12 ago 2013
TESTIMONIO XII : ROSENCOF
¿CUANTOS NEGOCIOS, CUANTOS NEGOCIABAN?
¿QUE NEGOCIABAN?
¿POR QUE NEGOCIABAN?
Reflotamos esta vieja nota sobre todo por las afirmaciones de Rosencof, ya que nos retrotraen a preguntarnos muchas cosas después de las cartitas del “traidor”... ¿quién es el que comenzó a negociar? POSTA
Memorias de la insurgencia
15.05.2008
Fragmentos del capítulo "Memoria s de la Insurgencia", entrevistas a ex tupamaros, publicado en el Número 4 de Cuadernos de la Historia Reciente", editado por Banda Oriental.
Herméticos, dogmáticos, sensibles, víctimas, victimarios, presos políticos, dirigentes, gobernantes, todas características que se le pueden adjudicar a quienes participaron del Movimiento de Liberación Nacional - Tupamaros desde su fundación hasta nuestros tiempos.
Pues Clara Aldrighi * se dedicó años a realizar largas entrevistas para publicar La izquierda armada, Ideología, ética e identidad del MLN. Presentamos un resumen de algunas de las conversaciones de Clara que integrarán en breve un nuevo libro de Ediciones de la Banda Oriental.
Eleuterio Fernández Huidobro
Uno de los primeros impulsores del proyecto de lucha armada con objetivos revolucionarios en el Uruguay y fundador del MLN
¿Qué opinaba de la violencia contra las personas que aplicó el MLN en varias oportunidades, desde los ataques a fascistas hasta el ajusticiamiento de torturadores?
Estoy contra la pena de muerte, entendiendo por ella la ejecución de un prisionero inerme. También lo estaba en esa época.
Sin embargo, no tenía problema en matar en el marco de un enfrentamiento. No sólo en el tiroteo casual y esporádico, sino también en casos como el de Morán Charquero y otros. Es decir, si un torturador, sabiendo que hay una guerra declarada -porque lo estaba por nosotros- hace lo que hace, asume todas las consecuencias.
Y yo también asumo las mías. La guerra es así.
El mejor general de la guerra es aquel que puede sorprender a sus enemigos cuando están durmiendo y matarlos a todos.
La guerra consiste en matar al enemigo o que te maten a vos.
El ejército uruguayo estudia eso todos los días. Con los impuestos que nosotros pagamos. Se preparan para -en caso de guerra- matar al enemigo, en lo posible durmiendo, y sin bajas propias.
Eso hacían Napoleón, Julio César, Artigas, Eisenhower, Montgomery, Lenin, Trotsky, Mao.
Dentro de la guerra, hay crímenes de guerra, que están legislados por la Convención de Ginebra y la Cruz Roja Internacional. Por ejemplo la matanza de My Lai contra la población civil vietnamita. Hiroshima, Nagasaki, no por haber lanzado la bomba, sino porque ya no era necesario. Los bombardeos sobre Europa nadie los enjuicia.
En nuestro caso, creo que los de los cuatro soldados fue un error, lo del Peón Báez un crimen.
Cuando se considera que se está combatiendo una guerra, en este caso irregular ¿no se vuelven imprecisos para los militantes los límites de lo justo y lo injusto y se tiende a considerar lícito todo aquello que pueda justificar la victoria?
En especial cuando no existen, como no existían en el MLN, discusiones y resoluciones al respecto.
Para muchos militantes eso es así. Si en el caso del peón rural me hubieran consultado, hubiera dicho que no. Cuando me enteré, y todavía nadie lo sabía, no había aparecido en los diarios, les dije que era un gigantesco disparate.
Se dice que hubo una desviación militarista: en realidad hubo falta de militarismo.
Los compañeros no habían leído suficientes cuestiones de carácter militar, como para saber que eso no se hace. Quien mejor te puede explicar que eso no se hace son los propios militares, que tienen normas para la guerra, normas que están fundadas en una vieja sabiduría humana
Mauricio Rosencof
Escritor, fue detenido en 1972 y declarado rehén al año siguiente. Actualmente se desempeña como Director de Cultura de la Intendencia Municipal de Montevideo.
¿Por qué razón los dirigentes del MLN resolvieron no salir de Uruguay durante la ofensiva represiva de 1972?
Nuestra dirección cae presa -caemos- en 1972, pero el Bebe está aún en la calle.
Le mandamos decir que se vaya del país y nos responde que no le importa la resolución ni la mayoría.
