Por Beatriz Bissio
9 agosto, 2018
La guerra comercial de Trump contra Europa, Canadá y Japón comprometió la reunión del G7 en Quebec, llevando a Emmanuel Macron a declarar que los países industrializados junto con Japón debían reformular el G7 para transformarlo en G6, sin Estados Unidos. Si poco más de dos años atrás alguien hubiese previsto una fractura semejante entre los aliados occidentales nadie le hubiese dado atención. ¿Y el Brexit? ¿Y la división en la propia Unión Europea?
Son tantos y tan rápidos los cambios que ya es habitual la afirmación de que vivimos el comienzo de una nueva era.
De hecho, en este siglo 21 se advierte una cierta decadencia de Occidente y, principalmente, la formación de un mundo multipolar, con la emergencia de Asia. El llamado “triángulo estratégico” de la Guerra Fría, formado por Estados Unidos, China y la Unión Soviética, cuyo peso se habría desplazado en los años 80 hacia la potencia norteamericana, ahora muestra el fortalecimiento sino-ruso.
El resurgimiento ruso
Desde principios del siglo 21 Moscú ha fortalecido su influencia política y económica (en particular en el tema clave de la energía) y está reaccionando a la política de la OTAN de aumentar la presencia militar occidental en sus fronteras.
Al avance de la OTAN, Rusia ha respondido con una exitosa estrategia de fortalecer un proyecto eurasiático, a través de un doble movimiento. Por un lado, Rusia está construyendo alianzas con las ex Repúblicas Soviéticas asiáticas, priorizando acuerdos económicos y proyectos de infraestructura, con desdoblamientos geopolíticos. De otro, Moscú amplia acuerdos con países que desde el final de la Segunda Guerra Mundial estuvieron en la esfera de influencia de Estados Unidos. Un ejemplo del primer tipo de iniciativa es la Unión Económica Eurasiática (UEE o UEEA), formada en 2015 por Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán y la Federación Rusa. La rápida consolidación de la UEEA está permitiendo que otros países se interesen por el acuerdo, inclusive no asiáticos.
El Foro Económico del Este (Eastern Economic Forum-EEF), creado por Vladimir Putin en 2015, es un ejemplo del segundo tipo de iniciativa. Este foro se reúne todos los años en setiembre en la ciudad rusa de Vladivostok, con participación de Japón, Corea del Sur, China y otros países de la región. Entre sus objetivos está la promoción del potencial económico del Lejano Oriente ruso, mejorando la competitividad y el atractivo de la región para inversores locales e internacionales. Un año después de creado, en 2016, el EEF demostraba su potencial al recibir como invitado especial al primer ministro japonés, Shinzo Abe, y firmar más de 200 acuerdos comerciales, por un valor superior a 20 mil millones de dólares, con presencia de 3.000 delegados de 60 países. La reunión de 2018 del Foro promete ser aún más significativa: el invitado de honor será el Presidente de Corea del Sur, Moon Jae, y están convidados también el Presidente chino Xi Jinping y el Jefe de Estado de Corea del Norte, Kim Jong-un.[i]
Nada de eso sería posible si Rusia no tuviese una razonable unidad interna y la economía no presentase señales de recuperación. Eso se observa en el resultado de las últimas elecciones, que le dieron al Presidente Putin un cuarto mandato y, en relación a la economía, el propio Fondo Monetario Internacional reconoció los avances. Una misión del Fondo, encabezada por Ernesto Ramírez Rigo, visitó Rusia en noviembre de 2016. En su informe, Ramírez Rigo afirmaba que el país había superado el impacto de la caída del precio del petróleo y de las sanciones de la Unión Europea y Estados Unidos y preveía una tendencia a la expansión económica después de 2017.
¿El siglo de China?
