Por Nora Veiras
27 de octubre de 2020
Imagen: Presidencia
--Si podes, hablá con el Flaco Kirchner, ése la tiene clara --me dijo un compañero de Página12 un día que tuve que ir a cubrir una reunión de gobernadores. Confieso que sólo sabía que era de Santa Cruz.
Era cierto, el tipo la tenía clara. No era un protagonista de la política nacional por esos años pero pronto la debacle incubada durante el menemismo, desatada por la Alianza que Duhalde atajó hasta los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, aceleraría los tiempos. Se transformó en el Presidente impensado.
No lo voté. Empecé a escuchar con reparos su discurso inaugural y a medida que avanzaba sentí que la palabra política podía volver a tener sentido. "Fue conmovedor, ojalá pueda cumplir", grabé en el contestador telefónico de uno de sus asesores. Fue un impulso, una necesidad de volver a creer. Una necesidad que inundaba a la Argentina, la urgencia de recobrar el sentido de la democracia.
"No voy a dejar mis convicciones en la puerta de la Casa Rosada", leyó ese día y selló en público el compromiso que habían elaborado junto con Cristina Fernández y Carlos Zannini. Sin perder un minuto, apuró el proceso de juicio político a la Corte Suprema de la mayoría automática, reimpulsó los juicios por delitos de lesa humanidad, empezó a poner coto a las exigencias del Fondo Monetario Internacional y afianzó el entramado de relaciones latinoamericanas como escudo de dignidad en la definición de la política exterior.
Diez meses después, el 24 de marzo de 2004 este oficio me otorgó otro privilegio: ser testigo del momento en que Néstor Kirchner como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas le ordenó al general Roberto Bendini que descolgara los cuadros de Videla y Bignone del Colegio Militar.
La tensión se respiraba en el patio de armas. Habían pasado diecinueve años del Juicio a las Juntas Militares y los retratos de esos dos genocidas seguían resistiendo desde las paredes de la institución donde se forman los nuevos oficiales. El Centro de Estudios Legales y Sociales le acercó la idea a Kirchner y el Presidente la ejecutó. Los dos ex presidentes de facto habían sido directores del Colegio Militar, habían sido condenados por el Juicio a las Juntas durante el gobierno de Alfonsín, indultados por Menem y estaban en prisión domiciliaria por causas abiertas por robo de bebés. La plana mayor del Ejército sentía como una humillación la ceremonia, habían pensado que un ordenanza cumpliera la misión. Llegó Kirchner y a Bendini no le quedó margen. Tuvo que subirse a la escalerita y sacar el retrato de los genocidas. Ese nuevo retrato quedó grabado como mojón del kirchnerismo.
A los pocos días de ese acto, donde el entonces Presidente dijo: “Que las armas nunca más puedan ser direccionadas hacia el pueblo”, altos oficiales seguían rumiando bronca. Uno de ellos le dijo entonces a esta cronista: “No lo esperábamos de Kirchner, él nos construyó cuarteles, nos ayudó muchísimo en Santa Cruz. Su hermana (Alicia) montó todo el plan de salud provincial con la ayuda de médicos del Ejército. Nos están gobernando los montoneros. Sobrevivieron los más aptos”. Dos generales y un coronel mayor fueron pasados a retiro. La mayoría de la oficialidad se cuadró. Las conspiraciones no pudieron nunca más trascender las puertas de los cuarteles. Por entonces sólo 77 oficiales estaban en prisión, una vez declarada la inconstitucionalidad de los indultos y de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, los juicios se reactivaron. Hoy en día llegan a 999 las condenas a los responsables del Terrorismo de Estado.
Poco antes, en uno de los primeros viajes a Venezuela cuando el Tango O1 llevaba también a periodistas, Kirchner se acercó a hablar. Lo recuerdo impresionado por el poder de PDVSA, la petrolera venezolana, y lamentándose: "Si nosotros pudiéramos manejar nuestro petróleo". Pasaron pocos años y Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) pasó a manos del Estado, eran tiempos en que el precio del barril marcaba diferencia. Los Kirchner fueron adecuando sus movidas a la correlación de fuerzas que acumularon en cada momento. Avances y retrocesos signaron el camino, quizás el más costoso fue el conflicto con las patronales del campo. Ya no estaba en la Casa Rosada pero desde Diputados padeció la reacción organizada del establishment contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
LEER MÁSQuería que lo recordaran | Un gran presidente que eligió con coherencia
"Traté de hacer lo mejor que pude", dijo al poco tiempo de cumplir su mandato durante el cual hizo realidad aquello de un hombre común con responsabilidades importantes. Ejerció el poder con coraje. Supo ganarse el respeto y el cariño de una mayoría popular.
El coraje, entendido como la conjugación de valor, decisión y pasión, fue la amalgama que unió las decisiones más trascendentes de Néstor Kirchner. Un sustantivo que merecería adoptar la "K", esa letra que los medios hegemónicos quieren transformar en maldita.
El 27 de octubre de 2010, gran parte del país estaba de duelo. Este oficio me había llevado apenas un mes antes a 678. El programa se transformó en una ceremonia de despedida donde Madres, Abuelas, artistas, científicos, sacerdotes, juristas, políticos se acercaron para conjurar el dolor por esa muerte inesperada. "Aprovechó el tiempo que le dio la vida y la historia", dijo Susana Rinaldi. Nada más cierto. Se lo extraña.
