Por Paul Walder
NODAL,6 noviembre, 2018
La historia no se repite, pero condiciona el presente, para bien, o para mal. Hay quienes, también, intentan reescribir la historia, algunos han decretado su fin y hay otros que la falsean, la ritualizan y la mitifican. En esta última categoría podemos ordenar la historia de Chile de las últimas décadas, que ha usado el golpe militar y la dictadura como acto refundacional del estado y del modelo económico.
Durante los últimos 30 años este ha sido el trabajo de las elites y la clase política, devenida en una extensión, bien pagada por aquellas elites, todas, casi sin excepción, protagonistas y participantes de la dictadura cívico militar. La política de estas tres décadas se ha hecho en Chile sobre la base de la Constitución espuria de Pinochet, mejorada tal como el modelo neoliberal.
Una derecha aliada con la pálida socialdemocracia de las desaparecidas Concertación y Nueva Mayoría acordaron bajo pactos oscuros certificar las privatizaciones, olvidar los robos a las arcas fiscales y declarar la impunidad de militares violadores de los derechos humanos, comenzando por el mismo Pinochet, rescatado desde Londres de las manos del exjuez español Baltasar Garzón.
Un acuerdo que tuvo como horizonte mantener el orden neoliberal y legalizar las políticas represivas, excluyentes y discriminatorias decretadas por la dictadura. El Chile de la transición, que es el actual, es una extensión, perfeccionada y suavizada, del modelo de Pinochet.
Qué es el modelo instaurado por Pinochet. Un orden económico y social que fusiona el liberalismo más extremo en la economía con la ética más conservadora de las elites. Amplitud de derechos para el libre albedrío de los mercados, condición asociada al clasismo, racismo, segregación y otras actitudes propias del pensamiento estrecho y endogámico de las clases dominantes.
La historia escrita por las elites, difundida y amplificada por la clase política y los medios de comunicación dominantes, ha tenido como eje central naturalizar, en toda su amplitud, el modelo de Pinochet. Desde las privatizaciones a la educación privada, desde las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) a las excluyentes isapres en la salud. Desde las oblicuas leyes laborales al orden político. En todos estos sectores está la base de la dictadura.
Bajo estas normativas, el modelo chileno ha sido territorio abierto para la fruición de las corporaciones extractivas y el capital financiero, que han modelado el país, desde la economía, la vida social y la misma cultura, a su antojo. Con estas normas, el capital logró tasas de ganancias y de crecimiento económico descomunales. Unos registros difundidos por agencias financieras internacionales y de comunicación estratégica a través de los centros financieros internacionales: Chile, país para invertir, Chile, el modelo de la región, Chile, con el PIB per cápita más alto de la región, Chile, el país más desarrollado de América Latina.
La Concertación no solo hizo todo tipo de gestiones para que Pinochet huyera hace exactamente 20 años de la justicia internacional. Elogió también abiertamente la economía de Pinochet. De tal infamia son las palabras de Alejandro Foxley, excanciller de Michelle Bachelet, que obliga a citarlas.
Pinochet “realizó una transformación, sobre todo en la economía chilena, la más importante que ha habido en este siglo. Tuvo el mérito de anticiparse al proceso de globalización que ocurrió una década después, al cual están tratando de encaramarse todos los países del mundo. Hay que reconocer su capacidad visionaria”. Qué sucedería si un canciller alemán justificara a Hitler por los índices macroeconómicos de la Alemania de los años 30.
Fueron los gobiernos socialdemócratas, o el ala izquierda del neoliberalismo, quienes escribieron esta historia, falseada y mentirosa. Un relato narrado por los oficiantes del modelo cuyo guión estaba pergeñado por la oligarquía, por los exministros y favorecidos por la dictadura, las cúpulas empresariales y sus think tanks. Una historia que levantaba a la dictadura como el acto de refundación del Chile actual y a Pinochet como su fundador.
El excapitán Jair Messias Bolsonaro cree firmemente en esta historia. Y tiene, si no todas aun, las herramientas para escribirla en Brasil. Su admiración por el dictador chileno no expresa solo el aprecio por el modelo de mercado chileno, sino los métodos para instalarlo.
La historia es también mito y su ritualización. En nuestro caso, es un rito que se inicia con la mayor acción de violencia sufrida por el pueblo chileno. Un relato cuyos responsables han sido, además del gran capital y sus derivaciones, por los falaces socialdemócratas que gobernaron este país y difundieron urbe et orbe esta historia.
El daño de estos publicistas es doble. Al pueblo de Chile y ahora a la región. Una mentira presentada por falsos y sesgados registros y estadísticas para ocultar la discriminación, la concentración de la riqueza, la pobreza, la exclusión. Una historia que no relata los crímenes. Una narración basada en la traición y en la infamia.