Las movidas de Xi Jinping
Por Walter Mignolo
7 de abril de 2023
La visita del mandatario Xi Jinping a Moscú, la primera después de haber sido electo presidente de la República Popular China por tercera vez, fue un evento orquestado y decisivo en la mutación del orden mundial unipolar hacia un orden multipolar. Las jugadas del "Occidente colectivo" —el Atlántico Norte— para si no impedir al menos arruinar la visita fueron obvias. La más notoria fue la decisión de la Corte Penal International de emitir una orden de arresto contra Vladimir Putin por crímenes de guerra. La orden fue emitida el 17 de marzo. El encuentro de Xi Jinping con su homólogo ruso Putin comenzó el 20 de marzo.
Ese día los periódicos de Europa y de Estados Unidos recordaron la invasión unilateral de Irak, que tanto China como Rusia impugnaron en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, capitaneada por dos mosqueteros y un convidado de piedra: George W. Bush, Tony Blair y José María Aznar. Hubo consenso en la prensa internacional, consignando lo que ya se sabía, pero que es necesario recordar. La invasión fue una violación del derecho internacional legitimada por una ficción: la posesión de armas de destrucción masiva.
El encuentro de Xi Jinping con Putin, el día del vigésimo aniversario de la invasión de Irak, no fue para nada casual. No solo eso, sino que, al programar la visita para ese día, habiendo anunciado con antelación que uno de los temas de la agenda era la solución de la crisis de Ucrania, sugería para quien quisiera verlo que la condena de Occidente a la invasión rusa de Ucrania era otra de las tantas manifestaciones del doble rasero: quién tiene derecho de invadir y violar la soberanía nacional y quién no lo tiene. Lo que queda pendiente es quién detenta la verdad sin paréntesis para justificar y condenar.
De modo que la movida puso en duda, por un lado, la supuesta ilegitimidad de la invasión rusa al ser esta forzada por el diseño del Atlántico Norte de "contener" (y si es posible, desmantelar) a Rusia. Por lo tanto, defender la soberanía de Rusia desencadenó la invasión de Ucrania en defensa de la seguridad nacional rusa amenazada por las operaciones de la OTAN programadas en Ucrania, desde el golpe de estado del 2014, fecha en la cual Rusia anexionó Crimea.
Y, por otro lado, fue un desconocimiento —por ambos mandatarios— de la orden emitida por la Corte Penal Internacional al juzgar a Putin como criminal de guerra y haber guardado silencio en torno a los crímenes de guerra cometidos en Irak. El hecho de que el expresidente George W. Bush haya declarado, en 2008, que fue un error haber asumido que Sadam Hussein poseía armas de destrucción masiva, no lo exculpa de los crímenes cometidos, ni su declaración convence de que no lo hubiese sabido en el momento de la invasión.
Que Sadam Hussein no poseyera armas de destrucción masiva aseguró el éxito de la invasión. La prensa europea puede, quiere o debe olvidar estas conexiones. China y Rusia no las olvidan. Fue así por mucho tiempo: quien agrede olvida o pretende olvidar, quienes padecen la agresión no lo olvidan jamás.
Pero eso no es todo. El Ministerio de Relaciones Exteriores de China publicó el documento "Posición de China sobre la solución política de la crisis de Ucrania", con fecha del 24 de febrero de 2023. Esto es, el día del primer aniversario del inicio de la operación militar en Ucrania. La operación militar especial en Ucrania, en el vocabulario oficial de Rusia (invasión, en el vocabulario de los comunicados estatales y de la prensa occidentales), ocurrió veinte días después de que, en Beijing y antes de la iniciación de los Juego Olímpicos de 2022, Xi Jinping y Vladimir Putin firmaron un acuerdo iniciando "la nueva era de las relaciones internacionales y del desarrollo global sustentable". 1
El encuentro histórico de Xi Jinping y Vladimir Putin en Moscú, ignorando los esfuerzos judiciales y mediáticos para desprestigiar al segundo y ganar la simpatía del primero, fracasaron una vez más. Da la impresión de que especialmente el gobierno de Estados Unidos no ha entendido todavía que la cooperación de China y Rusia es inalienable e inalterable. Da también la impresión de que el gobierno de Estados Unidos se considera poseedor de la verdad sin paréntesis y de la justicia universal divina. Estas son consecuencias "naturales" de la hegemonía política unipolar y epistémica universal.
