OTHER NEWS (Por J. Armengou – Público.es)
14.07.2023
Imagen: Facebook
Miles de personas han salido a la calle para protestar contra un proyecto de ley que pone en peligro la separación de poderes en el país, al tiempo que Biden se distancia del Gobierno israelí.
- «Si se aprueba la reforma judicial, Israel dejará de ser un estado democrático» - Gideon Rahat
La división política en Israel se hace cada día más profunda. El polémico proyecto de reforma judicial del primer ministro Benjamin Netanyahu, que busca someter el poder judicial al legislativo, ha puesto de manifiesto una pugna interna entre las dos almas del país: la que quiere un país más religioso y conservador, y la que aspira a un estado laico y liberal. Al mismo tiempo, las pretensiones sobre los territorios palestinos del actual Gobierno israelí, el más derechista de la historia, se están cobrando una víctima inesperada: el más valioso y antiguo aliado de Israel, Estados Unidos.
Así lo considera el profesor de ciencias políticas de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Gideon Rahat. «Israel ha vivido durante mucho tiempo con un delicado equilibrio entre ser un estado judío y un estado democrático. Y Netanyahu ha acabado con él. Ha preferido un estado judío a la democracia», asegura el experto, en conversación con Público. Rahat opina también que la relación entre Israel y Estados Unidos «está cambiando», y que esto se debe a las derivas nacionalistas y ultraderechistas del Ejecutivo de Netanyahu. «Antes no importaba quién gobernara en Washington, ya fueran demócratas o republicanos. Ahora estamos viendo que los demócratas se están apartando de Israel», afirma.
En los últimos días, partidarios y opositores a la reforma judicial han hecho sendas demostraciones de fuerza. La madrugada del lunes, el Parlamento israelí, la Knéset, aprobó una ley clave en el proyecto legislativo de Netanyahu, que termina con la capacidad del Tribunal Supremo para revocar las decisiones del Ejecutivo. La norma contó con los votos a favor de la coalición de gobierno y los votos en contra de la oposición en pleno. El martes, el movimiento ciudadano contrario a la reforma judicial convocó manifestaciones masivas por todo el país. Decenas de miles de personas bloquearon las principales carreteras de Israel, trataron de ocupar el aeropuerto de Ben Gurion y protestaron en ciudades como Haifa, Beersheba, Tel Aviv o Jerusalén. La Policía utilizó cañones de agua y cargó a caballo contra las protestas, hiriendo a varias personas. Hubo 77 detenidos.
Además de la ley que se votó el lunes, que todavía tiene que aprobarse definitivamente, la reforma judicial de Netanyahu pretende que cualquier norma ratificada por el Parlamento e invalidada por el Tribunal Supremo pueda volver a aprobarse por mayoría en la Knéset. También busca limitar la independencia del Supremo, dando un mayor poder al gobierno sobre el nombramiento de los jueces, además acabar con la independencia de los asesores jurídicos del Ejecutivo, una figura pensada para garantizar la transparencia y combatir la corrupción. «Si se aprueba la reforma judicial, Israel dejará de ser un estado democrático», opina Rahat, que explica que su país es un estado muy centralizado, con un sistema muy débil de contrapesos entre los tres poderes, con una sola cámara legislativa y con un sistema político muy débil a nivel local. «El único poder que puede hacer frente al gobierno, es el Tribunal Supremo», afirma el profesor.
Además, otra ley del proyecto de reforma judicial del gobierno busca cubrir las espaldas al mismo Netanyahu ante los casos de corrupción que existen en su contra. La norma, que fue aprobada por el Parlamento el pasado mes de marzo, blindará al primer ministro ante la posibilidad de ser recusado o declarado no apto para ejercer sus funciones, en caso de ser condenado en sus juicios por soborno, abuso de confianza y fraude. En este sentido, Rahat opina que toda la reforma judicial responde, en gran medida, a los intereses personales de Netanyahu: «Él tiene sus propios problemas con el sistema legal. Antes de estos problemas estaba en contra de reformar el poder judicial. Y de hecho votó en contra de las propuestas que quisieron cambiarlo», asegura.
