¿Normalización o incendio? Pandemia y campaña electoral en Estados Unidos
Por Hernán Madera
13 Abril 2020
El presidente estadounidense Donald Trump hará cualquier cosa para salvarse.Foto: AFP
La economía se estrella y la ciencia no da salidas. La pregunta es cuán lejos están dispuestos a ir los republicanos para no ser eyectados del poder. Es cierto, como asegura la autora del libro “Pandemia”, la médica Mónica Müller, que la gripe española de 1918-1920 fue soslayada por la historiografía y recién retomada en su estudio noventa años después. Mató más gente que las dos guerras mundiales juntas, incluidos reyes y presidentes, pero el planeta se apuró por olvidarla. Por eso, después de sus 650.000 muertos en Estados Unidos, vinieron el aislacionismo y los locos años veinte. ¿Cuánto de ese desahogo en la década del veinte se debió al final de la guerra y cuánto al final de la pandemia?
En 1918, el presidente demócrata Woodrow Wilson era visto en Europa como un héroe: había logrado ganar la gran guerra y estaba creando la Sociedad de Naciones. Pero los estadounidenses no lo veían igual. En gran medida porque ese mismo año comenzó una pandemia que dejaría al mismo Wilson convaleciente.
La derrota del oficialismo demócrata en las elecciones de 1920 fue tremenda. Los republicanos ganaron 60% a 34%. Adiós internacionalismo, adiós Sociedad de Naciones. El electorado relacionó los cientos de miles de muertos con los demócratas y con su presidente infectado.
¿Cuál fue el lema de la oposición en esa elección? Return to normalcy (“Regreso a la normalidad”).
El presidente estadounidense Donald Trump hará cualquier cosa para salvarse.Foto: AFP
La economía se estrella y la ciencia no da salidas. La pregunta es cuán lejos están dispuestos a ir los republicanos para no ser eyectados del poder. Es cierto, como asegura la autora del libro “Pandemia”, la médica Mónica Müller, que la gripe española de 1918-1920 fue soslayada por la historiografía y recién retomada en su estudio noventa años después. Mató más gente que las dos guerras mundiales juntas, incluidos reyes y presidentes, pero el planeta se apuró por olvidarla. Por eso, después de sus 650.000 muertos en Estados Unidos, vinieron el aislacionismo y los locos años veinte. ¿Cuánto de ese desahogo en la década del veinte se debió al final de la guerra y cuánto al final de la pandemia?
En 1918, el presidente demócrata Woodrow Wilson era visto en Europa como un héroe: había logrado ganar la gran guerra y estaba creando la Sociedad de Naciones. Pero los estadounidenses no lo veían igual. En gran medida porque ese mismo año comenzó una pandemia que dejaría al mismo Wilson convaleciente.
La derrota del oficialismo demócrata en las elecciones de 1920 fue tremenda. Los republicanos ganaron 60% a 34%. Adiós internacionalismo, adiós Sociedad de Naciones. El electorado relacionó los cientos de miles de muertos con los demócratas y con su presidente infectado.
¿Cuál fue el lema de la oposición en esa elección? Return to normalcy (“Regreso a la normalidad”).
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Agresivo, Trump salió a refutar las acusaciones de negligencia en la pandemia
Eso es lo que todos queremos ahora en 2020, que nuestras vidas regresen a la normalidad; igual que hace cien años lo quería el electorado norteamericano. Probablemente la consigna demócrata en unos meses sea parecida a aquella utilizada por Warren Harding en 1920.
Donald Trump resolvió en su cabeza que el coronavirus nunca se esparciría por Estados Unidos e ignoró todas las advertencias. Sus declaraciones en los medios y en las redes sociales lo prueban y serán ampliamente utilizadas en la campaña.
Los norteamericanos están entrando en una segunda gran recesión con otro gobierno republicano de salida. La derecha esta vez metió la pata hasta el fondo. Algunos republicanos creen que, en la emergencia, Donald Trump será reelecto, pero la mayoría sabe que le espera lo peor en las elecciones de noviembre. Por eso, se apuraron a permitir la venta de armas y las aglomeraciones religiosas mientras se prohíbe cualquier otra forma de reunión. Necesitan conservar medianamente contento al núcleo duro de su electorado.
