Daniel Bernabé
24 sep 2021
Esta debería haber sido una buena semana para el Reino Unido. De un lado la formalización del acuerdo militar Aukus, firmado por Australia, Estados Unidos y los británicos para contrarrestar la influencia de China en el Pacífico, y de paso marginar a Francia, presente en la zona con sus territorios de ultramar, supondría un incremento de las exportaciones militares.
Del otro su primer ministro, Boris Johnson, ha visitado en la Casa Blanca al presidente Biden, en un encuentro en apariencia cordial donde ambos líderes limaron asperezas del pasado, debido a la estrecha relación que el mandatario inglés mantenía con Trump. Sin embargo algo sucede al revisar la prensa de Gran Bretaña, plagada de artículos que auguran un largo y duro invierno.
En la reunión de Washington se trataron multitud de temas, entre ellos Afganistán o Irlanda del Norte, advirtiendo el presidente norteamericano que el mantenimiento de la paz sin fronteras era una prioridad. También el cambio climático estuvo presente, ya que la próxima reunión del COP26 tendrá lugar en Glasgow, Escocia, a principios de noviembre. Johnson, que en otros tiempos coqueteaba con el negacionismo frente al calentamiento global, es ahora un ferviente partidario de lo verde: un gesto diplomático para distanciarse del trumpismo y congraciarse con la nueva administración norteamericana. Por contra, la principal aspiración de los británicos fue soslayada por el presidente Biden: "vamos a hablar algo sobre comercio, pero ese es un tema que requerirá más trabajo".
Una de las estrategias de quienes apoyaron el brexit, la salida del Reino Unido de la Unión Europea, fue asegurar que disfrutarían de un trato de favor con Estados Unidos a la hora de firmar un acuerdo comercial diferente al del resto de Europa. Obama, al final de su mandato, ya avisó de que el Reino Unido pasaría al final de la cola en el caso de tener que renegociar los acuerdos económicos. Los tiempos de la salida de la UE no dieron para pactar el nuevo acuerdo con Trump que, por otra parte, y a pesar de sus promesas, no movió ficha, ya que quería mantener los aranceles especialmente en el sector agropecuario. Los británicos, en esta reunión, no han avanzado apenas en el tratado, arrancando tan sólo un levantamiento del veto al cordero de las islas, una pírrica victoria que ha hecho reconocer a Downing Street que el acuerdo comercial no será ni rápido ni fácil.
Un nuevo tratado de libre comercio con EEUU es esencial para la economía del Reino Unido, que se enfrenta a una tormenta perfecta en los meses venideros. Ya no es sólo el llamativo desabastecimiento de los supermercados, antes llenos con productos europeos que ya no llegan, sino el encarecimiento de los precios de los bienes básicos. La inflación está haciendo mella en la economía más cotidiana, aquella que afecta a la cesta de la compra. El precio del aceite es el mayor en 30 años, el tomate ha duplicado su precio en los últimos meses. A esto se le suma un incremento de la electricidad de entre 139 y 153 libras, ya que Ofgem, el regulador del mercado eléctrico, ha tenido que encarecer el techo de precios tras la quiebra de varios pequeños operadores como People Energy.
El problema es que el Ejecutivo conservador parece incapaz de atajar una situación en la que se mezclan los efectos de la pandemia, careciendo de los fondos de reconstrucción de la UE, pero donde también están presentes cambios en el comercio global que eran imprevisibles cuando se celebraba el brexit.
Además, el Gobierno va a recortar el salario universal en 20 libras a la semana y reducir otros subsidios, estimándose que, sumado al incremento del precio de la vida, más de 800.000 británicos pueden pasar a situación de pobreza, incluido parte del personal del servicio público de salud, NHS, con sueldos que quedarían por debajo de mil libras, una situación de extrema gravedad teniendo en cuenta el contexto sanitario. Damian Green y otros notables del Partido Conservador, el mismo al que pertenece el primer ministro Johnson, han pedido al Gobierno que tome medidas ante "un invierno muy crudo. Se acercan tiempos muy difíciles". El problema es que el Ejecutivo conservador parece incapaz de atajar una situación en la que se mezclan los efectos de la pandemia, careciendo de los fondos de reconstrucción de la UE, pero donde también están presentes cambios en el comercio global tras el coronavirus que eran imprevisibles cuando se celebraba el brexit como un triunfo.
