Paul Krugman desde nueva york
La crisis y la unidad europea
Cuando Grecia cayó hace casi cuatro años, algunos analistas (yo mismo incluido) pensamos que pudiéramos estar viendo el comienzo del final del euro, la divisa común de Europa.
The New York Times
Otros se mostraron más optimistas, creyendo que el amor salvaje -ayuda temporal condicionada a una reforma- produciría la recuperación en poco tiempo. Ambos grupos estaban equivocados. Lo que efectivamente tuvimos fue una crisis muy intensa que nunca parece llegar a algún tipo de resolución. Cada vez que Europa parece lista para superar el borde, legisladores encuentran una manera de evitar el desastre total. Pero cada vez que hay insinuaciones de verdadera recuperación, algo más sale mal.
Y aquí vamos de nuevo. No hace mucho, funcionarios europeos estaban declarando que el Viejo Continente había superado lo peor, que la confianza del mercado estaba regresando y el crecimiento se estaba reanudando. Sin embargo, ahora existe una nueva fuente de inquietud, ya que el espectro de la deflación se vislumbra sobre buena parte de Europa. Y el debate sobre cómo reaccionar se está poniendo en verdad desagradable.
Algunos antecedentes: se supone que el Banco Central Europeo, o BCE, el equivalente europeo de la Reserva Federal de Estados Unidos, debe mantener la inflación cerca de 2 por ciento. ¿Por qué no cero? Hay varias razones, pero el punto de mayor importancia justo ahora es que una tasa general inflacionaria en Europa que esté demasiado cerca del cero se traduciría en verdadera deflación en las agobiadas economías del sur de Europa. Además, la deflación tiene desagradables efectos secundarios sobre la economía, particularmente en países que ya soportan la pesada carga de altas deudas.
Así que es una fuente de gran inquietud que la inflación europea haya empezado a descender muy por debajo del objetivo: a lo largo del año pasado, los precios al consumidor crecieron apenas 0,7 por ciento, en tanto los precios de inflación "subyacente" que excluyen a los volátiles costos de alimentos y energía subieron apenas 0,8 por ciento.
Algo tenía que hacerse, y el BCE redujo las tasas de interés hace dos semanas. En lo que a decisiones estratégicas concierne, esta tuvo la distinción de ser tanto obviamente apropiada como obviamente inadecuada: la economía de Europa claramente necesita un impulso, pero la acción del BCE seguramente marcará, en el mejor de los casos, una diferencia marginal. De cualquier forma, fue un movimiento en la dirección correcta.
Sin embargo, ese movimiento fue sumamente polémico, tanto dentro como fuera del Banco Central Europeo. Además, la polémica asumió una ominosa forma, cuando menos para cualquiera que recuerde la terrible historia de Europa. Esto porque las discusiones sobre política monetaria de Europa no son meramente una batalla de ideas; con frecuencia cada vez mayor, suenan también como una batalla de naciones.
Por ejemplo, ¿quién votó en contra de la reducción de tarifas? Los dos miembros alemanes del consejo directivo del BCE, acompañados por los líderes de los bancos centrales de Holanda y Austria. ¿Quién, fuera del BCE, fue el más severo para criticar esa acción? Los economistas alemanes, quienes se esforzaron no solo en atacar la sustancia de la acción del banco sino en hacer énfasis en la nacionalidad de Mario Draghi, el presidente del banco, quien es italiano. Hans-Werner Sinn, el influyente economista alemán, declaró que Draghi solo estaba intentando darle acceso a Italia a préstamos con bajo interés. El jefe de economistas del semanario noticioso WirtschaftsWoche dijo que la reducción de la tasa era un "diktat de una nueva Banca d`Italia, con base en Fráncfort".
Ese tipo de insinuaciones son crasamente injustas con Draghi, cuyos esfuerzos por contener la crisis del euro han sido poco menos que heroicos. Yo incluso llegaría al grado de afirmar que el euro probablemente habría colapsado en 2011 o 2012 sin su liderazgo. Pero, olvidemos las personalidades. Lo que asusta aquí es la forma en que esto está resultando en los teutones versus los latinos; con el euro, que supuestamente uniría a Europa, más bien desgarrándola.
¿Qué está ocurriendo? Una parte de ello son estereotipos nacionales: el pueblo alemán está eternamente vigilante en contra de la perspectiva de que esos holgazanes europeos del sur se vayan a ir con su dinero arduamente ganado. Sin embargo, existe también un verdadero problema aquí. Los alemanes simplemente odian la inflación, pero si el BCE tiene éxito para llevar la inflación europea promedio de vuelta a 2 por ciento aproximadamente, impulsará la inflación en Alemania -que está en auge incluso al tiempo que otras naciones europeas sufren niveles de desempleo similares a los de una depresión- considerablemente más que eso, quizá a 3 por ciento o más.
Quizá esto suene mal, pero es como se supone que el euro debe funcionar. De hecho, es la forma en que tiene que funcionar. Si vas a compartir una divisa con otros países, a veces vas a tener inflación por arriba del promedio. En los años previos a la crisis financiera del mundo, Alemania presentaba bajos niveles de inflación, al tiempo que países como España tenían inflación relativamente alta. Ahora, las reglas del juego requieren que los papeles sean invertidos, y la pregunta es si Alemania está preparada para aceptar esas reglas. Y la respuesta a esa pregunta no es clara.
Lo verdaderamente triste es que, como dije, el euro supuestamente uniría a Europa en formas tanto sustanciales como simbólicas. Se suponía que fomentaría lazos económicos más cercanos, incluso al tiempo que fomentaba una idea de identidad compartida. Sin embargo, lo que estamos obteniendo más bien es un clima de ira y desdén por parte tanto de acreedores como de deudores. Y el final aún no se ve por ninguna parte.