Por Esteban Magnani
12 de octubre de 2021
. Imagen: AFP
A los problemas de la corporación se sumaron, además, las filtraciones que muestran la imposibilidad que tiene para modificar un modelo con peligrosos efectos secundarios.
El apagón de Facebook (FB) y sus distintas plataformas puso en evidencia, entre otras cosas, lo poco que queda de "red" en la red de redes. El objetivo inicial que inspiró su desarrollo fue, justamente, garantizar que todas las comunicaciones podrían encontrar caminos alternativos hacia su destino aun en caso de ataque nuclear. Esta idea se reforzó con los protocolos abiertos elegidos por Tim Berners-Lee para dar origen a la World Wide Web que, a partir de 1990, hizo conocido el potencial de internet para las mayorías.
Es de esa lógica abierta y resistente de donde surgieron los sueños democratizadores de internet cuya arquitectura, se insistía por aquellos tiempos, garantizaría por siempre la desconcentración del poder. Sin embargo, a fines de los años 90’ los capitales de riesgo se interesaron por buscar negocios potenciales en el ciberespacio y las cosas cambiaron. El apagón de hace una semana expuso de manera dramática cuestiones conocidas pero que, distraídos por las pantallas, no siempre vemos.
Finanzas
Facebook es una empresa que reporta un crecimiento económico interanual muy por encima del promedio global. Con solo diecisiete años de existencia, se cuenta entre las cinco empresas más grandes del mundo. El éxito le impide cambiar el rumbo a pesar de los cada vez más evidentes efectos secundarios de su modelo de negocios.
Gracias a que no paga los contenidos y a que puede seleccionar las publicidades según quien esté del otro lado de la pantalla, produjo un sismo en el sistema de medios tradicionales al quedarse con una porción creciente de la torta publicitaria.
Ese modelo económicamente exitoso se basa, sobre todo, en los datos que recopila constantemente en Whatsapp, Messenger, Instagram y la misma red social con la que inició todo. Esos datos permiten, por un lado, saber cómo mantenernos frente a la pantalla mirando más publicidades y, por el otro, ofrecer servicios muy precisos a los anunciantes. Esos mecanismos tan efectivos también sirven a quienes quieren llegar a públicos específicos, por ejemplo, con mensajes de odio, políticos o, incluso, cuentos del tío 2.0. Pese a que su negocio impactó de lleno en el sistema de medios, FB se presenta a sí misma como una empresa tecnológica.
Sin freno
FB es tan exitoso en lo que hace que no puede parar: según explicó Frances Haugen, la exgerenta de producto de la compañía que filtró numerosos documentos internos, los cambios para proteger a los usuarios de las campañas de desinformación se implementan, en el mejor de los casos, en períodos específicos. Por ejemplo, las medidas que restringen la circulación de los mensajes más tóxicos se quitaron una vez que pasaron las últimas elecciones presidenciales de EE.UU. porque reducían el tiempo que la gente se quedaba enganchada frente a la pantalla. Poco después de las elecciones se produjo el ataque del Capitolio a manos de fanáticos convencidos de que Trump en realidad había ganado las elecciones y Haugen decidió hablar públicamente.
¿Por qué los mensajes más tóxicos son los que dan más dinero a FB? El algoritmo que decide qué vemos en esa red social descubrió hace tiempo que los mensajes que más reacciones (engagement) generan son los que apuntan a las emociones más básicas: enojo, indignación, ternura, terror, etc. Ese tipo de estímulos nos hacen reaccionar antes de que nuestra parte racional ponga un freno y nos llevan a compartir contenidos o contestar indignados cuando no acuerdan con lo que pensamos. El algoritmo no es "malvado": simplemente prevé cuáles son los mensajes que más reacciones pueden ocasionar, tal como le encomendaron los programadores, y aprende la mejor forma de cumplir su tarea cruzando miles de millones de datos diariamente en busca de los los mecanismos más efectivos.
El efecto secundario es que la gente lee mensajes cada vez más radicalizados sin importar su veracidad. Esto puede ser aprovechado por quienes buscan fomentar grietas, pero fuerza incluso a personas más sensatas a exagerar en sus mensajes para que circulen más.