Para empezar en Reino Unido faltan trabajadores para cubrir puestos esenciales, incluso en la industria alimentaria. Los propios desempleados británicos, con arraigo a las poblaciones donde viven, no pueden desplazarse, como sí hacían los inmigrantes, a las zonas industriales donde son requeridos, entre otras cosas porque los sueldos son especialmente bajos en este sector. La propia fuerza de trabajo queda así inmovilizada, pero ahora ya no se dispone del mismo número de inmigrantes que había antes del brexit: los ejecutivos de la City financiera londinense no pueden dar de comer al país.
Además existen factores externos agravados por la salida de la Unión Europea. Los costes de fabricación y de transporte han subido exponencialmente, siendo los más caros desde 1990. De hecho, las cámaras de comercio del Reino Unido están estudiando reducir la semana laboral a tres días, con el consiguiente descenso de salario, ya que literalmente no hay nada que hacer si no se disponen de los componentes necesarios para completar los productos. Como detalle, Ranjit Singh Boparan, el propietario de las industrias alimentarias Bernard Matthews y 2 Sisters Food Group ha advertido de la "cancelación de la Navidad", debido a que no tienen suficientes trabajadores para el procesado del tradicional pavo, pero tampoco suficiente CO2 industrial, utilizado para su conservación.
El Reino Unido, con una economía fuertemente especulativa tras el dominio absoluto de los dogmas neoliberales, no es una excepción en su entorno, pero sí se sitúa como líder en algo que ha dejado de valer en este nuevo contexto: los productos financieros son papel mojado y los corredores de bolsa no sustituyen a los trabajadores manuales.
Faltan plásticos y metales, pero sobre todo chips. El problema es global, por la ruptura de las cadenas de suministro, aún no recuperadas en su totalidad desde los peores momentos de la pandemia, cuando se detuvo la producción pero aumentó la demanda de electrodomésticos al estar la población confinada. La crisis de los semiconductores afecta, hoy en día, a una gama inabarcable de productos, ya que casi todos están digitalizados, desde las comunicaciones hasta la industria del automóvil. La crisis de los chips, que los expertos consideran que no se va a atenuar en al menos dos años, provoca, además, que se hayan acumulado stocks de materiales a los que no se les puede dar salida porque se carece del componente esencial para la finalización del producto: el microprocesador.
El Reino Unido, con una economía fuertemente especulativa tras el dominio absoluto de los dogmas neoliberales, no es una excepción en su entorno, pero sí se sitúa como la líder en algo que ha dejado de valer en este nuevo contexto. Los productos financieros son papel mojado ante una globalización demasiado dependiente de una producción digital que se ha visto afectada por un pico de demanda inesperado, por el incremento del precio del gas, del transporte, de las manufacturas asiáticas sobre las que se ensambla el producto final, aparentemente made in britain. Los corredores de bolsa no sustituyen a los trabajadores manuales, los bajos salarios no permiten la movilidad laboral, la precarización del trabajo hecho por inmigrantes ahoga ahora al poderoso Reino Unido, una economía sin una base sólida. Los delirios nacionalistas en los que se apoyó culturalmente el brexit son ahora papel mojado, la mayoría de la población reconoce en las encuestas su error: la tecnología del bulo de Cambridge Analítica no ensambla vehículos ni llena los estantes de los supermercados.
La situación en el Reino Unido puede ser especialmente grave en los próximos meses, sin que además se atisbe alternativa política, con un laborismo ausente, más dedicado a purgar a los izquierdistas afines a Corbyn que a proponer soluciones, que tendrían que pasar justo por el programa del antiguo candidato. Sin la UE pero tampoco sin Estados Unidos. Con una jefa de Estado, la Reina Isabel, que por su avanzada edad se sitúa ya en el fin de su reinado. Con un gobierno dirigido por un primer ministro, Boris Johnson, ya tocado por su gestión sanitaria, que intenta resituarse en una esfera internacional en la que Trump es historia. Siendo abanderados de un neoliberalismo que hoy resulta caduco e inconveniente. Quizá tengan que recurrir de nuevo al viejo lema, Keep calm and carry on, mantén la calma y sigue adelante. Adelante, ¿hacia dónde?
