Pandemia global: un antes y un después
Por Gustavo Vera
12 Abril 2020
La Alameda .Agua por todos lados
La pandemia ha puesto blanco sobre negro mostrando quién es quién. Este sufrimiento colectivo está generando rápidos aprendizajes y reordenando conductas. El sistema del capitalismo globalizado basado en el consumismo desenfrenado y el despilfarro, en el paradigma tecnocrático y en el descarte, en la hiperconcentración de la riqueza en manos de unos pocos, como así también en la destrucción de los recursos naturales por la acción humana que utiliza material fósil, comienza a tambalear. Hace agua por todos lados y cae en una profunda recesión mundial.
Rápidos aprendizajes y reordenamientos
En estas circunstancias completamente excepcionales, donde el miedo y la incertidumbre se instalan en miles de millones de hogares, queda al descubierto la raíz de un sistema que se basa en la codicia y la avaricia y que sólo persigue la máxima ganancia, particularmente en aquellos países donde la privatización del agua y la salud dejan al descubierto la extrema vulnerabilidad a la que exponen a sus poblaciones en aras de la riqueza de unos pocos. Son estas circunstancias excepcionales las que enseñan aceleradamente a los pueblos que el Estado debe primar sobre el mercado, que la necesidad y la solidaridad es más importante que la máxima ganancia y que la vida y la salud están por encima de cualquier otra consideración. Los gobiernos que interpretan esos vientos son los que se fortalecen mientras que, por el contrario, los que siguen aferrados a garantizar la riqueza de unos pocos, agravan el desastre y entran en decadencia. El Papa Francisco dijo reiteradas veces que sólo se sabe cuando se sufre. Efectivamente este sufrimiento colectivo está generando rápidos aprendizajes y reordenando conductas que pueden dar algunos indicios de cómo podría reconfigurarse la “normalidad” en el porvenir.
El punto final
No es la primera vez que una epidemia influye sobre el destino de una civilización y marca un antes y un después en la historia. La plaga de Atenas (430 AC) fue considerada como el principio del fin de la hegemonía ateniense sobre la antigua Grecia, según relata Tucidides. En los siglos siguientes, la malaria contribuyó al hundimiento del imperio romano; la plaga justiniana (una peste bubónica) debilitó al imperio Bizantino frente a godos y árabes; la peste negra terminó de enterrar al sistema feudal alterando la oferta de alimentos y tierras; el tifus fue clave en la derrota del ejército napoleónico en Rusia. La primera globalización contemporánea comenzó hacia 1870 y terminó en la gripe española de 1918 y la última fase de la globalización iniciada en 1989 parece estar llegando a su punto final con el coronavirus.
Programa de colaboración global
La pandemia ha acelerado la decadencia del imperio norteamericano que ya venía perdiendo mercados a expensas de China y Rusia y la batalla por las nuevas tecnologías, donde China lo aventaja. Con la caída brutal del precio del petróleo por los acuerdos de Rusia y Arabia se ha encarecido el shale no convencional donde EEUU tenía su fuerte. Sus ilusiones de retener al menos la dirección energética del mundo se están desvaneciendo. Mientras tanto, la pandemia golpea de lleno al corazón de la sociedad norteamericana con miles de infectados y muertos por día y un sistema de salud privatizado que colapsa. EEUU no ha jugado ante el mundo ningún rol progresivo en la pandemia.
Por el contrario, es acusado por Francia y Alemania de haber bloqueado compras de mascarillas para apropiárselas y es repudiado en su propio continente por la imposición de Trump a la empresa 3M de prohibir ventas de mascarillas a América Latina. Al compás de la crisis, la oposición y un ala de la burguesía globalizadora redoblan los cuestionamientos a Trump que debe enfrentar una elección ya no tan sencilla en noviembre. Henry Kissinger expresó claramente la línea de los detractores del gobierno cuando sostuvo que: “Va a crecer la agitación política y económica y podría durar varias generaciones. Ningún país , ni siquiera Estados Unidos, puede en un esfuerzo puramente nacional, superar el virus. Para abordar las necesidades del momento debe combinarse con visión y programa de colaboración global. Si no podemos hacer ambas cosas a la vez, enfrentaremos lo peor de cada una”.