Una sociedad dividida
El movimiento que se opone a la reforma judicial está formado por la oposición al completo (desde liberales, a centristas, progresistas y formaciones árabes), y por una amalgama de académicos, trabajadores de empresas de tecnología punta, organizaciones civiles y reservistas del ejército. «Son los miembros de las mejores unidades militares, además de los ciudadanos que pagan más impuestos [los israelíes seculares pagan seis veces más al estado que los religiosos] y los mejor educados», indica Rahat. El experto afirma que, por sí solos, estos grupos no tienen fuerza suficiente para detener la reforma, pero opina que la presión que pueden ejercer los reservistas, negándose a prestar su servicio, y la influencia que pueden tener todos juntos «frente a los Estados Unidos y en la economía», podrían decantar la balanza.
Entre los partidarios del conjunto de la reforma judicial, se encuentra el partido de Netanyahu, el Likud, de corte conservador; además de sus socios en esta legislatura: cinco partidos de extrema derecha y religiosos. La coalición defiende que la reforma judicial liberará al ejecutivo y el legislativo de un «excesivo» control por parte de los jueces, al tiempo que respetará el deseo de la mayoría de la ciudadanía. Los partidos del gobierno consideran que los comicios de noviembre del 2022 fueron una suerte de plebiscito que avalaba la reforma judicial, ya que obtuvieron 64 de los 120 diputados del Parlamento. Sin embargo, la diferencia en número de votos fue mínima: 30.000 papeletas. El bloque conservador obtuvo el 49,57% de los votos y el bloque anti-Netanyahu el 48,94%.
Sin embargo, sí es cierto que Israel ha dado un importante giro a la derecha en los últimos años, con un 62% de los ciudadanos definiéndose como conservadores, frente al 24% que se define de centro y el 11% de izquierdas, según datos del Democracy Index 2022, elaborado por el Israel Democracy Institute y publicado en enero. Esta situación es aún mayor entre los jóvenes y los judíos religiosos: más del 70% de los israelíes de entre 18 y 34 se consideran de derechas, y más del 74% de los ultra ortodoxos y el 82% de los nacionalistas religiosos se definen como conservadores. Además, los resultados de los últimos comicios fueron desastrosos para las fuerzas progresistas. El partido laborista, que ha dado once primeros ministros a Israel, perdió tres de sus siete diputados y es el último grupo dentro del Parlamento. Y el partido izquierdista y pacifista Meretz, pasó de seis a cero escaños, perdiendo toda representación en la Knéset, por primera vez desde su fundación en 1992.
Paralelamente, la confianza de los israelíes en sus instituciones ha caído en picado, y cada vez más ciudadanos judíos creen que los valores religiosos deberían prevalecer sobre los democráticos. Según el Democracy Index, todas las instituciones del estado perdieron puntos respecto a años anteriores, siendo los partidos los peor valorados. En 2022, sólo un 8,3% de los encuestados confiaba en las formaciones políticas, frente al 21,2% de media en las anteriores ediciones del estudio. Además, un 43% de los judíos israelíes consideraba que el elemento religioso del estado debería ser más importante que el democrático, un 30% opinaba que debería haber un equilibrio, y un 26% que deberían pesar más los valores democráticos.
El factor americano
Estados Unidos no ha sido ajeno a la situación de división en Israel, ni a la radicalización de las políticas del gobierno respecto a Palestina. El pasado domingo, el presidente estadounidense Joe Biden afirmó en una entrevista en la CNN que el Ejecutivo de Netanyahu es «uno de los más extremistas» que ha visto en toda su trayectoria política. Aunque reiteró el apoyo de su país a Israel, Biden aseguró que los socios ultraderechistas del primer ministro son «parte del problema» en el conflicto árabeisraelí, por el hecho de haber aprobado miles de nuevos asentamientos colonos «donde les apetece».
