Por Facundo Chahin
28 de octubre de 2021
Marcha anticuarentena en el Obelisco. Foto: Leandro Teysseire.
Con argumentos apoyados en creencias religiosas o políticas, en la desconfianza sobre las evidencias científicas y hasta en teorías conspirativas, los movimientos que rechazan las vacunas constituyen un alerta para el sistema sanitario en distintas partes del mundo.
La irrupción del COVID-19 volvió a poner el foco en un tema que en los últimos años había pasado relativamente desapercibido, pero que con la llegada de la pandemia cobró otra dimensión, en especial en determinadas zonas geográficas del planeta: la desconfianza sobre las vacunas. Hoy los movimientos que las rechazan frenan el avance de la inédita campaña de vacunación en distintas partes del mundo con argumentos atravesados por creencias religiosas, posicionamientos políticos y ambientales y una fascinación por las teorías conspirativas.
El sitio web oficial del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) define a las vacunas como uno de los avances más importantes en materia de salud y desarrollo a nivel global, ya que redujeron de manera segura el flagelo de enfermedades como la poliomielitis, el sarampión y la viruela, entre otras. A su vez, en 2019, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que el recelo ante las vacunas constituye una de las principales amenazas para la salud pública.
A pesar de la evidencia científica, existen estos movimientos heterogéneos que creen fervientemente en la nocividad de las vacunas para el cuerpo humano, lo que constituye un nuevo desafío para el sistema de salud de los países.
Avance del relativismo
El positivismo es una corriente filosófica cuya afirmación central es que el conocimiento proviene de la experiencia, basándose a su vez en el método científico. Una base de pensamiento atacada por los denominados sectores antivacunas, cuyos discursos parecen ganar terreno especialmente en Europa y los Estados Unidos, a pesar de las más de 4,8 millones de muertes registradas oficialmente hasta el momento por COVID-19.
La necesidad de comunicar mejor
Más allá de la desconfianza y las teorías conspirativas, Jorge Geffner, profesor titular de Inmunología en la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigador superior del CONICET, resaltó que “las vacunas y el agua potable son los dos grandes desarrollos que han permitido salvar millones de vidas”.
A modo de ejemplo, sostuvo que la mejor muestra de la falta de sustento de estos movimientos “es lo que sucede en los Estados Unidos, donde aquellos que no están inmunizados son los que desarrollan la enfermedad en forma grave y requieren diez veces más de internación”.
En efecto, a principios de octubre el asesor médico en jefe del país norteamericano, Anthony Fauci, precisó que hay unas “70 millones de personas que reúnen los requisitos para ser vacunadas y no lo están”, mientras que el director de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH, por sus siglas en inglés), Francis Collins, alertó que "casi todas las muertes de jóvenes, incluidos niños, han sido de personas no vacunadas”.
Caída de los grandes relatos
Mientras Feierstein hizo hincapié en el avance del relativismo cultural, el doctor en Ciencias Políticas Jorge Foa Torres y el politólogo Juan Manuel Reynares, ambos investigadores del CONICET y de la Universidad Nacional de Villa María (UNVM), se sumergieron en un terreno aún más profundo: cómo piensan los antivacunas y qué fenómeno genera esa desconfianza por lo “comúnmente establecido”.
“Podemos pensarlo en función de un cambio de época, en la que algunas referencias de verdad históricas y los grandes relatos cayeron”.
Con argumentos apoyados en creencias religiosas o políticas, en la desconfianza sobre las evidencias científicas y hasta en teorías conspirativas, los movimientos que rechazan las vacunas constituyen un alerta para el sistema sanitario en distintas partes del mundo.
La irrupción del COVID-19 volvió a poner el foco en un tema que en los últimos años había pasado relativamente desapercibido, pero que con la llegada de la pandemia cobró otra dimensión, en especial en determinadas zonas geográficas del planeta: la desconfianza sobre las vacunas. Hoy los movimientos que las rechazan frenan el avance de la inédita campaña de vacunación en distintas partes del mundo con argumentos atravesados por creencias religiosas, posicionamientos políticos y ambientales y una fascinación por las teorías conspirativas.
El sitio web oficial del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) define a las vacunas como uno de los avances más importantes en materia de salud y desarrollo a nivel global, ya que redujeron de manera segura el flagelo de enfermedades como la poliomielitis, el sarampión y la viruela, entre otras. A su vez, en 2019, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que el recelo ante las vacunas constituye una de las principales amenazas para la salud pública.
A pesar de la evidencia científica, existen estos movimientos heterogéneos que creen fervientemente en la nocividad de las vacunas para el cuerpo humano, lo que constituye un nuevo desafío para el sistema de salud de los países.
