Modelo productivo, pandemia y crisis global
La oportunidad de construir el núcleo estratégico de la política industrial
Por Sebastián Sztulwark * y Pablo Lavarello **
10 de enero de 2021
Argentina se encuentra frente a la vieja disyuntiva de cómo y hacia dónde redefinir el patrón de especialización productivo que se fue consolidando durante las últimas décadas. Imagen: NA
En un escenario internacional de fuerte inestabilidad, la mayor rivalidad en la competencia entre capitales y entre Estados abre posibilidades de arbitrar nuevos senderos de cambio estructural. El desarrollo local de innovaciones de base biotecnológica con orientación a los sectores agrícola y de la salud es un camino que puede tener un impacto significativo en la transformación de la matriz productiva.
Se atraviesa un momento bisagra para la definición de una política industrial en Argentina. La persistencia de la crisis interna, esta vez agravada por los efectos devastadores de la pandemia, pone de manifiesto la necesidad de repensar el proyecto productivo. Ausencia de cambio estructural y la consecuente restricción externa, factores recurrentes de una dinámica económica y social empobrecedora.
La urgencia de discutir la política industrial se revela, además, frente a un escenario de crisis de la acumulación global que invita a identificar espacios de autonomía transitorios para los países de la periferia. Esta urgencia no es privativa de la Argentina.
Con la pandemia se cristalizan y aceleran un conjunto de tendencias a escala global que ya se habían hecho evidente en el año 2008, que no hacen más que reforzar la sobreexpansión de activos financieros y el exceso de capacidad productiva. Lejos de resolverse estos problemas, la crisis sanitaria los amplificó mostrando contradicciones más profundas en lo ambiental que no ofrecen vías claras de solución.
A su vez, no es posible disociar este escenario de crisis sanitaria y económica global del reposicionamiento geopolítico de las grandes potencias mundiales a partir del control económico de las nuevas tecnologías. La rivalidad abierta entre Estados Unidos y China, reflejada en acciones de bloqueo a adquisiciones de firmas de tecnología (semiconductores, plataformas digitales) o en la definición de la infraestructura de comunicaciones (como el 5G y 6G), entre otras, son un claro ejemplo de como la crisis se dirime en el terreno del recrudecimiento de la competencia interestatal y entre grandes grupos económicos globales.
Patrón de especialización
En este contexto Argentina se encuentra frente a la vieja disyuntiva de cómo y hacia dónde redefinir el patrón de especialización productivo que se fue consolidando durante las últimas décadas. Este cambio implica la constitución o reforzamiento de lo que el economista Fernando Fajnzylber llamó un núcleo endógeno. Esto es, un conjunto de relaciones entre agentes internos, públicos y privados, empresas productoras, de ingeniería, de investigación básica y aplicada, articulados en torno a ciertos pivotes sectoriales de especialización susceptibles de identificarse tanto en función de las perspectivas internacionales como de las potencialidades internas existentes.
Entendiendo que la dimensión estratégica de la política industrial refiere al diseño y promoción de ese núcleo endógeno, uno de los elementos fundamentales a considerar es la identificación de las actividades productivas que podrían actuar como pivotes sectoriales de ese proceso.
La coyuntura internacional antes planteada, pese a lo devastadora e incierta, parece abrir una ventana de oportunidad histórica en dos sectores diferenciados a nivel productivo pero que cuentan con una base tecnológica común, cuya complementariedad, hasta el momento, no ha sido adecuadamente explorada.
Por un lado, la pandemia convoca a dar respuestas a una multiplicidad de demandas en materia de salud, poniendo en tensión tanto a la política científica y tecnológica como a la política industrial.
En pocos meses, el sistema científico ha mostrado la capacidad de responder con distintos desarrollos de kits de diagnóstico, respiradores y otros desarrollos orientados a responder a los desafíos de la pandemia. No obstante, el escalamiento hacia la manufactura de estas respuestas enfrenta los límites de la desarticulación entre las políticas de ciencia y tecnológica, por un lado, y la industrial, por el otro. Cuestión que muestra la necesidad de acelerar la generación de capacidades tecnológicas y productivas en los (sub) sectores farmo-químico, biofarmacéutico y de equipamiento médico, de avanzar hacia una mayor integración nacional de un complejo industrial de la salud y de explorar nuevos caminos de especialización al interior del propio sector con vistas al mercado internacional.