Los dirigentes de Beijing han defendido la tesis de que la estabilidad y la prosperidad de China dependen de la estabilidad y prosperidad de su entorno geográfico. Esta tesis está por detras del lanzamiento, en 2013, por parte del presidente Xi Jinping, del ambicioso proyecto “Un Cinturón, una Ruta” (UCUR, o OBOR, en la sigla en inglés). Conocido como “la Nueva Ruta de la Seda”, el proyecto se extiende desde China a Europa a través de Asia Central y busca ampliar la integración económica y política del continente, por vía terrestre y marítima, mediante impresionantes obras de infraestructura. Prevista para estar completamente implementada en 2025, la Nueva Ruta de la Seda tiene potencial para crear un mercado diez veces mayor que el norteamericano y cuenta con abundantes recursos del Fondo Ruta de la Seda, del Banco Asiático de Inversión e Infraestructura (BSII) y del Nuevo Banco de Desarrollo (NBD, Banco de los BRICS).[ii]
Varias iniciativas con vistas a la integración euroasiática están en fase de operación. Es el caso de la línea férrea más larga del mundo, de 13.052 kilómetros, que cruza ocho países, uniendo España y China.[iii] Otro ejemplo es la expansión de la línea férrea transiberiana, con trenes de alta velocidad, y el ferrocarril Trans-eurasiano, que ya conecta China (en Chongqing) con Alemania, llegando a Duisburgo, Renania del Norte-Westfalia.
La cooperación China-Rusia
Es en este contexto que deben analizarse las implicaciones geopolíticas de la creciente cooperación entre Rusia y China, fortalecida en el siglo 21, cuando fue posible llegar a un acuerdo sobre la delimitación de la frontera común de 4.300 kilómetros. La construcción de una relación saludable es benéfica para Beijing y Moscú, que se complementan en muchos terrenos y, juntos, enfrentan mejor los desafíos de su relación con Occidente y los problemas en su área de influencia. Es el caso, para China, de la región autónoma de Xinjiang, en la frontera con Pakistán y Afganistán. Habitada por uigures, minoría étnica musulmana, esa región está cultural y étnicamente más vinculada a Asia Central que al resto del país. Para Rusia, es el problema del norte del Cáucaso, ya que a pesar del fin de las operaciones militares en Chechenia, en 2009, la región todavía sufre con episodios de violencia política, étnica y religiosa.
Los primeros ejemplos de la aproximación de chinos y rusos y de su alianza para el nuevo siglo fueron los ejercicios militares realizados en el marco de la Misión de Paz 2005 y la Declaración Conjunta China-Rusia para el siglo 21, firmada en Moscú en julio del mismo año. La declaración advertía que Moscú y Beijing rechazarían toda intromisión de parte de “fuerzas extranjeras” y se opondrían a la imposición de “modelos de desarrollo políticos y sociales” desde el exterior. La declaración definía un nuevo nivel de las relaciones bilaterales pero era también una respuesta a la llamada Doctrina Bush, adoptada por EEUU y sus aliados tras los atentados del 11 de setiembre de 2001.
Un nuevo nivel en las relaciones bilaterales fue establecido a partir de 2013, cuando Xi Jinping asumió la presidencia de China y eligió a Rusia para su primer viaje internacional. Desde entonces, China y Rusia participan en conjunto en organizaciones regionales de proyección estratégica, como la Organización de Cooperación de Shanghai (Shanghai Cooperation Organization, SCO), fundada en 2001, integrada también por Kazakstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán, y a la que se integraron recientemente India y Pakistán, y como observadores, Afganistán, Bielorrusia, Irán y Mongolia. La SCO se ha ampliado desde entonces, con acuerdos en el terreno de la energía (petróleo y gas) y en la promoción del comercio regional. Pero la ampliación más importante fue en la esfera militar. Han ganado espacio aspectos de seguridad, con intercambio de información entre los servicios de inteligencia, e iniciativas tendientes a enfrentar el terrorismo, el separatismo y el extremismo. A pesar de ser llamada “OTAN de Oriente” en los medios occidentales, la organización no es comparable en poder militar a la alianza liderada por EEUU, ni coincide en sus objetivos o su “modus operandi”.
