11 dic 2024

LAS NUEVAS REALIDADES

Siria: ¿Un espejo para pensar América Latina?


OTHER NEWS (Por Lautaro Rivara – Diario Red)

11.12.2024




Foto: Estatua de Háfez al-Ásad derribada mientras los rebeldes avanzan en Hama (Siria) - Juma Mohammad / Zuma Press / ContactoPhoto / Diario Red



Sería un gran error considerar los acontecimientos en Siria como un hecho distante, sin consecuencias ni significación alguna para América Latina y el Caribe. Una vez más, queda de relieve que las nuevas formas de intervención imperial y neocolonial tienen poco que ver con el perimido modelo de los golpes clásicos o las invasiones directas, hegemónicas en nuestra región en el extenso arco temporal que va desde la conquista de la mitad del territorio mexicano por parte de los Estados Unidos en 1846-1848 hasta las operaciones «Furia Urgente» (invasión de Granada) y «Causa Justa» (invasión de Panamá) en 1983 y 1989, respectivamente.

Este tipo de intervenciones son hoy la excepción a nivel global, y ya no una regla. Su costo político es más alto desde la desaparición de la Unión Soviética, el gran retador estratégico del Occidente capitalista, y desde la consiguiente crisis narrativa del anticomunismo, más allá de los tardíos intentos por volver a ponerlo en valor de parte de las corrientes de extrema derecha contemporáneas. Y su costo social y económico, como demostraron los sucesivos empantanamientos y cuestionamientos en Irak o en Afganistán, es demasiado oneroso para las potencias occidentales que, sin excepción, atraviesan todo tipo de turbulencias sociales y económicas.

El fulminante avance de Hayat Tahrir al-Sham (HTS), la antigua rama Al-Nusra de Al Qaeda, así como de fuerzas aliadas pro-turcas, acaba de coronar el control de la capital Damasco en una impresionante blitzkrieg de apenas 12 días, y da testimonio de estas nuevas modalidades político-militares. Todo ello en un escenario profundamente internacionalizado en el que las fuerzas en pugna, en el terreno o fuera de él, incluyen por estas horas a sirios, kurdos, turcos, iraníes, libaneses, israelíes, rusos, estadounidenses y otros. No sabemos que país será Siria mañana, aunque podemos estar seguros de que no será un país.

Lo que en Medio Oriente (o en África) se ejecuta a través de proxys, grupos tribales u organizaciones yihadistas, y se da a través del estímulo y capitalización de la diferencia étnica y religiosa, en nuestra región se da y se dará cada vez más a través de los cárteles de la droga, la delincuencia (políticamente) organizada y las formaciones paramilitares, reforzadas y complementadas con la militarización, justificada en el combate a estos mismos fenómenos por parte de la DEA, la CIA y el Comando Sur, entre otros.

Ejemplos avanzados de este tipo de desestabilización contemporánea son en nuestra región el Ecuador, que pasó de ser el país más seguro de América Latina a ser uno de los más violentos e inestables, colocado a merced de las nuevas rutas internacionales del narcotráfico. O el caso de Haití, en donde la paramilitarización de los territorios por parte de bandas criminales formadas y armadas por la clase política local y los Estados Unidos, ha llevado a que éstas controlen ya más del 80 por ciento de la zona metropolitana de la ciudad capital. 

Aquí y allá la consigna es caotizar los escenarios nacionales. A la mesa del nuevo Plan Cóndor no se sientan solamente embajadores y generales, sino también delincuentes, narcotraficantes y paramilitares.

Pero no hay que remitirse sólo a los casos más avanzados o extremos, por más significativos que sean. Basta para eso enhebrar los hilos de otros acontecimientos, quizás más desapercibidos, como el anuncio de una base militar conjunta entre Argentina y la OTAN por parte de Javier Milei y la jefa del Comando Sur Laura Richardson. Emplazada en territorio fueguino, ésta se ubicaría a las puertas del estratégico Atlántico Sur y sobre todo de cara al continente antártico. 

O seguir la pista del ingreso de militares estadounidenses a suelo peruano, aprobado recientemente por el Congreso y por la mandataria de facto Dina Boluarte, en una clara maniobra contrainsurgente presentada como parte de la "lucha internacional contra el terrorismo". O analizar las recientes tentativas de Daniel Noboa por reformar la Constitución de Montecristi y habilitar nuevamente el despliegue de bases militares estadounidenses a 15 años de su desmantelamiento por parte de Rafael Correa. A todas luces, hoy los nuevos argumentos para la intervención giran en América Latina en torno a cuatro grandes temáticas: el terrorismo, el narcotráfico, la migración y la gestión de desastres naturales.

El objetivo ya no es controlar un Estado ni colocar necesariamente un gobierno títere, sino irregularizar la intervención, multiplicar los focos y actores del conflicto, balcanizar los territorios y organizar, sobre las ruinas resultantes, el dominio de las poblaciones por vía del terror y la continuidad del despojo. En el norte de África, el caso de Libia resulta tan lacerante como elocuente: de ser una de las naciones más prósperas del continente se convirtió en un territorio pulverizado y en un floreciente mercado de esclavos. La Siria de Bashar Al Assad seguirá sin dudas ese mismo camino.