27 de octubre de 2020
Imagen: Presidencia
--Si podes, hablá con el Flaco Kirchner, ése la tiene clara --me dijo un compañero de Página12 un día que tuve que ir a cubrir una reunión de gobernadores. Confieso que sólo sabía que era de Santa Cruz.
Era cierto, el tipo la tenía clara. No era un protagonista de la política nacional por esos años pero pronto la debacle incubada durante el menemismo, desatada por la Alianza que Duhalde atajó hasta los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, aceleraría los tiempos. Se transformó en el Presidente impensado.
No lo voté. Empecé a escuchar con reparos su discurso inaugural y a medida que avanzaba sentí que la palabra política podía volver a tener sentido. "Fue conmovedor, ojalá pueda cumplir", grabé en el contestador telefónico de uno de sus asesores. Fue un impulso, una necesidad de volver a creer. Una necesidad que inundaba a la Argentina, la urgencia de recobrar el sentido de la democracia.
"No voy a dejar mis convicciones en la puerta de la Casa Rosada", leyó ese día y selló en público el compromiso que habían elaborado junto con Cristina Fernández y Carlos Zannini. Sin perder un minuto, apuró el proceso de juicio político a la Corte Suprema de la mayoría automática, reimpulsó los juicios por delitos de lesa humanidad, empezó a poner coto a las exigencias del Fondo Monetario Internacional y afianzó el entramado de relaciones latinoamericanas como escudo de dignidad en la definición de la política exterior.
Diez meses después, el 24 de marzo de 2004 este oficio me otorgó otro privilegio: ser testigo del momento en que Néstor Kirchner como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas le ordenó al general Roberto Bendini que descolgara los cuadros de Videla y Bignone del Colegio Militar.
La tensión se respiraba en el patio de armas. Habían pasado diecinueve años del Juicio a las Juntas Militares y los retratos de esos dos genocidas seguían resistiendo desde las paredes de la institución donde se forman los nuevos oficiales. El Centro de Estudios Legales y Sociales le acercó la idea a Kirchner y el Presidente la ejecutó. Los dos ex presidentes de facto habían sido directores del Colegio Militar, habían sido condenados por el Juicio a las Juntas durante el gobierno de Alfonsín, indultados por Menem y estaban en prisión domiciliaria por causas abiertas por robo de bebés. La plana mayor del Ejército sentía como una humillación la ceremonia, habían pensado que un ordenanza cumpliera la misión. Llegó Kirchner y a Bendini no le quedó margen. Tuvo que subirse a la escalerita y sacar el retrato de los genocidas. Ese nuevo retrato quedó grabado como mojón del kirchnerismo.
A los pocos días de ese acto, donde el entonces Presidente dijo: “Que las armas nunca más puedan ser direccionadas hacia el pueblo”, altos oficiales seguían rumiando bronca. Uno de ellos le dijo entonces a esta cronista: “No lo esperábamos de Kirchner, él nos construyó cuarteles, nos ayudó muchísimo en Santa Cruz. Su hermana (Alicia) montó todo el plan de salud provincial con la ayuda de médicos del Ejército. Nos están gobernando los montoneros. Sobrevivieron los más aptos”. Dos generales y un coronel mayor fueron pasados a retiro. La mayoría de la oficialidad se cuadró. Las conspiraciones no pudieron nunca más trascender las puertas de los cuarteles. Por entonces sólo 77 oficiales estaban en prisión, una vez declarada la inconstitucionalidad de los indultos y de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, los juicios se reactivaron. Hoy en día llegan a 999 las condenas a los responsables del Terrorismo de Estado.
Poco antes, en uno de los primeros viajes a Venezuela cuando el Tango O1 llevaba también a periodistas, Kirchner se acercó a hablar. Lo recuerdo impresionado por el poder de PDVSA, la petrolera venezolana, y lamentándose: "Si nosotros pudiéramos manejar nuestro petróleo". Pasaron pocos años y Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) pasó a manos del Estado, eran tiempos en que el precio del barril marcaba diferencia. Los Kirchner fueron adecuando sus movidas a la correlación de fuerzas que acumularon en cada momento. Avances y retrocesos signaron el camino, quizás el más costoso fue el conflicto con las patronales del campo. Ya no estaba en la Casa Rosada pero desde Diputados padeció la reacción organizada del establishment contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
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"Traté de hacer lo mejor que pude", dijo al poco tiempo de cumplir su mandato durante el cual hizo realidad aquello de un hombre común con responsabilidades importantes. Ejerció el poder con coraje. Supo ganarse el respeto y el cariño de una mayoría popular.
El coraje, entendido como la conjugación de valor, decisión y pasión, fue la amalgama que unió las decisiones más trascendentes de Néstor Kirchner. Un sustantivo que merecería adoptar la "K", esa letra que los medios hegemónicos quieren transformar en maldita.
El 27 de octubre de 2010, gran parte del país estaba de duelo. Este oficio me había llevado apenas un mes antes a 678. El programa se transformó en una ceremonia de despedida donde Madres, Abuelas, artistas, científicos, sacerdotes, juristas, políticos se acercaron para conjurar el dolor por esa muerte inesperada. "Aprovechó el tiempo que le dio la vida y la historia", dijo Susana Rinaldi. Nada más cierto. Se lo extraña.