15 abr 2022

NADA JUSTIFICA UNA GUERRA

Rusia-Ucrania: dinámicas identitarias; la nación ucraniana y el pan-eslavismo ruso

OTHER NEWS (Por Leyla Bartet* – LAMULA.pe) 
13.04.2022







Uno de los conceptos más debatidos en las ciencias políticas contemporáneas es, sin duda, aquel de “nación” porque las definiciones que lo sustentan están sujetas a coyunturas que los acontecimientos modifican en permanencia.





Pero existen al menos dos grandes corrientes, la "esencialista" elaborada en la segunda mitad del s.XVIII y basada en un concepto cívico (la soberanía constituyente del Estado) y la "voluntarista" que se define como una comunidad política basada en una lengua, una cultura, una identidad específicas.

Este último concepto es también rico en matices y aparece cargado de una dinámica propia. En Raza, Nación y Clase.: las identidades ambiguas , uno de los autores, Inmanoel Wallerstein sostenía, ya en 1997, que la identidad es un concepto en movimiento, un concepto dialéctico y en perpetua construcción, cuyos límites cambian en función de factores endógenos y exógenos. Y, sin embargo, la post modernidad nos demuestra hasta qué punto por un concepto tan volátil los gobiernos y los movimientos políticos que utilizan un "discurso nacional" están dispuestos a llevarnos a matar o morir. 

No en vano uno de los relatos que sustentan el actual conflicto entre Rusia y Ucrania es el antagonismo entre una idea de identidad inclusiva que abarca a varios estados eslavos de la ex URSS (y que incluye a Ucrania) y otra visión rupturista frente a la historia del s.XX en la que Ucrania aparece como entidad geográfica y cultural poseedora de una personalidad histórica propia. La realidad, sin embargo, es siempre más compleja.

A la luz de la historia reciente podría agregarse una nueva definición que la politóloga francesa Alexandra Goujon llama "identidad situacional". En relación a Ucrania y desde su tardía independencia (1991) se habla de una cultura, de un arte ucraniano, recordando el lugar de nacimiento de notables figuras como Nicolás Gogol, el vanguardista Kasimir Malévitch, Sonia Delauney (cuyo nombre original era Sarah Stern, célebre pintora abstracta del s.XX) o el músico Serge Prokofiev. Esto a pesar de que ellos, en su momento, se definían a sí mismos como rusos o soviéticos. Hasta antes de la actual invasión, las generaciones mayores educadas dentro de la URSS consideraban a Rusia como una suerte de "hermano mayor". 

En cambio los jóvenes se volvían hacia Europa occidental como espacio de libertad y de cambio. Pero esta oposición caricaturiza el hecho de que existen identidades regionales que pueden ser más o menos pro rusas o pro ucranianas en función del lugar dónde radican o dónde trabajan. En el Donbass por ejemplo, uno de los objetivos militares de Rusia, existe una gran heterogeneidad cultural. Se trataría en este caso, como explica Goujon, especialista en el área caucásica, de una identidad situacional porque el sujeto posee varias identidades superpuestas -nacional, regional, local, profesional, lingüística, religiosa. Se puede ser ucraniano y rusófono, ser judío u ortodoxo, polaco o tátaro, ser de Kiev o de Odessa.

Matar al padre. Un Edipo incompleto

En la obra citada, la autora recuerda que a partir de 1991 se da inicio en el país a la forja de un "imaginario colectivo" una "comunidad política imaginada" sobre la que se intenta construir la unidad nacional y que es copia y reflejo de lo que la propia Rusia inicia con el "aggionamento" del paneslavismo.

El nacionalismo ucraniano apareció, como en casi toda Europa, en el siglo XIX. Este permaneció de alguna manera acallado durante la etapa de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Pero tras la creación del Estado independiente, los nacionalistas ucranianos activan su presencia y levantan banderas como las purgas soviéticas que sufrieron durante el estalinismo y la gran hambruna de 1933 que Moscú desatendió con mucha negligencia y poca visión política.

La historiografía oficial ucraniana recurrió entonces a la confederación de tribus eslavas orientales que surgió en el s. IX y se prolongó hasta el XIII, la Rus de Kiev. Esta entidad cuyas fronteras abarcaban mucho más que el espacio actual del país, tenía como centro la ciudad de Kiev. Pero bielorrusos y rusos, además de otros pueblos eslavos reivindican también la Rus de Kiev como el origen de su legado cultural. Esta historia es utilizada además por la actual Rusia para incluir a Ucrania en su espacio natural.

Cabe recordar que para construir la URSS y ganar adeptos a la causa, Lenin acuerda derechos a las diversas nacionalidades que la integran, entre estos, la posibilidad de expresarse en su lengua nacional. Así, la política soviética poseía la particularidad de ser a la vez inclusiva e identitaria: todos los pueblos que integraban la URSS tenían su nacionalidad, la misma que correspondía a una pertenencia étnica. Existían cerca de 150 nacionalidades (incluyendo a las minorías yakutsk, las griegas o las alemanas. Gozaban de un estatuto especial aquellas nacionalidades que además poseían un territorio propio y ese era el caso de Ucrania. 

