Por José Luis Lanao
13 de enero de 2022
Videla con los integrantes de la Selección juvenil 1979
El odio está. Siempre está. Sin parar está. Tan omnipresente está. En la foto el odio lo impregna todo. Una imagen descarnada de vivos, de muertos y de muertos-vivos. Una realidad no imaginada. Un habitar el vacío. No se pierdan el énfasis con que el exultante sicario se dirige a los muertos-vivos, mientras a sus espaldas los muertos-muertos navegan sin rumbo por un río calmo de sangre parda. Una hipérbole inabarcable de locura y de barbarie. Cada uno dividió el miedo como pudo. Maradona se aferró al tótem que simboliza la unión de la tribu como última barricada donde refugiarnos. Nuestros corazones ya no estaban ahí, estaban en otro sitio, y en ninguno. La humanidad ya estaba dañada.
Quien habla es el fascismo de ayer. A puro odio. Como habla el fascismo de hoy. Con esa brutalidad acéfala que hiere y raspa, que muerde y sangra, y que llega a convencer de que llevar una pistola en el cinto es una medida más eficaz que ponerse un barbijo.
Vivimos sometidos a la apoteosis del libelo y la otredad. A una nueva forma de nihilismo. Un nihilismo de violencia “libertaria” que no emana de un sentimiento de cólera ante la injusticia del mundo, sino de un rencor de clase -paralelo al rencor de género- que se proyecta sobre congéneres contra los que se ejerce la más exquisita crueldad. Un odio que atraviesa, que envicia y degrada. Que se construye sobre la convicción de que el otro es una amenaza permanente.
Se necesita aire para respirar, venga de donde venga, de la patria que sea. A algunas realidades solo se llega escuchando. Fingimos y fingimos escuchar, pero no lo hacemos. No basta con desfascistar las instituciones, antes hay que desfascistar el lenguaje. Esa amplificación del mensaje que normaliza lo que nunca debió ser normalizado: “cárcel o bala”; “uno menos”; “ladrones subsidiados”; “vayamos armados”; “esclavitud de género”; “muerte es vida”; “libertad sin vacunas”. Un purgatorio creativo, que como nos anticipó Huxley, se logra moldeando conciencias pobres. Así, desde los alta voces mediáticos el extremo minoritario incendia el panorama político en su intento por alcanzar la centralidad del “bizcochable” espacio electoral. Moldes de “libertarios” de usar y tirar que vienen negando su fascismo desde la guardería, y que hoy se embanderan en un febril “republicanismo” con el deseo militante de que el país caiga que nosotros ya lo levantaremos.
Se necesita un nuevo modo de mirar, de sentir, de narrar, de interpelar lo mirado; que neutralice en parte la perplejidad, el odio, el miedo y la deriva. Abarcamos más mundo cuando hablamos del otro, del bien y de la belleza, desde un proyecto colectivo, de consenso, asomados a un balcón desde donde se contemple el universo. La capacidad de soñar otra realidad es un proceso de registro, asimilación y digestión de experiencias emocionales que nos ayudan a permanecer despiertos, que nos protege de la sobrecarga sensorial de lo de dentro y de lo de fuera.
El fascismo se puede transformar es esa gran ola que se gesta lejos de la orilla, donde no alcanza la vista, en el medio del mar, y que minutos después acaba de romper en la roca bajo nuestros pies. Venimos de un largo silencio, duro, concreto, de sueños quebrados, de odios presentes y pasados. No basta con enfurecerse contra la barbarie que nos devora. Hay otros mundos, ahí afuera, por conquistar. Se lo debemos a esas madres inmortales que llenan de flores invisibles sus cementerios imaginarios.
(*) Ex jugador de Vélez, y Campeón Mundial Juvenil Tokio 1979
El odio está. Siempre está. Sin parar está. Tan omnipresente está. En la foto el odio lo impregna todo. Una imagen descarnada de vivos, de muertos y de muertos-vivos. Una realidad no imaginada. Un habitar el vacío. No se pierdan el énfasis con que el exultante sicario se dirige a los muertos-vivos, mientras a sus espaldas los muertos-muertos navegan sin rumbo por un río calmo de sangre parda. Una hipérbole inabarcable de locura y de barbarie. Cada uno dividió el miedo como pudo. Maradona se aferró al tótem que simboliza la unión de la tribu como última barricada donde refugiarnos. Nuestros corazones ya no estaban ahí, estaban en otro sitio, y en ninguno. La humanidad ya estaba dañada.
Quien habla es el fascismo de ayer. A puro odio. Como habla el fascismo de hoy. Con esa brutalidad acéfala que hiere y raspa, que muerde y sangra, y que llega a convencer de que llevar una pistola en el cinto es una medida más eficaz que ponerse un barbijo.
Vivimos sometidos a la apoteosis del libelo y la otredad. A una nueva forma de nihilismo. Un nihilismo de violencia “libertaria” que no emana de un sentimiento de cólera ante la injusticia del mundo, sino de un rencor de clase -paralelo al rencor de género- que se proyecta sobre congéneres contra los que se ejerce la más exquisita crueldad. Un odio que atraviesa, que envicia y degrada. Que se construye sobre la convicción de que el otro es una amenaza permanente.
Se necesita aire para respirar, venga de donde venga, de la patria que sea. A algunas realidades solo se llega escuchando. Fingimos y fingimos escuchar, pero no lo hacemos. No basta con desfascistar las instituciones, antes hay que desfascistar el lenguaje. Esa amplificación del mensaje que normaliza lo que nunca debió ser normalizado: “cárcel o bala”; “uno menos”; “ladrones subsidiados”; “vayamos armados”; “esclavitud de género”; “muerte es vida”; “libertad sin vacunas”. Un purgatorio creativo, que como nos anticipó Huxley, se logra moldeando conciencias pobres. Así, desde los alta voces mediáticos el extremo minoritario incendia el panorama político en su intento por alcanzar la centralidad del “bizcochable” espacio electoral. Moldes de “libertarios” de usar y tirar que vienen negando su fascismo desde la guardería, y que hoy se embanderan en un febril “republicanismo” con el deseo militante de que el país caiga que nosotros ya lo levantaremos.
Se necesita un nuevo modo de mirar, de sentir, de narrar, de interpelar lo mirado; que neutralice en parte la perplejidad, el odio, el miedo y la deriva. Abarcamos más mundo cuando hablamos del otro, del bien y de la belleza, desde un proyecto colectivo, de consenso, asomados a un balcón desde donde se contemple el universo. La capacidad de soñar otra realidad es un proceso de registro, asimilación y digestión de experiencias emocionales que nos ayudan a permanecer despiertos, que nos protege de la sobrecarga sensorial de lo de dentro y de lo de fuera.
El fascismo se puede transformar es esa gran ola que se gesta lejos de la orilla, donde no alcanza la vista, en el medio del mar, y que minutos después acaba de romper en la roca bajo nuestros pies. Venimos de un largo silencio, duro, concreto, de sueños quebrados, de odios presentes y pasados. No basta con enfurecerse contra la barbarie que nos devora. Hay otros mundos, ahí afuera, por conquistar. Se lo debemos a esas madres inmortales que llenan de flores invisibles sus cementerios imaginarios.
(*) Ex jugador de Vélez, y Campeón Mundial Juvenil Tokio 1979