Trump va por el camino opuesto y en su desesperación tantea la posibilidad de precipitar una invasión a Venezuela que le serviría para el doble objetivo de intentar distraer la atención y recuperar un punto estratégico de reserva petrolera convencional. Pero no cuenta ni con respaldo interno, ni con consenso social para semejante aventura.
Impotente
El peso de Europa en el mercado mundial ya venía en picada combinado con la crisis que significó el alejamiento de Inglaterra con el Brexit. La pandemia no ha hecho más que acelerar la decadencia. La antigua “cuna de la civilización” y el continente estrella de la globalización se ha transformado en el epicentro de la pandemia y ahora es aislada por tierra, mar y aire por casi todo el planeta.
Cuanto más privatizados sus servicios de salud mayor es el desastre, como lo muestran los casos de España, Italia y Francia. Si en Alemania los resultados no son tan drásticos es porque todavía existe una cobertura universal sanitaria para su población, al igual que en los países escandinavos. La Unión Europea y sus instituciones están al descubierto frente a la pandemia del coronavirus: el presidente del Consejo Europeo no tiene ni siquiera un equipo de diez médicos para enviar a Lombardía o a España.
Por el contrario, la UE gasta 420 millones de euros para la Frontex, su superequipada policía de frontera. La UE no tiene ni hospitales de campaña, ni reservas de respiradores ni de mascarillas para poder ayudar a un país miembro. Pero está equipada de drones europeos para espiar los movimientos de personas en peligro que tratan de obtener el derecho de asilo. Y esas personas, todos los años, mueren por millares en el Mediterráneo. Médicos e insumos están siendo enviados por Cuba y China ante una Unión Europea totalmente impotente para hacer frente a la crisis.
El mundo post pandemia
Diferente es el panorama de Rusia y China que quedan mejor posicionados de cara a lo que viene. Rusia reaccionó rápidamente a la pandemia y por ahora registra pocos casos de infectados y muertos por referencia a la escala de su población. Ha prolongado la cuarentena durante todo el mes de abril y volcado más de 16 mil millones de euros a ayuda social y a las pymes.
Además ha avanzado en acuerdos con Arabia para mantener bajo el precio del petróleo convencional, asestando un golpe tremendo al shale no convencional que utiliza EEUU y que ahora se le complica por los altos costos para su extracción. China fue epicentro inicial de la pandemia que ahora parece estar comenzando a controlar.
A pesar del golpe económico que le significó, aún tiene espaldas y reservas para reactivar la producción y ademas es el país mejor posicionado con la tecnología 5G, que puede llegar a tener incidencia clave en el mundo post pandemia. La ayuda humanitaria que está ofreciendo a Europa y América Latina es la contracara de la mezquindad con la que se ha manejado Trump en esta crisis.
Protección de la vida humana
El peligro de “genocidio virósico” que menciona el Papa Francisco puede llegar a concretarse en regiones de Africa, Asia y América Latina, donde son muy pobres las estructuras sanitarias y el 40 % de los hogares carece de acceso al agua potable y vive en situación de hacinamiento. En muchas de esas regiones el “lavarse las manos” y “quedarse en casa” parece una quimera. Es inimaginable que en esas circunstancias se pueda masificar el teletrabajo o la educación a distancia y que la población pueda acumular comida y suministros básicos por varias semanas en cuarentena.
Aplicar el modelo de cuarentena europeo o el propio de los grandes centros urbanos en esas regiones es inviable y persistir en ello, implica una militarización y represión creciente de poblaciones que subsisten del cuentapropismo. La suspensión de clases en muchas de estas zonas donde hay haciamiento y falta de agua, puede ser peor que la enfermedad porque significa muchas horas de contacto de niños con adultos y además problemas de malnutrición para millones de estos niños cuya dieta depende de la comida que reciben en la escuela.
Fortalecer al Estado sobre el mercado para priorizar la salud de sus ciudadanos antes que la máxima ganancia y disponer de todos los recursos públicos y privados al servicio de este objetivo, puede ser una salida en la que otras tácticas garanticen el cuidado de sus poblaciones, como podría ser el aislamiento comunitario, las redes territoriales de ayuda social y la provisión de agua, alimentos e insumos básicos dando siempre prioridad a las indicaciones de salud pública en cada contexto determinado.