Según Haugen, en FB comprenden esto desde hace tiempo pero no pueden cambiarlo. Es que cada vez que los reportes indican una desaceleración en el crecimiento interanual de las ganancias (en el último trimestre reportado fue del 100%, en parte gracias a la pandemia), las acciones bajan. Cualquier tropezón puede hacer pensar a los accionistas que el negocio se estabilizará en tasas de ganancia más "normales" y hacerlos partir hacia nuevos rumbos.
Es por eso que FB siempre avanzó con la misma lógica: cuando los jóvenes se iban a Snapchat, intentaron comprarla. Como no pudieron, compraron Instagram y usaron su enorme poder tecnológico y financiero para conducir a los usuarios hacia allí. Como los datos obtenidos en las redes referían solo a cuestiones públicas, debieron conseguir una plataforma para las conversaciones (supuestamente) privadas a través de Messenger. Y como no lograban imponer Messenger compraron Whatsapp para contar con datos más variados.
Así, paso a paso, la red se concentra y deja de ser, justamente, una red.
A los problemas de la corporación se sumaron, además, las filtraciones que muestran la imposibilidad que tiene para modificar un modelo con peligrosos efectos secundarios.
El apagón de Facebook (FB) y sus distintas plataformas puso en evidencia, entre otras cosas, lo poco que queda de "red" en la red de redes. El objetivo inicial que inspiró su desarrollo fue, justamente, garantizar que todas las comunicaciones podrían encontrar caminos alternativos hacia su destino aun en caso de ataque nuclear. Esta idea se reforzó con los protocolos abiertos elegidos por Tim Berners-Lee para dar origen a la World Wide Web que, a partir de 1990, hizo conocido el potencial de internet para las mayorías.
Es de esa lógica abierta y resistente de donde surgieron los sueños democratizadores de internet cuya arquitectura, se insistía por aquellos tiempos, garantizaría por siempre la desconcentración del poder. Sin embargo, a fines de los años 90’ los capitales de riesgo se interesaron por buscar negocios potenciales en el ciberespacio y las cosas cambiaron. El apagón de hace una semana expuso de manera dramática cuestiones conocidas pero que, distraídos por las pantallas, no siempre vemos.
Finanzas
Facebook es una empresa que reporta un crecimiento económico interanual muy por encima del promedio global. Con solo diecisiete años de existencia, se cuenta entre las cinco empresas más grandes del mundo. El éxito le impide cambiar el rumbo a pesar de los cada vez más evidentes efectos secundarios de su modelo de negocios.
Gracias a que no paga los contenidos y a que puede seleccionar las publicidades según quien esté del otro lado de la pantalla, produjo un sismo en el sistema de medios tradicionales al quedarse con una porción creciente de la torta publicitaria.
Ese modelo económicamente exitoso se basa, sobre todo, en los datos que recopila constantemente en Whatsapp, Messenger, Instagram y la misma red social con la que inició todo. Esos datos permiten, por un lado, saber cómo mantenernos frente a la pantalla mirando más publicidades y, por el otro, ofrecer servicios muy precisos a los anunciantes. Esos mecanismos tan efectivos también sirven a quienes quieren llegar a públicos específicos, por ejemplo, con mensajes de odio, políticos o, incluso, cuentos del tío 2.0. Pese a que su negocio impactó de lleno en el sistema de medios, FB se presenta a sí misma como una empresa tecnológica.
Sin freno
FB es tan exitoso en lo que hace que no puede parar: según explicó Frances Haugen, la exgerenta de producto de la compañía que filtró numerosos documentos internos, los cambios para proteger a los usuarios de las campañas de desinformación se implementan, en el mejor de los casos, en períodos específicos. Por ejemplo, las medidas que restringen la circulación de los mensajes más tóxicos se quitaron una vez que pasaron las últimas elecciones presidenciales de EE.UU. porque reducían el tiempo que la gente se quedaba enganchada frente a la pantalla. Poco después de las elecciones se produjo el ataque del Capitolio a manos de fanáticos convencidos de que Trump en realidad había ganado las elecciones y Haugen decidió hablar públicamente.