Durante el período leninista esta fue la política prioritaria. Sin embargo, el advenimiento del estalinismo a partir de 1930 supone la ruptura de este modelo. Para Stalin había, en Ucrania, un exceso de nacionalismo "burgués" que intentó reprimir. A esta situación se agrega la gran hambruna de 1932-1933 que provoca miles de muertes y favorece un ambiente antirruso entre la intelligentzia ucraniana. Este particular contexto explica que parte de la población ucraniana viera en la ocupación nazi una posibilidad de romper el yugo soviético. Una manera de "matar al padre".

Tras la Segunda Guerra Mundial habrá períodos en los que el sentimiento nacional ucraniano logra expresarse, otros en los que es reprimido al punto que muchos comunistas ucranianos apoyaron la independencia de su país tras la disolución de la URSS.

Vladimir Putin: ideología y ruptura generacional

El reverso de la medalla está en la lectura que Vladimir Putin tiene de la identidad ucraniana, por un lado, y por otro, de su propia relación con occidente. En este amplio contexto, la actual guerra es también un conflicto entre dos lecturas de la historia y dos relatos contrapuestos en la lucha por los espacios de poder en el mundo actual.

En un discurso pronunciado en el 2021 en el Club Vadai y en vísperas del décimo tercer aniversario de la disolución oficial de la URSS, Putin resumió lo que había sido la historia de los 30 años transcurridos desde entonces. Además de calificar aquel momento de una "verdadera tragedia" y "la más grande catástrofe geopolítica del siglo", recordó las derrotas de un occidente arrogante y triunfalista tras el fin de la guerra fría. Evocó las dos guerras iniciadas por EEUU, una en Irak y otra en Afganistán. 

La primera dio origen al Daesh con todo lo que ello supuso para el Oriente Medio. La segunda provocó una larga, inútil y sangrienta ocupación que se saldó con un abandono desastroso, dejando al país en manos de los talibanes. Por otro lado, y siempre en aquella ocasión, recordó lo que la mayoría de organismos especializados afirman: que la desigualdad y las asimetrías sociales y económicas se han incrementado dando lugar a una "rebelión de las masas", manifestaciones de cólera, explosión del islamismo extremista, etc. Naturalmente no mencionó el hecho de que la Federación Rusa también cobija profundas asimetrías. Y prosiguió Putin con su análisis indicando que la causa de la decadencia occidental es moral, espiritual y filosófica. 

El líder del Kremlin se refirió a diversos pensadores rusos, en particular a Lev Goumilev (1912-1992). Este etnólogo e historiador, al que tal vez Putin llegó a conocer personalmente, pasó buena parte de su vida en prisión y publicó varios libros sobre "los pueblos de las estepas" muy en la línea de las corrientes de pensamiento euroasiáticas que consideran a Rusia no como un país europeo, sino como una civilización aparte, que integra pueblos eslavos y turkmenos y cuyo centro de gravedad se encuentra en Asia. Desarrolló también la original teoría de la "pasionaridad". En resumen, esto supone que cada pueblo posee una fuerza vital específica, una "energía biocósmica". En su discurso del Club Vadai, Putin asume la teoría de Gumilev. "Creo en la teoría de la pasionaridad, dijo, "poseemos un código genético infinito" y aseguró que Rusia está en pleno desarrollo de sus potencialidades.

Muchos han querido ver en este y otros discursos de Putin en los cuales ha criticado la organización territorial implementada por Lenin así como su concepto de Estado multinacional, una voluntad de revisar críticamente las bases fundacionales de la Unión Soviética y reconstruir el imperio tal como lo concebía Catalina la Grande, abierto hacia el Mar Negro. Sin embargo, hay mucho de anacronismo forzado en esta lectura. El actual líder ruso - que al menos hasta el inicio de esta guerra- mantenía un sólido apoyo dentro de su país, busca salidas más modernas y económicamente más viables. Sueña con la construcción de una Unión Económica Euroasiática que se acompañe de un tratado de seguridad colectiva (a semejanza de la Unión Europea y la Organización de la Seguridad y la Cooperación Europea). En más de una ocasión ha señalado que Rusia no puede ser una potencia regional de un solo país. Necesita de sus vecinos y en particular de China.

Hace poco un analista político español recordaba, en un debate del Canal 24 Horas y a propósito del aislamiento posible en el que podría caer Rusia, que el mundo se extiende mucho más allá de Europa y los Estados Unidos. Así, imaginar que el bloqueo impuesto a Rusia por occidente supone su derrumbe, es ignorar las redes que Moscú ha venido tejiendo en Asia, África y más de un país de América Latina. Por justificadas que sean las sanciones frente a la extrema violencia de esta guerra y por criticable que ésta resulte, es preciso no tomar nuestros deseos por realidades. Los opacos proyectos geoestratégicos de Rusia caminan hacia una nueva bipolaridad en la que América Latina deberá encontrar su propio espacio.

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*Leyla Bartet nació en Lima, estudió periodismo en las Universidades de Estrasburgo y de la Habana, lingüística en las Universidades de San Marcos de Lima y de Nanterre, y sociología en La Sorbona. Lleva años combinando la labor periodística con la investigación en el campo de la sociología. Actualmente vive en París donde sigue ocupándose de periodismo y estudios sociológicos.

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