18 dic 2022

LOS HAMPONES SEAN UNIDOS

Escándalo sin solución en Uruguay: Demasiada mafia 

Por Leandro Grille
En 17/12/2022


El presidente de la República está involucrado. No puede no estarlo porque él designó a Alejandro Astesiano al frente de la seguridad presidencial y muchas de las múltiples actividades delictivas que desarrolló este hombre, a juzgar por las todavía escasas filtraciones que se han producido del contenido de su celular, perseguían objetivos políticos y no solo económicos para su entorno.

Hacer inteligencia ilegal contra dos senadores de la oposición que están denunciando la entrega del puerto o carpetear al exjefe de Policía Mario Layera por su posición contraria a la Ley de Urgente Consideración son cosas distintas a hacer negocios aprovechando la posición en el organigrama y la ingenuidad pretendida de su custodiado.

El problema es que seguramente el presidente está involucrado en más cosas de las que los chats de Astesiano mencionan, pero la Justicia se ha privado de recursos fundamentales para probarlo. 

Mientras no se pueda acceder a las conversaciones del presidente con Astesiano, siempre quedará la posibilidad de afirmar que Astesiano era un fanfarrón que alardeaba con cosas que no podía hacer y se jactaba de una proximidad y una influencia que no tenía.

Pero los múltiples interlocutores de Astesiano, por identidad y por posición, no eran solo ilustres desconocidos del mundo del hampa, eran jerarcas policiales, jerarcas de inteligencia, empresarios extranjeros, autoridades diplomáticas de otros países, entre otros prohombres que, difícilmente, le dedicarían un mensaje a un perejil y mucho menos acordarían pagos, transferencias, valijas diplomáticas licitaciones, comisiones, operaciones policiales, operaciones sofisticadas de inteligencia, reuniones con el presidente, ingresos irregulares al país en medio de la pandemia y hasta documentos con datos falsos, como surge hasta ahora de la prueba recuperada.

Ahora se sabe que Astesiano no tenía un celular, sino tres. Y dos de ellos no fueron periciados. Se sabe que las conversaciones con el presidente no fueron recuperadas porque esa fue la condición que puso presidencia a la fiscal del caso para dar el único celular entregado.

El jefe de Inteligencia que tuvo a cargo la investigación y la detención de Astesiano era cómplice de él, que fue el encargado de que se recuperara la información y que borró las conversaciones con el presidente, pero seguramente también mucho más. Se sabe, por cierto, que buena parte de la cúpula policial está hasta las manos y que el Ministerio del Interior los protege.

No cabe decir que el presidente, de mínima, es un zapallo que le pasó un tren del crimen por el costado. No cabe decirlo porque aunque el presidente, por el momento, no ha destacado por su luminosidad, Astesiano tampoco, y es obvio que no pudo hacer todo lo que hizo sin que el presidente supiera.

¿Acaso ninguno de todos los interlocutores que tan bien lo conocían le habría dicho al presidente que su jefe de custodia tenía una doble vida? ¿Que de día lo cuidaba y de noche delinquía? Imposible. El presidente sabía y si no sabía todo, sabía, por lo menos, mucho, mucho más de lo que hasta ahora sabemos.

El caso que comenzó siendo el caso de los pasaportes hace rato que ya se trata de otra cosa. Se trata de un entramado mafioso instalado en las cumbres del poder del Estado con propósitos políticos y económicos. La runfla se encaramó y actuó como actúan las runflas, sin detenerse en ningún principio de legalidad.

Este es el escándalo más grande desde la recuperación democrática. Da cuenta de un esquema de corrupción sin piso y sin techo, y un grave deterioro de la institucionalidad del que no teníamos cabal conciencia.

Le han hecho un daño impresionante a nuestro país, no sólo en el rostro expuesto de una concepción política excluyente, insolidaria, para pocos, sino en el anverso oculto del poder, donde Astesiano hacía y deshacía barbaridades, usando los recursos del Estado de forma mafiosa, para amedrentar, extorsionar, y hacer negocios ilegales, siempre con el poder invocado de sus superiores y, entre todos ellos, con el poder indudable que le daba ser el hombre de mayor confianza del presidente, el hombre al que el presidente le había encomendado nada menos que su custodia y la custodia de su familia.

Este escándalo no tiene solución. El presidente parece no haber tomado conciencia de eso y, probablemente, sus acólitos no tengan el valor y la independencia para decírselo. Pero no tiene solución, mucho más allá de cómo prospere el trámite judicial. La suerte del presidente ya está echada.

* Bioquímico y periodista uruguayo, editor de Caracas y Caretas