Ya somos, el olvido que seremos
Por Carolina Valencia Bernal
En 20/11/2022
Viendo la película de Fernando Trueba, El Olvido que Seremos, basada en la novela “El Olvido que Seremos” de Héctor Abad Faciolince, con el papel protagónico del genial actor español Javier Cámara; pienso, reflexionó y concluyo que somos eso en Colombia, un olvido. Un olvido eterno, sistemático, sociópata y desvergonzado. No opinaré nada sobre el autor de la novela en la que se basa la película porque es irrelevante para mí y el tema de esta columna.
He de decir que las muertes de personas buenas, justas; de profesores, de médicos, de líderes sociales, de políticos y personas ajenas a cualquier guerra, inocentes y daños colaterales; esas muertes que atravesaron y aún atraviesan, atenazan y encadenan nuestra historia, nuestro pedido de décadas de querer paz; esas muertes siguen ahí, pegadas con lágrimas, sangre y sudor a nuestras almas, a nuestras vidas que no han respirado ni un minuto de paz en años y años; y, que ni siquiera con la firma del Acuerdo de paz del Colón llegó definitivamente, no es una paz total, es una paz chiquita, como dijera el actual presidente de Colombia después del plebiscito que le dijo NO a la Paz propuesta por el expresidente Juan Manuel Santos en 2016.
Seguimos despedazándonos entre nosotros, seguimos ardiendo en una furia incontenible de violencia especificada, especializada, elegible; muertos y más muertos cubren cada día las crónicas de los medios de comunicación. Muertos por venganzas, por narcotráfico, aún por pensar diferente; por ser diferentes; por ser mujeres y niños inocentes; por salir a las calles a protestar y a pedir “paz”, como sucediera en los pasados paros nacionales de los años 2019, 2020 y 2021.
Muertes por ser hombres y mujeres buenos/as que aman sin límites y defienden lo que piensan, por ser hombres que nunca agredirían a una mujer (porque sí, a ellos también los mata la violencia intrafamiliar, los celos y el despecho); por querer cambiar el mundo; por decir ¡Basta Ya!
Niños que tienen que salir exiliados porque son demasiado inteligentes para su edad y opinan con la verdad e inocencia que solo ellos poseen. Como por ejemplo el líder ambiental Francisco Vera Manzanares, quien a sus 12 años tuvo que salir del país por amenazas contra su vida, por ser y pensar diferente, por ser un niño que entiende el mundo y que tiene opiniones propias.
Muertes de mujeres, feminicidios diarios, violadas, mutiladas, descuartizados, empapadas, cómo trozos de carne que sobran y son arrojadas a las calles en trocitos dentro de bolsas plásticas. Cada día muere una mujer en Colombia por VBG.
Muertes. La muerte de nuestro territorio, la muerte de nuestros pueblos indígenas, de nuestros hermanos mayores; la muerte por el color de la piel; la muerte entre hermanos, el fratricidio.
La muerte por ser mujeres libres, por ser LGTBIQ+; por denunciar abusos y acosos; por tener un celular caro o un auto bonito, no solo te roban, sino que te tienen que matar.
La muerte de nuestra hermana naturaleza, la muerte de nuestros ríos que por la explotación minera legal o ilegal son contaminados, desviados de su cauce natural y exprimidos hasta su última gota; la muerte de nuestros bosques andinos y montano lluviosos que albergan gran cantidad de biodiversidad, como la Palma de Cera, el árbol nacional de Colombia, el cual está en estado de vulnerabilidad tal que se considera casi extinto. La deforestación que arrasa sin control y sin misericordia grandes extensiones de nuestra Amazonía, pulmón del mundo; la ganadería extensiva que no le hace nada bien a la atmósfera, ni al aíre que respiramos y a los suelos para sembrar alimentos y, la explotación de cualquier recurso natural del que puedan extraer riqueza que no queda en nuestro país, ni beneficia a nuestra población; toda esa riqueza sale de Colombia a engordar las arcas de las multinacionales.
Esa es la muerte del territorio.