Es cierto que en muchas de esas regiones hay gobiernos corruptos, timoratos, poco afectos al servicio al pueblo, pero también es cierto que en estas circunstancias completamente excepcionales, la historia demostró que muchos gobernantes pueden ir más lejos de lo que quieren bajo la presión de los pueblos. En los casos como Brasil, donde el derechista Bolsonaro ha pretendido priorizar el mercado por encima de la salud, ya hay movimientos profundos por abajo y por arriba que podrían sellar su destino sino cambia a tiempo. En el extremo opuesto, Alberto Fernandez en la Argentina está tomando una batería de medidas en protección de la vida humana por sobre la de los mercados y ha logrado el acompañamiento de más de un 80 % de la población.
La hora de aportar al bien común
Las pinceladas del después se van configurando en el transcurso de la misma crisis. En el miedo a la muerte propia y de seres queridos, los pueblos aprenden rápidamente de las experiencias de aquellos países que más cuidan a sus pueblos y de los que los dejan a la deriva. Hay una revalorización de los Estados nacionales por encima de los mercados. De priorizar las vidas humanas por encima de cualquier ganancia. De reconocer la importancia de sistemas de salud universales que protejan a la población. Hay una mayor conciencia de que nadie se salva solo y que llegó la hora de que aporten al bien común los que se han enriquecido con el sistema que ahora perece.
También hay una profunda reflexión colectiva en los pueblos respecto al daño hecho a la Casa Común y cómo la naturaleza pasa factura. De cuánto consumismo, despilfarro y descarte precedieron a esta crisis. Es muy impactante ver cómo esta pandemia afecta por igual a todos los estratos de la sociedad sin importar clase, raza o etnia. También es significativo que a este virus, por las características de difusión y contagio, solo se lo pueda combatir colectivamente, mediante la solidaridad y el respeto al prójimo. La pandemia ha puesto blanco sobre negro mostrando quién es quién. Aquellas sociedades que cuidan a sus abuelos contrastan con aquellas que, como en Texas , convocan a una especie de darwinismo social. Aquellos países que solidariamente extienden una mano a otros y los que, como EEUU, buscan acaparar los recursos indispensables solo para sí.
Mientras tanto, hay medidas que se van insinuando en el devenir de la crisis y bajo la presión de los pueblos. El desconocimiento o postergación de las deudas fraudulentas que atormentaron a los países en desarrollo, la indispensable necesidad del control de la banca y el comercio exterior, la recuperación soberana de los recursos estratégicos , la necesidad de sistemas de salud que garanticen la asistencia a toda la población, la necesidad de una renta básica universal que asegure el sustento básico a cada familia. Medidas que hasta hace tres meses parecían quimeras, hoy afloran por aproximaciones sucesivas en el horizonte de pueblos que luchan por su supervivencia. Y empujan a los gobiernos a adoptarlas con mayor audacia.
Una nueva bandera
El frente interreligioso que pacientemente ha venido tejiendo Francisco en torno a los ejes estratégicos y proféticos del Laudato Si son una base terrenal y espiritual que puede jugar un rol central en la reconfiguración de sociedades que sean justas, inclusivas y sustentables. Naturalmente el camino no es lineal y los imperios en caída pueden cometer locuras antes del ocaso y en el camino traer muchas penurias a la humanidad. Pero más temprano que tarde, los pueblos levantarán bien alto la bandera de la vida y la fraternidad, porque esta pandemia global y traumática dejará huellas profundas en el sentido común de la raza humana.
Por Gustavo Vera
12 Abril 2020
La Alameda .Agua por todos lados
La pandemia ha puesto blanco sobre negro mostrando quién es quién. Este sufrimiento colectivo está generando rápidos aprendizajes y reordenando conductas. El sistema del capitalismo globalizado basado en el consumismo desenfrenado y el despilfarro, en el paradigma tecnocrático y en el descarte, en la hiperconcentración de la riqueza en manos de unos pocos, como así también en la destrucción de los recursos naturales por la acción humana que utiliza material fósil, comienza a tambalear. Hace agua por todos lados y cae en una profunda recesión mundial.
