Por Nazareth Balbás
En 02/12/2022
La propuesta de reconstruir esa institución se produce en medio del giro progresista de la región, pero, ¿es suficiente para garantizar su supervivencia? La izquierda en América Latina no quiere perder tiempo. Tras las recientes victorias de Gustavo Petro en Colombia y de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, una carta ha reavivado la posibilidad de «resucitar» instancias regionales que estuvieron al borde de la desaparición.
Una de esos organismos multilaterales es la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), un mecanismo que nació formalmente en 2008, bajo el impulso del fallecido expresidente venezolano, Hugo Chávez Frías, y sus entonces homólogos de Argentina, Néstor Kirchner; de Ecuador, Rafael Correa, y el propio Lula en Brasil, pero que sucumbió en los últimos años en medio de la oleada de Gobiernos conservadores en la región.
Porque si algo tenían en común los impulsores de Unasur era su coincidencia política: de izquierda o progresistas, los mandatarios tenía una visión compartida sobre la necesidad de apuntalar la unidad regional, construir un sistema financiero propio y dar pasos a respuestas en bloque, emulando experiencias como la Unión Europea. No obstante, esa singularidad, que fue concebida como una fortaleza, terminó siendo el germen de su debilidad.
Por eso, el reciente llamado de siete expresidentes y políticos suramericanos es aprender de las lecciones del pasado para reconstruir una «nueva» Unasur, que no termine como un órgano «debilitado» o «impotente». Pero, ¿es eso posible?
Necesidad de bloque
De la Unasur que logró resolver el conflicto entre Colombia y Venezuela; que frenó el fallido intento golpista en Ecuador contra Rafael Correa; y que prácticamente desactivó el secesionismo en Bolivia, queda poco.
En la actualidad, apenas cuatro países siguen en el bloque –Venezuela, Bolivia, Surinam y Guayana– tras la salida de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Uruguay, Paraguay y Perú. Las deserciones dentro del organismo multilateral coincidieron no solo con los cambios de Gobierno en esas naciones, sino con el aumento de la beligerancia diplomática de la Casa Blanca durante la administración de Donald Trump.
De hecho, algunos de los países que salieron de Unasur promovieron después el surgimiento de otras iniciativas, como Prosur, en un intento de sustituir el mecanismo predecesor, pero con una mirada más proclive a EE.UU.
Asimismo, a nivel político, los Gobiernos de derecha en la región se unieron dentro del llamado ‘Grupo de Lima’ para restarle fuelle a las instancias dentro de Unasur que, durante algunos años, eclipsaron el ya deslucido papel de la Organización de Estados Americanos (OEA).
La confluencia de esos factores paralizó a la Unasur, en un período de dos años que se caracterizó por los intensos intentos de aislamiento contra Venezuela, la fragmentación de las iniciativas regionales y el agresivo bilateralismo promovido con EE.UU. No obstante, el fin de la era Trump y el fracaso de varias de sus políticas en América Latina se tradujeron rápidamente en la inoperancia de Prosur y la extinción del Grupo de Lima.
Ahora que el péndulo parece moverse hacia izquierdas de distintas tesituras en la región, analistas consideran que es el momento para relanzar una «nueva» Unasur, que haya aprendido de los tres errores fundamentales del pasado.
Ahora que el péndulo parece moverse hacia izquierdas de distintas tesituras en la región, algunos analistas consideran que es el momento adecuado para relanzar una «nueva» Unasur, una que haya aprendido de los tres errores fundamentales del pasado: el presidencialismo, la confianza excesiva en el consenso y el factor EE.UU.
1. El presidencialismo
Un informe publicado este viernes por el excanciller ecuatoriano Guillaume Long y la abogada Natasha Suñé considera que el ‘presidencialismo’ fue un arma de doble filo que truncó la institucionalización de Unasur.
«Este presidencialismo resultó, sobre todo en los inicios de la Unasur, en lo que se ha denominado el ‘multilateralismo pro tempore’: una práctica que hace que los Estados se turnen al frente de una organización, generalmente por un periodo de un año, durante el cual el servicio exterior del país que ejerce la ‘presidencia pro tempore’ asume el papel burocrático de la organización», explica el informe. Ese modelo de funcionamiento, sin embargo, hace que cada año se renueve la burocracia y se pierda «gran parte de la memoria institucional«, apunta el documento.