Los ministros extremistas Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir respondieron el lunes a Biden. El primero, responsable de finanzas y de la aprobación de nuevos asentamientos, dijo que la defensa de Estados Unidos de la solución de los dos estados es «un suicidio» para Israel. Por su parte, Ben Gvir, ministro de seguridad nacional, recordó a su «maravilloso amigo» Biden que «la Tierra de Israel es para el pueblo de Israel, según la Torá». «No cederemos en ninguna colina, en ningún puesto avanzado. Esto es nuestro», dijo el político.
La administración Biden también se pronunció tras la represión policial del martes contra los manifestantes anti-gubernamentales. En un comunicado, un portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca instó a las autoridades israelíes a «proteger y respetar el derecho de reunión pacífica». «Está claro que hay un importante debate y discusión en Israel sobre el plan propuesto. Tales debates son una parte saludable de una democracia vibrante», afirmó el portavoz, que pidió una solución consensuada sobre la reforma judicial.
«Los problemas de los demócratas con Netanyahu no han empezado ahora. Cuando Netanyahu se empezó a acercar mucho a los republicanos, en tiempos de Obama, ya empezaron a distanciarse. Pero todo esto es ahora mucho más claro», opina Gideon Rahat. Según el experto, aunque oficialmente no haya habido un cambio de postura por parte de Estados Unidos, el hecho de que el presidente norteamericano no haya invitado a Netanyahu a la Casa Blanca es sintomático. «A Biden no le gusta como actúa», afirma.
El martes, el columnista de The New York Times Thomas Friedman escribió un artículo advirtiendo que la Casa Blanca está reevaluando sus vínculos con el Gobierno de Netanyahu. Según Friedman, Biden considera que el gobierno israelí está utilizando la reforma judicial como cortina de humo para avanzar «en un comportamiento radical sin precedentes». El columnista llegó a afirmar que los acuerdos del primer ministro con los extremistas, además de poner en riesgo las relaciones con Estados Unidos y los inversores extranjeros, abre la puerta a «una guerra civil en Israel» por el mero deseo de Netanyahu de «permanecer en el poder».
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La división política en Israel se hace cada día más profunda. El polémico proyecto de reforma judicial del primer ministro Benjamin Netanyahu, que busca someter el poder judicial al legislativo, ha puesto de manifiesto una pugna interna entre las dos almas del país: la que quiere un país más religioso y conservador, y la que aspira a un estado laico y liberal. Al mismo tiempo, las pretensiones sobre los territorios palestinos del actual Gobierno israelí, el más derechista de la historia, se están cobrando una víctima inesperada: el más valioso y antiguo aliado de Israel, Estados Unidos.
Así lo considera el profesor de ciencias políticas de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Gideon Rahat. «Israel ha vivido durante mucho tiempo con un delicado equilibrio entre ser un estado judío y un estado democrático. Y Netanyahu ha acabado con él. Ha preferido un estado judío a la democracia», asegura el experto, en conversación con Público. Rahat opina también que la relación entre Israel y Estados Unidos «está cambiando», y que esto se debe a las derivas nacionalistas y ultraderechistas del Ejecutivo de Netanyahu. «Antes no importaba quién gobernara en Washington, ya fueran demócratas o republicanos. Ahora estamos viendo que los demócratas se están apartando de Israel», afirma.
En los últimos días, partidarios y opositores a la reforma judicial han hecho sendas demostraciones de fuerza. La madrugada del lunes, el Parlamento israelí, la Knéset, aprobó una ley clave en el proyecto legislativo de Netanyahu, que termina con la capacidad del Tribunal Supremo para revocar las decisiones del Ejecutivo. La norma contó con los votos a favor de la coalición de gobierno y los votos en contra de la oposición en pleno. El martes, el movimiento ciudadano contrario a la reforma judicial convocó manifestaciones masivas por todo el país. Decenas de miles de personas bloquearon las principales carreteras de Israel, trataron de ocupar el aeropuerto de Ben Gurion y protestaron en ciudades como Haifa, Beersheba, Tel Aviv o Jerusalén. La Policía utilizó cañones de agua y cargó a caballo contra las protestas, hiriendo a varias personas. Hubo 77 detenidos.