Ya está claro que esta crisis se equipara a las grandes rupturas de la era moderna junto a las guerras mundiales y su impacto económico es más profundo que las crisis financieras de 1929 y 2008. En 1929 fracasó la idea de que el mercado se regularía solo; en el 2008 lo que se manifestó fue el agotamiento del capital financiero. En ambos fue necesario el salvataje del Estado para sortear la crisis sin detener totalmente la maquinaria (que no se detuvo ni en plena guerra mundial, sino que se reconvirtió pasando de fabricar autos a fabricar tanques). Lo novedoso de la crisis actual es que se frenó casi totalmente la maquinaria mundial y en simultáneo. Otro mundo se está configurando en el transcurso de la crisis.
La mutación acelerada
La aparición de este virus y de sus predecesores basados en mutaciones de animales a humanos no proviene necesariamente de ningún laboratorio maligno, sino de la lógica implacable y despiadada de la máxima ganancia: el factor fundamental es la destrucción de los hábitat de las especies silvestres y la invasión de estos por asentamientos urbanos y/o de la expansión agropecuaria industrial, con lo cual se crean situaciones propias para la mutación acelerada de los virus. La verdadera fábrica de los virus y bacterias que se transmiten a humanos es la cría industrial de animales, principalmente aves, cerdos y vacas. Más del 70 % de los antibióticos se usan para engorde o prevención de infecciones en animales no enfermos, lo cual ha producido un gravísimo problema de resistencia a los antibióticos, también para los humanos. Ya en 2017 la OMS había convocado a las industrias agropecuarias y alimentarias a dejar de utilizar sistemáticamente antibióticos para estimular el crecimiento de animales sanos. A este caldo de cultivo de criaderos industriales, se le suma la utilización sistemática de antivirales y pesticidas dentro de esas mismas instalaciones por parte de las coorporaciones. El aumento alocado de la productividad en aras de la máxima ganancia y forzando a los ecosistemas naturales más allá de sus limites, ha desatado una nueva, y por ahora incontrolable, pandemia.
La tierra comenzó a respirar
El derrumbe de la demanda y de la oferta por la parálisis económica mundial, las prohibiciones de viajes, cierre de fábricas y fronteras, la caída de los precios de los comodities y el petróleo es un verdadero desastre para las economías. Sin embargo, es paradójicamente una bendición para la “casa común”. En apenas un mes de parálisis económica mundial, la tierra comenzó a respirar: se redujo el agujero de ozono, bajó la temperatura global, disminuyó sensiblemente la contaminación de dióxido de carbono en la atmósfera y varias ciudades del mundo descubrieron que el cielo es azul. Los pasos vacilantes de los que apoyaban pero no aplicaban el tratado de París sumado a los que lo repudiaban, estaban llevando a la casa común a un callejón sin salida. La naturaleza ha resuelto ejecutar el Tratado de París de facto sin esperar más vacilaciones. Lo que no entra por la razón, entra por la fuerza. Esa parece ser la regla de la madre tierra que se protege de su autodestrucción.
La mutación acelerada
La aparición de este virus y de sus predecesores basados en mutaciones de animales a humanos no proviene necesariamente de ningún laboratorio maligno, sino de la lógica implacable y despiadada de la máxima ganancia: el factor fundamental es la destrucción de los hábitat de las especies silvestres y la invasión de estos por asentamientos urbanos y/o de la expansión agropecuaria industrial, con lo cual se crean situaciones propias para la mutación acelerada de los virus. La verdadera fábrica de los virus y bacterias que se transmiten a humanos es la cría industrial de animales, principalmente aves, cerdos y vacas. Más del 70 % de los antibióticos se usan para engorde o prevención de infecciones en animales no enfermos, lo cual ha producido un gravísimo problema de resistencia a los antibióticos, también para los humanos. Ya en 2017 la OMS había convocado a las industrias agropecuarias y alimentarias a dejar de utilizar sistemáticamente antibióticos para estimular el crecimiento de animales sanos. A este caldo de cultivo de criaderos industriales, se le suma la utilización sistemática de antivirales y pesticidas dentro de esas mismas instalaciones por parte de las coorporaciones. El aumento alocado de la productividad en aras de la máxima ganancia y forzando a los ecosistemas naturales más allá de sus limites, ha desatado una nueva, y por ahora incontrolable, pandemia.
