28 oct 2025

DETRAS DE LA ZANAHORIA

ARGENTINA LIBERTARIA
Acostumbrarse a la precariedad como forma de control. Pluriempleo y desgaste

24 de octubre de 2025


Hay algo que no pudieron vaciar del todo: la potencia de los lazos comunitarios, esa obstinación colectiva que insiste incluso cuando el Estado se retira y el mercado avanza.. Imagen: Jose Nico


Entre el pluriempleo, el endeudamiento y el mandato de “ser tu propio jefe”, la vida se vuelve una carrera contra el tiempo. Corremos para llegar a fin de mes, para pagar deudas o para endeudarnos un poco más. En la Argentina de Milei, la precariedad se instala como régimen de gobierno y también como forma de subjetividad: una que nos quita el sueño y deteriora los vínculos sociales. ¿Cuántos trabajos hacen falta para sostener la vida? ¿Cuánto vale nuestro tiempo libre?
“Ya desde hace un tiempo creo que lo que respondería a ‘qué hago en un día común’ es: sobrevivo”, dice Jazz Castelló, lesbiana transfeminista y madre en situación de pluriempleo. Sobrevivir no como metáfora, sino como descripción exacta del presente: una rutina hecha de cuentas que no cierran, deudas que se acumulan y malabares para sostener el alquiler, la comida, los cuerpos y los vínculos. Entre el trabajo formal, las changas y la crianza, el tiempo se volvió un bien de lujo: el descanso, un sueño.


Como escriben Verónica Gago y Luci Cavallero en Contra el autoritarismo de la libertad financiera, “la deuda es un dispositivo político que produce subjetividades, estrategias de vida y vínculos con las urgencias”. No se trata solo de dinero: es también una economía psíquica que penetra la vida cotidiana, define el humor, la forma de amar, de cuidar y de imaginar el futuro. Las autoras plantean la deuda como método: un hilo que conecta austeridad, libertad financiera y ultraderecha. Hablan de “un entrenamiento en la precariedad”, cuando se produce un acostumbramiento, pero también toda una inventiva cotidiana para resolver la falta de ingresos: la deuda como modo de individualización, de borramiento de la cooperación social.

La psicóloga Lucía Vasallo, despedida del Hospital Bonaparte en febrero de este año, define al pluriempleo como una forma de mortificación cotidiana: “No solo vendemos nuestra fuerza de trabajo, también cedemos tiempo de vida y de deseo. La deuda instala una subjetividad extenuada que nos apaga la potencia de protestar, de desear, de hacer comunidad”. La explotación laboral se transforma en autoexplotación: “ser tu propio jefe” como una forma social del padecimiento. Meritocracia, emprendedurismo, endeudamiento: distintos nombres para una misma práctica de disciplinamiento íntimo. “No se somete con normas, sino que se han metido en la intimidad”, dice Vasallo. La culpa, la vergüenza, el fantasma de no estar a la altura convierten un problema estructural en una sensación individual.


La deuda instala una subjetividad extenuada que nos apaga la potencia de protestar, de desear, de hacer comunidad.

Trabajo informal, de lunes a lunes

Lucila Matteucci, licenciada en Ciencias de la Comunicación, trabaja de manera freelance: “No puedo ni pagar el monotributo, porque tengo una deuda y no la puedo cubrir con los ingresos que tengo hoy. Estoy en una situación complicada y expuesta, porque no tengo cobertura de salud ni aportes previsionales. Igual uso el sistema público de salud, que en mi ciudad, funciona muy bien. Pero estoy expuesta, porque siendo monotributista una pone todos sus recursos: las herramientas, la casa, el mobiliario, la luz, el internet”.

Elena, profesora y actriz, también acumula trabajos: “Tengo tres empleos formales y cinco informales. Trabajo como profe de teatro en dos escuelas, y además hago tortas, eventos, boletería, obras de teatro… Hace unos meses sumé OnlyFans, por necesidad, para generar más ingresos”. Está endeudada con el banco, amigues y familia. Si bien nunca tuvo una economía estable, la pequeña seguridad que había logrado se esfumó el año pasado. Robinson Santurio, arquitecto egresado de la UBA, describe una rutina similar: “Soy monotributista, actualmente no me alcanza. Trabajo de lunes a viernes de 9 a 17.30 en oficina; después hago planos para otros arquitectos, lo que me lleva dos horas más por día, y trabajo los sábados a la mañana y a veces domingos a la noche. Siempre estoy con deudas de tarjeta con las que voy sobrellevando los gastos”. Desde que se recibió cambió seis veces de trabajo por las malas condiciones de contratación. Sabe que sería casi imposible independizarse sin un respaldo económico familiar.

