Por José Steinsleger
En 07/04/2022
Uno. Antonin Artaud dudaba de que el lenguaje de las palabras sea el mejor posible. En efecto, difícil en nuestra época, comunicar cualquier cosa frente a 90 por ciento de las personas que dicen, telefonito en mano y revisando wasaps: “Sí, sí… te oigo. Continúa”...
Dos. Continúo. Pese al vuelo atómico de su imaginación, Artaud nunca entrevió que Hollywood y Washington llevarían a la praxis el teatro de la crueldad, cuyas teorías desplegó en El teatro y su doble (1938).
Tres. En su ensayo Contra la interpretación (1964), Susan Sontag apunta una frase de Oscar Wilde: El misterio del mundo es lo visible, no lo invisible. Acaso por ello, cuando Susan en 2001 se preguntó si el atentado a las Torres Gemelas tendría que ver con la política exterior de Estados Unidos, quedó fichada en la USA Patriotic Act, ley promulgada por W. Bush y el Congreso de Estados Unidos.
Cuatro. El teatro bélico ucranio ha sido la última puesta en escena de Washington y Hollywood (okey, y Rusia también). Hay otros iguales de sangrientos, aunque con mucho árabe, negro, palestino. Pero en este no debemos saltar de alegría, como en aquellos filmes que nos trepaban a los tanques aliados para hacer mierda a los nazis.
Cinco. Ahora, no. Ahora, Washington, Biden y la OTAN aplican la lógica del comediante Groucho Marx, corregida: “ freedom” y “ democracy” son mis principios. No tengo otros. Y si no te gustan, te parto la madre.
Seis. Sospecho, entonces, que si entre otras iniciativas similares, Varsovia prohibió la ópera Boris Godunov (que narra la guerra ruso-polaca en el siglo XVII), los profesores que en Polonia explican la tabla periódica de Mendeléyev, tendrán que buscarse otra chamba.
Siete. El gran actor Sean Penn se opuso a la guerra de Irak y se abrazó con Sadam Hussein (2003); a la CNN declaró que su antibelicismo surgió al ver la de Vietnam por televisión, cuando era niño (2011); defendió la causa anticolonial de Argentina en Malvinas (2012) y concurrió al funeral de su amigo Hugo Chávez (2013). Pero en febrero, tras filmar un documental sobre la guerra, se reunió con Volodymir Zelensky, calificando de símbolo histórico de coraje y principios al comediante judeonazi que trabaja de presidente en la ficción y en la realidad.
Ocho. En cambio, el director Oliver Stone (quien no vio la guerra de Vietnam por televisión porque participó en ella), filmó el documental Ucrania en llamas (2014). Que nunca veremos en Netflix porque Oliver declaró al Sunday Times que su documental La historia no contada de Estados Unidos (2012) era una reacción frente al dominio sionista en los medios.
Nueve. La Liga Antidifamación denunció a Oliver por antisemita. Sin embargo, ignoramos si con igual celo denunció al enclave terrorista llamado Israel, tras enviar a Ucrania un contingente de mercenarios judíos para reforzar a los nazis del batallón Azov.
Diez. Por su lado, el ícono del cine Gerard Depardieu (Caballero de la Legión de Honor y de la Orden Nacional al Mérito), que nos conmovió en el papel de Danton, la tiene complicada: se hizo ruso, y Putin le entregó en persona la carta de nacionalidad (2013).
Once. En 2015, Ucrania incluyó al inolvidable Cyrano de Bergerac en la lista negra, y la semana pasada el Ministerio de Cultura de Francia prohibió las películas de su doble Depardieu, señalándolo como amenaza a la seguridad nacional (sic). Para completarla, un fiscal de París desempolvó una denuncia archivada en 2018 por el delito de violación a una joven actriz que, primero Dios, recordó haber sido violada por el actor.
Doce. ¿Y cómo explicar a la octogenaria pacifista Joan Baez en una foto al pie de otra de Zelensky? En todo caso, a los antisistémicos del Ejército de Salvación que proponen confiar en los principios éticos, sin dejarse aplastar por la geopolítica o la lógica estatal, menor hipocresía y mayor consumo de ensaladas saludables.
Trece. La guerra es crimen. Pero si la guerra es el mal absoluto y la paz el bien absoluto, estaríamos regidos por el club de admiradores de Victoriano Huerta, hijos de los que en 1863 ofrecieron la corona de México a un príncipe austriaco. Y el reclamo para que Austria devuelva el penacho de Moctezuma, carecería de sentido.
Catorce. La guerra empezó con el golpe de la CIA en Kiev, el 24 febrero de 2014. Pero los medios que hoy convocan a llorar por los niños, mujeres y ancianos de Ucrania, silenciaron ocho años las masacres de civiles de habla rusa en Donietsk y Lugansk. Niños, mujeres, ancianos y luchadores separatistas (amigos-de-Putin, claro), cazados, torturados y asesinados por el batallón Azov, que el ex presidente Petro Poroshenko y luego Zelensky, condecoraron por su heroísmo.
