Por Papo Kling y Jorge Alemán
4 de marzo de 2023
Siempre que hay guerra en Occidente la izquierda aparece dividida. Hoy, cuando se cumple un año del inicio del conflicto armado, la izquierda latinoamericana suele cometer errores en sus análisis que, desde nuestra perspectiva, impiden extraer las conclusiones pertinentes.
Querer ver, por un lado, que en la invasión rusa anida una legítima resistencia al imperialismo es entregarse al relato nostálgico que Putin hace de la Rusia zarista e imperial, manifestando abiertamente su desprecio a Lenin y a los bolcheviques por haber cedido a las naciones del Imperio su derecho a la autoderminación. En su construcción ideológica de una gran Rusia ha llegado a negar en repetidas ocasiones que exista algo tal como una nación ucraniana. Aquellos argumentos enmarcados bajo un esquema en donde Rusia es heredera directa de lo que una vez fue la Union Soviética solo aportan confusión a la hora de abordar las causas y consecuencias de la guerra de Ucrania. En la historia, rara vez se da que el enemigo de mi enemigo termine siendo mi amigo.
Por otro lado, quienes ven en el conflicto armado una posible reconfiguración de las fuerzas geopolíticas, una especie de mundo multipolar donde la hegemonía bascule entre varias potencias, parecen ignorar que la guerra siempre acarrea muerte y miseria, tanto para ucranianos como para rusos. Incluso repercute en cada rincón del planeta, alterando los precios de los alimentos que a menudo acaban afectando a los más vulnerables.
El conflicto no solo no logrará abrir un espacio de multipolaridad, sino que contribuirá a revitalizar el negocio de la guerra, o dicho de otro modo, la imbricación del capitalismo y la guerra. En menos de un año los Estados Unidos han logrado hitos imposibles de imaginar con diplomacia y sin un solo muerto entre sus filas: a) ha reemplazado a Rusia como principal proveedor de hidrocarburos para toda Europa; b) ha logrado resucitar su mayor órgano de influencia política e ideológica en Europa, la OTAN, con la entrada de Finlandia y Suecia como nuevos miembros —la misma OTAN que el presidente francés Macron dio por muerta meses antes del estallido del conflicto—-; y c) ha conseguido en un año multiplicar el presupuesto de Defensa de toda la Unión Europea.
Solo en Alemania se ha aprobado el mayor gasto militar desde la caída del nazismo. En algún momento será inevitable abordar qué consecuencias tendrá todo este incremento en armamento a medio plazo.
En el otro extremo está lo que se ha denominado el progresismo liberal de izquierdas, aquel que ve en la OTAN la garante de los valores democráticos de Occidente. Según esta versión, se trataría de una lucha contra el totalitarismo ruso, identitario, oligarca y corrupto, que restringe libertades y persigue disidentes. Políticos e intelectuales, en su mayoría europeos, repiten así posturas que ya fueron objeto de duras críticas en el conflicto de los Balcanes en los años 90. Lo único que se afianza aquí, desde nuestra perspectiva, no son los valores democráticos que se buscan proteger sino una política del resentimiento, en donde la guerra siempre es un negocio que acaban pagando los pueblos.
Por último, al mirar el imperialismo desde una óptica latinoamericana, es válido, sin embargo, entender que pese al fracaso de las intervenciones bélicas de los Estados Unidos en las guerras de Corea, Vietnam, Irak o Afganistán, la eficacia contra las vulnerables democracias en todo el continente americano ha dejado una huella profunda de difícil cicatriz. Pero sería un error creer que el imperialismo, el extractivismo, el neocolonialismo o cualesquiera de los nombres con los que definamos el apetito de las potencias por las materias primas de la región adoptará una única cara. Al histórico rol de Estados Unidos se sumará el de China disputándole su hegemonía, por lo que será imprescindible llegado el momento la creación de un frente latinoamericano que defienda su soberanía, sus riquezas y sus pueblos.
Acaso la única propuesta alternativa sea la China, una idea que en principio se presenta como inaceptable dado que sería otorgarle el testigo de un nuevo orden mundial. Ante este panorama se vuelve crucial que Latinoamérica, por su vinculación histórica con los proyectos de soberanía y emancipación, no quede atrapada en esta disputa que ahora mismo se está desarrollando en el interior del capitalismo.
Hoy más que nunca, como ha sucedido en otros momentos de la historia, la paz sigue siendo la primera condición de posibilidad para sentar las bases de un proyecto transformador, uno que pueda llegar algún día a constituir una alianza de los pueblos frente a la dominación neoliberal.
En el otro extremo está lo que se ha denominado el progresismo liberal de izquierdas, aquel que ve en la OTAN la garante de los valores democráticos de Occidente. Según esta versión, se trataría de una lucha contra el totalitarismo ruso, identitario, oligarca y corrupto, que restringe libertades y persigue disidentes. Políticos e intelectuales, en su mayoría europeos, repiten así posturas que ya fueron objeto de duras críticas en el conflicto de los Balcanes en los años 90. Lo único que se afianza aquí, desde nuestra perspectiva, no son los valores democráticos que se buscan proteger sino una política del resentimiento, en donde la guerra siempre es un negocio que acaban pagando los pueblos.
Por último, al mirar el imperialismo desde una óptica latinoamericana, es válido, sin embargo, entender que pese al fracaso de las intervenciones bélicas de los Estados Unidos en las guerras de Corea, Vietnam, Irak o Afganistán, la eficacia contra las vulnerables democracias en todo el continente americano ha dejado una huella profunda de difícil cicatriz. Pero sería un error creer que el imperialismo, el extractivismo, el neocolonialismo o cualesquiera de los nombres con los que definamos el apetito de las potencias por las materias primas de la región adoptará una única cara. Al histórico rol de Estados Unidos se sumará el de China disputándole su hegemonía, por lo que será imprescindible llegado el momento la creación de un frente latinoamericano que defienda su soberanía, sus riquezas y sus pueblos.
Acaso la única propuesta alternativa sea la China, una idea que en principio se presenta como inaceptable dado que sería otorgarle el testigo de un nuevo orden mundial. Ante este panorama se vuelve crucial que Latinoamérica, por su vinculación histórica con los proyectos de soberanía y emancipación, no quede atrapada en esta disputa que ahora mismo se está desarrollando en el interior del capitalismo.
Hoy más que nunca, como ha sucedido en otros momentos de la historia, la paz sigue siendo la primera condición de posibilidad para sentar las bases de un proyecto transformador, uno que pueda llegar algún día a constituir una alianza de los pueblos frente a la dominación neoliberal.