La muerte de la cultura, de la ancestralidad, de lo genuino, de las raíces; la muerte de la idiosincrasia que más bien ha carecido de autenticidad y se ha cambiado por lo foráneo. También morimos un poco cuando olvidamos quiénes somos y de dónde venimos, porque perdemos el rumbo, el camino a seguir y la coherencia.
Entonces seguimos siendo el olvido, ese olvido que nos sumerge en ríos de sangre que no tienen límites. Ríos que secan la voluntad de la bondad y alimentan la sed de odios, venganzas y más muertes. Y así como una espiral siniestra nos arrastra al caos, a perder la razón y a la agresividad.
No culpo a quienes tocados por la violencia que arrecia de un lado al otro y que llega cuando menos la esperan, se tornan egoístas, se adjudican el papel de vengadores de palabra, de facto, de carne humana. No culpo a los huérfanos, viudas, padres y madres que perdieron sus hijos por una bala perdida o no, del Estado o de las guerrillas; ellos no tienen que sentir culpa por pensar que un lado o el otro son responsables, los sanguinarios y los asesinos y por decidir tomar venganza por propia mano; no culpo a quienes en vista de esas pérdidas elijen un bando u otro, derecha o izquierda.
No somos culpables de la barbarie que nos arrebató lo querido, más somos responsables por evitar futuras barbaries y por perpetuar la muerte en lugar de la vida. Reflexiones que cada uno tendrá que hacer desde la posición en la que se encuentre al final de esta guerra, si es que llegamos al final a una PAZ TOTAL, la propuesta de un exguerrillero que ahora es presidente y pretenden dejarnos esa PAZ TOTAL que merecemos y que no hemos tenido por la fuerza de la palabra, las firmas y los acuerdos.
“Ya somos el olvido que seremos, el polco elemental que nos ignora y que fue el rojo Adam y que es ahora todos los hombres y, que no veremos.
Ya somos en la tumba, las dos fechas del principio y el término; la caja, la obscena corrupción y la mortaja,
Los triunfos de la muerte y las endechas.
No soy el insensato que se aferra al mágico sonido de su nombre; pienso con esperanza, en aquel hombre, que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo, esta meditación es un consuelo”. Héctor Abad Gómez.
*Periodista
En 20/11/2022
Viendo la película de Fernando Trueba, El Olvido que Seremos, basada en la novela “El Olvido que Seremos” de Héctor Abad Faciolince, con el papel protagónico del genial actor español Javier Cámara; pienso, reflexionó y concluyo que somos eso en Colombia, un olvido. Un olvido eterno, sistemático, sociópata y desvergonzado. No opinaré nada sobre el autor de la novela en la que se basa la película porque es irrelevante para mí y el tema de esta columna.
He de decir que las muertes de personas buenas, justas; de profesores, de médicos, de líderes sociales, de políticos y personas ajenas a cualquier guerra, inocentes y daños colaterales; esas muertes que atravesaron y aún atraviesan, atenazan y encadenan nuestra historia, nuestro pedido de décadas de querer paz; esas muertes siguen ahí, pegadas con lágrimas, sangre y sudor a nuestras almas, a nuestras vidas que no han respirado ni un minuto de paz en años y años; y, que ni siquiera con la firma del Acuerdo de paz del Colón llegó definitivamente, no es una paz total, es una paz chiquita, como dijera el actual presidente de Colombia después del plebiscito que le dijo NO a la Paz propuesta por el expresidente Juan Manuel Santos en 2016.
Seguimos despedazándonos entre nosotros, seguimos ardiendo en una furia incontenible de violencia especificada, especializada, elegible; muertos y más muertos cubren cada día las crónicas de los medios de comunicación. Muertos por venganzas, por narcotráfico, aún por pensar diferente; por ser diferentes; por ser mujeres y niños inocentes; por salir a las calles a protestar y a pedir “paz”, como sucediera en los pasados paros nacionales de los años 2019, 2020 y 2021.
Muertes por ser hombres y mujeres buenos/as que aman sin límites y defienden lo que piensan, por ser hombres que nunca agredirían a una mujer (porque sí, a ellos también los mata la violencia intrafamiliar, los celos y el despecho); por querer cambiar el mundo; por decir ¡Basta Ya!
