Por Héctor Altamirano
En 29/09/2023
Es un hecho que la población de diferentes países de nuestra región apoya o ha apoyado a gobiernos conservadores. Incluso un buen porcentaje estuvo de acuerdo con las dictaduras más sangrientas (las dirigidas por la Doctrina de la Seguridad Nacional)[1]. Los fenómenos políticos de derecha, por lo tanto, no son nuevos ni en Uruguay ni en la región. Los sectores populares han apoyado a estos gobiernos a lo largo de todo el siglo XX y de lo que va del XXI.
Es importante hacer una distinción en este punto. Lo popular por ser popular no es en sí mismo una señal que implique acciones que se dirijan a una sociedad más justa e igualitaria. En ocasiones lo popular o los sectores populares pueden ser sumamente opresores o dirigir sus acciones a concepciones reaccionarias que van incluso en su contra. Recordemos que el movimiento nacional-socialista alemán obtuvo apoyos de grandes masas populares en muchos países europeos e incluso en nuestro país para la sorpresa de muchos, pues el mito del Uruguay tolerante se destruye.[2]
Hay muchos pensadores que han trabajado sobre este punto de problematizar las acciones de los sectores populares. Entre otros hay dos autores que elaboraron en base a su experiencia con movimientos sociales y su participación en la producción de conocimiento académico. Ellos son José Luis Rebellato y Helio Gallardo (pensador nacido en Chile y exiliado en Costa Rica tras el golpe).
El primero trabajó en diversos ámbitos con trabajadores afiliados a diversos sindicatos, en comunidades barriales, en servicios de salud comunitarios, etcétera. Recordemos que desarrolló su tarea especialmente a partir de los años 80 del siglo pasado, en plena posdictadura. En los sindicatos, entre otras discusiones, se daba una que se presentaba de manera recurrente en torno a la “conciencia de clase” y por qué muchos trabajadores no se percibían ni siquiera como parte de la clase trabajadora. Menos aún se observaban como sujetos de cambio los sectores que no están vinculados a un trabajo formal y lo que hacen es sobrevivir de diversas maneras [3].
Estos sectores sociales son los que muchas veces más arraigada y aceptada tienen la filosofía dominante que afirma “qué se le va a hacer, la vida es así: el que nació pobre se tiene que joder” o la otra cara que forma la misma moneda del fatalismo: “No me importa nada y voy a hacer cualquier cosa para conseguir dinero”. Toda esta dinámica se ve reforzada por los grandes medios de comunicación y los dispositivos móviles y redes sociales que constantemente envían mensajes: “Estos invaden todos los rincones de la vida, penetran en los resquicios más profundos de nuestra personalidad” [4]. En otro pasaje es más explícito el mensaje: “El hambre no crea conciencia en sí mismo”. Por eso es que planteaba que no es posible romantizar a estas poblaciones ni tampoco a los trabajadores organizados, ni aun a aquellos militantes, pues “no es lo mismo conciencia que militancia; la acción de por sí no es generadora de conciencia” (Rebellato, Intelectual radical, p. 90). En los oprimidos encontramos al opresor, encontramos al sistema dentro de las acciones y pensamientos de los sectores oprimidos. Los valores del sistema dominante están arraigados en la mayoría de la población.
Este tiempo está marcado por la idea del “sálvese quien pueda”, de la meritocracia. Las propuestas colectivas muchas veces carecen de participación. Muchas veces las propuestas políticas de cambio (centradas en los partidos sin tener en cuenta al campo social) lo que prometen es administrar el sistema vigente y se contentan con mejorar índices o con aspectos institucionales. Pero no potencian ni fomentan el pensamiento crítico ni la organización colectiva, sino el seguidismo a caudillos de turno o a personas que representan el orden dentro de esos espacios.
Tampoco podemos olvidar que la dictadura que se instaló en Uruguay hace 50 años (aunque hay claras señales de cortes autoritarios desde 1968) fue la que implantó a partir de la represión el miedo y de esa manera el modelo de la dictadura de mercado. Como plantea Álvaro Rico: “Si bien los golpes de Estado y las dictaduras tienen efectos inmediatos con relación al orden político y social preexistente, trascienden su propia temporalidad (en nuestro caso, 1973-1984) para generar efectos de realidad en el orden institucional que emerge luego de las mismas, en la etapa posdictadura (1985-2005)”. Por otro lado, “la dictadura abarca también otras manifestaciones socioculturales que perduran en el tiempo, al margen de los regímenes políticos, condicionando los procesos de reconstrucción de la institucionalidad democrática y difuminando la violencia entre las formas de convivencia de los uruguayos en el presente” [5].
¿Y las propuestas de cambio?
El segundo autor que presentamos para pensar lo que sucede es Helio Gallardo. Este, entre otros aspectos de su diversa obra, plantea que el término “popular” es polisémico y que se debe especificar qué uso se le da en determinado contexto concreto. También aclara lo siguiente: que sea de un sector popular no implica que su comportamiento sea el de un sujeto que busque cambios al orden establecido, sino que con sus acciones y pensamientos puede reproducir el sistema dominante.
Por otro lado, los sectores populares se pueden convertir en sujetos populares, es decir, pueden ser hacedores de la historia: “Cuando grupos de un sector popular se mueven para conseguir reivindicaciones, un trato justo en la economía, hablamos de actores sociales populares. Cuando grupos semejantes se movilizan ligando aspectos reivindicativos con las condiciones estructurales o sistémicas que producen sus carencias o necesidades personales y grupales, hablamos de movilizaciones sociales populares y, si es el caso, de movimientos sociales populares. Por su acción, las movilizaciones y movimientos de actores sociales populares los constituyen como sujetos colectivos” [6].
No existen hoy en nuestra región, y tampoco en Uruguay, movimientos o sujetos populares potentes (parece un absurdo hablar de revolución en este momento). En cinco décadas, la revolución pasó de estar “a la vuelta de la esquina” a ni aparecer en el imaginario social. Sólo pequeños grupos voluntaristas levantan esa bandera.
Enzo Traverso, en sus dos últimas obras [7], trabaja sobre el universo de las izquierdas y cómo han quedado en un pasado que parece muy lejano para la sociedad actual. La caída del denominado socialismo real llevó a un desconcierto de todas las izquierdas a nivel global. El abandono de toda referencia a la revolución y la amnesia respecto de esta parecen ser parte de esa caída.
Para dar cierre a este aspecto, que parece central en esta coyuntura marcada por el avance de las derechas en la región y en nuestro país, se debe decir que es impostergable un trabajo político-ideológico consistente y bien estructurado para conformar un proyecto político y social que no caiga en las fauces del sistema dominante. No tender a esto llevaría quizá a un cambio de administradores en el gobierno pero que sería incapaz de detener o al menos criticar las lógicas profundas del sistema vigente.
“La historia no es el resultado mecánico de relaciones entre estructuras; es el movimiento de una colectividad que toma en sus manos su propio destino. Según la expresión de Engels, tenemos que hacer la historia nosotros mismos, a partir de unas premisas y sobre la base de condiciones determinadas”.8 El desafío para no quedar entrampados como sociedad y no volver a caer en la misma lógica de potenciar el sistema dominante es construir colectivos y seres críticos. Ese es un desafío enorme que no termina en una decisión electoral. Si no se apunta y trabaja en esta dirección y se vuelve a un progresismo de tinte neoliberal seguidor de un líder carismático (que puede ser hombre o mujer, es indistinto) caeremos en un Milei uruguayo, tarde o temprano.
Notas[1] Hay estudios al respecto que vienen analizando esta situación en nuestro país, como los trabajos de Aldo Marchesi, Carlos Demasi y Javier Correa.
[2] Puede consultarse para profundizar el trabajo de María Magdalena Camou, Influencia y presencia del nazismo en el Uruguay de los años treinta.
[3] En cierta manera estos sectores juegan un papel fundamental para el sistema dominante, pues, como ha sido estudiado por varios autores, son las “poblaciones peligrosas”. Entre otros Michel Foucault y Loïc Wacquant han desarrollado estas nociones de forma muy minuciosas.
[4] Rebellato, Intelectual radical, p. 78.
[5] Rico, 2005: 121.
[6] Gallardo, 2011, p. 79.
[7] El primero se llama Melancolía de izquierda. Marxismo, historia y memoria y el último Revolución. Una historia intelectual.
[8] Rebellato, Intelectual radical, p. 55.
*Docente de Historia.
La Diaria
En 29/09/2023
Es un hecho que la población de diferentes países de nuestra región apoya o ha apoyado a gobiernos conservadores. Incluso un buen porcentaje estuvo de acuerdo con las dictaduras más sangrientas (las dirigidas por la Doctrina de la Seguridad Nacional)[1]. Los fenómenos políticos de derecha, por lo tanto, no son nuevos ni en Uruguay ni en la región. Los sectores populares han apoyado a estos gobiernos a lo largo de todo el siglo XX y de lo que va del XXI.
Es importante hacer una distinción en este punto. Lo popular por ser popular no es en sí mismo una señal que implique acciones que se dirijan a una sociedad más justa e igualitaria. En ocasiones lo popular o los sectores populares pueden ser sumamente opresores o dirigir sus acciones a concepciones reaccionarias que van incluso en su contra. Recordemos que el movimiento nacional-socialista alemán obtuvo apoyos de grandes masas populares en muchos países europeos e incluso en nuestro país para la sorpresa de muchos, pues el mito del Uruguay tolerante se destruye.[2]
Hay muchos pensadores que han trabajado sobre este punto de problematizar las acciones de los sectores populares. Entre otros hay dos autores que elaboraron en base a su experiencia con movimientos sociales y su participación en la producción de conocimiento académico. Ellos son José Luis Rebellato y Helio Gallardo (pensador nacido en Chile y exiliado en Costa Rica tras el golpe).
El primero trabajó en diversos ámbitos con trabajadores afiliados a diversos sindicatos, en comunidades barriales, en servicios de salud comunitarios, etcétera. Recordemos que desarrolló su tarea especialmente a partir de los años 80 del siglo pasado, en plena posdictadura. En los sindicatos, entre otras discusiones, se daba una que se presentaba de manera recurrente en torno a la “conciencia de clase” y por qué muchos trabajadores no se percibían ni siquiera como parte de la clase trabajadora. Menos aún se observaban como sujetos de cambio los sectores que no están vinculados a un trabajo formal y lo que hacen es sobrevivir de diversas maneras [3].
Estos sectores sociales son los que muchas veces más arraigada y aceptada tienen la filosofía dominante que afirma “qué se le va a hacer, la vida es así: el que nació pobre se tiene que joder” o la otra cara que forma la misma moneda del fatalismo: “No me importa nada y voy a hacer cualquier cosa para conseguir dinero”. Toda esta dinámica se ve reforzada por los grandes medios de comunicación y los dispositivos móviles y redes sociales que constantemente envían mensajes: “Estos invaden todos los rincones de la vida, penetran en los resquicios más profundos de nuestra personalidad” [4]. En otro pasaje es más explícito el mensaje: “El hambre no crea conciencia en sí mismo”. Por eso es que planteaba que no es posible romantizar a estas poblaciones ni tampoco a los trabajadores organizados, ni aun a aquellos militantes, pues “no es lo mismo conciencia que militancia; la acción de por sí no es generadora de conciencia” (Rebellato, Intelectual radical, p. 90). En los oprimidos encontramos al opresor, encontramos al sistema dentro de las acciones y pensamientos de los sectores oprimidos. Los valores del sistema dominante están arraigados en la mayoría de la población.
Este tiempo está marcado por la idea del “sálvese quien pueda”, de la meritocracia. Las propuestas colectivas muchas veces carecen de participación. Muchas veces las propuestas políticas de cambio (centradas en los partidos sin tener en cuenta al campo social) lo que prometen es administrar el sistema vigente y se contentan con mejorar índices o con aspectos institucionales. Pero no potencian ni fomentan el pensamiento crítico ni la organización colectiva, sino el seguidismo a caudillos de turno o a personas que representan el orden dentro de esos espacios.
Tampoco podemos olvidar que la dictadura que se instaló en Uruguay hace 50 años (aunque hay claras señales de cortes autoritarios desde 1968) fue la que implantó a partir de la represión el miedo y de esa manera el modelo de la dictadura de mercado. Como plantea Álvaro Rico: “Si bien los golpes de Estado y las dictaduras tienen efectos inmediatos con relación al orden político y social preexistente, trascienden su propia temporalidad (en nuestro caso, 1973-1984) para generar efectos de realidad en el orden institucional que emerge luego de las mismas, en la etapa posdictadura (1985-2005)”. Por otro lado, “la dictadura abarca también otras manifestaciones socioculturales que perduran en el tiempo, al margen de los regímenes políticos, condicionando los procesos de reconstrucción de la institucionalidad democrática y difuminando la violencia entre las formas de convivencia de los uruguayos en el presente” [5].
