18 mar 2020

LO PEOR VIENE DESPUES

ESPAÑA
El COVID-19 pasará, y que no se lleve también la UE!

Por Jose Candela 

Marzo 17, 2020





En la actualidad, por primera vez, el trabajo humano está siendo paulatina y sistemáticamente eliminado del proceso de producción…. Jeremy Rifkin,

47 millones de ciudadanos españoles estamos en segundo día de encierro casero, y aún Alemania no ha abierto sus exportaciones a los materiales clínicos y farmacéuticos que ya escasean por aquí. Cristine Lagarde se ha estrenado en su primera crisis grave dejándonos la impresión de que el traje de banquera central le viene grande, y Holanda y los otros cuatro del grupo del 1% ya han dejado caer que no les parece necesario ampliar el esfuerzo fiscal de la Unión, un panorama impresentable! Desolador!

Y mientras, la crisis sanitaria va camino de convertirse en una depresión (Krugman), cuya dimensión y duración dependerá, únicamente, de lo que tarde el virus en ser controlado, sabiendo que los días y semanas de la pandemia significan, si no se ponen en marcha medidas al nivel del desafío, meses, trimestres o años de deflación. Porque, si a alguien aún no le sonaba la palabra globalización, ahí está el COVID-19 para enseñarnos lo que significa esa palabra, los desafíos que enfrentamos y lo pequeños que son los estado-nación para lidiar con ellos.



La Unión Europea no reacciona. ¿Pero tenemos otro instrumento para luchar contra la pandemia y sus consecuencias sociales, económicas e incluso políticas? La historia nos ha llevado a la estructura actual de la geografía mundo, y nos ha colocado en un entorno regional de ese mundo donde se ha configurado la red de acuerdos, vías comerciales, interrelaciones financieras y productivas y órganos institucionales de gobernanza, que son la Unión Europea. No tenemos elección, ese es nuestro ámbito de decisiones para regular la economía. O conseguimos que funcione democráticamente, o empezamos a descomponernos como sociedad, y habrá, seguro, quien aprovechará la ocasión para imponer su criterio minoritario, pero poderoso.

El gobierno alemán ha tomado una decisión nacional, que no parece avalar para el conjunto de Europa, “poner a disposición de la lucha contra los efectos y consecuencias de la pandemia los recursos financieros necesarios”. Holanda, como no es acreedor de Alemania, no ha puesto ninguna objeción. Pero ese país, y sus socios del club 1% si han limitado el presupuesto de la Unión para el actual ejercicio. Una oposición que deja en nada las ilusionantes declaraciones de apoyo a la lucha contra la pandemia de la Sra. Von der Leyen. Por su parte, Alemania y Dinamarca han adelantado un programa de contención de despidos, pactado con los sindicatos y la patronal, que parece la mejor herramienta para la situación actual, esperemos que nuestro gobierno de coalición aproveche el impulso de contra-reforma laboral para introducir por decreto herramientas como las citadas.



Pero no creo que esas decisiones para proteger el empleo salgan gratis frente a la burocracia de Bruselas y la presión de los países acreedores. Los socios comunitarios han adelantado que las limitaciones al déficit no van a significar un freno a los gastos necesarios para luchar contra la pandemia, pero no han dicho nada de las condiciones que pondrán al endeudamiento que acompañará a tales gastos. ¿Podemos afrontar otra crisis sin mutualizar las deudas que generan las actuaciones necesarias? 


Unas actuaciones que incluyen medidas, aún no contempladas, para reconstruir el Sistema Sanitario y de previsión social, desempleo y pensiones, que teníamos; ambos muy tocados por la crisis financiera de 2008 y por los recortes a los que se vieron obligados los países deudores, para recibir los préstamos de sus socios de la UE.

Uno de los errores de algunos economistas críticos es pensar que la política de Rajoy fracasó; porque no lo hizo desde la perspectiva neoliberal, es decir desde el punto de vista del personaje que hemos enviado al BCE, el Sr. De Guindos. Como banquero, neoliberal y asesor, su visión coincidente con la del acreedor, ve las cosas desde la oferta. Por lo tanto, el objetivo principal de la política, algo siempre a corto plazo, es el aumento de los beneficios empresariales; lo más rápido en 2012 era la vía de la deflación salarial para recomponer los beneficios de las empresas, y reequilibrar la balanza exterior, fomentando la exportación y desincentivando las importaciones. 

Se restauraban los beneficios y luego vendrían las inversiones; el problema es que la inversión industrial en los sectores realmente existentes en nuestro país es ahorradora de empleo, y el empleo que genera vía demanda es precario. Lo cual nos lleva al problema de la reconstrucción de los daños que generará la pandemia; las políticas keynesianas, en una economía tan abierta como la española, no garantizan la creación de empleos estables, al tiempo que las políticas fiscales que generan endeudamiento, como nos enseña la historia económica, deja a los gobiernos del futuro sin herramientas. 

 Por ello hay que dirigir los esfuerzos de la política fiscal hacia objetivos definidos de inversión; el coronavirus pasará, dejando un panorama desolador, pero la problemática del cambio tecnológico y climático, como el dinosaurio del cuento, seguirá ahí; y como el PP dejó una herencia de indigencia tecnológica y energética, el empresariado necesario aún está por construir. Por lo tanto, la inversión tecnológica deberá tener un núcleo público potente. El esfuerzo fiscal, si se quiere crear empleo y futuro, deberá edificar las infraestructuras del Green New Deal, es decir de la versión democrática de la III revolución industrial, y también construir vivienda pública de alquiler, para que los jóvenes se puedan emancipar y participar en ella; pero además, incentivar las inversiones en investigación para aprovechar el esfuerzo en la sanidad pública, y reconstruir el sistema educativo para que pueda nutrir de materia prima inteligente la revolución que, con España o sin ella, se está desarrollando.



Todas estas políticas necesitan una financiación que solo puede venir de la UE, pues en los mercados, tras los desastres financieros de la pandemia, las exigencias a nuestro Gobierno de los acreedores pueden parecerse mucho al boicot que Merkel y sus bancos organizaron contra el gobierno griego de Tsiriza. Si a algo van a tener miedo los mercados en la situación actual, va a ser a los gobiernos que puedan señalar bifurcaciones viables de cambio social (Piketty).



Pero una política social europea exige que la máquina del BCE se ponga en marcha para fabricar el dinero necesario a la deflación que se vislumbra tras el parón del COVID-19, y ello no es posible sin independizarse de la dictadura del dólar, con la cual EEUU financia su primacía tecnológica y militar. Algo que activará la oposición de los pequeños países como Irlanda, que viven del parasitismo a los monopolios tecnológicos USA, el grupo del 1%, muy cómodo con las finanzas globales o los países del Este, alineados con el populismo imperial norteamericano.

Todo ello nos conduce a la última reflexión de esta tarde de reclusión. No hay política progresista en Europa sin una alianza entre los verdes y una izquierda política que integre la socialdemocracia, una cultura política en la que se han reconocido los trabajadores de Europa hasta hace 40 años. ¿Para cuando ese bloque histórico de las culturas trasformadoras de comienzos del siglo XXI en Europa? O mas bien, ¿Cómo queremos que se construya Europa si, exceptuado el Partido Verde, no hay ninguna otra cultura política que tenga una visión continental del futuro del trabajo?

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