7 de noviembre de 2018
El triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil marcó el punto cúlmine de la terecera ola de gobiernos de derecha que llega al poder en América Latina en el último medio siglo, con Macri como exponente argentino. Antes fueron las dictaduras de los `70 y los neoliberalismos de los ’90. Siempre con los mismos programas económicos, pero con una asombrosa reinvención de las formas políticas. Una historia que va de los sueños a las pesadillas.
El triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil marcó el punto cúlmine de la terecera ola de gobiernos de derecha que llega al poder en América Latina en el último medio siglo, con Macri como exponente argentino. Antes fueron las dictaduras de los `70 y los neoliberalismos de los ’90. Siempre con los mismos programas económicos, pero con una asombrosa reinvención de las formas políticas. Una historia que va de los sueños a las pesadillas.
En los últimos cincuenta años podemos registrar tres oleadas de gobiernos de derecha en América Latina. Estamos en medio de ese tercer movimiento, en el cual, sin duda, el triunfo en Brasil de Jair Mesias Bolsonaro constituye el punto culminante. Sorprende el parecido sustancial de las políticas económicas de las tres oleadas de derecha: las dictaduras de los `70, los neoliberalismos de los `90 y el eclecticismo actual. Lo que ha cambiado es la modalidad política.
Las derechas en sus distintas encarnaciones locales han sabido anclar la práctica y el discurso político en cada uno de los contextos sin aferrarse a fórmulas perimidas. Han modernizado sus modos, las maneras de llegar al poder, pero siempre con sus programas económicos prácticamente inmutables. No es un resurgimiento del fascismo a lo que asistimos, las propuestas de control estatal de Mussolini, la contención de las demandas obreras, la defensa de condiciones mínimas de supervivencia eran en los años veinte, la respuesta a la amenazante Revolución Rusa. Hoy asistimos a un capitalismo de corporaciones que avanza desbocado y sin rivales sobre los pilares de derechos democráticos. La nueva derecha debe ser entendida en profundidad, porque no es democrática, a pesar de que logra ganar elecciones, y no es dictatorial, en el sentido de las dictaduras militares de los años sesenta y setenta. Como una oleada pendular, los signos políticos de latinoamérica van y vienen de los sueños a las pesadillas.
En pleno contexto de la Guerra Fría, la Revolución cubana en 1959 abrió sobre el continente una radicalización política que tuvo como respuesta una gran seguidilla de dictaduras.
En Paraguay Alfredo Stroesner batió todos los récord gobernando desde 1954 hasta 1989. En Brasil la larga dictadura promedió veintiún años desde 1964 a 1985. En Bolivia de 1964 a 1982, Perú de 1968 a 1980. En ese contexto Cuba sobrevivió socialista apoyada y protegida por el coloso soviético. También hubo dictadura en Venezuela. La experiencia de socialismo democrático que protagonizó Salvador Allende en Chile culminó en el Golpe de estado de Augusto Pinochet y su dictadura fue de 1973 a 1990. Ese mismo año en Uruguay comenzaba su experiencia dictatorial, que duraría hasta 1985. Paradójicamente fue el año en el que el peronismo volvió al poder en Argentina, y solo pudo sostenerse tres años. El ministro de economía de la dictadura iniciada en 1976 dejo muy claro e programa económico que buscaban imponer, repitió hasta el cansancio la palabra libertad.
La constante fue la persecución política con cárcel y asesinatos, el Plan Cóndor fue el emergente de que se trataba de un plan continental. Es imposible negar que estas dictaduras gozaron de cierto grado de apoyo social, y al mismo tiempo fueron implacables con quienes se les oponían. Sus fracasos económicos los fueron sacando paulatinamente del poder.
A la nueva onda democrática que fue llegando en los años ochenta, le siguió la segunda oleada de derecha que bajo un nuevo tutelaje de EEUU recibió el nombre de: Consenso de Washington.
Esta vez, cada uno de los gobierno que fueron llegando al poder, lo hicieron con el voto popular, y no hubo persecución política represiva de gran intensidad. La excepción fue en Perú, bajo la presidencia de Alberto Fujimori, que con el pretexto del combate a la guerrilla Sendero Luminoso, desplegó matanzas de campesinos con ribetes de crímenes de lesa humanidad. Fujimori gobernó desde 1990 hasta el año 2000, e impuso el plan ortodoxo ultraliberal que casi toda la región estaba aplicando. En Argentina, la experiencia de Raúl Alfonsín terminó en una traumática hiperinflación y a partir de 1989 llegó al poder Carlos Saúl Menem. Un caudillo peronista indiscutible aplicando reformas neoliberales, y convirtiendo a la Argentina en el país modelo del FMI. En Brasil, lo hizo Fernando Enrique Cardozo, quien después de ser ministro de economía se convirtió en presidente desde 1995 hasta 2003. En México, Salinas de Gortari gobernó desde 1988 a 1994, implementó el Pacto de Solidaridad Económica, plan de estabilización basado en el control de precios y salarios.