La tierra comenzó a respirar
El derrumbe de la demanda y de la oferta por la parálisis económica mundial, las prohibiciones de viajes, cierre de fábricas y fronteras, la caída de los precios de los comodities y el petróleo es un verdadero desastre para las economías. Sin embargo, es paradójicamente una bendición para la “casa común”. En apenas un mes de parálisis económica mundial, la tierra comenzó a respirar: se redujo el agujero de ozono, bajó la temperatura global, disminuyó sensiblemente la contaminación de dióxido de carbono en la atmósfera y varias ciudades del mundo descubrieron que el cielo es azul. Los pasos vacilantes de los que apoyaban pero no aplicaban el tratado de París sumado a los que lo repudiaban, estaban llevando a la casa común a un callejón sin salida. La naturaleza ha resuelto ejecutar el Tratado de París de facto sin esperar más vacilaciones. Lo que no entra por la razón, entra por la fuerza. Esa parece ser la regla de la madre tierra que se protege de su autodestrucción.
Rápidos aprendizajes y reordenamientos
En estas circunstancias completamente excepcionales, donde el miedo y la incertidumbre se instalan en miles de millones de hogares, queda al descubierto la raíz de un sistema que se basa en la codicia y la avaricia y que sólo persigue la máxima ganancia, particularmente en aquellos países donde la privatización del agua y la salud dejan al descubierto la extrema vulnerabilidad a la que exponen a sus poblaciones en aras de la riqueza de unos pocos. Son estas circunstancias excepcionales las que enseñan aceleradamente a los pueblos que el Estado debe primar sobre el mercado, que la necesidad y la solidaridad es más importante que la máxima ganancia y que la vida y la salud están por encima de cualquier otra consideración. Los gobiernos que interpretan esos vientos son los que se fortalecen mientras que, por el contrario, los que siguen aferrados a garantizar la riqueza de unos pocos, agravan el desastre y entran en decadencia. El Papa Francisco dijo reiteradas veces que sólo se sabe cuando se sufre. Efectivamente este sufrimiento colectivo está generando rápidos aprendizajes y reordenando conductas que pueden dar algunos indicios de cómo podría reconfigurarse la “normalidad” en el porvenir.
El punto final
No es la primera vez que una epidemia influye sobre el destino de una civilización y marca un antes y un después en la historia. La plaga de Atenas (430 AC) fue considerada como el principio del fin de la hegemonía ateniense sobre la antigua Grecia, según relata Tucidides. En los siglos siguientes, la malaria contribuyó al hundimiento del imperio romano; la plaga justiniana (una peste bubónica) debilitó al imperio Bizantino frente a godos y árabes; la peste negra terminó de enterrar al sistema feudal alterando la oferta de alimentos y tierras; el tifus fue clave en la derrota del ejército napoleónico en Rusia. La primera globalización contemporánea comenzó hacia 1870 y terminó en la gripe española de 1918 y la última fase de la globalización iniciada en 1989 parece estar llegando a su punto final con el coronavirus.
Programa de colaboración global
La pandemia ha acelerado la decadencia del imperio norteamericano que ya venía perdiendo mercados a expensas de China y Rusia y la batalla por las nuevas tecnologías, donde China lo aventaja. Con la caída brutal del precio del petróleo por los acuerdos de Rusia y Arabia se ha encarecido el shale no convencional donde EEUU tenía su fuerte. Sus ilusiones de retener al menos la dirección energética del mundo se están desvaneciendo. Mientras tanto, la pandemia golpea de lleno al corazón de la sociedad norteamericana con miles de infectados y muertos por día y un sistema de salud privatizado que colapsa. EEUU no ha jugado ante el mundo ningún rol progresivo en la pandemia.