Decir que Estados Unidos “está en guerra” y que por eso Trump tiene chances es como creer que la guerra contra las drogas o la guerra contra el terrorismo de administraciones pasadas fueron literalmente guerras. Asimilar a Trump con Franklin Roosevelt es un ejercicio de admirable imaginación. Roosevelt fue reelecto en recesión porque, aún cuando el PBI no crecía, la población (ahora con nuevos derechos sociales) vivía mejor que durante la gran depresión.
No sorprende que los analistas argentinos que afirman que Trump será reelecto son los mismos que, hace un año, pronosticaban ese resultado para Mauricio Macri.
Como asegura el filósofo Alain Touraine, Donald Trump es efectivamente una rareza total en la Casa Blanca. No sigue ningún protocolo. Manipula a la eficiente burocracia federal con 230 años de historia con todo tipo de amenazas. No importa si es la Reserva Federal, el Centro para el Control de las Enfermedades o la inteligencia militar.
La CDC ha tenido que retirar de su página web un análisis favorable al uso de la droga contra la malaria que Trump está recomendando para el Covid-19. Un papelón. Los científicos se preguntan cómo puede ser que una agencia de salud seria haya hecho eso sin pruebas rigurosas que lo avalen.
La inteligencia militar norteamericana negó que haya informado hace meses sobre el peligro de la pandemia. Lo curioso es que la inteligencia estadounidense no suele ni negar ni reconocer, lo común es el silencio si algún documento se filtra a la prensa. Pero con esta posición pública salva al presidente de un papelón aún mayor. Recién dentro de cincuenta años, con los documentos desclasificados, sabremos la verdad.
Cuando Henry Kissinger se pregunta en su columna publicada por el Wall Street Journal que “está por verse si Estados Unidos se puede gobernar a sí mismo” se refiere principalmente a lo que pueda suceder el día de las elecciones. Los republicanos llegarán en una situación deplorable. ¿Cuán lejos están dispuestos a ir para evitar la derrota?
Lo que sucedió en las primarias de Wisconsin hace pocos días nos da una pista: miles de votantes haciendo filas de diez cuadras en medio de la nieve y los contagios. La mayoría de los centros de votación -especialmente a los que concurrían los afroamericanos- cerrados. Esta es la esperanza republicana: que el miedo genere muy baja participación y, sobre todo, que la minoría negra no vaya a votar.
El voto afroamericano es clave en cada elección presidencial, porque inclina la balanza en los estados realmente disputados: Florida, Ohio, Virginia. Ellos son el grueso de los 17 millones de despedidos en las últimas tres semanas. Ellos son el 40% de los muertos por coronavirus en Michigan, cuando son sólo el 12% de la población del distrito.
El escándalo de los senadores republicanos que vendieron sus acciones después de recibir un reporte secreto que advertía sobre la llegada del Covid-19 a Estados Unidos suma enojo con la derecha.
Fueron muy pocos los límites que el partido fundado por Lincoln le impuso a Trump.
La economía volaba y los mamarrachos del presidente a pocos le importaban. Ahora los republicanos quedaron atrapados con Trump, quién, rápido de reflejos, también ató la suerte de su vicepresidente a la suya nombrándolo a la cabeza de la respuesta a la crisis.
Todo se derrumba en la economía norteamericana, pero a Trump le preocupa la suerte de los estados que más necesita. El turismo en Florida colapsa, por eso dio la orden de escalar la pelea con Nicolás Maduro y tratar de retener algo del voto latino. El precio del petróleo se hunde y con él la posibilidad de dar por sentada a Texas en la elección.