El hecho de que la Argentina haya sido elegida por sus capacidades biotecnológicas para producir a nivel regional el principio activo desarrollado por una de las cinco empresas multinacionales que lideran la competencia por la vacuna contra la covid-19 es un buen ejemplo de la potencialidad interna que existe en este campo.
Paquetes tecnológicos
Por otro lado, Argentina es un gran adoptante de las grandes innovaciones de la agrobiotecnología mundial. Y a partir de la rápida adopción de paquetes tecnológicos mayormente importados, construyó una fuerte capacidad para producir bienes primarios o productos de base agrícola con algún grado de trasformación industrial.
A pesar de este carácter de adoptante y de la distancia que existe respecto de los sistemas de producción de conocimiento de los países desarrollados, el país cuenta con una base científica capaz de producir eventos biotecnológicos de relevancia mundial, incluso en el segmento más disruptivo que se asocia a los avances recientes de la edición génica.
El país cuenta, además, con un mercado ampliado (en la zona del Mercosur) para avanzar en un proceso significativo de sustitución de innovaciones. Pero este potencial innovador no puede desplegarse sin una política industrial que logre desplegar y orientar la capacidad empresarial de base nacional hacia el umbral productivo mínimo necesario como para hacer frente a la competencia de los gigantes globales que se ubican en este sector.
Ambos conjuntos de actividades comparten una base de conocimientos y una infraestructura científica y tecnológica común que gira en torno de los notables avances de la biología molecular y de un conjunto de técnicas con un enorme potencial para revolucionar productos y procesos, incluso en actividades antiguamente consideradas como maduras.
Oportunidades
Se trata de oportunidades mayores para potenciar los aprendizajes previos en la producción de medicamentos, en la creación de nuevos desarrollos vinculados a la genética vegetal e insumos industriales.
Se abre así la posibilidad de identificar capacidades que aprovechen esta base común, asentada en el Conicet, las Universidades Nacionales, el INTA, el INTI y otros organismos de CyT. La experiencia reciente en la promoción de capacidades tecnológicas por parte del MINCyT en el marco de los Fondos Tecnológicos (Fontar y Fonarsec) son un punto de partida altamente promisorio para impulsar una convergencia tecno-económica entre estos sectores productivos.
La movilización de estos recursos y capacidades no es una tarea sencilla. Lo que se requiere es una visión de la política industrial que sea capaz de articular el desarrollo del sistema científico tecnológico con la promoción de capacidades productivas en un núcleo estratégico común. Aspecto no menor en un país en donde la protección se limitó a generar espacios privilegiados de acumulación y la política industrial ocupó un lugar secundario en la jerarquía institucional de los distintos gobiernos, más allá de lo discursivo.
En un escenario internacional de fuerte inestabilidad, la mayor rivalidad en la competencia entre capitales y entre Estados abre posibilidades de arbitrar nuevos senderos de cambio estructural.
El desarrollo local de innovaciones de base biotecnológica con orientación a los sectores agrícola y de la salud es un camino que puede tener un impacto significativo en la transformación de la matriz productiva y, por lo tanto, en la orientación de nuestra inserción internacional. Sobre todo, si es la base para un proceso de integración más profundo con el resto de los países de la región.
El obstáculo principal no es, evidentemente, técnico. La intervención pública no debe verse como un factor externo fruto del “buen planificador”. Porque los actores no preexisten a la estrategia. Son, al menos en parte, resultado del propio proceso de cambio. No es posible suponer la existencia de una burguesía con vocación transformadora ni la de un Estado desarrollista.
Lo que un proyecto de esta naturaleza demanda es, por un lado, la definición de un núcleo endógeno como eje movilizador de los recursos y capacidades existentes; por otro, una instancia de comando sobre grupos sociales con intereses contradictorios. Es en este terreno propiamente político de la política industrial que se abre un espacio de posibilidad para comenzar a torcer el rumbo de nuestro debilitado modelo productivo nacional.
Por Sebastián Sztulwark * y Pablo Lavarello **
En un escenario internacional de fuerte inestabilidad, la mayor rivalidad en la competencia entre capitales y entre Estados abre posibilidades de arbitrar nuevos senderos de cambio estructural. El desarrollo local de innovaciones de base biotecnológica con orientación a los sectores agrícola y de la salud es un camino que puede tener un impacto significativo en la transformación de la matriz productiva.
Se atraviesa un momento bisagra para la definición de una política industrial en Argentina. La persistencia de la crisis interna, esta vez agravada por los efectos devastadores de la pandemia, pone de manifiesto la necesidad de repensar el proyecto productivo. Ausencia de cambio estructural y la consecuente restricción externa, factores recurrentes de una dinámica económica y social empobrecedora.
La urgencia de discutir la política industrial se revela, además, frente a un escenario de crisis de la acumulación global que invita a identificar espacios de autonomía transitorios para los países de la periferia. Esta urgencia no es privativa de la Argentina.
Con la pandemia se cristalizan y aceleran un conjunto de tendencias a escala global que ya se habían hecho evidente en el año 2008, que no hacen más que reforzar la sobreexpansión de activos financieros y el exceso de capacidad productiva. Lejos de resolverse estos problemas, la crisis sanitaria los amplificó mostrando contradicciones más profundas en lo ambiental que no ofrecen vías claras de solución.
A su vez, no es posible disociar este escenario de crisis sanitaria y económica global del reposicionamiento geopolítico de las grandes potencias mundiales a partir del control económico de las nuevas tecnologías. La rivalidad abierta entre Estados Unidos y China, reflejada en acciones de bloqueo a adquisiciones de firmas de tecnología (semiconductores, plataformas digitales) o en la definición de la infraestructura de comunicaciones (como el 5G y 6G), entre otras, son un claro ejemplo de como la crisis se dirime en el terreno del recrudecimiento de la competencia interestatal y entre grandes grupos económicos globales.
Patrón de especialización
En este contexto Argentina se encuentra frente a la vieja disyuntiva de cómo y hacia dónde redefinir el patrón de especialización productivo que se fue consolidando durante las últimas décadas. Este cambio implica la constitución o reforzamiento de lo que el economista Fernando Fajnzylber llamó un núcleo endógeno. Esto es, un conjunto de relaciones entre agentes internos, públicos y privados, empresas productoras, de ingeniería, de investigación básica y aplicada, articulados en torno a ciertos pivotes sectoriales de especialización susceptibles de identificarse tanto en función de las perspectivas internacionales como de las potencialidades internas existentes.
Entendiendo que la dimensión estratégica de la política industrial refiere al diseño y promoción de ese núcleo endógeno, uno de los elementos fundamentales a considerar es la identificación de las actividades productivas que podrían actuar como pivotes sectoriales de ese proceso.
La coyuntura internacional antes planteada, pese a lo devastadora e incierta, parece abrir una ventana de oportunidad histórica en dos sectores diferenciados a nivel productivo pero que cuentan con una base tecnológica común, cuya complementariedad, hasta el momento, no ha sido adecuadamente explorada.
Por un lado, la pandemia convoca a dar respuestas a una multiplicidad de demandas en materia de salud, poniendo en tensión tanto a la política científica y tecnológica como a la política industrial.
En pocos meses, el sistema científico ha mostrado la capacidad de responder con distintos desarrollos de kits de diagnóstico, respiradores y otros desarrollos orientados a responder a los desafíos de la pandemia. No obstante, el escalamiento hacia la manufactura de estas respuestas enfrenta los límites de la desarticulación entre las políticas de ciencia y tecnológica, por un lado, y la industrial, por el otro. Cuestión que muestra la necesidad de acelerar la generación de capacidades tecnológicas y productivas en los (sub) sectores farmo-químico, biofarmacéutico y de equipamiento médico, de avanzar hacia una mayor integración nacional de un complejo industrial de la salud y de explorar nuevos caminos de especialización al interior del propio sector con vistas al mercado internacional.
El hecho de que la Argentina haya sido elegida por sus capacidades biotecnológicas para producir a nivel regional el principio activo desarrollado por una de las cinco empresas multinacionales que lideran la competencia por la vacuna contra la covid-19 es un buen ejemplo de la potencialidad interna que existe en este campo.