@diasasaigonados
En la reunión de Washington se trataron multitud de temas, entre ellos Afganistán o Irlanda del Norte, advirtiendo el presidente norteamericano que el mantenimiento de la paz sin fronteras era una prioridad. También el cambio climático estuvo presente, ya que la próxima reunión del COP26 tendrá lugar en Glasgow, Escocia, a principios de noviembre. Johnson, que en otros tiempos coqueteaba con el negacionismo frente al calentamiento global, es ahora un ferviente partidario de lo verde: un gesto diplomático para distanciarse del trumpismo y congraciarse con la nueva administración norteamericana. Por contra, la principal aspiración de los británicos fue soslayada por el presidente Biden: "vamos a hablar algo sobre comercio, pero ese es un tema que requerirá más trabajo".
Una de las estrategias de quienes apoyaron el brexit, la salida del Reino Unido de la Unión Europea, fue asegurar que disfrutarían de un trato de favor con Estados Unidos a la hora de firmar un acuerdo comercial diferente al del resto de Europa. Obama, al final de su mandato, ya avisó de que el Reino Unido pasaría al final de la cola en el caso de tener que renegociar los acuerdos económicos. Los tiempos de la salida de la UE no dieron para pactar el nuevo acuerdo con Trump que, por otra parte, y a pesar de sus promesas, no movió ficha, ya que quería mantener los aranceles especialmente en el sector agropecuario. Los británicos, en esta reunión, no han avanzado apenas en el tratado, arrancando tan sólo un levantamiento del veto al cordero de las islas, una pírrica victoria que ha hecho reconocer a Downing Street que el acuerdo comercial no será ni rápido ni fácil.
Un nuevo tratado de libre comercio con EEUU es esencial para la economía del Reino Unido, que se enfrenta a una tormenta perfecta en los meses venideros. Ya no es sólo el llamativo desabastecimiento de los supermercados, antes llenos con productos europeos que ya no llegan, sino el encarecimiento de los precios de los bienes básicos. La inflación está haciendo mella en la economía más cotidiana, aquella que afecta a la cesta de la compra. El precio del aceite es el mayor en 30 años, el tomate ha duplicado su precio en los últimos meses. A esto se le suma un incremento de la electricidad de entre 139 y 153 libras, ya que Ofgem, el regulador del mercado eléctrico, ha tenido que encarecer el techo de precios tras la quiebra de varios pequeños operadores como People Energy.
El problema es que el Ejecutivo conservador parece incapaz de atajar una situación en la que se mezclan los efectos de la pandemia, careciendo de los fondos de reconstrucción de la UE, pero donde también están presentes cambios en el comercio global que eran imprevisibles cuando se celebraba el brexit.
Además, el Gobierno va a recortar el salario universal en 20 libras a la semana y reducir otros subsidios, estimándose que, sumado al incremento del precio de la vida, más de 800.000 británicos pueden pasar a situación de pobreza, incluido parte del personal del servicio público de salud, NHS, con sueldos que quedarían por debajo de mil libras, una situación de extrema gravedad teniendo en cuenta el contexto sanitario. Damian Green y otros notables del Partido Conservador, el mismo al que pertenece el primer ministro Johnson, han pedido al Gobierno que tome medidas ante "un invierno muy crudo. Se acercan tiempos muy difíciles". El problema es que el Ejecutivo conservador parece incapaz de atajar una situación en la que se mezclan los efectos de la pandemia, careciendo de los fondos de reconstrucción de la UE, pero donde también están presentes cambios en el comercio global tras el coronavirus que eran imprevisibles cuando se celebraba el brexit como un triunfo.
Para empezar en Reino Unido faltan trabajadores para cubrir puestos esenciales, incluso en la industria alimentaria. Los propios desempleados británicos, con arraigo a las poblaciones donde viven, no pueden desplazarse, como sí hacían los inmigrantes, a las zonas industriales donde son requeridos, entre otras cosas porque los sueldos son especialmente bajos en este sector. La propia fuerza de trabajo queda así inmovilizada, pero ahora ya no se dispone del mismo número de inmigrantes que había antes del brexit: los ejecutivos de la City financiera londinense no pueden dar de comer al país.
Además existen factores externos agravados por la salida de la Unión Europea. Los costes de fabricación y de transporte han subido exponencialmente, siendo los más caros desde 1990. De hecho, las cámaras de comercio del Reino Unido están estudiando reducir la semana laboral a tres días, con el consiguiente descenso de salario, ya que literalmente no hay nada que hacer si no se disponen de los componentes necesarios para completar los productos. Como detalle, Ranjit Singh Boparan, el propietario de las industrias alimentarias Bernard Matthews y 2 Sisters Food Group ha advertido de la "cancelación de la Navidad", debido a que no tienen suficientes trabajadores para el procesado del tradicional pavo, pero tampoco suficiente CO2 industrial, utilizado para su conservación.
El Reino Unido, con una economía fuertemente especulativa tras el dominio absoluto de los dogmas neoliberales, no es una excepción en su entorno, pero sí se sitúa como líder en algo que ha dejado de valer en este nuevo contexto: los productos financieros son papel mojado y los corredores de bolsa no sustituyen a los trabajadores manuales.
Faltan plásticos y metales, pero sobre todo chips. El problema es global, por la ruptura de las cadenas de suministro, aún no recuperadas en su totalidad desde los peores momentos de la pandemia, cuando se detuvo la producción pero aumentó la demanda de electrodomésticos al estar la población confinada. La crisis de los semiconductores afecta, hoy en día, a una gama inabarcable de productos, ya que casi todos están digitalizados, desde las comunicaciones hasta la industria del automóvil. La crisis de los chips, que los expertos consideran que no se va a atenuar en al menos dos años, provoca, además, que se hayan acumulado stocks de materiales a los que no se les puede dar salida porque se carece del componente esencial para la finalización del producto: el microprocesador.
El Reino Unido, con una economía fuertemente especulativa tras el dominio absoluto de los dogmas neoliberales, no es una excepción en su entorno, pero sí se sitúa como la líder en algo que ha dejado de valer en este nuevo contexto. Los productos financieros son papel mojado ante una globalización demasiado dependiente de una producción digital que se ha visto afectada por un pico de demanda inesperado, por el incremento del precio del gas, del transporte, de las manufacturas asiáticas sobre las que se ensambla el producto final, aparentemente made in britain. Los corredores de bolsa no sustituyen a los trabajadores manuales, los bajos salarios no permiten la movilidad laboral, la precarización del trabajo hecho por inmigrantes ahoga ahora al poderoso Reino Unido, una economía sin una base sólida. Los delirios nacionalistas en los que se apoyó culturalmente el brexit son ahora papel mojado, la mayoría de la población reconoce en las encuestas su error: la tecnología del bulo de Cambridge Analítica no ensambla vehículos ni llena los estantes de los supermercados.
La situación en el Reino Unido puede ser especialmente grave en los próximos meses, sin que además se atisbe alternativa política, con un laborismo ausente, más dedicado a purgar a los izquierdistas afines a Corbyn que a proponer soluciones, que tendrían que pasar justo por el programa del antiguo candidato. Sin la UE pero tampoco sin Estados Unidos. Con una jefa de Estado, la Reina Isabel, que por su avanzada edad se sitúa ya en el fin de su reinado. Con un gobierno dirigido por un primer ministro, Boris Johnson, ya tocado por su gestión sanitaria, que intenta resituarse en una esfera internacional en la que Trump es historia. Siendo abanderados de un neoliberalismo que hoy resulta caduco e inconveniente. Quizá tengan que recurrir de nuevo al viejo lema, Keep calm and carry on, mantén la calma y sigue adelante. Adelante, ¿hacia dónde?
@diasasaigonados