Además de la ley que se votó el lunes, que todavía tiene que aprobarse definitivamente, la reforma judicial de Netanyahu pretende que cualquier norma ratificada por el Parlamento e invalidada por el Tribunal Supremo pueda volver a aprobarse por mayoría en la Knéset. También busca limitar la independencia del Supremo, dando un mayor poder al gobierno sobre el nombramiento de los jueces, además acabar con la independencia de los asesores jurídicos del Ejecutivo, una figura pensada para garantizar la transparencia y combatir la corrupción. «Si se aprueba la reforma judicial, Israel dejará de ser un estado democrático», opina Rahat, que explica que su país es un estado muy centralizado, con un sistema muy débil de contrapesos entre los tres poderes, con una sola cámara legislativa y con un sistema político muy débil a nivel local. «El único poder que puede hacer frente al gobierno, es el Tribunal Supremo», afirma el profesor.
Además, otra ley del proyecto de reforma judicial del gobierno busca cubrir las espaldas al mismo Netanyahu ante los casos de corrupción que existen en su contra. La norma, que fue aprobada por el Parlamento el pasado mes de marzo, blindará al primer ministro ante la posibilidad de ser recusado o declarado no apto para ejercer sus funciones, en caso de ser condenado en sus juicios por soborno, abuso de confianza y fraude. En este sentido, Rahat opina que toda la reforma judicial responde, en gran medida, a los intereses personales de Netanyahu: «Él tiene sus propios problemas con el sistema legal. Antes de estos problemas estaba en contra de reformar el poder judicial. Y de hecho votó en contra de las propuestas que quisieron cambiarlo», asegura.
Una sociedad dividida
El movimiento que se opone a la reforma judicial está formado por la oposición al completo (desde liberales, a centristas, progresistas y formaciones árabes), y por una amalgama de académicos, trabajadores de empresas de tecnología punta, organizaciones civiles y reservistas del ejército. «Son los miembros de las mejores unidades militares, además de los ciudadanos que pagan más impuestos [los israelíes seculares pagan seis veces más al estado que los religiosos] y los mejor educados», indica Rahat. El experto afirma que, por sí solos, estos grupos no tienen fuerza suficiente para detener la reforma, pero opina que la presión que pueden ejercer los reservistas, negándose a prestar su servicio, y la influencia que pueden tener todos juntos «frente a los Estados Unidos y en la economía», podrían decantar la balanza.
Entre los partidarios del conjunto de la reforma judicial, se encuentra el partido de Netanyahu, el Likud, de corte conservador; además de sus socios en esta legislatura: cinco partidos de extrema derecha y religiosos. La coalición defiende que la reforma judicial liberará al ejecutivo y el legislativo de un «excesivo» control por parte de los jueces, al tiempo que respetará el deseo de la mayoría de la ciudadanía. Los partidos del gobierno consideran que los comicios de noviembre del 2022 fueron una suerte de plebiscito que avalaba la reforma judicial, ya que obtuvieron 64 de los 120 diputados del Parlamento. Sin embargo, la diferencia en número de votos fue mínima: 30.000 papeletas. El bloque conservador obtuvo el 49,57% de los votos y el bloque anti-Netanyahu el 48,94%.