Quince. Parafraseando a Artaud, ojo con la moralina de Cruz Roja. Los dejo con el documental Donbass (2018), de la cineasta francesa Anne-Laure Bonnel
* Periodista y escritor argentino residente en México. Columnista de La Jornada de México
En 07/04/2022
Uno. Antonin Artaud dudaba de que el lenguaje de las palabras sea el mejor posible. En efecto, difícil en nuestra época, comunicar cualquier cosa frente a 90 por ciento de las personas que dicen, telefonito en mano y revisando wasaps: “Sí, sí… te oigo. Continúa”...
Dos. Continúo. Pese al vuelo atómico de su imaginación, Artaud nunca entrevió que Hollywood y Washington llevarían a la praxis el teatro de la crueldad, cuyas teorías desplegó en El teatro y su doble (1938).
Tres. En su ensayo Contra la interpretación (1964), Susan Sontag apunta una frase de Oscar Wilde: El misterio del mundo es lo visible, no lo invisible. Acaso por ello, cuando Susan en 2001 se preguntó si el atentado a las Torres Gemelas tendría que ver con la política exterior de Estados Unidos, quedó fichada en la USA Patriotic Act, ley promulgada por W. Bush y el Congreso de Estados Unidos.
Cuatro. El teatro bélico ucranio ha sido la última puesta en escena de Washington y Hollywood (okey, y Rusia también). Hay otros iguales de sangrientos, aunque con mucho árabe, negro, palestino. Pero en este no debemos saltar de alegría, como en aquellos filmes que nos trepaban a los tanques aliados para hacer mierda a los nazis.
Cinco. Ahora, no. Ahora, Washington, Biden y la OTAN aplican la lógica del comediante Groucho Marx, corregida: “ freedom” y “ democracy” son mis principios. No tengo otros. Y si no te gustan, te parto la madre.
Seis. Sospecho, entonces, que si entre otras iniciativas similares, Varsovia prohibió la ópera Boris Godunov (que narra la guerra ruso-polaca en el siglo XVII), los profesores que en Polonia explican la tabla periódica de Mendeléyev, tendrán que buscarse otra chamba.
Siete. El gran actor Sean Penn se opuso a la guerra de Irak y se abrazó con Sadam Hussein (2003); a la CNN declaró que su antibelicismo surgió al ver la de Vietnam por televisión, cuando era niño (2011); defendió la causa anticolonial de Argentina en Malvinas (2012) y concurrió al funeral de su amigo Hugo Chávez (2013). Pero en febrero, tras filmar un documental sobre la guerra, se reunió con Volodymir Zelensky, calificando de símbolo histórico de coraje y principios al comediante judeonazi que trabaja de presidente en la ficción y en la realidad.
Ocho. En cambio, el director Oliver Stone (quien no vio la guerra de Vietnam por televisión porque participó en ella), filmó el documental Ucrania en llamas (2014). Que nunca veremos en Netflix porque Oliver declaró al Sunday Times que su documental La historia no contada de Estados Unidos (2012) era una reacción frente al dominio sionista en los medios.
Nueve. La Liga Antidifamación denunció a Oliver por antisemita. Sin embargo, ignoramos si con igual celo denunció al enclave terrorista llamado Israel, tras enviar a Ucrania un contingente de mercenarios judíos para reforzar a los nazis del batallón Azov.
Diez. Por su lado, el ícono del cine Gerard Depardieu (Caballero de la Legión de Honor y de la Orden Nacional al Mérito), que nos conmovió en el papel de Danton, la tiene complicada: se hizo ruso, y Putin le entregó en persona la carta de nacionalidad (2013).
Once. En 2015, Ucrania incluyó al inolvidable Cyrano de Bergerac en la lista negra, y la semana pasada el Ministerio de Cultura de Francia prohibió las películas de su doble Depardieu, señalándolo como amenaza a la seguridad nacional (sic). Para completarla, un fiscal de París desempolvó una denuncia archivada en 2018 por el delito de violación a una joven actriz que, primero Dios, recordó haber sido violada por el actor.
Doce. ¿Y cómo explicar a la octogenaria pacifista Joan Baez en una foto al pie de otra de Zelensky? En todo caso, a los antisistémicos del Ejército de Salvación que proponen confiar en los principios éticos, sin dejarse aplastar por la geopolítica o la lógica estatal, menor hipocresía y mayor consumo de ensaladas saludables.
Trece. La guerra es crimen. Pero si la guerra es el mal absoluto y la paz el bien absoluto, estaríamos regidos por el club de admiradores de Victoriano Huerta, hijos de los que en 1863 ofrecieron la corona de México a un príncipe austriaco. Y el reclamo para que Austria devuelva el penacho de Moctezuma, carecería de sentido.
Catorce. La guerra empezó con el golpe de la CIA en Kiev, el 24 febrero de 2014. Pero los medios que hoy convocan a llorar por los niños, mujeres y ancianos de Ucrania, silenciaron ocho años las masacres de civiles de habla rusa en Donietsk y Lugansk. Niños, mujeres, ancianos y luchadores separatistas (amigos-de-Putin, claro), cazados, torturados y asesinados por el batallón Azov, que el ex presidente Petro Poroshenko y luego Zelensky, condecoraron por su heroísmo.
Quince. Parafraseando a Artaud, ojo con la moralina de Cruz Roja. Los dejo con el documental Donbass (2018), de la cineasta francesa Anne-Laure Bonnel
* Periodista y escritor argentino residente en México. Columnista de La Jornada de México