OTHER NEWS (Entrevista de Axel Schwarzfeld- Página/12, Argentina)
Foto: Página12
Andrea Ribeiro Hoffmann, académica de la Universidad Católica de Río de Janeiro, doctora en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales analiza el fenómeno de los ultras en el mundo, así como también el antes y después del gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil.
La profesora forma parte de un proyecto de investigación llamado «Multilateralismo y Derecha Radical en América Latina» (Mudral), en colaboración con otros colegas. Tras su participación en el Congreso Mundial de Ciencia Política en Buenos Aires, la académica dialogó con PáginaI12 sobre la cuestión de las derechas en diferentes países y el impacto que tuvo en Brasil la experiencia bolsonarista.
-¿Cómo surgió el proyecto de investigación y qué avances lograron?
-La idea apareció a partir de la experiencia que tuvimos con el gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil, cuyo impacto fue devastador en diversas esferas: desde la política y la salud, hasta el medio ambiente y la política exterior. La extrema derecha es un problema global, no es una coincidencia que haya un Donald Trump, un Bolsonaro y tantos otros gobiernos como esos. Tienen causas comunes, aunque también dinámicas locales muy específicas. En el caso de Bolsonaro, hubo una colaboración muy fuerte con el gobierno de Trump en muchos foros multilaterales. Por ejemplo, el Consenso de Ginebra, que fue una iniciativa conjunta para intentar cambiar normas internacionales respecto a cuestiones de género y derechos sexuales.
-¿Por qué cree que hay países que dan giros hacia gobiernos de derecha o extrema derecha?
-Es un fenómeno complejo. Hay una insatisfacción general de la población muy grande desde los últimos años, debido a la crisis económica y la pandemia, que afectó fuertemente a América Latina. Hay un desencanto con los gobiernos democráticos, que deberían proveer buenas condiciones de vida, con inclusión y una reducción de las asimetrías. Aquí entra también una cuestión nueva: las redes sociales. Se usaron como estrategia política en las campañas para captar votos, incluso con fakenews, como fue el caso de Trump. Entonces, gran parte de las poblaciones votan muchas veces en contra de sus propios intereses. Aún así, es muy difícil de comprender estos cambios que fueron muy rápidos, donde en América Latina, en general, hay una inclinación hacia los gobiernos de izquierda con sus propuestas de redistribución. Por ejemplo, en Brasil, una gran mayoría apoyó el primer y segundo mandato de Lula da Silva, sin embargo, esta misma población eligió un líder de extrema derecha. Es importante comprender esta complejidad, porque durante mucho tiempo no se creyó que fuera posible.
-¿Puede volver a repetirse un acontecimiento similar al intento de golpe de Estado de enero en Brasil?
-Lo que se vio es que las fuerzas armadas participaron en la toma de poder. Este fenómeno fue específico de Brasil, aun cuando América Latina comparte un pasado de dictaduras militares. Aunque se creía que este tema estaba resuelto en la región después del final de la Guerra Fría, Brasil muestra diferencias con Argentina o Chile, países donde se instauraron procesos de justicia transicional, una política de memoria. Durante la transición democrática en Brasil, se hizo uso de amnistías. Esto fue un punto de discusión muy importante, especialmente bajo la gestión de Dilma Rousseff, cuyo pasado como presa y torturada durante la dictadura destacó la importancia del tema. Sin embargo, el proceso fue incipiente y rápidamente se dio lugar a la destitución constitucional de este gobierno elegido por un movimiento político. Se percibió la presencia creciente de liderazgos y fuerzas militares, aunque no su dimensión hasta la tentativa de golpe en enero de este año, que mostró la disposición de los militares a participar activamente. Lula y su ministro de Justicia estuvieron muy preparados y atentos a este riesgo, porque era una crónica de la muerte denunciada.
-¿En qué sentido?
-Se esperaba que Bolsonaro no iba a aceptar la derrota, pero sí fue una sorpresa el nivel de violencia y destrucción. El bolsonarismo es un fenómeno social, no es solo de militares y no se terminó de un día al otro con el fin del mandato de Bolsonaro. Sus raíces son profundas, hay cuestiones estructurales y sociales que permanecen en la sociedad, con un sentimiento que podría llevar nuevamente al poder a políticos que compartieron su visión durante su gobierno. Mucha gente realmente dejó de creer que los sistemas democráticos son capaces de traer cambios en sus vidas. El desafío es conseguir que se confíe que la democracia es la forma de gobierno que permite más inclusión y redistribución.
-¿Qué análisis hace sobre los primeros seis meses del gobierno de Lula?
-Creo que enfrenta muchos desafíos debido al contexto diverso, tanto a nivel internacional como local. Todas las fuerzas políticas se unieron para formar su gobierno, lo que generó divergencias en la formulación de políticas. Así que lo que se ve en estos primeros meses fue una gran tentativa de Lula de conseguir gobernar, porque muchos bolsonaristas fueron electos, y también aprobar medidas importantes. Una de ellas fueron los cambios en el ámbito fiscal. Sin embargo, en la coalición de gobierno hay visiones distintas del rol de China y la guerra de Ucrania, en la que Lula se entrometió mucho. Entonces, formular una propuesta coherente y viable será un gran desafío, porque diversos agentes económicos y sociales no están de acuerdo con ciertas políticas. Aunque la agenda ambiental podría ser un área de convergencia, enfrenta resistencia de poderosos sectores del agronegocio en Brasil. Además, el gobierno está recomponiendo los cuadros ministeriales tras la disminución realizada durante el gobierno de Bolsonaro y, a nivel regional, Lula intentó retomar la integración, pero no hubo consensos, por ejemplo, entre el Mercosur y la Unión Europea. A pesar de las dificultades, yo siempre permaneceré optimista. 26.07.23
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