Ociel Alí López
8 ene 2021
El asalto al Capitolio de EE.UU. tiene un profundo significado para el Occidente moderno. Es el ultraje político más grave realizado por fuerza alguna a la institución liberal estadounidense. Si el ataque contra las Torres Gemelas produjo una férrea unión nacional, el del Capitolio develó una profunda división social.
El trumpismo desafió al 'establishment' intentando la reocupación del Estado desde los privilegios del blanco anglosajón, en una estructura cuyo eje articulador se basa justamente en repartir el poder entre las minorías sociales. Todo lo contrario a lo que aquellos representan.
En este violento episodio, el populismo de derecha se precipitó en forma de horda en contra del 'mainstream' contemporáneo de EE.UU. No fueron los "locos de Sanders" los que levantaron una bandera gay o indígena en el Capitolio. No fueron las Panteras Negras. Ni siquiera los talibanes.
El fundamentalismo blanco lanzó un atentado contra la estructura mental de la Norteamérica postmoderna. La imagen del hombre con cuernos sentado en el sillón de la Presidencia del Congreso es una violación simbólica al sentido común liberal.
Pero también el "estado profundo" es tentado, ya que tiene la justificación perfecta para arremeter contra Trump. Lo han censurado en las redes y en los medios de comunicación. Nunca había habido un consenso entre la prensa de derecha e izquierda de todo el mundo para tener una opinión parecida ante un fenómeno. Y este fenómeno es Trump.
El trumpismo desafió al 'establishment' intentando la reocupación del Estado desde los privilegios del blanco anglosajón, en una estructura cuyo eje articulador se basa justamente en repartir el poder entre las minorías sociales. Todo lo contrario a lo que aquellos representan.
En este violento episodio, el populismo de derecha se precipitó en forma de horda en contra del 'mainstream' contemporáneo de EE.UU. No fueron los "locos de Sanders" los que levantaron una bandera gay o indígena en el Capitolio. No fueron las Panteras Negras. Ni siquiera los talibanes.
El fundamentalismo blanco lanzó un atentado contra la estructura mental de la Norteamérica postmoderna. La imagen del hombre con cuernos sentado en el sillón de la Presidencia del Congreso es una violación simbólica al sentido común liberal.
Pero también el "estado profundo" es tentado, ya que tiene la justificación perfecta para arremeter contra Trump. Lo han censurado en las redes y en los medios de comunicación. Nunca había habido un consenso entre la prensa de derecha e izquierda de todo el mundo para tener una opinión parecida ante un fenómeno. Y este fenómeno es Trump.
La cúpula de ambos partidos (republicanos y demócratas) quieren lanzar al actual presidente por el bajante de la política. El alto mando republicano está desactivando el discurso desafiante y dejando a su presidente como un error histórico.
El caso es que con Trump también expulsan al trumpismo, un movimiento emergente que viene de sacar 74 millones de votos (9 millones más que los de Hilary Clinton en 2016) y que puede tener influencia en las Fuerzas Armadas.
¿Alguien cree que esto se va a quedar así?
El caso es que con Trump también expulsan al trumpismo, un movimiento emergente que viene de sacar 74 millones de votos (9 millones más que los de Hilary Clinton en 2016) y que puede tener influencia en las Fuerzas Armadas.
¿Alguien cree que esto se va a quedar así?
Un suceso esperado
Desde hace tiempo, Trump ha dejado claro en su discurso que no aceptaría una derrota electoral. Lo que no se precisaba era cómo respondería ante la transición.
Los seguidores del mandatario saliente ya habían hecho algo similar con la toma del Congreso en Michigan, en mayo del 2020, y habían sido halagados. ¿Qué se podía esperar si ahora se sienten frustrados debido al "fraude" que denuncia su líder?
Una vez sus principales aliados –como el fiscal William Barr y ahora su vicepresidente, Mike Pence– han abandonado al mandatario saliente, el trumpismo se queda sin base institucional, deja de ser representado y se convierte en horda justiciera.
De hecho, la capitulación del jueves del presidente poco puede cambiar las estimaciones en su contra, así como el temple y poder del trumpismo. Un escenario que se puede abrir ahora es el de la desestabilización y el descontrol (...) La imagen de EE.UU. como paradigma de la democracia se ha desvanecido y esto podría acentuarse.
Una vez se da el asalto al Capitolio, la transición de poder se torna violenta, y eso es un parteaguas en la historia contemporánea de EE.UU.: por primera vez un presidente no reconoce el triunfo electoral de su oponente y sus seguidores reaccionan con violencia insurreccional.
Lo que aún no se sabe es si este hecho va a acabar con el trumpismo o si será una fecha histórica reivindicada por las fuerzas del nuevo conservadurismo norteamericano.