Que con toda la gente que caía presa y estaba siendo torturada, no se iba. Puede parecer importante irse al extranjero para reorganizar, pero el Bebe no pensó así.
Te puedo decir más.
Cuando estábamos como rehenes los suecos gestionaron un canje: un aporte comercial muy importante para Uruguay, a cambio de sacar rehenes para el exterior. Los familiares nos fueron consultado, en la medida de las posibilidades, y ocurrió que todos nosotros respondimos lo mismo:
"S i no salen todos los compañeros, no nos vamos".
¿Qué recuerdos conserva de su experiencia carcelaria, de los nueve años soportados en condiciones de rehén?
No te hablo sólo de mi experiencia, sino de la de todos los compañeros. A los que estuvieron en cana se le interrumpió la vida, pasaron por una "biaba" muy dura que a muchos les dejó secuelas.
Por ejemplo, una gran vulnerabilidad en el relacionamiento con los demás compañeros o con sus familias.
Otros dejaron niños pequeños y los reencontraron en edad de votar, muchas parejas se rompieron, se vivía la impotencia de tener una familia que mantener y no poder hacerlo.
En cuanto a mis años como rehén, los describo en Memorias del calabozo. Estábamos totalmente incomunicados, en calabozos de dos metros por uno, a media ración, solíamos comer insectos, cuando no nos daban comida y si no nos daban de beber debíamos reciclar nuestras orinas.
Un coronel dijo públicamente -y fue denunciado en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas- que dado que no habían podido matarnos cuando caímos presos, nos iban a volver locos.
Dos compañeros enloquecieron, uno murió en el calabozo y otro, el Bebe, murió a raíz de las afecciones contraídas en el período carcelario.
Ese régimen de vida soportado durante tantos años nos redujo las defensas orgánicas. Por eso Sendic murió en pocos meses, a pesar de tener una afección que en otras condiciones le hubiera permitido vivir ocho o diez años más.
¿Qué cosas positivas me quedan de ese período?
Te diría que la más importante es la que registra una publicación cubana que me hicieron llegar a poco de salir, donde un coronel uruguayo decía algo como "Judío de mierda, se está haciendo el guapo, ahora va a saber quiénes somos nosotros".
El hecho de haber tenido que enfrentar situaciones difíciles y no haber trasladado al prójimo la cruz que me tocó por esos días, es el primer elemento positivo
. Esos días de interrogatorios sucesivos -que fueron nueve meses, con dos internaciones en el hospital- denunciados por Michelini en la Cámara, me dejaron una firmeza, una seguridad y una limpieza que me permitieron poder contemplar a mi viejo, en el momento en que pude contemplarlo, y a mis compañeros, de frente.
Esto me dejó una gran seguridad para enfrentar lo que venga. Mientras no se pasa por una instancia de esa naturaleza es muy difícil decir: "Tengo esa seguridad".
No sé si la tendré hoy, enfrentando esa misma situación, pero actúo como si la tuviera, porque pienso que sí, porque hubo una instancia en que lo comprobé.
El segundo elemento que rescato es que el hombre es capaz de prenderse a la vida como la hiedra al muro, que si tiene una canción para cantar, la canta en cualquier condición. Durante ese período establecí una relación muy especial con la guardia. Les hacía acrósticos -ellos decían "acrílicos"- sonetos cortos y cartas de amor. Hasta seduje una mujer.
Cierto día alguien irrumpe en el calabozo -donde entraban nada más que las ratas- y siento una voz: "Manda a preguntar el sargento si usted es el escritor".
Dije que sí. Y el soldado: "Ordena el sargento que le escriba una carta a su novia".
Se la hice, le gustó a la novia, luego hubo una segunda, se corrió la voz y la guar dia -que tenía prohibición terminante de comunicarse con nosotros- empezó a pedir, cada vez que podía, un verso para la novia, la madre o la hermana.
Escribí de esa forma cientos, miles de "acrílicos" y de cartas. Un guardia en una ocasión me dijo:
"Estoy enamorado, ella no me tiene confianza, pero yo la quiero bien". Me pareció sincero, le escribí, le dio cita y al poco tiempo estaban prometidos para casarse.
Al cabo de dos años de la "Vuelta al Uruguay en calabozo", llegué a ese lugar otra vez y me lo encuentro: "¡Pero qué alegría, ¿vio?!" El guardia: "Mire lo que me pasa, mi señora protesta, me dice que cuando éramos novios le escribía unos versos muy lindos y ahora nada". Tuve que reservarle algunos versos.
