Por Raúl Zibechi
En 30/11/2022
Es muy común que afrontemos los nuevos desafíos con actitudes e ideas nacidas en contextos anteriores que, por tanto, no se ajustan a las realidades emergentes. Con la nueva derecha sucede algo similar: nos contentamos con adjetivarla como fascista o ultraderecha, lo que puede sonar adecuado en ciertos aspectos, pero no alcanza para entender lo que en realidad representa. Por tanto, será más difícil neutralizarla o derrotarla.
Creer que la nueva derecha puede ser acotada con las instituciones democráticas realmente existentes es una utopía que nos desarma, por varias razones. La primera es que el Estado-nación ha sido secuestrado por el uno por ciento que lo colocó a su servicio. La segunda, es que las instituciones no quieren ni pueden combatir a la nueva derecha insurgente, como lo están mostrando estos días los aparatos armados estatales en Brasil.
Me parece erróneo oponer democracia a fascismo (o bolsonarismo, o trumpismo, o el adjetivo que se prefiera), porque la cultura política que encarna esta derecha es hija de las instituciones y del modo de hacer política que llamamos democrático. Porque consiste en sustituir la acción colectiva por la gestión de expertos, remplazando el conflicto de clases, colores de piel, sexos, géneros y edades, por políticas públicas que los relegan al papel de beneficiarios en vez de sujetos activos.
La humanidad ha destinado enormes esfuerzos a canalizar los conflictos (desde los político-sociales hasta los personales) por los más diversos caminos, porque empeñarse en negarlos o suprimirlos conduce al desastre social. Hemos llegado a creer que el conflicto es anormal y destructivo, cuando en realidad la negación del conflicto puede conducir a la barbarie; porque el conflicto es el fundamento de la vida y permite la emergencia de lo nuevo, como sostienen Miguel Benasayag y Angélique del Rey en Elogio del conflicto.
Volvamos a Brasil. En un reciente artículo se sostiene que Bolsonaro no es conservador, sino un revolucionario de extrema derecha que articula fuerzas emergentes e insurgentes presentes en nuestra sociedad: religiosidad neopentecostal, estética del agronegocio y sociabilidad de perfil (Folha de Sao Paulo, 1/11/22).
La pertenencia a las iglesias pentecostales influye en el comportamiento cotidiano, algo que no consiguen las católicas que parecen desentenderse de la vida concreta de sus fieles. El partido neopentecostal Republicanos, frente político de la Iglesia Universal del Reino de Dios, gobernará la mayor porción de la población y el estado más poblado, Sao Paulo.
En Brasil la potencia emergente de la agroindustria, que ha desplazado económica y culturalmente a la industria fabril y la centralidad de la clase obrera, tiene una estética propia, como sostiene Miguel Lago en el mencionado artículo. “El rodeo se ha convertido en la mayor fiesta del país, y la canción que más suena en la radio brasileña es una especie de música country cantada en portugués.”
Esta cultura va acompañada de la portación de armas, es masculina y patriarcal, hace de la fuerza y el poder sus señas de identidad y contrasta vivamente con la cultura obrera de la década de 1970, cuando nace el Partido de los Trabajadores. Así como la cultura obrera estaba ligada a la teología de la liberación y a las comunidades eclesiales de base, la cultura ganadera va de la mano de las iglesias neopentecostales.
El antropólogo Jeofrey Hoelle, autor del libro Caubóis da Floresta, sostiene que en la Amazonia se superpone la cultura ganadera a la cultura de la selva, que pretende la conservación del bosque y defiende a los pueblos originarios. Investigó la cultura ganadera para entender la lógica de esos productores que forman parte de las bancadas de la Triple B: buey, bala y Biblia, que suman una porción decisiva en los parlamentos brasileños en los últimos años.
Hoelle concluye que los ganaderos son conscientes de que su negocio es la mayor fuente de contaminación del país, pero ellos tienen otra mirada. Defienden lo que llaman pastos limpios, que identifican con orden y control, en tanto el bosque es visto como oscuridad, naturaleza salvaje, sin valor, explica en una extensa entrevista (Amazonialatitude.com, 17/11/21).
En cada país y en cada región, la nueva derecha se apoya en situaciones particulares, pero tiene algunas características comunes: rechazo a la protección del ambiente, ataque hacia las mujeres, las diversidades y las diferencias, odio a los migrantes y a las poblaciones negras e indígenas.
A la ultraderecha sólo se la puede neutralizar poniendo el cuerpo, sin violencia. No a través de instituciones. Estos días de bloqueos de rutas, las hinchadas del futbol dieron una vez más muestra de coraje y determinación (https://bit.ly/3Ue2sCA), al acudir en grupos a levantar los bloqueos ante la pasividad de las policías (http://glo.bo/3h85OsI).
Como siempre, aprendemos de los de abajo.
* Periodista, escritor y pensador-activista uruguayo, dedicado al trabajo con movimientos sociales en América Latina.
En 30/11/2022
Es muy común que afrontemos los nuevos desafíos con actitudes e ideas nacidas en contextos anteriores que, por tanto, no se ajustan a las realidades emergentes. Con la nueva derecha sucede algo similar: nos contentamos con adjetivarla como fascista o ultraderecha, lo que puede sonar adecuado en ciertos aspectos, pero no alcanza para entender lo que en realidad representa. Por tanto, será más difícil neutralizarla o derrotarla.
Creer que la nueva derecha puede ser acotada con las instituciones democráticas realmente existentes es una utopía que nos desarma, por varias razones. La primera es que el Estado-nación ha sido secuestrado por el uno por ciento que lo colocó a su servicio. La segunda, es que las instituciones no quieren ni pueden combatir a la nueva derecha insurgente, como lo están mostrando estos días los aparatos armados estatales en Brasil.
Me parece erróneo oponer democracia a fascismo (o bolsonarismo, o trumpismo, o el adjetivo que se prefiera), porque la cultura política que encarna esta derecha es hija de las instituciones y del modo de hacer política que llamamos democrático. Porque consiste en sustituir la acción colectiva por la gestión de expertos, remplazando el conflicto de clases, colores de piel, sexos, géneros y edades, por políticas públicas que los relegan al papel de beneficiarios en vez de sujetos activos.
La humanidad ha destinado enormes esfuerzos a canalizar los conflictos (desde los político-sociales hasta los personales) por los más diversos caminos, porque empeñarse en negarlos o suprimirlos conduce al desastre social. Hemos llegado a creer que el conflicto es anormal y destructivo, cuando en realidad la negación del conflicto puede conducir a la barbarie; porque el conflicto es el fundamento de la vida y permite la emergencia de lo nuevo, como sostienen Miguel Benasayag y Angélique del Rey en Elogio del conflicto.
Volvamos a Brasil. En un reciente artículo se sostiene que Bolsonaro no es conservador, sino un revolucionario de extrema derecha que articula fuerzas emergentes e insurgentes presentes en nuestra sociedad: religiosidad neopentecostal, estética del agronegocio y sociabilidad de perfil (Folha de Sao Paulo, 1/11/22).
La pertenencia a las iglesias pentecostales influye en el comportamiento cotidiano, algo que no consiguen las católicas que parecen desentenderse de la vida concreta de sus fieles. El partido neopentecostal Republicanos, frente político de la Iglesia Universal del Reino de Dios, gobernará la mayor porción de la población y el estado más poblado, Sao Paulo.
En Brasil la potencia emergente de la agroindustria, que ha desplazado económica y culturalmente a la industria fabril y la centralidad de la clase obrera, tiene una estética propia, como sostiene Miguel Lago en el mencionado artículo. “El rodeo se ha convertido en la mayor fiesta del país, y la canción que más suena en la radio brasileña es una especie de música country cantada en portugués.”
Esta cultura va acompañada de la portación de armas, es masculina y patriarcal, hace de la fuerza y el poder sus señas de identidad y contrasta vivamente con la cultura obrera de la década de 1970, cuando nace el Partido de los Trabajadores. Así como la cultura obrera estaba ligada a la teología de la liberación y a las comunidades eclesiales de base, la cultura ganadera va de la mano de las iglesias neopentecostales.
El antropólogo Jeofrey Hoelle, autor del libro Caubóis da Floresta, sostiene que en la Amazonia se superpone la cultura ganadera a la cultura de la selva, que pretende la conservación del bosque y defiende a los pueblos originarios. Investigó la cultura ganadera para entender la lógica de esos productores que forman parte de las bancadas de la Triple B: buey, bala y Biblia, que suman una porción decisiva en los parlamentos brasileños en los últimos años.
Hoelle concluye que los ganaderos son conscientes de que su negocio es la mayor fuente de contaminación del país, pero ellos tienen otra mirada. Defienden lo que llaman pastos limpios, que identifican con orden y control, en tanto el bosque es visto como oscuridad, naturaleza salvaje, sin valor, explica en una extensa entrevista (Amazonialatitude.com, 17/11/21).
En cada país y en cada región, la nueva derecha se apoya en situaciones particulares, pero tiene algunas características comunes: rechazo a la protección del ambiente, ataque hacia las mujeres, las diversidades y las diferencias, odio a los migrantes y a las poblaciones negras e indígenas.
A la ultraderecha sólo se la puede neutralizar poniendo el cuerpo, sin violencia. No a través de instituciones. Estos días de bloqueos de rutas, las hinchadas del futbol dieron una vez más muestra de coraje y determinación (https://bit.ly/3Ue2sCA), al acudir en grupos a levantar los bloqueos ante la pasividad de las policías (http://glo.bo/3h85OsI).
Como siempre, aprendemos de los de abajo.
* Periodista, escritor y pensador-activista uruguayo, dedicado al trabajo con movimientos sociales en América Latina.