Irán y Arabia Saudita
Tanto la reciente mediación de China para restablecer las relaciones pacificas, políticas, económicas y diplomáticas de Irán y Arabia Saudita, como el histórico encuentro en Moscú el 20 de marzo, son jalones inequívocos del incontenible rol de China en el emergente orden mundial multipolar. En este punto solo una conflagración nuclear podría detenerla. A primera vista, la trascendencia y las ramificaciones del acuerdo firmado por Irán y Arabia Saudita, mediados por la diplomacia China, son enormes. En primer lugar, el hecho simple y firme a la vez de que China haya tomado la iniciativa de promover la cooperación en vez de la competencia. En segundo lugar el hecho nada trivial de que Estados Unidos no haya tenido ninguna participación en los diálogos entre Arabia Saudita, Irán y China. En tercer lugar, que Israel, ahora en manos de la extrema derecha, tampoco haya participado y, más aún, que sus relaciones con Arabia Saudita para contener la influencia de Irán en Asia Occidental (Oriente Medio en la perspectiva de Occidente) ya no serán las que fueron. La movida de Xi Jinping remueve el tablero después de la movida de Joe Biden conectando Polonia con Ucrania. 3
Por otra parte, el acuerdo implica un giro notable de Arabia Saudita -liderada por el príncipe heredero de la corona Mohammed bin Salman- con repercusiones en Asia del Oeste (Oriente Medio). Las relaciones estrechas de Arabia Saudita con Estados Unidos e Israel tienden ser reemplazadas por las relaciones estrechas con China e Irán. Sin embargo, esto no es todo. La colaboración de Arabia con Rusia, ambos miembros fuertes de la OPEC, fue decisiva -y a la vez desobediente- frente a las amenazas de Biden de castigar a Ryad por bajar la producción de petróleo, agravando así el cierre del gasoducto que suministraba el 40 por ciento del gas a la Unión Europea. Esto ocurrió antes de que el gasoducto Nord Stream 2 fuera saboteado. Pero eso no es todo. El 9 de marzo, un día antes de que Irán y Arabia Saudita firmaran el acuerdo de mutua colaboración en Beijing, el príncipe Faisal bin Farhan Al Saud, ministro de Relaciones Exteriores saudita, viajo a Moscú para dialogar con su homólogo ruso, Serge Lavrov. Con anterioridad, Arabia Saudita había solicitado junto con Turquía y Egipto, su membrecía al grupo BRICS, mientras que Irán ya firmó el memorando de la Organización de Cooperación de Shanghái.
Cooperación o confrontación
Haber llegado a este punto sin afirmar que los Estados involucrados son "Estados autoritarios” podría sugerir al lector que estoy tomando partido por el autoritarismo, lo cual no se condice con la perspectiva decolonial que sostengo. Se supone que la perspectiva decolonial debería condenar todo autoritarismo y promover la democracia. El problema es que hoy el autoritarismo chino promueve la multipolaridad y la cooperación, mientras que la democracia neoliberal se esfuerza por conservar el orden unipolar mediante la guerra. Lo cual implica imponer un orden planetario homogéneo según el modelo del Atlántico Norte (EE.UU, OTAN, Unión Europea) mediante sanciones y aumento armamentista. Mientras que la primera orientación liderada por China promueve la cooperación, la segunda liderada por Estados Unidos promueve la guerra.