Si bien el impulso directo de los mandatarios permitió avanzar con mayor rapidez en los primeros pasos del mecanismo, la marcha no tuvo la misma velocidad de los vientos políticos en la región. Los cambios de signo ideológico en algunos países provocaron, a la larga, inevitables fricciones y el enfriamiento del entusiasmo inicial por la integración, debido a las distintas miradas sobre la importancia de la unidad.
2. El consenso
Otra de las piezas que tendría que evaluar la «nueva» Unasur es la regla del consenso. Aunque el principio de que todos los miembros estén de acuerdo para tomar las decisiones parece ideal, no es práctico a la hora de tomar resoluciones de carácter operativo.
La imposibilidad de alcanzar un consenso para nombrar a la persona que asumiría la secretaría general de la Unasur, durante el período entre 2017 y 2019, paralizó a la organización en ese entonces y abrió las primeras brechas. En los años siguientes, varias naciones suspendieron su participación en el bloque o directamente denunciaron el tratado, alegando que el mecanismo era ineficiente o inoperante.
De acuerdo con el informe del CEPR, la nueva Unasur debería avanzar hacia un modelo híbrido para la toma de decisiones que permita, por ejemplo, que las cuestiones operativas puedan resolverse por mayoría (simples o calificadas) y que el consenso siga existiendo para temas como la adhesión de nuevos miembros.
3. El factor EE.UU.
Si bien la Unasur es de naturaleza suramericana, no escapa de la influencia de EE.UU., ya que las posturas de Washington han terminado siendo claves para forzar su debilitamiento institucional.
El problema es que EE.UU. mira con recelo cualquier iniciativa de integración regional. Las razones, tan variadas como históricas, van desde los postulados de la doctrina Monroe –que proclama el lema de «América para los americanos»–, hasta la desconfianza hacia cualquier mecanismo que no cuente con la presencia hegemónica de Washington.
«La unión de Nuestra América –explica el historiador Alejandro López– ha tenido en el intervencionismo y en el expansionismo norteamericano un principal enemigo».
Al respecto, el historiador Alejandro López comenta que EE.UU., al ser una nación con una Constitución «que no estipula los límites de su territorio», está «en constante expansión», lo que entra en contradicción con cualquier mecanismo que se sustente en valores como el respeto a la soberanía e integridad de los territorios.
«La unión de Nuestra América –explica López– ha tenido en el intervencionismo y en el expansionismo norteamericano un principal enemigo, no hay que perder de vista que EE.UU. es una nación que se constituye a partir de la explotación de otros territorios, luego de un dominio militar y una imposición económica».
En esa línea, lo que menos conviene a EE.UU. es la robustez de mecanismos regionales como la Unasur, que promulguen no solo la unidad para cuestiones políticas, sino también en materia de Defensa, Medioambiente, Salud y Finanzas.De hecho, una de las cuestiones que quedaría pendiente para la «nueva» Unasur, en caso de los miembros opten por revitalizarla, sería retomar el debate sobre una moneda común y darle un empuje definitivo al Banco del Sur, una institución fundada en 2007, y que tenía el objetivo de transformarse en el pilar para la integración financiera suramericana.
¿Es posible revivirla?
Según el informe de la CEPR, las «irregularidades» que rodearon la salida de varios países de Unasur hacen más factible su retorno al mecanismo. La propuesta de Long y Suñé es que «se active un mecanismo de solución de controversias», que abra la puerta a «una salida colectiva para subsanar el irregular proceso de debilitamiento» del organismo.
«Unasur todavía existe y es la mejor plataforma para reconstituir un espacio de integración en América del Sur», reza la carta que se divulgó esta semana para abogar por el reimpulso de ese mecanismo.
Y es que, más allá de las coincidencias políticas que puedan existir actualmente entre los Gobiernos de la región, la posibilidad de dar una respuesta conjunta a retos como la migración ordenada, el cambio climático, la conectividad regional y la articulación financiera, puede ser muy atractivo para Suramérica, especialmente en una coyuntura mundial cada vez más conflictiva y que exige mayor fortaleza.
