JOSÉ SIABA SERRATE
13 de Agosto de 2018
Debió parecerle una oportunidad irresistible. Como un terreno en oferta a precio irrisorio por motivo de urgencia. Y que el broker inmobiliario sabe que se puede estrujar mucho más. Arde Estambul, un discurso "lírico" del rudo presidente turco Tayyip Erdogan "vendan su oro y sus dólares para salvar a la lira" reaviva las llamaradas, y antes que se pueda hacer algo, su par Donald Trump toma cartas en el asunto. Envía una bomba en forma de tuit, y recuerda, por si no se entendiera, que las relaciones con Turquía su aliado en la OTAN - no son buenas "en este momento". Serán peores. "Acabo de autorizar que se dupliquen los aranceles sobre el aluminio (al 20%) y el acero (al 50%) de Turquía" dada la vertiginosa caída de su moneda, dijo. Y encendió la mecha de un reguero global. Ya se dijo que Trump gusta de jugar con fuego y, mientras así le vaya bien, no está claro qué lo detendrá.
Debió parecerle una oportunidad irresistible. Como un terreno en oferta a precio irrisorio por motivo de urgencia. Y que el broker inmobiliario sabe que se puede estrujar mucho más. Arde Estambul, un discurso "lírico" del rudo presidente turco Tayyip Erdogan "vendan su oro y sus dólares para salvar a la lira" reaviva las llamaradas, y antes que se pueda hacer algo, su par Donald Trump toma cartas en el asunto. Envía una bomba en forma de tuit, y recuerda, por si no se entendiera, que las relaciones con Turquía su aliado en la OTAN - no son buenas "en este momento". Serán peores. "Acabo de autorizar que se dupliquen los aranceles sobre el aluminio (al 20%) y el acero (al 50%) de Turquía" dada la vertiginosa caída de su moneda, dijo. Y encendió la mecha de un reguero global. Ya se dijo que Trump gusta de jugar con fuego y, mientras así le vaya bien, no está claro qué lo detendrá.
Sus facultades de política comercial son delegadas por el Congreso, nadie las usó con tamaña discrecionalidad desde los años 30 (con terribles consecuencias, entonces, e impredecibles, ahora) y sin embargo no hay voces en discordia allí que sumen masa crítica. El Capitolio tiene control republicano, pero ir de punta contra China parece no desagradar tampoco a la oposición (con el ojo puesto en su clientela).
Se sabe que una olla hirviente de café a la turca le sienta pésimo a los emergentes (y qué decir de la Argentina). Pero Europa no encontrará alivio en la comparación. La crisis migratoria de 2015 cuando Estambul franqueó el paso de un millón de refugiados sirios está demasiado fresca. Allí la Unión Europea descubrió la indefensión de sus fronteras, la premier alemana Angela Merkel sepultó el invicto, y el electorado comenzó el viraje hacia posiciones extremas. El brexit, en 2016, lo confirmó. Europa no puede tratar a Erdogan con la virulencia de Washington (y Trump lo sabe). Es un vecino, y tres millones de refugiados marcan una diferencia.
La debacle de la lira turca contagió rápido. El problema no es un euro más débil sino el impacto de la crisis sobre la banca europea. Las entidades españolas tienen 80 mil millones de euros de exposición en Turquía, las francesas algo menos de la mitad y las italianas casi 20 mil millones. El podio individual lo encabeza BBVA (dueño del 49,85% del Garanti Bank) seguido por Unicredit y BNP. Para el BCE, como supervisor unificado, si el temporal no amaina en los próximos meses, será su próximo dolor de cabeza. Y conste que todavía hay cadáveres de la crisis soberana 2010-2012 escondidos en el placard.
Wall Street no salió indemne. Aunque solo cayó 0,7%. Trump se da los gustos porque comprueba que los capitales vienen a él. Mientras el S&P500 acecha a 1,3% de los récords, las bolsas chinas yacen en un bear market; en Washington se echa leña al fuego, y también se fabrican el dólar y los bonos del Tesoro que son los refugios. Entre la reforma tributaria y la zozobra por las guerras de todo tipo opera a manera de imán un extraordinario "crowding out". Y las tasas largas ni siquiera deben subir. La de diez años cerró el viernes en 2,87% ante el influjo de despavoridos. Jugar con fuego y beneficiarse puede ser adictivo. Quemarse no lo es. El último episodio de turbulencia bancaria que saltó de los bancos italianos a los europeos y de allí a los de EE.UU. - sucedió en febrero de 2016.
Se sabe que una olla hirviente de café a la turca le sienta pésimo a los emergentes (y qué decir de la Argentina). Pero Europa no encontrará alivio en la comparación. La crisis migratoria de 2015 cuando Estambul franqueó el paso de un millón de refugiados sirios está demasiado fresca. Allí la Unión Europea descubrió la indefensión de sus fronteras, la premier alemana Angela Merkel sepultó el invicto, y el electorado comenzó el viraje hacia posiciones extremas. El brexit, en 2016, lo confirmó. Europa no puede tratar a Erdogan con la virulencia de Washington (y Trump lo sabe). Es un vecino, y tres millones de refugiados marcan una diferencia.
La debacle de la lira turca contagió rápido. El problema no es un euro más débil sino el impacto de la crisis sobre la banca europea. Las entidades españolas tienen 80 mil millones de euros de exposición en Turquía, las francesas algo menos de la mitad y las italianas casi 20 mil millones. El podio individual lo encabeza BBVA (dueño del 49,85% del Garanti Bank) seguido por Unicredit y BNP. Para el BCE, como supervisor unificado, si el temporal no amaina en los próximos meses, será su próximo dolor de cabeza. Y conste que todavía hay cadáveres de la crisis soberana 2010-2012 escondidos en el placard.
Wall Street no salió indemne. Aunque solo cayó 0,7%. Trump se da los gustos porque comprueba que los capitales vienen a él. Mientras el S&P500 acecha a 1,3% de los récords, las bolsas chinas yacen en un bear market; en Washington se echa leña al fuego, y también se fabrican el dólar y los bonos del Tesoro que son los refugios. Entre la reforma tributaria y la zozobra por las guerras de todo tipo opera a manera de imán un extraordinario "crowding out". Y las tasas largas ni siquiera deben subir. La de diez años cerró el viernes en 2,87% ante el influjo de despavoridos. Jugar con fuego y beneficiarse puede ser adictivo. Quemarse no lo es. El último episodio de turbulencia bancaria que saltó de los bancos italianos a los europeos y de allí a los de EE.UU. - sucedió en febrero de 2016.
Provocó una corrección en Wall Street, y requirió que Jamie Dimon, el CEO de JPMorgan, recomprara de su bolsillo acciones del banco; y que la Fed de Yellen suspendiera las tres subas de tasas previstas para 2016. Dos diferencias: la crisis turca puede generar quebrantos considerables, y Jerome Powell no tiene gran margen de maniobra. La inflación era una abstracción en 2016; hoy, no. Último IPC: +2,9%. Y nadie imaginaba los déficits siderales de los años por venir. ¿Qué sentido tendría correr a apagar incendios que luego Trump querría volver a prender?