despachos de casi todos los gobernadores estaduales.
Bolsonaro pidió al Congreso la declaración del “Estado de Calamidad” para autorizar gastos por encima de la Ley de Responsabilidad fiscal, pero en realidad aplicó un ajuste brutal sobre el programa Bolsa Familia, una asignación mensual creada por la presidencia de Dilma Rousseff que cobran las familias brasileñas de menores recursos, y dejó a 160 mil beneficiarios sin cobertura ante el inicio de la emergencia sanitaria. Los afectados son todos habitantes del Nordeste brasileño, cuyos gobernantes pertenecen a fuerzas de izquierda y otros partidos opositores.
Mientras los poderes ejecutivos provinciales comenzaban a tomar medidas autárquicas y descoordinadas de la administración central, Bolsonaro convocaba a una movilización contra el Parlamento y el Supremo Tribunal Federal. Él mismo salió a saludar, abrazarse y tocar a los manifestantes que se acercaron al Palacio del Planalto. Un gesto provocativo frente a la decisión de aislamiento que tomaban 25 de los 27 Estados en que se divide Brasil.
Menos de una semana después los infectados ascendían a 621 y las cifras de muertes a 7, de las cuales 5 eran de la provincia más rica e industrializada del país: San Pablo. El gobernador Joao Doria decidió decretar temprano la cuarentena, el cierre de comercios y paralizar toda actividad no esencial y enfrentar la errática política sanitaria bolsonarista. Vale recordar que la gestión de Doria fue responsable de la epidemia de fiebre amarilla en 2017 por la falta de vacunas en los centros de salud bajo su administración.
Río de Janeiro también es otro de los grandes Estados afectados por el coronavirus y su mandatario, Wilson José Witzel (del ultraderechista Partido Social Cristiano), también se enfrenta a Brasilia y toma acciones draconianas para resistir el avance de la pandemia. Witzel se hizo conocido internacionalmente cuando celebraba eufórico el abatimiento por la policía de un joven que secuestró un ómnibus en la capital carioca y por autorizar que helicópteros artillados dispararan sobre las favelas.
Si bien la contingencia de esta epidemia se ha transformado en un conflicto político, donde las diatribas de Bolsonaro contra la oposición, medios de comunicación y comunidad científica se han vuelto un vodevil trágico, la población del gigante sudamericano se divide entre el temor y la incertidumbre de qué hacer ante tantos discursos e indicaciones contradictorios. Miedo ante lo invisible, veloz en su irradiación y letal sobre una sociedad con enormes diferencias sociales.
Dilema frente a la necesidad de tener que prodigarse el pan diario, sin contención estatal y frente a un Sistema Único de Salud diezmado tras el golpe de Estado que entronizó al conservador Michel Temer y más desfinanciado por el neoliberalismo que encabeza Bolsonaro, pero aplica con convicción el ex Chicago Boy y funcionario del dictador chileno Augusto Pinochet, Paulo Guedes, desde su sillón del Ministerio de Economía.
Luego de la expulsión de los 8 mil médicos cubanos y la cancelación del programa Más Médicos, 60 millones de brasileños quedaron a merced de un frágil sistema de salud y casi sin medicina preventiva. La falta de un seguimiento y control médico de las poblaciones es otra de las razones por las que se tienen dudas de los números de defunciones y contagios. Frente al avance del coronavirus, el gobierno de Bolsonaro abrió de nuevo la convocatoria de profesionales, intentado captar a los galenos de Cuba que se quedaron en Brasil, pero la respuesta fue prácticamente nula.
En cuanto se escriben las últimas líneas de este artículo, Brasil aumenta la lista de fallecidos a 159 y 4.579 enfermos confirmados por Covid-19. La curva de crecimiento del coronavirus asciende vertiginosamente.
Luego de la expulsión de los 8 mil médicos cubanos y la cancelación del programa Más Médicos, 60 millones de brasileños quedaron a merced de un frágil sistema de salud y casi sin medicina preventiva. La falta de un seguimiento y control médico de las poblaciones es otra de las razones por las que se tienen dudas de los números de defunciones y contagios. Frente al avance del coronavirus, el gobierno de Bolsonaro abrió de nuevo la convocatoria de profesionales, intentado captar a los galenos de Cuba que se quedaron en Brasil, pero la respuesta fue prácticamente nula.
En cuanto se escriben las últimas líneas de este artículo, Brasil aumenta la lista de fallecidos a 159 y 4.579 enfermos confirmados por Covid-19. La curva de crecimiento del coronavirus asciende vertiginosamente.
Los datos que se acumulaban en una semana, ahora son cuestión de horas: en 24 hs fallecieron 323 personas entre ellas dos jóvenes de 22 y 33 años. Guarismos que alcanzan a todas a las regiones y contrariando a quienes insisten con la posición negacionista presidencial, colocan a Brasil al borde del desastre: la tasa de mortalidad es del 3,2%, solamente San Pablo ya tiene 6 veces más víctimas que China en los primeros 13 días.
El Ministerio de Salud sólo autoriza test ante sospechas reales de contagio y su titular asegura que abril puede ser peor y colapsar el servicio hospitalario.
Y esto parece ser sólo el preludio de una gran tragedia evitable, de las que los vecinos del Cono Sur pueden llegar a sentir las consecuencias.
El Ministerio de Salud sólo autoriza test ante sospechas reales de contagio y su titular asegura que abril puede ser peor y colapsar el servicio hospitalario.
Y esto parece ser sólo el preludio de una gran tragedia evitable, de las que los vecinos del Cono Sur pueden llegar a sentir las consecuencias.
Diego M. Vidal
* Analista internacional argentino residente en Brasil
* Analista internacional argentino residente en Brasil