Maximiliana, vendedora y cuidadora, sostiene varios empleos: atención al público, acompañamiento de personas mayores, un emprendimiento de guardería canina con su hija adolescente y venta en ferias los fines de semana. “Llegar a fin de mes requiere poner prioridades: alimentación, salud, servicios. No podemos salir, ni irnos de vacaciones, ni pedir comida. Reducimos los gastos todo lo posible”, cuenta desde el tren, de un trabajo a otro. A veces sus jornadas superan las 14 horas. Flavia, licenciada en instrumentación quirúrgica, integra el equipo de trasplante hepático del Hospital Garrahan: “Trabajo 35 horas semanales en el hospital. Muchas veces después de una guardia o un trasplante tengo que ir a dar clases. Es agotador, mental y físicamente. Sumado al ajuste, la idea del gobierno es vaciar el hospital y que funcione con lo mínimo posible, sin importar el cansancio. A eso se suma sostener el hogar”, ¿tiempo libre? ¿Qué es eso?”


Casi el 30% de las personas ocupadas trabaja más de nueve horas diarias.

Pluriempleo y nunca alcanza

En la Argentina de Milei, trabajar se volvió una prueba de resistencia: jornadas extendidas, pluriempleo, cuentas que no cierran y un aire de incertidumbre que se cuela hasta en el sueño. No es solo economía: es una política de desgaste que nos tiene haciendo cuentas mentales para llegar al mes. Ya no importa si sos profesional o vivís de changas: la plata no alcanza, y eso también afecta nuestra salud. Además, muchos derechos parecen haberse transformado en privilegios, como vacaciones pagas, aguinaldo, la posibilidad de una vivienda digna y el acceso a la salud y jubilación.


Según el Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas (IPyPP), casi el 30% de las personas ocupadas trabaja más de nueve horas diarias —más de 5,8 millones de personas—, y el pluriempleo ya alcanza a 2,4 millones de trabajadores y trabajadoras. Entre las mujeres, esa proporción es un 83% más alta que entre los varones. El salario, sin embargo, no acompaña: el mínimo vital y móvil vale hoy un 68% menos que en 2023.

El informe detalla tres etapas del ajuste: un shock inicial que deterioró empleo y salarios; una recuperación desigual en la segunda mitad de 2024, con mejoras solo en el sector privado formal; y un nuevo estancamiento en 2025, con interrogantes sobre la segunda parte del año. A esto se suman otras piezas del disciplinamiento social: el protocolo antipiquete, que criminaliza la protesta, y la penalización de la actividad gremial.


En los últimos años, el pluriempleo se ha consolidado como una estrategia de supervivencia para millones de trabajadores y trabajadoras en la Argentina. Durante la gestión de Milei, el pluriempleo llegó a un pico histórico hacia el 4to trimestre de 2024, alcanzando al 12,4% de lxs ocupadxs.

Casi el 30% de los ocupados —más de 5,8 millones— trabajan más de 45 horas semanales. Si se desagrega ese universo, se observa que un millón de personas trabaja en torno a 62 horas semanales, y que otras 900 mil sostienen jornadas laborales del siglo XIX, de entre 13 y 16 horas diarias. Los sectores más afectados: comercio informal, venta directa, telemarketing, transporte y vigilancia. Rubros de alta flexibilidad y baja remuneración, los rubros de cuidado o de trabajadoras de casas particulares tambien fueron altamente afectados con casi sesenta mil trabajadoras que perdieron su puesto de trabajo, entre 2020 y 2025, de las cuales el 38,9% lo hicieron durante la actual gestión.

Por otro lado, en los últimos veintiún meses, 46 de las 50 políticas de cuidado que sostenían la trama social fueron recortadas o desmanteladas, según el último informe de La Cocina de los Cuidados del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). El dato es brutal: más de 4 millones de personas perdieron al menos una política pública que les permitía sostener la vida cotidiana —una beca, un subsidio, un refuerzo alimentario, la entrega de medicamentos o la asistencia para el cuidado de niñas, personas mayores o con discapacidad—. Quedan apenas tres políticas activas y una en riesgo. El pluriempleo crece sobre todo entre las mujeres, sobrerrepresentadas en sectores de cuidado, educación y salud.


Lucía explica que “la sobrecarga de trabajo nunca fue equitativa. Los cuerpos feminizados sostienen los hogares, los afectos, el cuidado de la vida cotidiana. Un trabajo invisible, no pago e incesante, que produce una fatiga específica: la del cuidado sin cuidado, sin salida, donde no se puede dejar de garantizar la vida de otro. Es un lugar delicado y sin salida para los cuerpos que cuidan, y nos habla de un riesgo.”

Lo que para Robinson es “una changa más”, para Elena es la pérdida del sentido del arte, para Lucila, la ansiedad que no la deja dormir. Jazz no sabe como cubrir todos los frentes mientras materna, siente culpa si no llega: “todos los caminos conducen a ser la mala madre”, explica que se siente malabareando en la cornisa.

La mitad de les trabajadores del país está en la informalidad, puestos de trabajo que no cuentan con estabilidad, aportes jubilatorios, obra social o vacaciones pagas. Según el INDEC, el 43,2% no tiene estabilidad, aportes ni obra social. Entre los jóvenes, la cifra sube al 60%. En el último año, el empleo privado apenas creció, mientras los monotributos y el rubro de pluriempleo se multiplicó.


Los sectores más afectados por las jornadas extenuantes: comercio informal, venta directa, telemarketing, transporte y vigilancia.

Cuidar sin Estado

El último informe del CELS traza un mapa de los efectos del ajuste en las políticas sociales. Entre los recortes más graves figuran: el ajuste en Remediar, que distribuía medicamentos gratuitos, pasó de 162.000 botiquines en 2023 a 53.000 en 2025. PAMI dejó sin cobertura farmacéutica a 1,4 millones de personas mayores. Las Pensiones Universales para el Adulto Mayor (PUAM) cayeron de 272.000 a 187.000 titulares. En materia de vivienda y hábitat, se derogaron los programas de construcción y el Fondo de Infraestructura Social Urbana no ejecutó presupuesto.

El golpe no es solo presupuestario, traslada más peso sobre los hogares y, dentro de ellos, sobre las mujeres y disidencias que sostienen los cuidados. El tiempo del descanso se achica, el del trabajo se multiplica y el cuerpo paga la cuenta. El malestar tiene síntomas: cansancio, ansiedad, insomnio, sensación de vacío. Según profesionales consultadxs por este suplemento, crecen las consultas por angustia y estrés laboral. Según profesionales consultadas por este suplemento, crecen las consultas por angustia y estrés laboral, sobre todo en trabajadoras de salud, docentes y empleadas de comercio. “El síntoma más frecuente es la imposibilidad de desconectar —explica una psicóloga clínica que trabaja en hospitales públicos—. La gente siente que no puede parar ni pensar, que todo el tiempo está corriendo detrás de algo que se escapa”.

Los espacios terapéuticos, que deberían ser refugio, se encarecen o se vuelven inaccesibles por la suba de alquileres y copagos. En las obras sociales, la cobertura en salud mental se reduce; en el sistema público, las listas de espera se extienden por meses. Lo que emerge, entonces, es una crisis de salud mental colectiva, consecuencia directa de la precarización. Una política de ajuste que desfinancia la vida termina convirtiendo el malestar en una cuestión privada: cada quien debe gestionar su angustia, su deuda, su fatiga. Lucila cuenta que “invierte en salud mental para poder tratar cuestiones que son sociales”. El gasto la enoja y la entristece, porque la enfrenta a miedos y prejuicios sobre sí misma: “Aunque me forme y me actualice, empiezo a sentir que no es suficiente, que no soy tan buena, que seguro hay alguien mejor, que estoy grande”. Para ella, los discursos de “emprendé” o “sé tu propio jefe” son “el capitalismo disfrazado, un discurso libertario armado desde la derecha para deshacerse de las obligaciones del Estado y las empresas. Te hacen creer que todo lo podés, que sos autosuficiente, cuando en realidad nadie puede todo solo. Ese discurso rompió lazos, generó frustración, borró la capacidad de construir con otres.”

La reforma laboral que impulsa el gobierno bajo el nombre de “modernización y optimizar la productividad” busca justamente consolidar esta estructura. Flexibilizar despidos, ampliar períodos de prueba, eliminar indemnizaciones: medidas presentadas como “libertad” que, en los hechos, precarizar aún más. Gago y Cavallero lo nombran como autoritarismo financiero: un régimen que promete libertad pero gobierna a través del endeudamiento y la inseguridad. En esa ecuación, la precariedad no es un efecto colateral, sino una forma de gobierno.

“La deuda no solo nos empobrece, también nos despolitiza”, dice la psicóloga Lucía Vasallo. “Ya no hace falta un patrón que te vigile: el sistema financiero se metió en la intimidad. Vivimos con culpa, con vergüenza, con la sensación de no estar a la altura. La deuda se vuelve una vigilancia interna que te apaga la potencia de desear.”


Los trabajos de reparto están completamente fragilizados por las condiciones laborales: salarios de hambre, cero medidas de seguridad para lxs trabajadores y desorganización sindical. Poco a poco eso está cambiando.

Volver a nombrar los cuidados

Los feminismos vienen señalando hace años que el cuidado no es un asunto privado, sino una cuestión política y económica central. En contextos de ajuste, esa verdad se vuelve más visible: cuando el Estado se retira, el tiempo se estira para compensar lo que falta.

En ese sentido, La Cocina de los Cuidados no solo denuncia la magnitud del recorte: también propone una forma de resistencia. Reunir datos, trazar redes, sostener la palabra pública de las cuidadoras y trabajadoras es una manera de volver a hacer visible la infraestructura afectiva que sostiene la vida. Porque mientras el gobierno habla de “libertad de mercado”, lo que se juega es la libertad de vivir sin miedo, de descansar, de tener tiempo, de no enfermarse por trabajar. La libertad de que el cuidado sea un derecho y no una carga.

Jazz se pregunta cómo se sentirá vivir sin el temor a que llegue el día en que no puedas pagar más por una casa. “Si sos travx, tortx, negrx, pobrx, discx, gorde, neurodivergente, madre; si no tenés ‘estudios’, estás por fuera del acceso a la salud, a la medicación”, dice.


Se trata de un cansancio que ya no se pasa con dormir unas horas más. Un agotamiento que no viene solo del cuerpo, sino de la imposibilidad de imaginar un futuro, de la carrera constante con la incertidumbre. Pero incluso ahí, entre la deuda, la sobrecarga y la fatiga, algo sigue insistiendo.

Flavia se sostiene en el amor a su profesión y a la salud pública: “Cuando estamos caídos nos levantamos entre compañeros. Es la unión, la convicción de que defendemos algo justo, que no podemos dejar que sigan avanzando sobre la salud de los niños.” Jazz encuentra refugio en su red cercana: “Nos sostenemos, nos escuchamos, ironizamos con humor del más ácido sobre las heridas que no tenemos tiempo de atender. Nos sostenemos el llanto mientras remamos cada quien en su arroyito de petróleo”.

Elena dice que son los vínculos los que la salvan: “Estar con otres es lo que te ayuda a no caer. Aunque muchas veces dejemos de lado nuestros deseos por cuestiones económicas, ahí aparecen los afectos, la cercanía, los amigues, la familia”. Maxi, que tiene cincuenta y trabaja desde los trece años, lo resume con una mezcla de cansancio y esperanza: “Lo que me sostiene son mis amigos y mi hija. Que ella pueda seguir estudiando es una gran esperanza”

Como dice la psicóloga Lucía Vasallo, “la comunidad es el antídoto frente a la mortificación social. Si el pluriempleo y la deuda fragmentan, la comunidad permite la restitución del sentido, de lo común. En un país donde tantas veces la vida se sostuvo por pura obstinación colectiva, habría que reconocer que la comunidad no es solo un contexto: es el dispositivo político que nos permite desendeudarnos”.

Donde el Estado se retira y el mercado avanza, la comunidad aparece como el último refugio capaz de seguir generando humanidad por fuera de las lógicas del capital. Vasallo habla de esos espacios cotidianos, una clase de zumba, un taller de cerámica, una biblioteca popular, un club de barrio, donde todavía es posible encontrarse. En tiempos de aislamiento y sobrecarga, esas pequeñas comunidades funcionan como espacios de restitución, lugares donde los cuerpos se reúnen, se acompañan y reconstruyen lo común. En un país donde los cuerpos sostienen lo que las políticas desmantelan, cada encuentro, cada pequeña red se vuelve una forma de desobediencia y una posibilidad de encuentro para politizar la vida.