Paula Giménez y Matías Caciabue
On Dic 13, 2022
El 5 y 6 de diciembre fue la 61° Reunión Ordinaria del Consejo del Mercado Común del Sur (Mercosur) junto a la Cumbre de Presidentes del bloque, en la que Argentina reemplazó a Uruguay en la presidencia pro témpore. El evento contó con una especial atención mediática a partir de las tensiones y los cruces generados por la decisión unilateral de Uruguay de ingresar al Tratado Integral y Progresivo de Asociación Transpacífico (CPTPP), y avanzar en un acuerdo de Libre Comercio con China.
La cumbre concluyó con comunicados paralelos y los diferendos, sobre todo políticos, salieron a la luz, aunque las partes intentaron dejar claro que el bloque no se rompe. Los hechos acontecidos devuelven preguntas sobre los modelos regionales que se tensionan detrás de esta discusión, y sobre el tipo de integración que es necesaria en el crítico contexto mundial actual.
A una semana de la Cumbre, en una acción diplomática coordinada el 30 de noviembre, Argentina, Paraguay y Brasil presentaron una nota conjunta a la coordinación ante el Mercosur donde manifestaron su queja por el comportamiento del país rioplatense: «Ante las acciones del Gobierno uruguayo con miras a la negociación individual de acuerdos comerciales con dimensión arancelaria, y teniendo en cuenta la posible presentación, por parte de la República Oriental del Uruguay, de un periodo de adhesión al CPTPP, los coordinadores nacionales de Argentina, Brasil, y Paraguay (…) se reservan el derecho de adoptar las medidas para defender sus intereses en los ámbitos jurídico y comercial».
Al día siguiente el presidente uruguayo publicó en Twitter: “El ministro de RREE, Francisco Bustillo, acaba de presentar formalmente en Nueva Zelanda la solicitud de ingreso al CPTPP. Más oportunidades para nuestro país y nuestra gente. Un Uruguay abierto al mundo. Confiamos en los uruguayos y todo su potencial”.
Posteriormente, el debate escaló cuando el canciller argentino, Santiago Cafiero, dijo que “si Uruguay firma con China deberá elegir si se queda en el Mercosur”.
Mariana Vázquez, miembro del Observatorio Sur Global y ex coordinadora de la Unidad de Participación Social del Mercosur, explicó entrevistada por el portal del medio sindical PIT-CNT de Uruguay: “Más allá de cualquier lectura política coyuntural, aquí hay una cuestión central: el derecho originario y derivado del Mercosur, sin ninguna duda acerca de su interpretación, no permite acuerdos unilaterales.
Al día siguiente el presidente uruguayo publicó en Twitter: “El ministro de RREE, Francisco Bustillo, acaba de presentar formalmente en Nueva Zelanda la solicitud de ingreso al CPTPP. Más oportunidades para nuestro país y nuestra gente. Un Uruguay abierto al mundo. Confiamos en los uruguayos y todo su potencial”.
Posteriormente, el debate escaló cuando el canciller argentino, Santiago Cafiero, dijo que “si Uruguay firma con China deberá elegir si se queda en el Mercosur”.
Mariana Vázquez, miembro del Observatorio Sur Global y ex coordinadora de la Unidad de Participación Social del Mercosur, explicó entrevistada por el portal del medio sindical PIT-CNT de Uruguay: “Más allá de cualquier lectura política coyuntural, aquí hay una cuestión central: el derecho originario y derivado del Mercosur, sin ninguna duda acerca de su interpretación, no permite acuerdos unilaterales.
De esta manera, la posición del gobierno argentino es y ha sido la de actuar de acuerdo a derecho, recordándole al gobierno uruguayo lo que parece obstinado en olvidar”, expresó y subrayó: “Lo que el gobierno de Uruguay parece no querer ver, y tampoco comunicar a la opinión pública uruguaya, es que si quiere firmar acuerdos unilateralmente debe denunciar el Tratado de Asunción, es decir, abandonar el Mercosur, y asumir la responsabilidad de los costos de salida correspondientes en la economía, la sociedad y la política exterior uruguaya».
Modelos enfrentados
La Reunión de Presidentes se vio atravesada de manera central por este debate cuando el mandatario uruguayo llamó a “abrirse al mundo”. Ya en 2021, había dicho que el Mercosur, podría ser todo “menos un lastre”. Sin embargo, luego de que las declaraciones escalaran en la apertura del evento intentó poner paños fríos en una suerte de actitud mediadora: “Acá no se trata de ruptura. Me parece que hay que sacarlo del imaginario colectivo nuestro, hablar de ruptura. Acá se trata de resolver tensiones», y agregó que su país “necesita y tiene vocación de abrirse al mundo”, pero “en grupo es mucho mejor”.
Sobre las ventajas de negociar en bloque, afirmó: “si ofrecemos un mercado como el de los cuatro países vamos a tener más poder de negociación y eso es lo que buscamos pero lo que no estamos dispuestos es a quedarnos quietos.”
Modelos enfrentados
La Reunión de Presidentes se vio atravesada de manera central por este debate cuando el mandatario uruguayo llamó a “abrirse al mundo”. Ya en 2021, había dicho que el Mercosur, podría ser todo “menos un lastre”. Sin embargo, luego de que las declaraciones escalaran en la apertura del evento intentó poner paños fríos en una suerte de actitud mediadora: “Acá no se trata de ruptura. Me parece que hay que sacarlo del imaginario colectivo nuestro, hablar de ruptura. Acá se trata de resolver tensiones», y agregó que su país “necesita y tiene vocación de abrirse al mundo”, pero “en grupo es mucho mejor”.
Sobre las ventajas de negociar en bloque, afirmó: “si ofrecemos un mercado como el de los cuatro países vamos a tener más poder de negociación y eso es lo que buscamos pero lo que no estamos dispuestos es a quedarnos quietos.”
Por su parte, Alberto Fernández, ahora presidente del bloque por los próximos seis meses respondió que «el mundo de hoy se plantea cosas muy diferentes a la libertad de comercio» y que el bloque regional «debe potenciarse para ver cómo enfrentar estos nuevos desafíos».
Además, sentenció que “una de las condiciones es cumplir las reglas, y las reglas del Mercosur dicen que esos acuerdos (de libre comercio) deben tener otro mecanismo de tratamiento». Entre las conclusiones, sentenció que el gran problema que tiene el Mercosur son las asimetrías de sus países miembros. “Si la respuesta es salvarse solos… -dijo- “Me parece que esa solución, no sé cuánto camino tiene para transitar.”
Como un perro que ladra, pero (aún) no muerde, Uruguay juega a tensionar al bloque hacia un rumbo que aún no ha ido más allá de anuncios o estudios de factibilidad y que provocó el repudio de Brasil, que todavía se encuentra bajo los lineamientos bolsonaritas y que siempre jugó en alianza con el Uruguay de Lacalle Pou.
Evidentemente, a la pujante burguesía brasilera, responsable de la mayor economía de la región que le da vigor al bloque, no le interesa tensar la postura común del Mercosur, planteada en los acuerdos constitutivos sobre los aranceles externos y las condiciones de la política comercial frente a terceros estados, sin tener claras las condiciones.
En ese contexto se aguarda hace más de dos décadas, la concreción de un TLC con la Unión Europea. Sin embargo, durante el gobierno de Mauricio Macri en Argentina, también circularon con fuerza las ideas de abrirse al mundo y flexibilizar las restricciones para comerciar con economías y mercados de mayor volumen.
La disyuntiva de fondo, son los modelos de integración con desarrollo, protección e impulso a las industrias y las redes comerciales locales versus lo que ya sabemos que traen los acuerdos de libre comercio, incapaces de resolver las asimetrías o en posiciones desfavorables para imponer alguna condición al intercambio, desfavoreciendo el consumo interno y balcanizando, a fin de cuentas, los esfuerzos de integración regional.
Además, sentenció que “una de las condiciones es cumplir las reglas, y las reglas del Mercosur dicen que esos acuerdos (de libre comercio) deben tener otro mecanismo de tratamiento». Entre las conclusiones, sentenció que el gran problema que tiene el Mercosur son las asimetrías de sus países miembros. “Si la respuesta es salvarse solos… -dijo- “Me parece que esa solución, no sé cuánto camino tiene para transitar.”
Como un perro que ladra, pero (aún) no muerde, Uruguay juega a tensionar al bloque hacia un rumbo que aún no ha ido más allá de anuncios o estudios de factibilidad y que provocó el repudio de Brasil, que todavía se encuentra bajo los lineamientos bolsonaritas y que siempre jugó en alianza con el Uruguay de Lacalle Pou.
Evidentemente, a la pujante burguesía brasilera, responsable de la mayor economía de la región que le da vigor al bloque, no le interesa tensar la postura común del Mercosur, planteada en los acuerdos constitutivos sobre los aranceles externos y las condiciones de la política comercial frente a terceros estados, sin tener claras las condiciones.
En ese contexto se aguarda hace más de dos décadas, la concreción de un TLC con la Unión Europea. Sin embargo, durante el gobierno de Mauricio Macri en Argentina, también circularon con fuerza las ideas de abrirse al mundo y flexibilizar las restricciones para comerciar con economías y mercados de mayor volumen.
La disyuntiva de fondo, son los modelos de integración con desarrollo, protección e impulso a las industrias y las redes comerciales locales versus lo que ya sabemos que traen los acuerdos de libre comercio, incapaces de resolver las asimetrías o en posiciones desfavorables para imponer alguna condición al intercambio, desfavoreciendo el consumo interno y balcanizando, a fin de cuentas, los esfuerzos de integración regional.
El documento final, que habla de “la consolidación y el perfeccionamiento de la unión aduanera”- un punto crítico para Uruguay en el marco de los acuerdos con China- no fue firmado por Lacalle Pou. En su lugar, la cancillería emitió un comunicado el día posterior a la cumbre, en el que, entre otras cosas, ofreció un informe de su trabajo en la presidencia pro témpore por el perfeccionamiento de la zona de libre comercio e insistió sobre la necesidad de modernizar y flexibilizar el bloque.
La dimensión geopolítica
Lo cierto es que la región se ve atravesada por una disputa que la excede pero la atraviesa, vinculada con el intento de Estados Unidos de establecer de todas las formas posibles un control político sobre la región, mientras que China intenta seguir avanzando con las asociaciones comerciales, principalmente bilaterales, que ya viene estableciendo en Latinoamérica.
Es en este marco que aparece la iniciativa del gobierno uruguayo de, por un lado, buscar un acuerdo de libre comercio con China, al mismo tiempo que solicita su inclusión al CPTPP como mecanismo para abrirse camino en el mercado asiático.
Éste último es uno de los dos tratados, conocidos como Acuerdo del Transatlántico y Acuerdo del Transpacífico, que la fracción del proyecto globalista de Estados Unidos (en ese entonces representada por Barack Obama) impulsaba como mecanismos para establecer su control comercial en el mundo.
Este proceso finalmente se vio interrumpido con la victoria de Trump, un hecho que sin lugar a dudas frenó la avanzada globalista y a partir del cual Estados Unidos se retiró del Acuerdo Transpacífico en 2017 mientras que el Transatlántico quedó paralizado.
La iniciativa comercial transpacífica sin embargo, reformulada y firmada el 8 de marzo de 2018, mantuvo su impulso por iniciativa de Japón tras el retiro de Estados Unidos, quedando conformada por 11 miembros: Australia, Brunéi, Canadá, Chile, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam.
Según cifras actuales, este bloque concentra el 13, 5% del PBI Mundial. El año pasado China también solicitó su adhesión a la alianza comercial, aunque las tensiones tanto con Japón como con Australia, esta última profundizada con la creación del AUKUS, parecen mostrar que la solicitud difícilmente sea aceptada.
No podemos dejar de observar, así, en esta coyuntura la dimensión geopolítica que aparece detrás del Tratado Transpacífico, empujado por intereses del gran capital de origen angloamericano, que, casualmente, promovió gobiernos de derecha en la región, con proyectos bien definidos para el vaciamiento, el boicot y la construcción de alternativas a cada una de las iniciativas soberanas de integración regional.
En ese contexto se inscribe lo ocurrido con Unasur, el Grupo de Lima, el ensayo del ProSur y la paralización del Mercosur que propiciaron los gobiernos de Bolsonaro y Lacalle Pou ahora apurado para activar, flexibilizar o romper el bloque.
Este proceso finalmente se vio interrumpido con la victoria de Trump, un hecho que sin lugar a dudas frenó la avanzada globalista y a partir del cual Estados Unidos se retiró del Acuerdo Transpacífico en 2017 mientras que el Transatlántico quedó paralizado.
La iniciativa comercial transpacífica sin embargo, reformulada y firmada el 8 de marzo de 2018, mantuvo su impulso por iniciativa de Japón tras el retiro de Estados Unidos, quedando conformada por 11 miembros: Australia, Brunéi, Canadá, Chile, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam.
Según cifras actuales, este bloque concentra el 13, 5% del PBI Mundial. El año pasado China también solicitó su adhesión a la alianza comercial, aunque las tensiones tanto con Japón como con Australia, esta última profundizada con la creación del AUKUS, parecen mostrar que la solicitud difícilmente sea aceptada.
No podemos dejar de observar, así, en esta coyuntura la dimensión geopolítica que aparece detrás del Tratado Transpacífico, empujado por intereses del gran capital de origen angloamericano, que, casualmente, promovió gobiernos de derecha en la región, con proyectos bien definidos para el vaciamiento, el boicot y la construcción de alternativas a cada una de las iniciativas soberanas de integración regional.
En ese contexto se inscribe lo ocurrido con Unasur, el Grupo de Lima, el ensayo del ProSur y la paralización del Mercosur que propiciaron los gobiernos de Bolsonaro y Lacalle Pou ahora apurado para activar, flexibilizar o romper el bloque.
En ese orden la maniobra de Lacalle Pou aparece en un momento muy particular para la región, ante la asunción de la presidencia de Brasil por parte de Inacio Lula Da Silva, que supone una instancia de relanzamiento de los procesos de integración.
Nadie niega que el Mercosur es un bloque que se encuentra lleno de desafíos a superar. Pero en esta oportunidad el intento de desestabilización, aparece bastante claro.
Una economía mundial virando en el marco de la post pandemia y un conflicto bélico que obliga volver la mirada hacia los mercados latinoamericanos, de alguna manera, representa una oportunidad. Pero nada de todo eso vale para nuestra región si no hay un escenario de fortalecimiento, unidad política y económica.
En ese sentido, aparece la necesidad de discutir un Banco Central para el Mercosur que podría contribuir – especialmente en el caso de Argentina- a una instrumentación distinta de nuestras finanzas, permitiéndonos salir de la prisión del dólar, de la deuda con el FMI y del entramado de dependencia de la moneda norteamericana en el que nos entrampa nuestra economía bimonetaria.
De nada sirve el escenario de oportunidad del mundo si nosotros no podemos desde la unidad política y desde la integración económica, resolver los grandes problemas que tenemos y que tienen nuestras sociedades. En ese sentido, el desafío es político.
Si se considera que América Latina se mueve, en función de cómo se mueva Brasil y si Lula logra encauzar rápidamente con dos o tres medidas fuertes, contundentes, la integración regional, las maniobras de Lacalle Pou se convertirán rápidamente en anécdota, una mera operación de intereses foráneos a la región.
*Cacciabue es licenciado en Ciencia Política y Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional, UNDEF en Argentina. Giménez es Licenciada en Psicología y Magister en Seguridad y Defensa de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos. Ambos son Investigadores del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico
Nadie niega que el Mercosur es un bloque que se encuentra lleno de desafíos a superar. Pero en esta oportunidad el intento de desestabilización, aparece bastante claro.
Una economía mundial virando en el marco de la post pandemia y un conflicto bélico que obliga volver la mirada hacia los mercados latinoamericanos, de alguna manera, representa una oportunidad. Pero nada de todo eso vale para nuestra región si no hay un escenario de fortalecimiento, unidad política y económica.
En ese sentido, aparece la necesidad de discutir un Banco Central para el Mercosur que podría contribuir – especialmente en el caso de Argentina- a una instrumentación distinta de nuestras finanzas, permitiéndonos salir de la prisión del dólar, de la deuda con el FMI y del entramado de dependencia de la moneda norteamericana en el que nos entrampa nuestra economía bimonetaria.
De nada sirve el escenario de oportunidad del mundo si nosotros no podemos desde la unidad política y desde la integración económica, resolver los grandes problemas que tenemos y que tienen nuestras sociedades. En ese sentido, el desafío es político.
Si se considera que América Latina se mueve, en función de cómo se mueva Brasil y si Lula logra encauzar rápidamente con dos o tres medidas fuertes, contundentes, la integración regional, las maniobras de Lacalle Pou se convertirán rápidamente en anécdota, una mera operación de intereses foráneos a la región.
*Cacciabue es licenciado en Ciencia Política y Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional, UNDEF en Argentina. Giménez es Licenciada en Psicología y Magister en Seguridad y Defensa de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos. Ambos son Investigadores del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico