Por Rafael Cuevas Molina
En 06/03/2023
En 06/03/2023
La consigna central de la campaña para la presidencia de Donald Trump en los Estados Unidos durante el año 2016, previa a su ejercicio presidencial a partir de enero de 2017, fue Make America great again, que sintetizaba la ansiedad de amplios sectores de la población estadounidense por las consecuencias del proceso de deslocalización de la producción.
Ésta había llevado a la desertificación económica de espacios productivos otrora pujantes, como el de Detroit, por ejemplo, transformada en una ciudad de gigantescos arrabales desiertos, en donde antes las interminables cadenas de fabricación de automotores vomitaban ese artefacto símbolo del bienestar clasemediero de la sociedad de consumo.
Esta consigna también expresa el declive que viene sufriendo el poderío económico norteamericano en detrimento de los países que se transformaron en receptáculo de los procesos de producción que salieron de los Estados Unidos en busca de las “ventajas comparativas” que ofrecieron, sobre todo, países del sudeste asiático y, en su contexto, China.
Revertir ese proceso es lo que estuvo en la mirilla de la administración Trump, pero no se ha limitado a ella puesto que la administración Biden no solo lo ha continuado, sino que lo ha profundizado, porque no se trata de la ocurrencia de un candidato o de una administración presidencial, sino de una estrategia nacional que busca frenar el evidente declive de los Estados Unidos y el ascenso de quienes se han visto favorecidos por él en la palestra mundial, especialmente China.
Se trata, por lo tanto, de un proceso de largo aliento que busca reconfigurar el orden mundial que se viene construyendo por las grandes potencias desde la segunda mitad del siglo XX, aunque tenga raíces que históricamente se prolongan mucho más allá.
Esa reconfiguración está teniendo características de terremoto que afecta todo el orden internacional, y asume la forma de guerra comercial o de guerra monda y lironda, como la que está teniendo lugar en territorio ucraniano.
Quiere decir lo anterior que verdades inamovibles del período del que el orden mundial ha empezado a alejarse ya no serán tales, y quienes sigan repitiéndolas como un mantra e intentando imponerlas a rajatabla irán quedando como fósiles.
Eso es lo que ya está sucediendo con quienes en América Latina siguen corriendo para tratar de alcanzar el último vagón de la globalización en retirada. Aquí, China ya puso no uno sino los dos pies, y siendo este el coto de caza de los Estados Unidos las confrontaciones belicosas que ya campean en otros lares no tardarán en presentarse, sobre todo ahí en donde, como dijo la señora que ahora jefea el Comando Sur, Laura Richardson, hay recursos naturales vitales para las nuevas tecnologías esenciales para la disputa de la revolución tecnológica en la que nos encontramos inmersos.
Nuestra alternativa es la señalada por Martí hace más de un siglo, la marcha unida como la plata de los Andes, porque separados no llegaremos a ninguna parte. A estas alturas, es casi cuestión de vida o muerte que sepamos gestar proyectos que conjunten fuerzas, recursos y posiciones sabiendo sacar provecho de las agudas contradicciones que afectan a lo que también Martí llamaba “el equilibrio del mundo”.
Es un antecedente alentador el que, hasta ahora, nuestro subcontinente no se haya dejado arrastrar por las actitudes confrontativas que prevalecen en relación con la guerra en Ucrania. Nada tenemos que hacer ahí, menos cuando lo que se está jugando son los intereses de las grandes potencias en este peligrosísimo proceso de reconfiguración mundial. Hay que andar con tiento en estos años de incertidumbre.
* Historiador, escritor y artista plástico. Licenciado en filosofía y magíster en Historia por la Universidad de La Habana. Catedrático, investigador y profesor en el Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA), adscrito a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional (UNA), Costa Rica. Presidente de AUNA-Costa Rica.
Con nuestra América
Ésta había llevado a la desertificación económica de espacios productivos otrora pujantes, como el de Detroit, por ejemplo, transformada en una ciudad de gigantescos arrabales desiertos, en donde antes las interminables cadenas de fabricación de automotores vomitaban ese artefacto símbolo del bienestar clasemediero de la sociedad de consumo.
Esta consigna también expresa el declive que viene sufriendo el poderío económico norteamericano en detrimento de los países que se transformaron en receptáculo de los procesos de producción que salieron de los Estados Unidos en busca de las “ventajas comparativas” que ofrecieron, sobre todo, países del sudeste asiático y, en su contexto, China.
Revertir ese proceso es lo que estuvo en la mirilla de la administración Trump, pero no se ha limitado a ella puesto que la administración Biden no solo lo ha continuado, sino que lo ha profundizado, porque no se trata de la ocurrencia de un candidato o de una administración presidencial, sino de una estrategia nacional que busca frenar el evidente declive de los Estados Unidos y el ascenso de quienes se han visto favorecidos por él en la palestra mundial, especialmente China.
Se trata, por lo tanto, de un proceso de largo aliento que busca reconfigurar el orden mundial que se viene construyendo por las grandes potencias desde la segunda mitad del siglo XX, aunque tenga raíces que históricamente se prolongan mucho más allá.
Esa reconfiguración está teniendo características de terremoto que afecta todo el orden internacional, y asume la forma de guerra comercial o de guerra monda y lironda, como la que está teniendo lugar en territorio ucraniano.
Quiere decir lo anterior que verdades inamovibles del período del que el orden mundial ha empezado a alejarse ya no serán tales, y quienes sigan repitiéndolas como un mantra e intentando imponerlas a rajatabla irán quedando como fósiles.
Eso es lo que ya está sucediendo con quienes en América Latina siguen corriendo para tratar de alcanzar el último vagón de la globalización en retirada. Aquí, China ya puso no uno sino los dos pies, y siendo este el coto de caza de los Estados Unidos las confrontaciones belicosas que ya campean en otros lares no tardarán en presentarse, sobre todo ahí en donde, como dijo la señora que ahora jefea el Comando Sur, Laura Richardson, hay recursos naturales vitales para las nuevas tecnologías esenciales para la disputa de la revolución tecnológica en la que nos encontramos inmersos.
Nuestra alternativa es la señalada por Martí hace más de un siglo, la marcha unida como la plata de los Andes, porque separados no llegaremos a ninguna parte. A estas alturas, es casi cuestión de vida o muerte que sepamos gestar proyectos que conjunten fuerzas, recursos y posiciones sabiendo sacar provecho de las agudas contradicciones que afectan a lo que también Martí llamaba “el equilibrio del mundo”.
Es un antecedente alentador el que, hasta ahora, nuestro subcontinente no se haya dejado arrastrar por las actitudes confrontativas que prevalecen en relación con la guerra en Ucrania. Nada tenemos que hacer ahí, menos cuando lo que se está jugando son los intereses de las grandes potencias en este peligrosísimo proceso de reconfiguración mundial. Hay que andar con tiento en estos años de incertidumbre.
* Historiador, escritor y artista plástico. Licenciado en filosofía y magíster en Historia por la Universidad de La Habana. Catedrático, investigador y profesor en el Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA), adscrito a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional (UNA), Costa Rica. Presidente de AUNA-Costa Rica.
Con nuestra América