Pero no podemos olvidar, en nuestra región, el mosaico todavía roto de Colombia, víctima de uno de los conflictos armados más antiguos del planeta, cuya violencia se incrementó notablemente durante el Plan Colombia y los mandatos de Álvaro Uribe Vélez, y en donde pese a los esfuerzos estructurales de Gustavo Petro y el Pacto Histórico, todavía resulta lejano el momento de alcanzar algo parecido a un "monopolio estatal de la violencia legítima". Siete décadas de conflicto no se desmontan en apenas un período de gobierno.

Para calibrar el alcance de estas comparaciones, debemos partir de recordar que la poscolonialidad en América Latina y el Caribe tiene una trayectoria histórica mucho más extensa que en Medio Oriente o África, que nuestras fronteras nacionales son a priori más estables y nuestros Estados (con excepciones y matices), además de más antiguos son algo más robustos, así como el hecho de que comparativamente no contamos con un gran historial de conflictos inter-étnicos o inter-religiosos que pueda servir de plafón para la balcanización y la guerra civil.

Pero nada nos permite inferir que nuestra región pueda a escapar a esta férrea tendencia global: en esta nueva «escalada de Tucídides», el Occidente herido, pero también sus rivales hegemónicos, multiplicarán estas modalidades tercerizadas de intervención. Un posible repliegue estratégico de los Estados Unidos bajo una nueva administración de Trump, reforzará estas tendencias y presiones sobre el área de exclusividad imperial definida hace ya más de dos siglos en la tristemente célebre doctrina Monroe-Adams: área que no es otra que América Latina y el Caribe.

 Al fin y al cabo, cada posición perdida en el escenario global (por ejemplo en términos del acceso preferencial a bienes comunes) será compensada en el coto de caza de nuestros territorios, ricos en agua dulce, litio, tierras raras, hidrocarburos y biodiversidad.

Una última consideración, en este caso metodológica, resulta pertinente. Hay riesgos evidentes, en los análisis en boga sobre la cuestión siria, de una "reducción geopoliticista", que limite todo lo sucedido a una única variable: el choque de magnitudes nacionales o internacionales, esencializando así los intereses internos de las unidades estatales o de las alianzas internacionales, como si dentro de ellas no hubiera sujetos antagónicos, una economía política, relaciones de explotación y opresión, ni clases sociales. Quizás la imagen del planeta como un campo de ajedrez, cuadriculado, y con enemigos dispuestos frontalmente, resulte fatalmente inadecuada para comprender nuestro sistema-mundo, mucho más parecido a una pelea de gallos que a un juego de tablero.

Fracasará quien pretenda interpretar el conflicto reduciéndolo a una pugna entre unipolaristas y multipolaristas, o entre el Norte y el Sur Global, o entre el Occidente cristiano y el Oriente islámico. ¿Dónde ubicar por ejemplo a la Turquía de Erdogan, actor clave en este desenlace? ¿Dónde a las fracciones islámicas enfrentadas a muerte en campos rivales? ¿Dónde a los kurdos? De igual manera, fracasará en explicar la coyuntura (aunque más que una matriz de análisis no sea más que burda propaganda), quien quiera decodificar el asunto como un mero conflicto entre "rebeldes" y "autoritarios", entre "oposición" y "dictadura", entre freedom fighters y tiranos tercermundistas (matriz utilizada, hasta el hartazgo, para blanquear a los muyahidines afganos en los años 80). Desde ya, discutir el geopoliticismo no implica negar la geopolítica, sino el incorporarla críticamente junto a otros enfoques y categorías.

Por último, existe el peligro -potencialmente fatal- de confundir la convergencia táctica de intereses anti-imperiales o anti-occidentales (éste es, en suma, el "discreto encanto de la multipolaridad" para las periferias del mundo) con las perspectivas estratégicas del Sur Global y con los intereses específicos de América Latina y el Caribe, uno región mucho menos compacta, integrada y sincrónica que hace apenas algunos años. 

Confundir estos planos, y reducir todo a la seductora lógica de "el enemigo de mi enemigo es mi amigo", podrá llevarnos a futuro a nuevos desencantos y reveses, como los que hoy sufren sectores que en Siria se sienten desamparados (o directamente traicionados) por sus históricos aliados geopolíticos. Cuando llegue el momento decisivo, no es seguro que ni los hegemones ni los candidatos a serlo aboguen por los intereses de los países más rezagados ni por sus clases populares.

*Sociólogo, doctor en historia y postdoctorando en la UNAM. Periodista y analista internacional especializado en geopolítica e historia de América Latina y el Caribe. Realizó coberturas en Haití, Colombia, Ecuador, Paraguay y otros países de la región. Coordinador de los libros «El nuevo Plan Cóndor» e «Internacionalistas».

Other News