En la última década las relaciones comerciales entre Rusia y China se ampliaron considerablemente. Hoy China es el principal socio comercial de Rusia, que exporta principalmente hidrocarburos. En 2016, el volumen de negocios de Rusia con China fue de US$ 66.1 mil millones, un aumento de 4,02% en comparación con 2015. La cooperación bilateral en el sector de la energía ha sido definida como de máxima prioridad. Algunos proyectos se destacan, como los que buscan promover el desarrollo de la región del Ártico, de Siberia Oriental y del Lejano Oriente de Rusia, buscando mejorar el nivel de vida de la población y detener la creciente emigración. Detalle: los pagos recíprocos prevén la utilización de monedas nacionales. Beijing y Moscú buscan disminuir la influencia del dólar y, al mismo tiempo, evitar la exposición de sus economías a riesgos cambiarios.[iv]
La experiencia histórica pesa en la actual estrategia de China y Rusia. Basta recordar las consecuencias dramáticas de la ruptura entre la Unión Soviética y China Popular, en los ‘60, no sólo para el campo socialista, sino también para las luchas independentistas en África y Asia y para las fuerzas progresistas en general.
En ese sentido es interesante constatar la diferencia que existe actualmente entre las alianzas occidentales y las de Eurasia. Las diferencias se reflejaron en dos recientes reuniones de alto nivel: el G7, en Canadá, y la Organización de Cooperación de Shanghái en Shandong, provincia natal de Confucio, China. Las reuniones fueron realizadas casi simultáneamente a comienzos de junio de 2018. Como ya fue citado, en Canadá, Trump consiguió desagradar a todos sus aliados, mientras que en Qingdao, el presidente Xi Jinping reafirmó la alianza con Rusia. Durante la cena en honor de sus convidados, Xi afirmó: “El presidente Putin y yo pensamos que la asociación China-Rusia es integral y estratégica y ha llegado a su madurez, mostrándose firme y estable”.[v] Oficialmente, hasta ahora, la asociación sino-rusa era llamada “integral”. Por primera vez Xi puso énfasis en la condición de “estratégica”. Es más, Xi afirmó que la alianza entre China y Rusia “es la relación de más alto nivel y estratégicamente más significativa entre los principales países del mundo”. Y agregó, refiriéndose a Putin: “Es mi mejor amigo, mi amigo más íntimo”.[vi]
Algunas reflexiones finales
¿Qué esperar del escenario con Rusia y China como actores de primera magnitud? Responder no es fácil; proyecciones de futuro dependen más de los valores y de la visión de mundo del observador que de datos objetivos. Sin embargo, una primera respuesta es posible: un escenario multipolar, si comparado con un mundo unipolar, es más propicio para el ejercicio de la diplomacia, para la búsqueda del diálogo, y contribuye para colocar límites al eventual hegemón en decadencia. De alguna forma, es lo que vivimos en este siglo 21. Y demuestra que todos se benefician en un escenario en que prospera la diversidad.
Notas[i] Ver: https://forumvostok.ru/en/news/vladimir-putin-priglasil-prezidenta-respubliki-koreja-mun-chzhe-ina-v-kachestve-pochetnogo-gostja-na-vef-2018/ Consultado en 1/07/2018 [ii] China tuvo una victoria significativa en 2015, cuando el yuan entró en la cesta de monedas que el FMI acepta en los Derechos Especiales de Giro (en inglés, Special Drawing Rights o SDR), es decir, cuando el yuan pasó a ser moneda de reserva aceptada en los bancos centrales de los miembros del Fondo, junto con el dólar, la libra esterlina, el euro y el yen. [iii] El primer tren partió de Yiwu, China, el 18 de noviembre de 2014 y llegó a Madrid, España, el 9 de diciembre de ese año. [iv] Desde 2017, Rusia redujo a la mitad el volumen de los recursos financieros en títulos norteamericanos, aumentando, al mismo tiempo, sus reservas en oro. Ver: “Por que Rússia e Turquia se livram dos títulos do Tesouro dos EUA e optam pelo ouro?” http://www.iranews.com.br/por-que-russia-e-turquia-se-livram-dos-titulos-do-tesouro-dos-eua-e-optam-pelo-ouro/[v] Ver artículo “Putin and Xi top the G6+1”, de Pepe Escobar/Asia Times, 10/06/2018. http://www.atimes.com/article/putin-and-xi-top-the-g61/ [vi] Idem.
* Departamento de Ciencia Política, Programa de Pos-Graduación en Historia Comparada, Universidad Federal de Río de Janeiro. Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento.