Por Jeferson Miola
2 noviembre, 2018
Bastaron 48 horas para que las entidades y los liderazgos de los grandes empresarios industriales fueran asumiendo el suicidio que cometieron al promover la candidatura de Jair Bolsonaro, sin un proyecto de desarrollo . Las medidas iniciales trazadas por Bolsonaro e Paulo Guedes amenazan de muerte a la industria brasileña y al sector productivo del país.
La primera medida prometida es el abandono del Mercosur: Para el nuevo gobierno a instalarse la relación comercial e institucional con Argentina y lo que queda del Mercosur no es una prioridad, pese a que es el destino del 10 por ciento de las exportaciones brasileñas, El intercaabio comercial –generalmente entre empresas-, obviamente, es ampliamente superavitario para Brasil, que en 2017 exportó 22 mil 600 millones de dólares contra casi 12 mil millones de importaciones de los países del bloque.
Significó un superávit de casi 11 mil millones de dólares, el 16% del superávit de Brasil en el comercio con todos los países del mundo. Más del 85% de las exportaciones a los países del Mercosur es de productos industrializados, manufacturados o semimanufacturados, con mayor valor agregado.
Con el resto del mundo, la pauta exportadora es de materias primas o commodities. Mercosur es fundamental para el desarrollo industrial, científico y tecnológico brasileño y base para la generación de empleo, trabajo y renta.
Otra medida prejudicial para la industria brasileña es la extinción del Ministerio de Industria, Comercio Exterior y Servicion y su absorción de sus funciones por el hipertrofiado Ministerio de Economía, que funcionará como cartea de la rapiña financiera, conducido por el banquero Paulo Guedes.
Los instrumentos de investigación, inducción y de las políticas públicas desaparecerán, acentuando el procso de desindustrialización del país. Otra medida que atenta contra la producción nacional es la contención del dólar, inclusive mediante el discutible uso de las reservas cambiarias para excitación de la banca internacional.
La aprepiación del real quita competitividad a los productos brasileños en el exterior, amenazando la supervivencia del parque industrial y de los demás sectores productivos. El país se transformará en n gran consumidor de productos importados de países centrales del capitalismo (desde cacerolas a ítems con alta tecnología incorporada) y retornará a ser una economía esencialmente primaria.
El paraíso rentista llevará al Brasil al atraso, volverá a ser una colonia subsirviente, integrada de modo subordinado al mercado mundial como vendedor de materias primas y commodities. Una nação, condenada al subdesarrollo científico y tecnológico.
La Confederación Nacional de la Industria (CNI), la Federación de Industriales de Sao Pualo (FIESP) y las entidades del patronato que actuaron decisivamente en el proceso iniciado en 2014 para la desestabilización y derrocamiento de la presidenta Dilma Rousseff y que culminó en la elección de Bolsonaro, están ante un dilema.
Continúan suicidándose o, en caso de que no deseen convertirse en una clase parasitaria (y socia) del rentismo, reaccionan a las políticas ultraliberales que comprometen sus propias existencias, además de marcar para Brasil el retroceso de décadas en su desarrollo.
(*) Analista político brasileño, fue Director de la Secretaria del Mercosur