Todo esto tenía un determinado valor: un cacho de pan, dos cigarrillos, un huevo duro, a veces la parte inferior de un bolígrafo. Sobre hojillas de fumar y con letra muy pequeña escribí las obras que venía pensando en todo ese tiempo.
Porque la única posibilidad que tenías era la de pensar, ya que la realidad estaba en tu imaginación, en tus sueños. P orque la realidad tangible no era vivible.
La Margarita, por ejemplo, y otras obras, fueron escritas en el calabozo. Arrollaba las hojillas con un nylon, hacia un tubito y las ponía en el dobladillo de la camiseta, que mi familia se llevaba para lavar.
Así salieron esos poemas, que fueron leídos con carácter de póstumos en 1976, en un festival de teatro en España. Porque con motivo de mi fallecimiento me dedicaron un festival de teatro...
Otra cosa que me dejó la cárcel es un paladeo de los elementos más triviales de la vida, que me dan un disfrute muy elevado.
Durante años, cuando salía a la calle, no salía a caminar, sino a respirar. Porque respiramos "caldo" durante años. No teníamos aire ni ventilación. La ventanita estaba tapiada. Eran calabozos de dos por uno, a veces más chicos.
En Minas, por ejemplo, estuvimos durante meses sentados en un banquito que se movía, de espaldas a la puerta y contra la pared, quietos. No nos dejaban parar. Sólo acostarnos de noche, cuando te entregaban el colchón.
En Paso de los Toros estuvimos dos años en unas catacumbas donde corrían las ratas. Teníamos un espacio de un metr o diez por un metro ochenta, pero había una tarima (que no podías utilizar) que reducía el espacio a sesenta centímetros.
No podías caminar.
Cada vez que voy al baño, se me produce una asociación. Nos llevaban a orinar una vez por día, la vejiga la tenías en la cabeza. Si orinabas en la celda quedabas sancionado, toda la noche de plantón.
En esa vuelta andábamos siempre juntos el Pepe Mujica, el Ñato Fernández Huidobro y yo. El Pepe tuvo trastornos renales, alucinaciones auditivas y un problema muy serio de incontinencia. Todo eso por la falta de agua: no nos daban de beber.
Había orden de dejar agua. Aunque a veces la volcaban, pero habían cumplido con el reglamento. El Pepe se enfermó, le dieron agua "por prescripción médica": un balde de lavar el piso, de dos litros.
Luego empezó la "batalla de la pelela". Hubo una resolución del comando de las Fuerzas Armadas para que se le otorgara a Mujica la pelela.
La familia intervino, habló con el Comandante en Jefe -el Goyo Alvarez- que la autorizó. Luego de obtenerla comenzamos la "batalla de la lata".
El problema es que cada vez que tenías un traslado -cada tres meses te trasladaban- no te llevaban con la lata y había que reiniciar la batalla. Además, por el uso, se perforaba.
Con esto quiero decir que la comida, los aromas, el caminar, el cielo estrellado -durante trece años no vimos el cielo - lo vivo con delectación.
En suma, pasé por una experiencia interesante, donde mantuve mis convicciones con firmeza. Las afecciones que me quedaron forman parte de las leyes del juego y también de los años. Lo más positivo es que puedo hablar con cualquiera.
Me siento con la seguridad de que cuando tuve que jugarme una parada difícil, la jugué con dignidad.
¿Qué pensó acerca de la posibilidad de establecer una alianza con militares "nacionalistas" durante las tratativas de 1972?
En este tema tuve mucha participación. Me encontraba en el 9º de Caballería, "en la punta del Obelisco".
Me habían trasladado desde otra unidad en un estado inquietante. Cuando vuelven a empezar otra vez los interrogatorios, me muestran la cédula de identidad de un compañero, un contacto que era ofic ial de las Fuerzas Armadas y que por supuesto conocía.
Quien me interroga sobre eso era el mayor o el comandante, no recuerdo. Me dice: "¿Usted identifica a esta persona?". Entonces me salió una de esas cosas que tuve en otras oportunidades, fuera de la lógica:
"¿Se da cuenta que a su nivel y a mi nivel, no podemos estar preguntándonos quién fue que tiró los volantes en 18 y Andes? ¿No piensa que tenemos que sentarnos a conversar cómo encauzamos esta situación y terminamos con esto?
¿No se da cuenta que nuestra responsabilidad, la que usted tiene frente a sus compañeros y yo frente a los míos, por el nivel en que nos encontramos, es sentarnos a conversar sobre lo que pasa y en cambio usted me viene a preguntar tonterías?".
Al rato dice: "Tiene razón".
Me mandaron de vuelta al calabozo y a la semana se produce la primera reunión.
Un día me vienen a buscar, me hacen bañar y me llevan con capucha y esposas. Antes de entrar me comunican que fulano de tal había venido a conversar conmigo.
Allí estaban, en el salón, el Goyo Alvarez con su estado may or, y Cristic on el suyo. Tenemos dos reuniones, una de ocho horas y otra de seis.
No eran interrogatorios: discutíamos sobre el pensamiento de la organización, sobre qué salida había, sobre el pensamiento de los militares, sobre lo que buscábamos nosotros y qué margen de entendimiento teníamos.
Recuerdo que Cristi insistía: "Todo es posible sobre la base de la rendición incondicional".
Y yo: "A eso no le respondo, si le respondiera le diría que no.
Acá hay dos fuerzas en juego y no puede haber rendición incondicional. En todo caso, una capitulación. La rendición incondicional ni la acepto, ni la admito, y mucho menos la propongo o la transmito".
El Goyo por su parte decía: "Pero bueno, algo podemos ver, se puede conversar". Recuerdo situaciones anecdóticas, por ejemplo, cuando le explico el tema de las amatistas, sobre el que tenía algo de información.
"Este es un país que tiene catorce habitantes por kilómetro cuadrado, permítame" y le agarro la fusta, indico en el mapa la zona de las amatistas. "Hay un alemán, Becker, que es dueñ ;o de los campos de El Catalán y las exporta como muestra gratis sin valor o como lastre".
Mientras explicaba me quedaba sin cigarros y Cristi me mandaba a buscar más.
Así empezaron las negociaciones, en el 9º de Caballería, con una cierta altura.
Se endurecen por momentos, un alférez de esa unidad muere en un enfrentamiento. La organización tenía mucha fuerza afuera.
Al cabo de un tiempo reúnen a los dirigentes de la organización presos en el Batallón Florida. Durante ese período no interrogaron a quienes participamos en las conversaciones.
Desde que se produjo el primer contacto hasta que pasamos a la condición de rehenes hubo, no un alto el fuego, sino un respeto.
En el Batallón Florida nos encontramos para iniciar las negociaciones.
Allí me encuentro con el Ñato, con Manera -que tenía los testículos ensangrentados por el caballete- con Nepo Wasem, a quien le habían dado una "zalipa" bárbara.
A las veinticuatro horas de estar allí nos informan que Enrique, el compañero que estaba al frente del taller de berretines, escapó de la custodia de su guardia y murió.
Dicho sea de paso, la creación de berretines es una concepción de la columna Tres. Inclusive los compañeros fueron a explicarla a otros países.
Nos reunimos en Florida y en la primera reunión planteo que cierto individuo a quien habían incluido, no debía participar porque estaba proporcionando información.
Lo sabía porque había estado con él tiempo antes, en el Departamento 5, donde nos habían dado una "zalipa" durísima. Yo estaba con la cabeza envuelta en leucoplasto, para impedirme la visión, bastante tirado, y ahí nos vienen a buscar, porque yo estaba requerido por siete u ocho unidades.
Siento entonces una voz: "¡Guardia, guardia, me acordé me otro, me acordé de otro!". No me doy cuenta quién es, no me encontraba en muy buenas condiciones.
Estaba recostado y me tiro como desmayado. Sigo la orientación de la voz: por los espacios que quedan abiertos, al lado de la nariz, veo a cierto individuo sentadito, con un casco en la cabeza.
Pero además nos preguntaron si queríamos que participara en las negociaciones también ese muchacho, Amodio P&eac ute;rez.
No era tan sencillo lo de Amodio. Era uno de los fundadores de la organización, un hombre que reclutó a Marenales, que comandó la operación de Pando, que desarrolló toda la técnica.
Políticamente nunca tuvo ningún peso, pero tenía gran ambición.
Que Amodio estuviera en la dirección no se debió a que nos tragamos un tranvía. Si afirmamos eso nos pareceríamos a los que cada vez que tienen un traidor dicen que es un infiltrado de la CIA. No, Amodio era un linotipista, un obrero, tenía un cierto crédito por eso, era audaz y militarmente muy capaz.
Con todos los cuestionamientos que tenía, los compañeros deciden que quien comande Pando sea él. ¿Sabés como zafa de Pando? Agarrando con gran audacia el volante del furgón donde se transportaba la urna y atravesando el cerco con él.
Todo lo del funeral con el que llegamos a Pando lo había concebido yo. Porque el problema que teníamos era cómo llegaban seis comandos sin llamar la atención.
Se me ocurrió entonces que podíamos similar el entierro de unos restos mortuorios traídos desde Buenos Aires. No s juntamos en Martinelli, con seis vehículos y un furgón, simulando un funeral que no iba para Pando sino para Soca. Había ido antes con mi compañera a ver nombres creíbles en el cementerio de Soca.
Volviendo a las negociaciones: otra persona que estuvo en un primer momento fue Alicia Rey Morales, la "Negra".
Cuando nos llevaron de vuelta a nuestro "alojamiento", le digo al Ñato: "Oíme, si el Negro Amodio anda en eso, la Negra también, porque estos más que pareja son culo y calzón. Nos están metiendo un “tapado””.
Nos reunimos entonces con el capitán Calcagno, con Camacho, con el comandante Legnani (que tenía todo bajo control pero que no participaba) y el “Guacho” Méndez, hijo del general, que entonces era alférez. Nos reunían para encarar en serio las tratativas, para lo cual era necesario tomar contacto con Sendic afuera.
Lo primero que dijimos fue:
"Si vamos a jugar, jugar limpio. Nos están metiendo en la reunión a una persona que es confidente de ustedes y trajeron a cierto ind ividuo para lo mismo. Si es en esos términos no continuamos".
Calcagno responde: "Si, tenés razón. Yo dije que no lo hiciéramos porque ustedes no mascan vidrio".
A partir de entonces se desarrollaron las conversaciones.
Había que conseguir un contacto afuera, con Sendic. Ninguno de nosotros lo tenía porque hacía tiempo que habíamos caído. Finalmente, se logró. Decidimos que saliera el Ñato y se produce una cosa muy interesante.
Cuando se hace el contacto, la persona que viene, enviada por el ejecutivo de la organización, le dice al Ñato: "Hace tiempo que perdimos contacto contigo, te tenemos confianza, pero sabemos cómo anduvo el Ruso".
Los compañeros sabían que de mis interrogatorios no habían obtenido nada. "Queremos un contacto con él".
El Ñato vuelve con el mensaje y yo salgo en el Volkswagen de Calcagno. Con él al lado, porque me dio el volante.
Me dejó en un lugar de la ciudad y en el bar Añón me encontré con el compañero.
Era el 30 de junio de 1972, día de mi cumplea&ntild e;os. Ese compañero tenía una bufanda larga y me la regaló. Volví a entrar al Florida. Días después salimos el Ñato y yo a una reunión con el ejecutivo.
Inclusive un compañero de la dirección nos propuso no retornar al cuartel. Nuestra respuesta fue un no rotundo. No podíamos arriesgar a los que quedaban en los cuarteles, haciendo trampa para rajar nosotros.
También porque no podíamos crear un clima de desconfianza en el otro bando para mejorar nuestra situación. Nos hubieran sacado al exterior, pero los compañeros que quedaban iban a ser masacrados.
A esta reunión del ejecutivo Sendic no fue. Estaban "Octavio" (Henry Engler) y otros. Con Raúl pasó una cosa mucho más interesante: entró al Florida y salió.
La lucha entre enemigos suele ser así.
¿Cómo se entendería de lo contrario que entre Hezbollah y el ejército israelí, que se revientan mutuamente, cada tanto hagan un alto para devolverse cadáveres?
Las negociaciones se efectuaban a distinto nivel dentro de las Fuerzas Armadas.
Había un nivel de capit anes, que era el que estaba más interesado, porque eran los que salían a la calle a dar la cara, los que golpeaban la puerta, la abrían y podían recibir el primer balazo.
Empezaron poco a poco a adherir oficiales de otras unidades.
Llegamos a elaborar, con Manera, con Nepo Wasem y el Ñato, las bases de una capitulación. No era una rendición incondicional.
Esas bases implicaban que los compañeros fueran amnistiados, pero que los dirigentes cumpliríamos cinco años de reclusión abierta en las tierras de Silvia y Rosas, que se iban a convertir en una cooperativa cañera. Teníamos derecho a trabajar con nuestras familias.
Hablábamos de los recursos pesqueros, de la tierra.
* Clara Aldrigh escritora, ex militante del MLN y es docente de historia contemporánea en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República