Pero, por otro lado, Trump se beneficia por la autocensura de los medios de no mostrar los dramas de la pandemia en su totalidad, como sí sucede en Italia o España. Esa autocensura viene desde el fin de la guerra de Vietnam cuando se supo que las imágenes que más impactaron en la audiencia eran la cantidad de cajones con soldados muertos que entraban al país. A partir de allí el drama se televisa sólo hasta un punto. Hollywood tampoco hace películas sobre las tragedias locales recientes. Lo que sucedió el 11 de septiembre de 2001 es un buen ejemplo: los medios quitaron el audio a las imágenes y no mostraron los suicidios desde las torres, mucho menos los cadáveres en el piso. Hollywood, por su parte, hasta el día de hoy, no hizo ninguna película sobre el tema (United 93 fue una producción británica).
Los medios norteamericanos también evitan echar leña al fuego cuando todo está cerca de incendiarse. Cuando Trump amenazó con imponer una cuarentena en tres estados que definitivamente no votarán por él: Nueva York, Connecticut y Nueva Jersey, el gobernador neoyorkino, Andrew Cuomo, le respondió que eso significaba “guerra”. Trump retrocedió y el incidente fue minimizado.
Ya sabemos que el presidente estadounidense hará cualquier cosa para salvarse. La pregunta es hasta dónde lo acompañará el partido republicano y toda la estructura conservadora, que incluye a la Corte Suprema.
Con la gran depresión, los republicanos se despidieron de la Casa Blanca por veinte años y, cuando volvieron con el general Eisenhower, toda la antigua camada del partido había sido depurada.
Ese es el temor de la derecha y está justificado, porque esta es la tercera vez consecutiva que dejan al país en recesión o en gran recesión.
En este escenario la pregunta que se hace Henry Kissinger tiene sentido.
Porque, en la democracia estadounidense, esta vez, si no hay normalización, habrá incendio.
Agresivo, Trump salió a refutar las acusaciones de negligencia en la pandemia
Eso es lo que todos queremos ahora en 2020, que nuestras vidas regresen a la normalidad; igual que hace cien años lo quería el electorado norteamericano. Probablemente la consigna demócrata en unos meses sea parecida a aquella utilizada por Warren Harding en 1920.
Donald Trump resolvió en su cabeza que el coronavirus nunca se esparciría por Estados Unidos e ignoró todas las advertencias. Sus declaraciones en los medios y en las redes sociales lo prueban y serán ampliamente utilizadas en la campaña.
Los norteamericanos están entrando en una segunda gran recesión con otro gobierno republicano de salida. La derecha esta vez metió la pata hasta el fondo. Algunos republicanos creen que, en la emergencia, Donald Trump será reelecto, pero la mayoría sabe que le espera lo peor en las elecciones de noviembre. Por eso, se apuraron a permitir la venta de armas y las aglomeraciones religiosas mientras se prohíbe cualquier otra forma de reunión. Necesitan conservar medianamente contento al núcleo duro de su electorado.
Decir que Estados Unidos “está en guerra” y que por eso Trump tiene chances es como creer que la guerra contra las drogas o la guerra contra el terrorismo de administraciones pasadas fueron literalmente guerras. Asimilar a Trump con Franklin Roosevelt es un ejercicio de admirable imaginación. Roosevelt fue reelecto en recesión porque, aún cuando el PBI no crecía, la población (ahora con nuevos derechos sociales) vivía mejor que durante la gran depresión.
No sorprende que los analistas argentinos que afirman que Trump será reelecto son los mismos que, hace un año, pronosticaban ese resultado para Mauricio Macri.
Como asegura el filósofo Alain Touraine, Donald Trump es efectivamente una rareza total en la Casa Blanca. No sigue ningún protocolo. Manipula a la eficiente burocracia federal con 230 años de historia con todo tipo de amenazas. No importa si es la Reserva Federal, el Centro para el Control de las Enfermedades o la inteligencia militar.
La CDC ha tenido que retirar de su página web un análisis favorable al uso de la droga contra la malaria que Trump está recomendando para el Covid-19. Un papelón. Los científicos se preguntan cómo puede ser que una agencia de salud seria haya hecho eso sin pruebas rigurosas que lo avalen.