De modo que la ecuación se trastoca: mientras que China gestiona la paz y la cooperación, Estados Unidos promueve la guerra. Algo extraño está ocurriendo. Ya no es posible entender el cambio de época manteniendo la lógica binaria de la época de cambio: o estás conmigo o estás con mis enemigos. La actitud decolonial en este caso es ni lo uno ni lo otro. Pero esto, se dirá, es lavarse las manos y no tomar partido. No exactamente. En verdad es tomar partido rechazando la trampa de la lógica binaria, desprendernos de la lógica hegemónica durante la época de cambios y comenzar a entender que los Estados "autoritarios" en las políticas domésticas pueden re-orientar relaciones internacionales democráticas, mientras que los Estados "democráticos" en las políticas domésticas pueden promover la guerra en las relaciones internacionales. En este rubro, la descolonialidad nos invita a revisar los presupuestos que justifican la guerra permanente para contener los “ejes del mal” que nos amenazan. No caer en la trampa es ya tomar partido, además de ser una actitud saludable y liberadora. Tal actitud nos invita a reconocer, nos guste o no nos guste, que los Estados “autoritarios multipolares” son consecuencias de los diseños de homogeneización “democrática unipolar”.
El Wall Street Journal publicó el 11 de mayo un artículo con un título revelador: “Xi Jinping Bring’s China Reform Era to and End” (Xi Jinping pone fin a la era de reformas). La articulista, Linglei Wei, corresponsal en jefe de asuntos concernientes a China del diario, destaca el cierre de las cinco décadas de reformas introducidas por Deng Xiopeng hacia el final de los 70. Subraya, además, que las movidas de Xi Jinping destacan el liderazgo del Partido Comunista en todos los aspectos de gobernación. Lo cual marca no solo el fin del periodo de reformas sino que, sobre todo, clausura la apertura de China hacia Occidente. En Occidente es común criticar el autoritarismo chino en contraste con la democracia del "mundo libre". Sin embargo, la democracia en manos de los Estados imperiales dejó de ser tal hace tiempo, si alguna vez lo fue. Y, por contagio, en muchos Estados que conservan los legados coloniales. Para Wei, este vuelco clausura el orden internacional que conocimos en las últimas cuatro décadas y concluye sugiriendo que el cambio de rumbo trae consigo la eventual incertidumbre del orden global. La incertidumbre es ya notoria desde el derrumbe de la Unión Soviética y el presunto fin de la historia. La incertidumbre comenzó hacia 2001, mucho antes de que China diera el vuelco radical en la tercera investidura de Xi Jinping.
Por su parte, el Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Popular China -a cargo del nuevo secretario de Relaciones Exteriores, Qing Gang- publicó, en febrero pasado un documento titulado “La hegemonía de Estados Unidos y sus peligros”. El documento, analítico a la vez que descriptivo, concluye con estas palabras: “Los Estados y sus gobiernos deben respetarse y tratarse como iguales. Los Estados de mayores recursos deben comportarse de manera acorde con su estatus y tomar la iniciativa en la búsqueda de un nuevo modelo de relaciones de Estado a Estado caracterizado por el diálogo y la asociación, no por la confrontación (...) China se opone a todas las formas de hegemonismo y política de poder, y rechaza la injerencia en los asuntos internos de otros países. Estados Unidos debe efectuar un serio examen de conciencia. Debe examinar críticamente lo que ha hecho, dejar de lado su arrogancia y prejuicio, y abandonar sus prácticas hegemónicas, dominantes y de intimidación”. Nos encontramos, de pronto, con un Estado autoritario que propone relaciones interestatales armónicas y un Estado democrático que promueve la guerra. El primero tiene detrás de sí la lógica cósmica del yin-yang, mientras que el segundo tiene detrás la lógica binaria aristotélica trasvasada a la lógica binaria de la teología cristiana. El primero propone el diálogo y los acuerdos de mutuos beneficios ("win-win” es la expresión de Xi Jinping), mientras que el segundo propone la competencia, el conflicto y el juego de suma cero.
Punto sin retorno
Lo que está en juego es un proceso sin retorno, del cual la invasión rusa de Ucrania es otro signo evidente, “el irresistible vuelco del poder global hacia el Este” que el diplomático e historiador singapurense Kishore Mahbubani había ya detectado en 2008. En el libro cuyo subtitulo acabo de parafrasear, Maharaní incluye un significativo capítulo titulado “Desoccidentalizacion”, a la que conecta con la multipolaridad. Por mi parte, he explorado esta idea en varias oportunidades en el ámbito de América Latina. Una de ellas fue publicada en Pagina/12, en diciembre del 2011.