Gonzalo Sánchez de Lozada, en Bolivia, se hizo de la presidencia en dos oportunidades: 1993-1997 y 2002 a 2003. Es un caso pintoresco de realismo mágico latinoamericano: sabía hablar el inglés mejor que el castellano, y en su afán privatizador llegó al colmo de privatizar el agua de lluvia, porque la empresa que compró la compañía de agua estatal se quejó de que los campesinos no consumían agua de la red y acumulaban depósitos de agua de lluvia, eso desencadenó la “Guerra del agua”.
Privatizaciones, desregulación, retiro estatal, Reforma Laboral. Los bancos se van quedando con las empresas, surgen los grupos que compran empresas buscando su valoración financiera. El contexto fue el del fin de la guerra fría y del bloque soviético. El capitalismo manda sin alternativas. Desmembrar el Estado y hacer fluir el Capital. El foco fue hablar de la ineficiencia del socialismo y el estatismo. No hay serias persecuciones políticas.
La mayoría de estas experiencias terminaron mal o muy mal, lo que dio inicio al ciclo de los gobiernos llamados populistas.
La tercera ola, en la que estamos inmersos, llegó como contrataque a esos gobiernos populares, y otra vez con el notorio e indisimulado aval de EEUU. La gran excusa, el caballito de batalla ya no será el comunismo, aunque Bolsonaro reinstaló ese discurso, sino la persecución de la “corrupción”. Un nuevo modus operandi que hace trizas el Estado de Derecho pero simula su continuidad. Se arman causas judiciales, se propagandizan desde los principales medios de comunicación y se derriban gobiernos con la complicidad de una clase política entregada.
Salvo el fracasado golpe de Estado contra Chavez en 2002, esa ha dejado de ser la modalidad. Bolivia vivió un intento similar en 2008. Pero lo que resultó más eficiente fue actuar simulando derecho.
Golpe de Estado en Haití en febrero de 2004, en Honduras el derrocamiento de Manuel Zelaya en junio de 2009. A lo que siguió un fraude electoral alevoso en noviembre de 2017. En Paraguay Fernando Lugo fue destituido por el parlamento en julio de 2012. Y Dilma Roussef en Brasil no pudo frenar la ofensiva conjunta de medios, poder judicial y políticos haciendo el juego. Más la novedad del uso indiscriminado de noticias falsas propagadas por las redes sociales. En Ecuador la continuidad de las políticas de Rafael Correa parecía asegurada pero el nuevo presidente, Lenin Moreno, se cambió de equipo en medio del partido. A esta nueva y poderosa ola derechista debemos sumar a Sebastián Piñera en Chile.
Latinoamérica generó las defensas políticas para cerrar el ciclo de las dictaduras militares, también logró neutralizar la escalada neoliberal de los 90. Cada uno de esos aprendizajes fue a un alto costo en vidas y recursos económicos. La nueva ola de derecha necesita ser comprendida y enfrentada con políticas acordes al inmenso poder que demuestran manejar. En Argentina, después de tres años de gobierno macrista, una buena parte del aprendizaje lo está llevando adelante la experiencia tremenda de la realidad.
Las derechas en sus distintas encarnaciones locales han sabido anclar la práctica y el discurso político en cada uno de los contextos sin aferrarse a fórmulas perimidas. Han modernizado sus modos, las maneras de llegar al poder, pero siempre con sus programas económicos prácticamente inmutables. No es un resurgimiento del fascismo a lo que asistimos, las propuestas de control estatal de Mussolini, la contención de las demandas obreras, la defensa de condiciones mínimas de supervivencia eran en los años veinte, la respuesta a la amenazante Revolución Rusa. Hoy asistimos a un capitalismo de corporaciones que avanza desbocado y sin rivales sobre los pilares de derechos democráticos. La nueva derecha debe ser entendida en profundidad, porque no es democrática, a pesar de que logra ganar elecciones, y no es dictatorial, en el sentido de las dictaduras militares de los años sesenta y setenta. Como una oleada pendular, los signos políticos de latinoamérica van y vienen de los sueños a las pesadillas.
En pleno contexto de la Guerra Fría, la Revolución cubana en 1959 abrió sobre el continente una radicalización política que tuvo como respuesta una gran seguidilla de dictaduras.
En Paraguay Alfredo Stroesner batió todos los récord gobernando desde 1954 hasta 1989. En Brasil la larga dictadura promedió veintiún años desde 1964 a 1985. En Bolivia de 1964 a 1982, Perú de 1968 a 1980. En ese contexto Cuba sobrevivió socialista apoyada y protegida por el coloso soviético. También hubo dictadura en Venezuela. La experiencia de socialismo democrático que protagonizó Salvador Allende en Chile culminó en el Golpe de estado de Augusto Pinochet y su dictadura fue de 1973 a 1990. Ese mismo año en Uruguay comenzaba su experiencia dictatorial, que duraría hasta 1985. Paradójicamente fue el año en el que el peronismo volvió al poder en Argentina, y solo pudo sostenerse tres años. El ministro de economía de la dictadura iniciada en 1976 dejo muy claro e programa económico que buscaban imponer, repitió hasta el cansancio la palabra libertad.
La constante fue la persecución política con cárcel y asesinatos, el Plan Cóndor fue el emergente de que se trataba de un plan continental. Es imposible negar que estas dictaduras gozaron de cierto grado de apoyo social, y al mismo tiempo fueron implacables con quienes se les oponían. Sus fracasos económicos los fueron sacando paulatinamente del poder.
A la nueva onda democrática que fue llegando en los años ochenta, le siguió la segunda oleada de derecha que bajo un nuevo tutelaje de EEUU recibió el nombre de: Consenso de Washington.
Esta vez, cada uno de los gobierno que fueron llegando al poder, lo hicieron con el voto popular, y no hubo persecución política represiva de gran intensidad. La excepción fue en Perú, bajo la presidencia de Alberto Fujimori, que con el pretexto del combate a la guerrilla Sendero Luminoso, desplegó matanzas de campesinos con ribetes de crímenes de lesa humanidad. Fujimori gobernó desde 1990 hasta el año 2000, e impuso el plan ortodoxo ultraliberal que casi toda la región estaba aplicando. En Argentina, la experiencia de Raúl Alfonsín terminó en una traumática hiperinflación y a partir de 1989 llegó al poder Carlos Saúl Menem. Un caudillo peronista indiscutible aplicando reformas neoliberales, y convirtiendo a la Argentina en el país modelo del FMI. En Brasil, lo hizo Fernando Enrique Cardozo, quien después de ser ministro de economía se convirtió en presidente desde 1995 hasta 2003. En México, Salinas de Gortari gobernó desde 1988 a 1994, implementó el Pacto de Solidaridad Económica, plan de estabilización basado en el control de precios y salarios.
Gonzalo Sánchez de Lozada, en Bolivia, se hizo de la presidencia en dos oportunidades: 1993-1997 y 2002 a 2003. Es un caso pintoresco de realismo mágico latinoamericano: sabía hablar el inglés mejor que el castellano, y en su afán privatizador llegó al colmo de privatizar el agua de lluvia, porque la empresa que compró la compañía de agua estatal se quejó de que los campesinos no consumían agua de la red y acumulaban depósitos de agua de lluvia, eso desencadenó la “Guerra del agua”.
Privatizaciones, desregulación, retiro estatal, Reforma Laboral. Los bancos se van quedando con las empresas, surgen los grupos que compran empresas buscando su valoración financiera. El contexto fue el del fin de la guerra fría y del bloque soviético. El capitalismo manda sin alternativas. Desmembrar el Estado y hacer fluir el Capital. El foco fue hablar de la ineficiencia del socialismo y el estatismo. No hay serias persecuciones políticas.
La mayoría de estas experiencias terminaron mal o muy mal, lo que dio inicio al ciclo de los gobiernos llamados populistas.
La tercera ola, en la que estamos inmersos, llegó como contrataque a esos gobiernos populares, y otra vez con el notorio e indisimulado aval de EEUU. La gran excusa, el caballito de batalla ya no será el comunismo, aunque Bolsonaro reinstaló ese discurso, sino la persecución de la “corrupción”. Un nuevo modus operandi que hace trizas el Estado de Derecho pero simula su continuidad. Se arman causas judiciales, se propagandizan desde los principales medios de comunicación y se derriban gobiernos con la complicidad de una clase política entregada.
Salvo el fracasado golpe de Estado contra Chavez en 2002, esa ha dejado de ser la modalidad. Bolivia vivió un intento similar en 2008. Pero lo que resultó más eficiente fue actuar simulando derecho.
Golpe de Estado en Haití en febrero de 2004, en Honduras el derrocamiento de Manuel Zelaya en junio de 2009. A lo que siguió un fraude electoral alevoso en noviembre de 2017. En Paraguay Fernando Lugo fue destituido por el parlamento en julio de 2012. Y Dilma Roussef en Brasil no pudo frenar la ofensiva conjunta de medios, poder judicial y políticos haciendo el juego. Más la novedad del uso indiscriminado de noticias falsas propagadas por las redes sociales. En Ecuador la continuidad de las políticas de Rafael Correa parecía asegurada pero el nuevo presidente, Lenin Moreno, se cambió de equipo en medio del partido. A esta nueva y poderosa ola derechista debemos sumar a Sebastián Piñera en Chile.
Latinoamérica generó las defensas políticas para cerrar el ciclo de las dictaduras militares, también logró neutralizar la escalada neoliberal de los 90. Cada uno de esos aprendizajes fue a un alto costo en vidas y recursos económicos. La nueva ola de derecha necesita ser comprendida y enfrentada con políticas acordes al inmenso poder que demuestran manejar. En Argentina, después de tres años de gobierno macrista, una buena parte del aprendizaje lo está llevando adelante la experiencia tremenda de la realidad.