Por el contrario, es acusado por Francia y Alemania de haber bloqueado compras de mascarillas para apropiárselas y es repudiado en su propio continente por la imposición de Trump a la empresa 3M de prohibir ventas de mascarillas a América Latina. Al compás de la crisis, la oposición y un ala de la burguesía globalizadora redoblan los cuestionamientos a Trump que debe enfrentar una elección ya no tan sencilla en noviembre. Henry Kissinger expresó claramente la línea de los detractores del gobierno cuando sostuvo que: “Va a crecer la agitación política y económica y podría durar varias generaciones. Ningún país , ni siquiera Estados Unidos, puede en un esfuerzo puramente nacional, superar el virus. Para abordar las necesidades del momento debe combinarse con visión y programa de colaboración global. Si no podemos hacer ambas cosas a la vez, enfrentaremos lo peor de cada una”.
Trump va por el camino opuesto y en su desesperación tantea la posibilidad de precipitar una invasión a Venezuela que le serviría para el doble objetivo de intentar distraer la atención y recuperar un punto estratégico de reserva petrolera convencional. Pero no cuenta ni con respaldo interno, ni con consenso social para semejante aventura.
Impotente
El peso de Europa en el mercado mundial ya venía en picada combinado con la crisis que significó el alejamiento de Inglaterra con el Brexit. La pandemia no ha hecho más que acelerar la decadencia. La antigua “cuna de la civilización” y el continente estrella de la globalización se ha transformado en el epicentro de la pandemia y ahora es aislada por tierra, mar y aire por casi todo el planeta.
Cuanto más privatizados sus servicios de salud mayor es el desastre, como lo muestran los casos de España, Italia y Francia. Si en Alemania los resultados no son tan drásticos es porque todavía existe una cobertura universal sanitaria para su población, al igual que en los países escandinavos. La Unión Europea y sus instituciones están al descubierto frente a la pandemia del coronavirus: el presidente del Consejo Europeo no tiene ni siquiera un equipo de diez médicos para enviar a Lombardía o a España.
Por el contrario, la UE gasta 420 millones de euros para la Frontex, su superequipada policía de frontera. La UE no tiene ni hospitales de campaña, ni reservas de respiradores ni de mascarillas para poder ayudar a un país miembro. Pero está equipada de drones europeos para espiar los movimientos de personas en peligro que tratan de obtener el derecho de asilo. Y esas personas, todos los años, mueren por millares en el Mediterráneo. Médicos e insumos están siendo enviados por Cuba y China ante una Unión Europea totalmente impotente para hacer frente a la crisis.
El mundo post pandemia
Diferente es el panorama de Rusia y China que quedan mejor posicionados de cara a lo que viene. Rusia reaccionó rápidamente a la pandemia y por ahora registra pocos casos de infectados y muertos por referencia a la escala de su población. Ha prolongado la cuarentena durante todo el mes de abril y volcado más de 16 mil millones de euros a ayuda social y a las pymes.
Además ha avanzado en acuerdos con Arabia para mantener bajo el precio del petróleo convencional, asestando un golpe tremendo al shale no convencional que utiliza EEUU y que ahora se le complica por los altos costos para su extracción. China fue epicentro inicial de la pandemia que ahora parece estar comenzando a controlar.
A pesar del golpe económico que le significó, aún tiene espaldas y reservas para reactivar la producción y ademas es el país mejor posicionado con la tecnología 5G, que puede llegar a tener incidencia clave en el mundo post pandemia. La ayuda humanitaria que está ofreciendo a Europa y América Latina es la contracara de la mezquindad con la que se ha manejado Trump en esta crisis.
Protección de la vida humana
El peligro de “genocidio virósico” que menciona el Papa Francisco puede llegar a concretarse en regiones de Africa, Asia y América Latina, donde son muy pobres las estructuras sanitarias y el 40 % de los hogares carece de acceso al agua potable y vive en situación de hacinamiento. En muchas de esas regiones el “lavarse las manos” y “quedarse en casa” parece una quimera. Es inimaginable que en esas circunstancias se pueda masificar el teletrabajo o la educación a distancia y que la población pueda acumular comida y suministros básicos por varias semanas en cuarentena.
Aplicar el modelo de cuarentena europeo o el propio de los grandes centros urbanos en esas regiones es inviable y persistir en ello, implica una militarización y represión creciente de poblaciones que subsisten del cuentapropismo. La suspensión de clases en muchas de estas zonas donde hay haciamiento y falta de agua, puede ser peor que la enfermedad porque significa muchas horas de contacto de niños con adultos y además problemas de malnutrición para millones de estos niños cuya dieta depende de la comida que reciben en la escuela.