En varias oportunidades destaqué la consolidación de Estados desobedientes que deslegitiman la hegemonía moderna/colonial que postula y defiende universales abstractos en el conocimiento y unipolaridad político-económica en el orden global. Al hacerlo, cierran el ciclo de la occidentalización del mundo que perduró desde 1500 hasta alrededor del 2000. Un ejemplo del primer caso es la reciente declaración del presidente de Francia, Emanuel Macron, al justificar la forzada ley de jubilación diciendo que la reforma no es un lujo sino una necesidad de la nación. El universal abstracto "nación" justifica la imposición de una ley rechazada por el 75 por ciento de la población. Mientras que la negativa de Occidente a entablar diálogo con la propuesta China de mediar en la crisis ucraniana revela lo segundo, con el argumento de que China no es un estado imparcial. En tanto, China sostiene que ningún Estado de la OTAN puede mediar en la resolución de la crisis porque no pueden ser imparciales.
Por debajo de las acusaciones del Atlántico Norte hacia China y Rusia, y viceversa, que circulan en la prensa y en las comunicaciones oficiales, lo que está en juego son "cosmologías" (cosmovisiones, cosmo-vivencias) irreconciliables, aunque entrelazadas en distintos momentos de los 50 años de expansión occidental; es decir, de globalización. Cosmologías que regulan el conocer, el sentir, el actuar. En el entrelazamiento residen el problema y las muchas dificultades para entender la desoccidentalización y la multipolaridad puesto que en la lógica de Occidente todo se reduce al binarismo.
Win-win
La insistencia de Xi Jinping en la fórmula "ganar-ganar" (win-win) no conviene a la formula política occidental de "suma cero", según la cual alguien tiene que ganar y alguien tiene que perder. La fórmula "ganar-ganar" es la versión política, económica y militar del constante fluir del yin-yang, mientras que la "suma cero" es la versión político-económica del binarismo aristotélico del tercero excluido, materializado por la teología cristiana en sus prácticas -justificadas por Santo Tomas de Aquino en su canónica Suma Teológica-.
Ahora bien, la versión política "ganar-ganar" encuentra su fundamento en la complementariedad del yin-yang, es paralela a la versión politológica que cuestiona la supuesta universalidad de las relaciones internacionales hegemonizadas por Occidente desde el siglo XVI. La política "suma cero" estaba ya implícita, no anunciada en estos términos, en la expansión occidental, teológica y económicamente mercantilista, desde entonces. Lo que se desarrolla con la política "suma cero" es un tejido de poder que consiste en dominación/explotación y opresión/conflicto. Sin duda, los conflictos surgieron en el siglo XVI y no pararon de existir. Lo que ocurrió en las últimas décadas es que la estructura de gobierno conocida como Estado monárquico primero y Estado nación, luego, y la economía de acumulación conocida como capitalismo (mercantil, industrial, tecnológico), fueron dos instrumentos fundamentales de la expansión, explotación y opresión. De modo que la forma Estado y la forma económica capitalismo fueron "apropiadas" y actualizadas en memorias y legados culturales locales de larga data, pero desobedientes con respecto a los diseños expansivos y homogeneizadores de Occidente.
La posición de China en la crisis de Ucrania es la de no involucrarse y tomar partido en el conflicto. Lo cual no quiere decir que su posición no sea cercana a la de Rusia, puesto que ambos Estados entienden que la provocación de la OTAN, al servicio de EE.UU. y de la Unión Europea, usando a Ucrania (con su propio consentimiento) para "contener" (si no desmantelar) a Rusia provocó la invasión rusa. De ahí en más, la pugna cuya resolución no está a la vista consiste en la insistencia del Atlántico Norte para mantener el orden global unipolar y la negación de China, Rusia e Irán decididamente, de Turquía e India todavía ambiguamente, y de otros Estados que mantienen una actitud de no apoyo a las sanciones y de acercamiento al irreversible vuelco político y económico hacia el Este.