Rebelión
En 02/12/2022
La propuesta de reconstruir esa institución se produce en medio del giro progresista de la región, pero, ¿es suficiente para garantizar su supervivencia? La izquierda en América Latina no quiere perder tiempo. Tras las recientes victorias de Gustavo Petro en Colombia y de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, una carta ha reavivado la posibilidad de «resucitar» instancias regionales que estuvieron al borde de la desaparición.
Una de esos organismos multilaterales es la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), un mecanismo que nació formalmente en 2008, bajo el impulso del fallecido expresidente venezolano, Hugo Chávez Frías, y sus entonces homólogos de Argentina, Néstor Kirchner; de Ecuador, Rafael Correa, y el propio Lula en Brasil, pero que sucumbió en los últimos años en medio de la oleada de Gobiernos conservadores en la región.
Porque si algo tenían en común los impulsores de Unasur era su coincidencia política: de izquierda o progresistas, los mandatarios tenía una visión compartida sobre la necesidad de apuntalar la unidad regional, construir un sistema financiero propio y dar pasos a respuestas en bloque, emulando experiencias como la Unión Europea. No obstante, esa singularidad, que fue concebida como una fortaleza, terminó siendo el germen de su debilidad.
Por eso, el reciente llamado de siete expresidentes y políticos suramericanos es aprender de las lecciones del pasado para reconstruir una «nueva» Unasur, que no termine como un órgano «debilitado» o «impotente». Pero, ¿es eso posible?
Necesidad de bloque
De la Unasur que logró resolver el conflicto entre Colombia y Venezuela; que frenó el fallido intento golpista en Ecuador contra Rafael Correa; y que prácticamente desactivó el secesionismo en Bolivia, queda poco.
En la actualidad, apenas cuatro países siguen en el bloque –Venezuela, Bolivia, Surinam y Guayana– tras la salida de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Uruguay, Paraguay y Perú. Las deserciones dentro del organismo multilateral coincidieron no solo con los cambios de Gobierno en esas naciones, sino con el aumento de la beligerancia diplomática de la Casa Blanca durante la administración de Donald Trump.
De hecho, algunos de los países que salieron de Unasur promovieron después el surgimiento de otras iniciativas, como Prosur, en un intento de sustituir el mecanismo predecesor, pero con una mirada más proclive a EE.UU.
Asimismo, a nivel político, los Gobiernos de derecha en la región se unieron dentro del llamado ‘Grupo de Lima’ para restarle fuelle a las instancias dentro de Unasur que, durante algunos años, eclipsaron el ya deslucido papel de la Organización de Estados Americanos (OEA).
La confluencia de esos factores paralizó a la Unasur, en un período de dos años que se caracterizó por los intensos intentos de aislamiento contra Venezuela, la fragmentación de las iniciativas regionales y el agresivo bilateralismo promovido con EE.UU. No obstante, el fin de la era Trump y el fracaso de varias de sus políticas en América Latina se tradujeron rápidamente en la inoperancia de Prosur y la extinción del Grupo de Lima.
Ahora que el péndulo parece moverse hacia izquierdas de distintas tesituras en la región, analistas consideran que es el momento para relanzar una «nueva» Unasur, que haya aprendido de los tres errores fundamentales del pasado.
Ahora que el péndulo parece moverse hacia izquierdas de distintas tesituras en la región, algunos analistas consideran que es el momento adecuado para relanzar una «nueva» Unasur, una que haya aprendido de los tres errores fundamentales del pasado: el presidencialismo, la confianza excesiva en el consenso y el factor EE.UU.
1. El presidencialismo
Un informe publicado este viernes por el excanciller ecuatoriano Guillaume Long y la abogada Natasha Suñé considera que el ‘presidencialismo’ fue un arma de doble filo que truncó la institucionalización de Unasur.
«Este presidencialismo resultó, sobre todo en los inicios de la Unasur, en lo que se ha denominado el ‘multilateralismo pro tempore’: una práctica que hace que los Estados se turnen al frente de una organización, generalmente por un periodo de un año, durante el cual el servicio exterior del país que ejerce la ‘presidencia pro tempore’ asume el papel burocrático de la organización», explica el informe. Ese modelo de funcionamiento, sin embargo, hace que cada año se renueve la burocracia y se pierda «gran parte de la memoria institucional«, apunta el documento.