La inteligencia militar norteamericana negó que haya informado hace meses sobre el peligro de la pandemia. Lo curioso es que la inteligencia estadounidense no suele ni negar ni reconocer, lo común es el silencio si algún documento se filtra a la prensa. Pero con esta posición pública salva al presidente de un papelón aún mayor. Recién dentro de cincuenta años, con los documentos desclasificados, sabremos la verdad.
Cuando Henry Kissinger se pregunta en su columna publicada por el Wall Street Journal que “está por verse si Estados Unidos se puede gobernar a sí mismo” se refiere principalmente a lo que pueda suceder el día de las elecciones. Los republicanos llegarán en una situación deplorable. ¿Cuán lejos están dispuestos a ir para evitar la derrota?
Lo que sucedió en las primarias de Wisconsin hace pocos días nos da una pista: miles de votantes haciendo filas de diez cuadras en medio de la nieve y los contagios. La mayoría de los centros de votación -especialmente a los que concurrían los afroamericanos- cerrados. Esta es la esperanza republicana: que el miedo genere muy baja participación y, sobre todo, que la minoría negra no vaya a votar.
El voto afroamericano es clave en cada elección presidencial, porque inclina la balanza en los estados realmente disputados: Florida, Ohio, Virginia. Ellos son el grueso de los 17 millones de despedidos en las últimas tres semanas. Ellos son el 40% de los muertos por coronavirus en Michigan, cuando son sólo el 12% de la población del distrito.
El escándalo de los senadores republicanos que vendieron sus acciones después de recibir un reporte secreto que advertía sobre la llegada del Covid-19 a Estados Unidos suma enojo con la derecha.
Fueron muy pocos los límites que el partido fundado por Lincoln le impuso a Trump.
La economía volaba y los mamarrachos del presidente a pocos le importaban. Ahora los republicanos quedaron atrapados con Trump, quién, rápido de reflejos, también ató la suerte de su vicepresidente a la suya nombrándolo a la cabeza de la respuesta a la crisis.
Todo se derrumba en la economía norteamericana, pero a Trump le preocupa la suerte de los estados que más necesita. El turismo en Florida colapsa, por eso dio la orden de escalar la pelea con Nicolás Maduro y tratar de retener algo del voto latino. El precio del petróleo se hunde y con él la posibilidad de dar por sentada a Texas en la elección.
Pero, por otro lado, Trump se beneficia por la autocensura de los medios de no mostrar los dramas de la pandemia en su totalidad, como sí sucede en Italia o España. Esa autocensura viene desde el fin de la guerra de Vietnam cuando se supo que las imágenes que más impactaron en la audiencia eran la cantidad de cajones con soldados muertos que entraban al país. A partir de allí el drama se televisa sólo hasta un punto. Hollywood tampoco hace películas sobre las tragedias locales recientes. Lo que sucedió el 11 de septiembre de 2001 es un buen ejemplo: los medios quitaron el audio a las imágenes y no mostraron los suicidios desde las torres, mucho menos los cadáveres en el piso. Hollywood, por su parte, hasta el día de hoy, no hizo ninguna película sobre el tema (United 93 fue una producción británica).
Los medios norteamericanos también evitan echar leña al fuego cuando todo está cerca de incendiarse. Cuando Trump amenazó con imponer una cuarentena en tres estados que definitivamente no votarán por él: Nueva York, Connecticut y Nueva Jersey, el gobernador neoyorkino, Andrew Cuomo, le respondió que eso significaba “guerra”. Trump retrocedió y el incidente fue minimizado.
Ya sabemos que el presidente estadounidense hará cualquier cosa para salvarse. La pregunta es hasta dónde lo acompañará el partido republicano y toda la estructura conservadora, que incluye a la Corte Suprema.
Con la gran depresión, los republicanos se despidieron de la Casa Blanca por veinte años y, cuando volvieron con el general Eisenhower, toda la antigua camada del partido había sido depurada.
Ese es el temor de la derecha y está justificado, porque esta es la tercera vez consecutiva que dejan al país en recesión o en gran recesión.
En este escenario la pregunta que se hace Henry Kissinger tiene sentido.
Porque, en la democracia estadounidense, esta vez, si no hay normalización, habrá incendio.