Niños que tienen que salir exiliados porque son demasiado inteligentes para su edad y opinan con la verdad e inocencia que solo ellos poseen. Como por ejemplo el líder ambiental Francisco Vera Manzanares, quien a sus 12 años tuvo que salir del país por amenazas contra su vida, por ser y pensar diferente, por ser un niño que entiende el mundo y que tiene opiniones propias.
Muertes de mujeres, feminicidios diarios, violadas, mutiladas, descuartizados, empapadas, cómo trozos de carne que sobran y son arrojadas a las calles en trocitos dentro de bolsas plásticas. Cada día muere una mujer en Colombia por VBG.
Muertes. La muerte de nuestro territorio, la muerte de nuestros pueblos indígenas, de nuestros hermanos mayores; la muerte por el color de la piel; la muerte entre hermanos, el fratricidio.
La muerte por ser mujeres libres, por ser LGTBIQ+; por denunciar abusos y acosos; por tener un celular caro o un auto bonito, no solo te roban, sino que te tienen que matar.
La muerte de nuestra hermana naturaleza, la muerte de nuestros ríos que por la explotación minera legal o ilegal son contaminados, desviados de su cauce natural y exprimidos hasta su última gota; la muerte de nuestros bosques andinos y montano lluviosos que albergan gran cantidad de biodiversidad, como la Palma de Cera, el árbol nacional de Colombia, el cual está en estado de vulnerabilidad tal que se considera casi extinto. La deforestación que arrasa sin control y sin misericordia grandes extensiones de nuestra Amazonía, pulmón del mundo; la ganadería extensiva que no le hace nada bien a la atmósfera, ni al aíre que respiramos y a los suelos para sembrar alimentos y, la explotación de cualquier recurso natural del que puedan extraer riqueza que no queda en nuestro país, ni beneficia a nuestra población; toda esa riqueza sale de Colombia a engordar las arcas de las multinacionales.
Esa es la muerte del territorio.
La muerte de la cultura, de la ancestralidad, de lo genuino, de las raíces; la muerte de la idiosincrasia que más bien ha carecido de autenticidad y se ha cambiado por lo foráneo. También morimos un poco cuando olvidamos quiénes somos y de dónde venimos, porque perdemos el rumbo, el camino a seguir y la coherencia.
Entonces seguimos siendo el olvido, ese olvido que nos sumerge en ríos de sangre que no tienen límites. Ríos que secan la voluntad de la bondad y alimentan la sed de odios, venganzas y más muertes. Y así como una espiral siniestra nos arrastra al caos, a perder la razón y a la agresividad.
No culpo a quienes tocados por la violencia que arrecia de un lado al otro y que llega cuando menos la esperan, se tornan egoístas, se adjudican el papel de vengadores de palabra, de facto, de carne humana. No culpo a los huérfanos, viudas, padres y madres que perdieron sus hijos por una bala perdida o no, del Estado o de las guerrillas; ellos no tienen que sentir culpa por pensar que un lado o el otro son responsables, los sanguinarios y los asesinos y por decidir tomar venganza por propia mano; no culpo a quienes en vista de esas pérdidas elijen un bando u otro, derecha o izquierda.
No somos culpables de la barbarie que nos arrebató lo querido, más somos responsables por evitar futuras barbaries y por perpetuar la muerte en lugar de la vida. Reflexiones que cada uno tendrá que hacer desde la posición en la que se encuentre al final de esta guerra, si es que llegamos al final a una PAZ TOTAL, la propuesta de un exguerrillero que ahora es presidente y pretenden dejarnos esa PAZ TOTAL que merecemos y que no hemos tenido por la fuerza de la palabra, las firmas y los acuerdos.
“Ya somos el olvido que seremos, el polco elemental que nos ignora y que fue el rojo Adam y que es ahora todos los hombres y, que no veremos.
Ya somos en la tumba, las dos fechas del principio y el término; la caja, la obscena corrupción y la mortaja,
Los triunfos de la muerte y las endechas.
No soy el insensato que se aferra al mágico sonido de su nombre; pienso con esperanza, en aquel hombre, que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo, esta meditación es un consuelo”. Héctor Abad Gómez.
*Periodista