¿Por qué los mensajes más tóxicos son los que dan más dinero a FB? El algoritmo que decide qué vemos en esa red social descubrió hace tiempo que los mensajes que más reacciones (engagement) generan son los que apuntan a las emociones más básicas: enojo, indignación, ternura, terror, etc. Ese tipo de estímulos nos hacen reaccionar antes de que nuestra parte racional ponga un freno y nos llevan a compartir contenidos o contestar indignados cuando no acuerdan con lo que pensamos. El algoritmo no es "malvado": simplemente prevé cuáles son los mensajes que más reacciones pueden ocasionar, tal como le encomendaron los programadores, y aprende la mejor forma de cumplir su tarea cruzando miles de millones de datos diariamente en busca de los los mecanismos más efectivos.
El efecto secundario es que la gente lee mensajes cada vez más radicalizados sin importar su veracidad. Esto puede ser aprovechado por quienes buscan fomentar grietas, pero fuerza incluso a personas más sensatas a exagerar en sus mensajes para que circulen más.
Según Haugen, en FB comprenden esto desde hace tiempo pero no pueden cambiarlo. Es que cada vez que los reportes indican una desaceleración en el crecimiento interanual de las ganancias (en el último trimestre reportado fue del 100%, en parte gracias a la pandemia), las acciones bajan. Cualquier tropezón puede hacer pensar a los accionistas que el negocio se estabilizará en tasas de ganancia más "normales" y hacerlos partir hacia nuevos rumbos.
Es por eso que FB siempre avanzó con la misma lógica: cuando los jóvenes se iban a Snapchat, intentaron comprarla. Como no pudieron, compraron Instagram y usaron su enorme poder tecnológico y financiero para conducir a los usuarios hacia allí. Como los datos obtenidos en las redes referían solo a cuestiones públicas, debieron conseguir una plataforma para las conversaciones (supuestamente) privadas a través de Messenger. Y como no lograban imponer Messenger compraron Whatsapp para contar con datos más variados.
Así, paso a paso, la red se concentra y deja de ser, justamente, una red.
Tecnología cerrada
En una artículo reciente, Fernando Schapachnik, director ejecutivo de Fundación Sadosky, se preguntaba "¿Qué podemos aprender de la caída de Whatsapp?". La respuesta principal es que las tecnologías cerradas limitan la diversidad y por lo tanto son más susceptibles de caer. La comparación más obvia es con los correos electrónicos, una de las primeras herramientas desarrolladas sobre internet, que utiliza protocolos abiertos a cualquiera que desee conectarse usando sus propias herramientas.
Gracias a esta apertura (si bien existe un nivel importante de concentración) los servicios de correos electrónicos difícilmente podrían caer todos al mismo tiempo. En cambio, plataformas como Whatsapp necesitan el control absoluto para retener los datos que circulan. Para eso necesitan una tecnología cerrada y en servidores propios.
El resultado es que cuando cae esa empresa caen los servicios que dependen de ella.
En cascada
La concentración en internet es producto de una lógica económica que conduce a decisiones financieras y tecnológicas con enorme impacto político, social y hasta emocional. Ese poder aprende día a día, gracias a nuestra colaboración, mejores formas de seducirnos y que volvamos a utilizarlos. Una pequeña muestra del poder que tienen sobre nuestro trabajo, logística, relaciones, educación, etc. se vio el otro día gracias a las seis incómodas horas en que dejó de funcionar.
Pero el problema es más profundo que nuestra incomodidad individual: el número de personas que depende de FB en sus actividades cotidianas crece. Con el apagón quedó en evidencia de que para muchos es un servicio vital como el suministro de gas, agua potable o electricidad. El problema es que no tenemos ninguna posibilidad ni como individuos ni como país o región de auditar su desempeño o exigirle prácticas más abiertas. Incluso en EE.UU., donde se originó esta empresa, se preguntan cómo regularla. La tarea es tan urgente como difícil.