Avance del relativismo
El positivismo es una corriente filosófica cuya afirmación central es que el conocimiento proviene de la experiencia, basándose a su vez en el método científico. Una base de pensamiento atacada por los denominados sectores antivacunas, cuyos discursos parecen ganar terreno especialmente en Europa y los Estados Unidos, a pesar de las más de 4,8 millones de muertes registradas oficialmente hasta el momento por COVID-19.
Marcha anticuarentena en el Obelisco. Foto: Leandro Teysseire.
Para Daniel Feierstein, sociólogo y director del Centro de Estudios sobre Genocidio en la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF), hay una respuesta concreta: “El problema de fondo, que excede a los antivacunas pero los incluye, es el avance en el mundo desde comienzos del siglo XXI de una perspectiva relativista, opuesta a la mirada positivista, que nos ha llevado a una encrucijada de enorme peligro para la propia especie”.
Esta postura, tanto en el plano epistemológico como moral, según explicó, “supone despegarse de cualquier necesidad de constatar las visiones existentes sobre la realidad”. Ese clima relativista, más fuerte en algunas latitudes, lleva a grupos que incluyen desde los terraplanistas a quienes se oponen a la utilización de vacunas “a no tener que demostrar ninguna de las afirmaciones efectuadas”.
Ante la consulta sobre la composición de esos movimientos antivacunas, quien también se desempeña como investigador del CONICET, señaló la presencia de dos grupos que no son equivalentes, pero que presentan varios puntos en común:
“Uno incluye esa visión relativista que puede ser tanto de derecha como de una izquierda muy radical y que pueden partir de algunas situaciones reales, pero que a raíz de esa lógica paranoica terminan planteando ideas como la de una supuesta ‘plandemia’ o invención de una enfermedad, como sucedió con el coronavirus”.
Por el otro lado, se encuentra una visión “exageradamente liberal” que, según Feierstein, impide pensar todo tipo de construcción ciudadana. “Este sector ve cualquier sacrificio necesario para la construcción de una comunidad como un atentado a nuestras libertades. Por lo tanto, toda acción restrictiva o política de salud púbica como puede ser una campaña de vacunación se la observa como atentatoria de esos derechos individuales”.
Como consecuencia, consideró que “hay una destrucción del sentido común” a partir de la toma de “elementos muy puntuales para intentar demostrar, en el tema que sea, la existencia de la razón, con una respuesta ya adoptada antes de analizar la realidad, que es exactamente lo contrario de la base del conocimiento científico, que establece la necesidad de ver si una visión sobre la realidad tiene luego algún fundamento o no”.
Para Daniel Feierstein, sociólogo y director del Centro de Estudios sobre Genocidio en la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF), hay una respuesta concreta: “El problema de fondo, que excede a los antivacunas pero los incluye, es el avance en el mundo desde comienzos del siglo XXI de una perspectiva relativista, opuesta a la mirada positivista, que nos ha llevado a una encrucijada de enorme peligro para la propia especie”.
Esta postura, tanto en el plano epistemológico como moral, según explicó, “supone despegarse de cualquier necesidad de constatar las visiones existentes sobre la realidad”. Ese clima relativista, más fuerte en algunas latitudes, lleva a grupos que incluyen desde los terraplanistas a quienes se oponen a la utilización de vacunas “a no tener que demostrar ninguna de las afirmaciones efectuadas”.
Ante la consulta sobre la composición de esos movimientos antivacunas, quien también se desempeña como investigador del CONICET, señaló la presencia de dos grupos que no son equivalentes, pero que presentan varios puntos en común:
“Uno incluye esa visión relativista que puede ser tanto de derecha como de una izquierda muy radical y que pueden partir de algunas situaciones reales, pero que a raíz de esa lógica paranoica terminan planteando ideas como la de una supuesta ‘plandemia’ o invención de una enfermedad, como sucedió con el coronavirus”.
Por el otro lado, se encuentra una visión “exageradamente liberal” que, según Feierstein, impide pensar todo tipo de construcción ciudadana. “Este sector ve cualquier sacrificio necesario para la construcción de una comunidad como un atentado a nuestras libertades. Por lo tanto, toda acción restrictiva o política de salud púbica como puede ser una campaña de vacunación se la observa como atentatoria de esos derechos individuales”.
Como consecuencia, consideró que “hay una destrucción del sentido común” a partir de la toma de “elementos muy puntuales para intentar demostrar, en el tema que sea, la existencia de la razón, con una respuesta ya adoptada antes de analizar la realidad, que es exactamente lo contrario de la base del conocimiento científico, que establece la necesidad de ver si una visión sobre la realidad tiene luego algún fundamento o no”.
La necesidad de comunicar mejor
Más allá de la desconfianza y las teorías conspirativas, Jorge Geffner, profesor titular de Inmunología en la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigador superior del CONICET, resaltó que “las vacunas y el agua potable son los dos grandes desarrollos que han permitido salvar millones de vidas”.