Fortalecer al Estado sobre el mercado para priorizar la salud de sus ciudadanos antes que la máxima ganancia y disponer de todos los recursos públicos y privados al servicio de este objetivo, puede ser una salida en la que otras tácticas garanticen el cuidado de sus poblaciones, como podría ser el aislamiento comunitario, las redes territoriales de ayuda social y la provisión de agua, alimentos e insumos básicos dando siempre prioridad a las indicaciones de salud pública en cada contexto determinado.
Es cierto que en muchas de esas regiones hay gobiernos corruptos, timoratos, poco afectos al servicio al pueblo, pero también es cierto que en estas circunstancias completamente excepcionales, la historia demostró que muchos gobernantes pueden ir más lejos de lo que quieren bajo la presión de los pueblos. En los casos como Brasil, donde el derechista Bolsonaro ha pretendido priorizar el mercado por encima de la salud, ya hay movimientos profundos por abajo y por arriba que podrían sellar su destino sino cambia a tiempo. En el extremo opuesto, Alberto Fernandez en la Argentina está tomando una batería de medidas en protección de la vida humana por sobre la de los mercados y ha logrado el acompañamiento de más de un 80 % de la población.
La hora de aportar al bien común
Las pinceladas del después se van configurando en el transcurso de la misma crisis. En el miedo a la muerte propia y de seres queridos, los pueblos aprenden rápidamente de las experiencias de aquellos países que más cuidan a sus pueblos y de los que los dejan a la deriva. Hay una revalorización de los Estados nacionales por encima de los mercados. De priorizar las vidas humanas por encima de cualquier ganancia. De reconocer la importancia de sistemas de salud universales que protejan a la población. Hay una mayor conciencia de que nadie se salva solo y que llegó la hora de que aporten al bien común los que se han enriquecido con el sistema que ahora perece.
También hay una profunda reflexión colectiva en los pueblos respecto al daño hecho a la Casa Común y cómo la naturaleza pasa factura. De cuánto consumismo, despilfarro y descarte precedieron a esta crisis. Es muy impactante ver cómo esta pandemia afecta por igual a todos los estratos de la sociedad sin importar clase, raza o etnia. También es significativo que a este virus, por las características de difusión y contagio, solo se lo pueda combatir colectivamente, mediante la solidaridad y el respeto al prójimo. La pandemia ha puesto blanco sobre negro mostrando quién es quién. Aquellas sociedades que cuidan a sus abuelos contrastan con aquellas que, como en Texas , convocan a una especie de darwinismo social. Aquellos países que solidariamente extienden una mano a otros y los que, como EEUU, buscan acaparar los recursos indispensables solo para sí.
Mientras tanto, hay medidas que se van insinuando en el devenir de la crisis y bajo la presión de los pueblos. El desconocimiento o postergación de las deudas fraudulentas que atormentaron a los países en desarrollo, la indispensable necesidad del control de la banca y el comercio exterior, la recuperación soberana de los recursos estratégicos , la necesidad de sistemas de salud que garanticen la asistencia a toda la población, la necesidad de una renta básica universal que asegure el sustento básico a cada familia. Medidas que hasta hace tres meses parecían quimeras, hoy afloran por aproximaciones sucesivas en el horizonte de pueblos que luchan por su supervivencia. Y empujan a los gobiernos a adoptarlas con mayor audacia.
Una nueva bandera
El frente interreligioso que pacientemente ha venido tejiendo Francisco en torno a los ejes estratégicos y proféticos del Laudato Si son una base terrenal y espiritual que puede jugar un rol central en la reconfiguración de sociedades que sean justas, inclusivas y sustentables. Naturalmente el camino no es lineal y los imperios en caída pueden cometer locuras antes del ocaso y en el camino traer muchas penurias a la humanidad. Pero más temprano que tarde, los pueblos levantarán bien alto la bandera de la vida y la fraternidad, porque esta pandemia global y traumática dejará huellas profundas en el sentido común de la raza humana.