Ahora bien, la cosmología china es diferente de la de Occidente, sin duda. No es opuesta. Es simplemente distinta. Que sea opuesta es la versión de Occidente. Y no es la única distinta de la cosmología occidental. Pero están entrelazadas desde la Guerra del Opio. Hasta mediados del siglo XIX eran cosmologías distintas, pero no binariamente opuestas. Como lo eran también las cosmologías africanas antes de 1652, cuando Occidente comenzó a infiltrarse y a encadenar, negando, lo que ahí había. Que por ello no dejaron de existir, sino que coexistieron como diferencia, pero la diferencia inventada por Occidente para construir su mismidad. Y como lo fueron las civilizaciones del continente que para Europa fue un Nuevo Mundo.
De modo que, desde el siglo XVI, Occidente encadenó todas las cosmologías coexistentes y las subordinó a su propia cosmología. Es decir, globalizó su provincial universalidad. Lo cual fue un logro. Pero al mismo tiempo, promovió la resurrección de las civilizaciones encadenadas. Y eso es lo que ocurre hoy con China, Rusia e Irán. Estas, como lo hizo Europa en su momento, se apropiaron de los logros de Occidente para reconstituir lo que Occidente destituyó. No volver al pasado -es obvio, a quién se le ocurre si no a críticos postmodernos-, sino todo lo contrario, para reconstituir el pasado en el presente y, en ese presente reconstituido, sentar las bases de sus futuros. No se trata de hibridez, sino de cosmologías entrelazadas en diferenciales de poder: las diferencias coloniales y las diferencias imperiales, la segunda montada sobre la primera. La pugna de EE.UU. con China está montada sobre la diferencia imperial. China nunca padeció el colonialismo de asentamiento, como India. Pero no escapó a la colonialidad, que no necesita colonias de asentamiento. En cambio, India sí padeció el diferencial colonial de poder, el cual marcó su dependencia de Inglaterra. Argentina no padeció colonias francesas e inglesas de asentamiento. Pero después de las independencia de España, la colonialidad la atrapó en las redes políticas, económicas e intelectuales de Inglaterra y Francia.
De ahí también que la retórica del Partido Comunista y del gobierno chino se haya apropiado no solo de la economía de acumulación sino también de su retórica: el mantra occidental de la modernización. Xi Jinping lanzó el modelo "no-occidental de modernización", el cual no es "modernización alternativa", sino que es alternativa a la modernización occidental. Desde su versión secular a partir del siglo XVII, bajo el mote de "progreso y civilización", la modernización occidental presuponía que el modelo global era el occidental (en ese momento liderado por Inglaterra y Francia) y, por lo tanto, la lógica de "suma cero". Es decir, el progreso y la civilización presuponía "dejar atrás" la tradición y la barbarie. Domingo Faustino Sarmiento dixit. La modernización propuesta por China, modelada en el yin-yang, ni deja atrás ni intenta civilizar a nadie, sino de trabajar conjuntamente para "ganar-ganar". Mientras que el modelo occidental pregona la unipolaridad de su propia civilización, el modelo chino pregona la multipolaridad que respeta cada una de las civilizaciones coexistentes.
