31 mar 2020

JUGAR CON LA VIDA AJENA

Ciego, Bolsonaro se lanza a toda velocidad hacia el muro sanitario y político del Covid-19


31 Marzo 2020




“Resfriadito”. Así insiste en llamar al nuevo coronavirus Jair Bolsonaro. Ya paga costos políticos cuando la pandemia aún está lejos del pico.


El país es un hervidero de rumores, que van del juicio político a la inquietud militar. El peso de una ideología ultra y anticientífica. Un mal cálculo. La población se siente desamparada por su presidente. Se lo advierten la comunidad científica, todos los gobernadores, los alcaldes de la ciudades más importantes, miembros de su gabinete, sus aliados militares y, sobre todo, la realidad. El drama de la pandemia de Covid-19 amenaza con escribir en Brasil un capítulo especialmente doloroso, pero el presidente Jair Bolsonaro escala en una guerra contra todos que hipoteca pesadamente su futuro político.



El mandatario de ultraderecha afirma en que el mejor modo de tratar la emergencia es evitar las cuarentenas masivas e imponer lo que llama “aislamiento vertical”: que solo que queden en casa los ancianos y miembros de otros grupos de riesgo, mientras los estudiantes y los trabajadores salen a la calle con normalidad. En medio de una soledad política brutal, afirma que su objetivo es evitar que la economía caiga en una recesión grave y que se destruyan millones de puestos de trabajo. El punto es más que respetable, pero cabe recordar que las encuestas previas a la saga del coronavirus mostraban que la falta de resultados económicos, su principal fuente de legitimación, comenzaba a pasarle la factura.

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El hombre insiste en que el Covid-19 es una “gripecita” o un “resfriadito” y que los brasileños tienen la particularidad de no contagiarse de nada “aunque metan la cabeza en una alcantarilla”. Vaya porfía.

El analista político y profesor de la Universidad Católica de Brasilia, Creomar de Souza, le dijo a Ámbito Financiero que, “al negar los efectos de la pandemia, Bolsonaro genera muchísima confusión en la sociedad. Por un lado, el ministro de Salud Pública, Luiz Henrique Mandetta, está muy involucrado en las acciones de prevención pero, por el otro, el presidente niega continuamente la evidencia científica”.

Su estrategia y argumentos son idénticos a los de otros líderes de la nueva ultraderecha internacional, como el británico Boris Johnson y el estadounidense Donald Trump, invariablemente alérgicos al pensamiento científico. Solo que aquellos, sobre todo el campeón del brexit, ya retrocedieron en ojotas cuando el agua les subió hasta el cuello. El brasileño, en cambio, hace de la necedad su bandera.

Algunas voces, sobre todo en la izquierda, comienzan a hablar de un impeachment basado en una supuesta incapacidad mental del jefe de Estado. Sin embargo, lo suyo parece responder más bien a un cálculo político fallido, inspirado por su círculo más íntimo, la llamada a la ideológica de su Gobierno. Esta, que se referencia en el ensayista y astrólogo de ultraderecha Olavo de Carvalho, incluye a sus hijos Eduardo y Flávio, al canciller Ernesto Araújo y al asesor de política internacional Filipe Martins. Estos son quienes encapsulan al excapitán.

Una encuesta difundida la semana pasada por el instituto Ibope indicó que en San Pablo, estado que supo ser bastión del bolsonarismo en las elecciones de 2018, el apoyo al jefe de Estado se recortó al 25%, mientras que el rechazo se empinó al 48%. Si Bolsonaro necesita algo más para constatar que está en problemas, los atronadores cacerolazos que miles de brasileños ensayan cada noche desde sus balcones en las principales ciudades del país casi podrían considerarse focus groups.

“El 50% de los brasileños desaprueba la actitud del presidente en la crisis”, confirmó De Souza con datos nacionales en la mano.

¿Cuál sería, entonces, el cálculo político de Bolsonaro en medio de este drama?

Creomar de Souza explicó que, alentado por su ala ideológica familiar, el mandatario “apuesta al juego de la confrontación política, pero encuentra una enorme dificultad para construir una narrativa que le permita negar la realidad del creciente número de casos (de coronavirus) en Brasil. Entonces, aislado del Congreso y hasta del Poder Judicial, su última carta es crear un lazo más fuerte con sus simpatizantes en las calles”.

“El presidente persigue dos objetivos políticos: rearticular y dar nueva energía a su base social en un momento de incertidumbre y angustia, cuando una parte de sus electores comenzaba a demostrar una inclinación a abandonarlo, y direccionar hacia los gobernadores y alcaldes [quienes imponen medidas de cuarentena draconianas] la responsabilidad por una recesión que la calamidad volverá inevitable”, coincidió, por su parte, el analista político basado en Brasilia, Paulo Kramer.

“Pasado el efecto de esta guerra de narrativas, la cuestión que sellará el futuro político y electoral es quién emergerá de la calamidad cargando en sus espaldas el menor número de cadáveres, ya sea de muertos al contado por coronavirus o de muertos a plazo fijo por la paralización de la economía”, añadió, crudo, Kramer.

El escenario es ominoso y el problema es que la situación amenaza con descontrolarse en lo sanitario, el terreno en el que Bolsonaro más resbala.

“Muchos expertos en epidemiología perciben que la situación puede salirse de control en las próximas dos o tres semanas”, relató De Souza. Por lo pronto, solo entre el domingo y ayer, el número de decesos saltó de 136 a 159.

“En tanto no construyamos aquí un proceso de mayor consenso político, algo que pasa directamente por la función del presidente, vamos a seguir inmersos en una situación peligrosa”, dijo el analista de la Universidad de Brasilia. Por lo que se ve, en Brasil escasea lo que, afortunadamente, por ahora sobra en la Argentina.

El país vecino es un hervidero de versiones. Por un lado, sobre la posibilidad de que los partidos de la oposición pongan en marcha en las próximas semanas algún proceso de impeachment como el que empujó en 2016 Bolsonaro para echar a Dilma Rousseff. Por otro lado, surgen versiones de malestar militar, planteado al parecer por oficiales con mando de tropa a los referentes del sector en el Gobierno, comenzando por el vicepresidente Hamilton Mourão.

El runrún es elocuente en sí mismo, pero la situación no parece madura para ninguno de esos extremos.

“Aún no aparecen las condiciones para la construcción de un impeachment, pero sí se advierten claramente dos movimientos: el presidente está aislado y, aunque las Fuerzas Armadas están comprometidas con la Constitución y las instituciones, su rol será cada vez más importante para el futuro político de Brasil”, explicó Creomar de Souza.

Retomemos, entonces. ¿Qué pasaría si se concretara la advertencia que el ministro Mandetta, bien evaluado por la población por tratar de quitar cada uno de los palos que Bolsonaro pone en la rueda de la prevención, le hizo en la cara y casi a los gritos el fin de semana?: “¿Estamos preparados para el peor escenario, con camiones del Ejército llevando cadáveres por las calles y con todo eso transmitido en vivo por internet?”.

Si los peores pronósticos sobre el capítulo brasileño de la pandemia se concretan, “en determinado momento, Bolsonaro podría quedar en una situación en la que sea señalado como el primer responsable de que se produzca un número altísimo de muertes”, estimó De Souza.

El muro está enfrente y el hombre no levanta el pie del acelerador.