Si bien el impulso directo de los mandatarios permitió avanzar con mayor rapidez en los primeros pasos del mecanismo, la marcha no tuvo la misma velocidad de los vientos políticos en la región. Los cambios de signo ideológico en algunos países provocaron, a la larga, inevitables fricciones y el enfriamiento del entusiasmo inicial por la integración, debido a las distintas miradas sobre la importancia de la unidad.
2. El consenso
Otra de las piezas que tendría que evaluar la «nueva» Unasur es la regla del consenso. Aunque el principio de que todos los miembros estén de acuerdo para tomar las decisiones parece ideal, no es práctico a la hora de tomar resoluciones de carácter operativo.
La imposibilidad de alcanzar un consenso para nombrar a la persona que asumiría la secretaría general de la Unasur, durante el período entre 2017 y 2019, paralizó a la organización en ese entonces y abrió las primeras brechas. En los años siguientes, varias naciones suspendieron su participación en el bloque o directamente denunciaron el tratado, alegando que el mecanismo era ineficiente o inoperante.
De acuerdo con el informe del CEPR, la nueva Unasur debería avanzar hacia un modelo híbrido para la toma de decisiones que permita, por ejemplo, que las cuestiones operativas puedan resolverse por mayoría (simples o calificadas) y que el consenso siga existiendo para temas como la adhesión de nuevos miembros.
3. El factor EE.UU.
Si bien la Unasur es de naturaleza suramericana, no escapa de la influencia de EE.UU., ya que las posturas de Washington han terminado siendo claves para forzar su debilitamiento institucional.
El problema es que EE.UU. mira con recelo cualquier iniciativa de integración regional. Las razones, tan variadas como históricas, van desde los postulados de la doctrina Monroe –que proclama el lema de «América para los americanos»–, hasta la desconfianza hacia cualquier mecanismo que no cuente con la presencia hegemónica de Washington.
«La unión de Nuestra América –explica el historiador Alejandro López– ha tenido en el intervencionismo y en el expansionismo norteamericano un principal enemigo».
Al respecto, el historiador Alejandro López comenta que EE.UU., al ser una nación con una Constitución «que no estipula los límites de su territorio», está «en constante expansión», lo que entra en contradicción con cualquier mecanismo que se sustente en valores como el respeto a la soberanía e integridad de los territorios.
«La unión de Nuestra América –explica López– ha tenido en el intervencionismo y en el expansionismo norteamericano un principal enemigo, no hay que perder de vista que EE.UU. es una nación que se constituye a partir de la explotación de otros territorios, luego de un dominio militar y una imposición económica».
En esa línea, lo que menos conviene a EE.UU. es la robustez de mecanismos regionales como la Unasur, que promulguen no solo la unidad para cuestiones políticas, sino también en materia de Defensa, Medioambiente, Salud y Finanzas.De hecho, una de las cuestiones que quedaría pendiente para la «nueva» Unasur, en caso de los miembros opten por revitalizarla, sería retomar el debate sobre una moneda común y darle un empuje definitivo al Banco del Sur, una institución fundada en 2007, y que tenía el objetivo de transformarse en el pilar para la integración financiera suramericana.
¿Es posible revivirla?
Según el informe de la CEPR, las «irregularidades» que rodearon la salida de varios países de Unasur hacen más factible su retorno al mecanismo. La propuesta de Long y Suñé es que «se active un mecanismo de solución de controversias», que abra la puerta a «una salida colectiva para subsanar el irregular proceso de debilitamiento» del organismo.
«Unasur todavía existe y es la mejor plataforma para reconstituir un espacio de integración en América del Sur», reza la carta que se divulgó esta semana para abogar por el reimpulso de ese mecanismo.
Y es que, más allá de las coincidencias políticas que puedan existir actualmente entre los Gobiernos de la región, la posibilidad de dar una respuesta conjunta a retos como la migración ordenada, el cambio climático, la conectividad regional y la articulación financiera, puede ser muy atractivo para Suramérica, especialmente en una coyuntura mundial cada vez más conflictiva y que exige mayor fortaleza.
Rebelión