A modo de ejemplo, sostuvo que la mejor muestra de la falta de sustento de estos movimientos “es lo que sucede en los Estados Unidos, donde aquellos que no están inmunizados son los que desarrollan la enfermedad en forma grave y requieren diez veces más de internación”.
En efecto, a principios de octubre el asesor médico en jefe del país norteamericano, Anthony Fauci, precisó que hay unas “70 millones de personas que reúnen los requisitos para ser vacunadas y no lo están”, mientras que el director de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH, por sus siglas en inglés), Francis Collins, alertó que "casi todas las muertes de jóvenes, incluidos niños, han sido de personas no vacunadas”.
Marcha anticuarentena en el Obelisco. Foto: Leandro Teysseire.
Ante esta situación, el inmunólogo e investigador consideró que una de las maneras más eficaces de contrarrestar la proliferación de discursos catastróficos y confusos para la sociedad “es mejorar la comunicación y el vínculo con la gente”.
“Los hospitales hablan con sus pacientes, las facultades con sus estudiantes, pero hace falta mejorar la comunicación con la población en general, llegar a los barrios y hacer foco, entre otras cosas, en la importancia de las vacunas como parte de la medicina preventiva”, agregó.
Geffner remarcó que “la realidad es que hoy tenemos más de 3 mil millones de personas inmunizadas en el mundo, y los resultados son absolutamente claros en dos aspectos: seguridad y eficacia, ya que protege notablemente de la infección severa”.
A su vez, lamentó que existan sectores que por cuestiones místicas elijan no vacunarse, situación que desde el punto de vista sanitario genera un problema enorme. De hecho, en 2019, previo a la llegada del SARS-CoV-2, se generó una alerta en distintas partes del continente americano a partir de un brote de sarampión que tuvo su génesis en comunidades de Nueva York que se oponían a la vacunación por sus creencias religiosas.
“La vacuna antigripal tiene un 60 por ciento de eficacia, pero no se discute como la del COVID-19. Cuando entran a jugar factores políticos, religiosos o conspirativos, que exceden el ámbito científico, se genera el conflicto. Por eso es importante que se informe a la población con conocimientos reales”, concluyó.
Ante esta situación, el inmunólogo e investigador consideró que una de las maneras más eficaces de contrarrestar la proliferación de discursos catastróficos y confusos para la sociedad “es mejorar la comunicación y el vínculo con la gente”.
“Los hospitales hablan con sus pacientes, las facultades con sus estudiantes, pero hace falta mejorar la comunicación con la población en general, llegar a los barrios y hacer foco, entre otras cosas, en la importancia de las vacunas como parte de la medicina preventiva”, agregó.
Geffner remarcó que “la realidad es que hoy tenemos más de 3 mil millones de personas inmunizadas en el mundo, y los resultados son absolutamente claros en dos aspectos: seguridad y eficacia, ya que protege notablemente de la infección severa”.
A su vez, lamentó que existan sectores que por cuestiones místicas elijan no vacunarse, situación que desde el punto de vista sanitario genera un problema enorme. De hecho, en 2019, previo a la llegada del SARS-CoV-2, se generó una alerta en distintas partes del continente americano a partir de un brote de sarampión que tuvo su génesis en comunidades de Nueva York que se oponían a la vacunación por sus creencias religiosas.
“La vacuna antigripal tiene un 60 por ciento de eficacia, pero no se discute como la del COVID-19. Cuando entran a jugar factores políticos, religiosos o conspirativos, que exceden el ámbito científico, se genera el conflicto. Por eso es importante que se informe a la población con conocimientos reales”, concluyó.
Caída de los grandes relatos
Mientras Feierstein hizo hincapié en el avance del relativismo cultural, el doctor en Ciencias Políticas Jorge Foa Torres y el politólogo Juan Manuel Reynares, ambos investigadores del CONICET y de la Universidad Nacional de Villa María (UNVM), se sumergieron en un terreno aún más profundo: cómo piensan los antivacunas y qué fenómeno genera esa desconfianza por lo “comúnmente establecido”.
“Podemos pensarlo en función de un cambio de época, en la que algunas referencias de verdad históricas y los grandes relatos cayeron”.
Marcha antivacunas en Madrid. Foto AFP.
Los investigadores trabajaron el concepto “burbujas de goce’ que implica “una interacción de algunos sujetos solamente en determinados espacios, como redes sociales, donde lo único que hacen es consolidar ciertas creencias o miradas sobre algunos temas”. Según remarcó Foa Torres, esto “habita un ecosistema en el que se genera un goce de determinadas informaciones”.
El capitalismo es, según indicó, “un ejemplo del goce de lo ilimitado”. Y allí aparece un concepto esgrimido por los movimientos antivacunas: el nuevo orden mundial. “Esas visiones de lo ilimitado generan pulsiones de destrucciones extremas, en las que ya no se combate al comunismo o al capitalismo, sino a un todo al que llaman nuevo orden mundial que conspira contra la libertad del individuo”, añadió.