¿Y las propuestas de cambio?
El segundo autor que presentamos para pensar lo que sucede es Helio Gallardo. Este, entre otros aspectos de su diversa obra, plantea que el término “popular” es polisémico y que se debe especificar qué uso se le da en determinado contexto concreto. También aclara lo siguiente: que sea de un sector popular no implica que su comportamiento sea el de un sujeto que busque cambios al orden establecido, sino que con sus acciones y pensamientos puede reproducir el sistema dominante.
Por otro lado, los sectores populares se pueden convertir en sujetos populares, es decir, pueden ser hacedores de la historia: “Cuando grupos de un sector popular se mueven para conseguir reivindicaciones, un trato justo en la economía, hablamos de actores sociales populares. Cuando grupos semejantes se movilizan ligando aspectos reivindicativos con las condiciones estructurales o sistémicas que producen sus carencias o necesidades personales y grupales, hablamos de movilizaciones sociales populares y, si es el caso, de movimientos sociales populares. Por su acción, las movilizaciones y movimientos de actores sociales populares los constituyen como sujetos colectivos” [6].
No existen hoy en nuestra región, y tampoco en Uruguay, movimientos o sujetos populares potentes (parece un absurdo hablar de revolución en este momento). En cinco décadas, la revolución pasó de estar “a la vuelta de la esquina” a ni aparecer en el imaginario social. Sólo pequeños grupos voluntaristas levantan esa bandera.
Enzo Traverso, en sus dos últimas obras [7], trabaja sobre el universo de las izquierdas y cómo han quedado en un pasado que parece muy lejano para la sociedad actual. La caída del denominado socialismo real llevó a un desconcierto de todas las izquierdas a nivel global. El abandono de toda referencia a la revolución y la amnesia respecto de esta parecen ser parte de esa caída.
Para dar cierre a este aspecto, que parece central en esta coyuntura marcada por el avance de las derechas en la región y en nuestro país, se debe decir que es impostergable un trabajo político-ideológico consistente y bien estructurado para conformar un proyecto político y social que no caiga en las fauces del sistema dominante. No tender a esto llevaría quizá a un cambio de administradores en el gobierno pero que sería incapaz de detener o al menos criticar las lógicas profundas del sistema vigente.
“La historia no es el resultado mecánico de relaciones entre estructuras; es el movimiento de una colectividad que toma en sus manos su propio destino. Según la expresión de Engels, tenemos que hacer la historia nosotros mismos, a partir de unas premisas y sobre la base de condiciones determinadas”.8 El desafío para no quedar entrampados como sociedad y no volver a caer en la misma lógica de potenciar el sistema dominante es construir colectivos y seres críticos. Ese es un desafío enorme que no termina en una decisión electoral. Si no se apunta y trabaja en esta dirección y se vuelve a un progresismo de tinte neoliberal seguidor de un líder carismático (que puede ser hombre o mujer, es indistinto) caeremos en un Milei uruguayo, tarde o temprano.
Notas[1] Hay estudios al respecto que vienen analizando esta situación en nuestro país, como los trabajos de Aldo Marchesi, Carlos Demasi y Javier Correa.
[2] Puede consultarse para profundizar el trabajo de María Magdalena Camou, Influencia y presencia del nazismo en el Uruguay de los años treinta.
[3] En cierta manera estos sectores juegan un papel fundamental para el sistema dominante, pues, como ha sido estudiado por varios autores, son las “poblaciones peligrosas”. Entre otros Michel Foucault y Loïc Wacquant han desarrollado estas nociones de forma muy minuciosas.
[4] Rebellato, Intelectual radical, p. 78.
[5] Rico, 2005: 121.
[6] Gallardo, 2011, p. 79.
[7] El primero se llama Melancolía de izquierda. Marxismo, historia y memoria y el último Revolución. Una historia intelectual.
[8] Rebellato, Intelectual radical, p. 55.
*Docente de Historia.
La Diaria