Paquetes tecnológicos
Por otro lado, Argentina es un gran adoptante de las grandes innovaciones de la agrobiotecnología mundial. Y a partir de la rápida adopción de paquetes tecnológicos mayormente importados, construyó una fuerte capacidad para producir bienes primarios o productos de base agrícola con algún grado de trasformación industrial.
A pesar de este carácter de adoptante y de la distancia que existe respecto de los sistemas de producción de conocimiento de los países desarrollados, el país cuenta con una base científica capaz de producir eventos biotecnológicos de relevancia mundial, incluso en el segmento más disruptivo que se asocia a los avances recientes de la edición génica.
El país cuenta, además, con un mercado ampliado (en la zona del Mercosur) para avanzar en un proceso significativo de sustitución de innovaciones. Pero este potencial innovador no puede desplegarse sin una política industrial que logre desplegar y orientar la capacidad empresarial de base nacional hacia el umbral productivo mínimo necesario como para hacer frente a la competencia de los gigantes globales que se ubican en este sector.
Ambos conjuntos de actividades comparten una base de conocimientos y una infraestructura científica y tecnológica común que gira en torno de los notables avances de la biología molecular y de un conjunto de técnicas con un enorme potencial para revolucionar productos y procesos, incluso en actividades antiguamente consideradas como maduras.
Oportunidades
Se trata de oportunidades mayores para potenciar los aprendizajes previos en la producción de medicamentos, en la creación de nuevos desarrollos vinculados a la genética vegetal e insumos industriales.
Se abre así la posibilidad de identificar capacidades que aprovechen esta base común, asentada en el Conicet, las Universidades Nacionales, el INTA, el INTI y otros organismos de CyT. La experiencia reciente en la promoción de capacidades tecnológicas por parte del MINCyT en el marco de los Fondos Tecnológicos (Fontar y Fonarsec) son un punto de partida altamente promisorio para impulsar una convergencia tecno-económica entre estos sectores productivos.
La movilización de estos recursos y capacidades no es una tarea sencilla. Lo que se requiere es una visión de la política industrial que sea capaz de articular el desarrollo del sistema científico tecnológico con la promoción de capacidades productivas en un núcleo estratégico común. Aspecto no menor en un país en donde la protección se limitó a generar espacios privilegiados de acumulación y la política industrial ocupó un lugar secundario en la jerarquía institucional de los distintos gobiernos, más allá de lo discursivo.
En un escenario internacional de fuerte inestabilidad, la mayor rivalidad en la competencia entre capitales y entre Estados abre posibilidades de arbitrar nuevos senderos de cambio estructural.
El desarrollo local de innovaciones de base biotecnológica con orientación a los sectores agrícola y de la salud es un camino que puede tener un impacto significativo en la transformación de la matriz productiva y, por lo tanto, en la orientación de nuestra inserción internacional. Sobre todo, si es la base para un proceso de integración más profundo con el resto de los países de la región.
El obstáculo principal no es, evidentemente, técnico. La intervención pública no debe verse como un factor externo fruto del “buen planificador”. Porque los actores no preexisten a la estrategia. Son, al menos en parte, resultado del propio proceso de cambio. No es posible suponer la existencia de una burguesía con vocación transformadora ni la de un Estado desarrollista.
Lo que un proyecto de esta naturaleza demanda es, por un lado, la definición de un núcleo endógeno como eje movilizador de los recursos y capacidades existentes; por otro, una instancia de comando sobre grupos sociales con intereses contradictorios. Es en este terreno propiamente político de la política industrial que se abre un espacio de posibilidad para comenzar a torcer el rumbo de nuestro debilitado modelo productivo nacional.
Por Sebastián Sztulwark * y Pablo Lavarello **
* Investigador Independiente Conicet. Coordinador del Área de Economía del Conocimiento del Instituto de Industria de la UNGS.
** Investigador Principal Conicet. Director Ceur-Conicet. Director Doctorado en Economía Política del Idaes-UNSAM.
** Investigador Principal Conicet. Director Ceur-Conicet. Director Doctorado en Economía Política del Idaes-UNSAM.