Conflictos sin guerra
Paralela a la retórica del Partido Comunista y del gobierno de China, camina la investigación politológica que cuestiona la unipolaridad de las relaciones internacionales reguladas por Occidente después del Tratado de Westfalia y modelada sobre la forma secular de gobierno de los Estados nacionales, la tripartición de poderes y la pluralidad (aunque en general son siempre dos) de partidos políticos que disputan, mediante el voto, la conducción gubernamental del Estado. En la variedad de propuestas que proponen la actualización de las regulaciones inter-gobierno de las tribus o comunidades en la antigua China, Zhao Tingyan, filósofo y teórico de las relaciones internacionales, es una de las voces más interesantes y, claro está, controvertidas. Zhao propone lo siguiente: las relaciones internacionales hoy están modeladas sobre la base del Estado-nación y acopladas a las variantes de los diseños occidentales, primero eurocentrados y luego remodelados por el Atlántico Norte mediante la creación de las Naciones Unidas. Las "naciones" unidas no podían denominarse Estados Unidos porque el nombre ya estaba adquirido, aunque las Naciones Unidas fueran un diseño estadounidense que, después de la Segunda Guerra Mundial, reemplazó a la Liga de las Naciones lideradas por el imperio británico. Es decir, las relaciones internacionales que en realidad son interestatales, están sujetas a la pervivencia del orden mundial unilateral. Esta es una de las razones por las cuales, recientemente, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas rechazó la propuesta rusa para investigar el sabotaje del Nord Stream 2, el cual, según el informe de Seymour Hersh, indica a EE.UU. y a Joe Bien como principales diseñadores y responsables.
El orden mundial, en camino avanzado hacia la multipolaridad, liderado por China, no puede ya continuar bajo el modelo obsoleto que dio buenos resultados durante el proceso de occidentalización del mundo pero que es inválido para la desoccidentalización. Es decir, para los procesos de reconstitución de civilizaciones destituidas por las regulaciones internacionales digitadas primero por Europa (Liga de las Naciones) y luego por Estados Unidos (Naciones Unidas).
Zhao argumenta que la versión secular de las relaciones internacionales no fue una creación ex nihilo del siglo XVIII y XIX, puesto que hunde sus raíces en la filosofía política griega (Platón y Aristóteles), en la teología política cristiana (Carl Schmitt), en el renacimiento europeo (Nicolás Maquiavelo, en Italia, Francisco de Vitoria en España, Hugo Grotius en Holanda) y en los albores de la Ilustración (John Locke). Mientras que esta honrosa y sólida tradición es respetable, es ya insostenible para regir el orden mundial multipolar.
Zhao propone, en cambio, trazar las huellas de Tianxia (Todo bajo el cielo), en vez de hacerlo a partir de la cosmología griega, la política de Aristóteles y la república de Platón, tradición que se arrastra hasta nuestros días pasando por los nombres mencionados en el párrafo anterior. Básicamente, el legado que la tradición china nos deja para repensar y rehacer las relaciones internacionales hoy es el camino de los acuerdos, y no el de la guerra. Por eso, en el clásico Arte de la Guerra (siglo IV AC), Sun Tzu elabora los artilugios de la disuasión diplomática, respaldada claro está por la fuerza militar.
Los objetivos son los de evitar la guerra a toda costa. Por lo demás, el arte de la guerra no está basado en el juego de "suma cero" (inventado en la teoría de los juegos usadas por la Corporación Rank durante la Guerra Fría), sino en la complementariedad de los contrarios, sostenidos por el yin-yang. Tianxia presupone que todo lo que está bajo el cielo debe estar en balance y armonía, lo cual no quiere decir que no haya conflictos, sino que no haya guerra. Huelga decir que "cielo" en la antigua cosmogonía china equivale al "cosmos" griego, puesto que todo lo que está bajo el cielo en armonía es el momento posterior al desorden que en el vocabulario griego era el chaos.
No todo va sobre ruedas y las polémicas no solo tuvieron y tienen lugar en China, sino fundamentalmente en el Atlántico Norte. Pero hay una diferencia, y no pequeña. El debate en China es doméstico sobre relaciones internacionales. El malestar en el Atlántico Norte reside en que los politólogos y filósofos chinos se atrevan a cuestionar la hegemonía del orden mundial ya consagrado desde hace dos siglos y medio. De modo que las movidas de Xi Jinping, con el acompañamiento de Vladimir Putin, no intentan ser desafíos a Occidente, sino autodefensa y autodeterminación. La confrontación de la OTAN con Rusia en Ucrania, y el avance de la OTAN y Estados Unidos hacia Taiwán, son movidas para proteger la unilateralidad "amenazada" por la multipolaridad.