Sin embargo, sí es cierto que Israel ha dado un importante giro a la derecha en los últimos años, con un 62% de los ciudadanos definiéndose como conservadores, frente al 24% que se define de centro y el 11% de izquierdas, según datos del Democracy Index 2022, elaborado por el Israel Democracy Institute y publicado en enero. Esta situación es aún mayor entre los jóvenes y los judíos religiosos: más del 70% de los israelíes de entre 18 y 34 se consideran de derechas, y más del 74% de los ultra ortodoxos y el 82% de los nacionalistas religiosos se definen como conservadores. Además, los resultados de los últimos comicios fueron desastrosos para las fuerzas progresistas. El partido laborista, que ha dado once primeros ministros a Israel, perdió tres de sus siete diputados y es el último grupo dentro del Parlamento. Y el partido izquierdista y pacifista Meretz, pasó de seis a cero escaños, perdiendo toda representación en la Knéset, por primera vez desde su fundación en 1992.
Paralelamente, la confianza de los israelíes en sus instituciones ha caído en picado, y cada vez más ciudadanos judíos creen que los valores religiosos deberían prevalecer sobre los democráticos. Según el Democracy Index, todas las instituciones del estado perdieron puntos respecto a años anteriores, siendo los partidos los peor valorados. En 2022, sólo un 8,3% de los encuestados confiaba en las formaciones políticas, frente al 21,2% de media en las anteriores ediciones del estudio. Además, un 43% de los judíos israelíes consideraba que el elemento religioso del estado debería ser más importante que el democrático, un 30% opinaba que debería haber un equilibrio, y un 26% que deberían pesar más los valores democráticos.
El factor americano
Estados Unidos no ha sido ajeno a la situación de división en Israel, ni a la radicalización de las políticas del gobierno respecto a Palestina. El pasado domingo, el presidente estadounidense Joe Biden afirmó en una entrevista en la CNN que el Ejecutivo de Netanyahu es «uno de los más extremistas» que ha visto en toda su trayectoria política. Aunque reiteró el apoyo de su país a Israel, Biden aseguró que los socios ultraderechistas del primer ministro son «parte del problema» en el conflicto árabeisraelí, por el hecho de haber aprobado miles de nuevos asentamientos colonos «donde les apetece».
Los ministros extremistas Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir respondieron el lunes a Biden. El primero, responsable de finanzas y de la aprobación de nuevos asentamientos, dijo que la defensa de Estados Unidos de la solución de los dos estados es «un suicidio» para Israel. Por su parte, Ben Gvir, ministro de seguridad nacional, recordó a su «maravilloso amigo» Biden que «la Tierra de Israel es para el pueblo de Israel, según la Torá». «No cederemos en ninguna colina, en ningún puesto avanzado. Esto es nuestro», dijo el político.
La administración Biden también se pronunció tras la represión policial del martes contra los manifestantes anti-gubernamentales. En un comunicado, un portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca instó a las autoridades israelíes a «proteger y respetar el derecho de reunión pacífica». «Está claro que hay un importante debate y discusión en Israel sobre el plan propuesto. Tales debates son una parte saludable de una democracia vibrante», afirmó el portavoz, que pidió una solución consensuada sobre la reforma judicial.
«Los problemas de los demócratas con Netanyahu no han empezado ahora. Cuando Netanyahu se empezó a acercar mucho a los republicanos, en tiempos de Obama, ya empezaron a distanciarse. Pero todo esto es ahora mucho más claro», opina Gideon Rahat. Según el experto, aunque oficialmente no haya habido un cambio de postura por parte de Estados Unidos, el hecho de que el presidente norteamericano no haya invitado a Netanyahu a la Casa Blanca es sintomático. «A Biden no le gusta como actúa», afirma.
El martes, el columnista de The New York Times Thomas Friedman escribió un artículo advirtiendo que la Casa Blanca está reevaluando sus vínculos con el Gobierno de Netanyahu. Según Friedman, Biden considera que el gobierno israelí está utilizando la reforma judicial como cortina de humo para avanzar «en un comportamiento radical sin precedentes». El columnista llegó a afirmar que los acuerdos del primer ministro con los extremistas, además de poner en riesgo las relaciones con Estados Unidos y los inversores extranjeros, abre la puerta a «una guerra civil en Israel» por el mero deseo de Netanyahu de «permanecer en el poder».
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