Por su parte, Reynares distinguió dos perfiles: “Si uno iba a una de esas manifestaciones en contra de la cuarentena o del covid podía encontrar a los viejos antivacunas, que tienen esa postura prácticamente desde que aparecieron las primeras dosis en el mundo, y que se fundamenta en una visión holística de la naturaleza, de un respeto por esa inmunidad propia que tiene el ser humano”.
Por el otro lado, están los actuales “que frente a la incertidumbre rechazan a la ciencia, lo cual debe llevar a interrogarse sobre la validez actual de una civilización que avanza hacia la transparencia, con la ciencia como elemento que puede resolver todo”.
Así, todos los métodos científicos, procedimientos y protocolos son puestos en duda. “Se evidencia un rechazo a la autoridad sobre la base de certezas autoalimentadas, con fuentes de origen dudoso y que van en contra de lo aceptado por los expertos a nivel mundial”.
En ese marco, los investigadores, que ejercen también como docentes, coincidieron en que dentro de los nuevos antivacunas se observa un claro anclaje con las “nuevas derechas”. “Una característica de estos sectores es la paranoia, además del negacionismo que no solo abarca a las vacunas, sino que implica un rechazo al Estado, y que toma diversas formas según la región geográfica. En España es negar los crímenes del franquismo, como en la Argentina puede ser poner en duda el número de desaparecidos durante la última dictadura”, reflexionó Foa Torres.
Si bien determinar la ideología de toda persona que integre una protesta es complejo, Reynares observó en entrevistas realizadas en la provincia de Córdoba a quienes se identifican como libertarios “un claro rechazo a la pandemia y a todo tipo de medidas sanitarias”.
De este modo, los investigadores apuntaron que lo primero que aflora en los discursos vinculados con esas nuevas derechas “es su derecho a ser antes que nada libres, sin que prime lo colectivo sobre lo individual”. Esa posición, lejos de reducirse, cada vez se vuelve más extrema.
Los investigadores trabajaron el concepto “burbujas de goce’ que implica “una interacción de algunos sujetos solamente en determinados espacios, como redes sociales, donde lo único que hacen es consolidar ciertas creencias o miradas sobre algunos temas”. Según remarcó Foa Torres, esto “habita un ecosistema en el que se genera un goce de determinadas informaciones”.
El capitalismo es, según indicó, “un ejemplo del goce de lo ilimitado”. Y allí aparece un concepto esgrimido por los movimientos antivacunas: el nuevo orden mundial. “Esas visiones de lo ilimitado generan pulsiones de destrucciones extremas, en las que ya no se combate al comunismo o al capitalismo, sino a un todo al que llaman nuevo orden mundial que conspira contra la libertad del individuo”, añadió.
Por su parte, Reynares distinguió dos perfiles: “Si uno iba a una de esas manifestaciones en contra de la cuarentena o del covid podía encontrar a los viejos antivacunas, que tienen esa postura prácticamente desde que aparecieron las primeras dosis en el mundo, y que se fundamenta en una visión holística de la naturaleza, de un respeto por esa inmunidad propia que tiene el ser humano”.
Por el otro lado, están los actuales “que frente a la incertidumbre rechazan a la ciencia, lo cual debe llevar a interrogarse sobre la validez actual de una civilización que avanza hacia la transparencia, con la ciencia como elemento que puede resolver todo”.
Así, todos los métodos científicos, procedimientos y protocolos son puestos en duda. “Se evidencia un rechazo a la autoridad sobre la base de certezas autoalimentadas, con fuentes de origen dudoso y que van en contra de lo aceptado por los expertos a nivel mundial”.
En ese marco, los investigadores, que ejercen también como docentes, coincidieron en que dentro de los nuevos antivacunas se observa un claro anclaje con las “nuevas derechas”. “Una característica de estos sectores es la paranoia, además del negacionismo que no solo abarca a las vacunas, sino que implica un rechazo al Estado, y que toma diversas formas según la región geográfica. En España es negar los crímenes del franquismo, como en la Argentina puede ser poner en duda el número de desaparecidos durante la última dictadura”, reflexionó Foa Torres.
Si bien determinar la ideología de toda persona que integre una protesta es complejo, Reynares observó en entrevistas realizadas en la provincia de Córdoba a quienes se identifican como libertarios “un claro rechazo a la pandemia y a todo tipo de medidas sanitarias”.
De este modo, los investigadores apuntaron que lo primero que aflora en los discursos vinculados con esas nuevas derechas “es su derecho a ser antes que nada libres, sin que prime lo colectivo sobre lo individual”. Esa posición, lejos de reducirse, cada vez se vuelve más extrema.