El trumpismo en la oposición
Si el trumpismo es una experiencia política que va más allá de los arrebatos megalómanos de un personaje, deberá entender dos cosas. Primero, que está forjando una polarización en la que queda como minoría, lo que lo hace inviable como opción electoral.
Segundo, que si no tiene lo anterior, ni tampoco el armazón institucional, como la Corte Suprema, que le soporte una aventura, entonces debe contar con el apoyo de las Fuerzas Armadas.
Al no tener ninguna de las opciones anteriores, el trumpismo queda como una fuerza de oposición que puede generar una división tajante en el Partido Republicano, que hasta ahora es el principal perdedor en todo lo sucedido.
Después de la derrota electoral parecía claro que la estrategia de Trump era quedarse con el control del partido y lanzarse en 2024. Una vez ocurridos los hechos del Capitolio este escenario es más difícil. El partido ha quedado dividido entre trumpistas y republicanos tradicionales en medio de acusaciones de traición.
¿Qué pasó en el Capitolio de EE.UU.? Todos los detalles sobre la violenta manifestación de los partidarios de Trump
Así, es posible que el mandatario saliente monte tienda aparte y trate de llevarse buena parte de los millones de votos que sacó, los suficientes para tener la fuerza de negociar con el Partido Republicano una nueva candidatura.
Parece probable que el asalto al Congreso no necesariamente acabará con el liderazgo de Trump. De hecho, podría proyectarlo más que si hubiera entregado el poder de manera sumisa: el líder se rebeló al 'establishment' y eso genera un impacto que en determinados sectores puede ser motivo de adulación.
No obstante, su papel en el asalto al Capitolio puede llevarlo al banquillo de los acusados y también a la defenestración jurídico legal. Un 'impeachment' a futuro. Independientemente del resultado de esta operación política, el trumpismo en la oposición puede ser un dolor de cabeza para la gobernabilidad de la gestión de Joe Biden. Es un movimiento radicalizado con poder en gobernaciones, territorios, Corte, Congreso, policías.
De esta manera, un escenario que se puede abrir ahora es el de la desestabilización y el descontrol. Dados los acontecimientos en EEUU. durante el último año, no es difícil imaginarse a policías blancos, fuera de toda razón, asesinando por doquier y generando violentas respuestas antirracistas, ni tampoco hordas violentas y armadas ocupando territorios y espacios institucionales.
La imagen de EE.UU. como paradigma de la democracia se ha desvanecido y esto podría acentuarse.
¿Tendrá Biden la capacidad para atajar el declive estadounidense?
El propio expresidente George W. Bush ha considerado el asalto al Capitolio como propio de una "república bananera". Por primera vez, el mundo se "preocupa" por lo que puedan hacer los estadounidenses en su propio territorio: no hay un Bin Laden ni un Saddam Hussein a quien culpar.
Biden tendrá la difícil tarea de rehacer la idea de nación para cerrar la brecha en el país. Deberá buscar la unificación política, en la medida que responde a las demandas sociales que le han llevado a la Presidencia, y crear una idea de pueblo estadounidense donde los blancos conservadores también se sientan incluidos para poder neutralizar al populismo de derecha que les ha cautivado. Todo ello en medio de la crisis económica y sanitaria que ha generado la pandemia.
La nueva gestión llega, si no con altas expectativas, sí con demandas de alto calibre, como la eliminación de la represión policial y la democratización del sistema de salud, ambas muy difíciles de lograr. Así, la vuelta a la normalidad es también el regreso del escepticismo sobre la gestión demócrata, lo que va a hacer que el trumpismo, incluso sin Trump, siempre esté merodeando y esperando los errores de la nueva administración para volver al poder.
Biden tendrá la difícil tarea de rehacer la idea de nación para cerrar la brecha en el país. Deberá buscar la unificación política y crear una idea de pueblo estadounidense donde los blancos conservadores también se sientan incluidos.
Si con el discurso liberal de las minorías los demócratas pudieron articular una mayoría electoral, ahora deben actuar para neutralizar la manera radical que ha tomado el trumpismo. No resolverán el problema si solo aplican persecución a Trump. De hecho, pueden terminar martirizándolo ante quienes creen ciegamente en su líder.
Hablamos de una relación líder-masa que está viva en tanto el primero tiene poder de interpelación y movilización. Tiene credibilidad en ese poderoso sector que otras veces ha creído necesario asistir a una guerra civil para mantener intactos sus privilegios, como sucedió durante el esclavismo.
Así es el escenario con el que se enfrenta el presidente entrante, quién necesitará un evento importante que obligue a las bases de Trump a reconocerlo como líder de la nación. Un hecho que vuelva a unir a los ciudadanos de EE.UU. como lo estuvieron cuando derrumbaron las torres gemelas.
¿Una guerra? Es una posibilidad, y algo en lo que su gabinete tiene experiencia.