1 enero, 2020
Desde que el Frente Amplio perdió las elecciones en noviembre, una palabra recorre sus filas: “autocrítica”. Algunos la proponen, otros la temen. Sin embargo, casi todos los dirigentes frenteamplistas preferirían diferirla. Lo que, desde su propio punto de vista, puede ser una sabia decisión, porque cierta clase de autocrítica es casi imposible en política.
Entendámonos: si uno practica salto alto y se propone saltar dos metros, pero salta un metro y ochenta centímetros, la autocrítica tiene sentido. Uno puede percibir que es cuestión de impulsarse más, o de arquear mejor el cuerpo. Otra cosa es la crítica del tipo: “si querías hacer salto alto, no debiste entrenarte para natación”.
Esa clase de conclusión rara vez surge de la misma dirigencia que comandó la derrota, básicamente porque sería suicida. Con suerte, surge de una nueva camada de militantes y de dirigentes (nueva no necesariamente en sentido etario, sino de ajena al pasado), dispuesta a reemplazar a la conducción anterior. Pero, claro, entonces ya no se trata de autocrítica, sino de crítica a secas.
¿Por qué perdió el FA? ¿Por qué luego de quince años de gobierno a los que su dirección y su militancia veían como plenamente exitosos?
Todo indica que la explicación es multicausal. Entre los factores que parecen haber influído se cuentan el desgaste inevitable de muchos años de gobierno, la caída del precio de nuestros productos primarios, los episodios de corrupción, y la inseguridad pública, que, junto a la falta de resultados de las políticas socio-educativas en materia de inclusion social y a cierto hartazgo con las políticas identitarias, favorecieron la aparición y el éxito electoral de Manini.
Finalmente, un modelo económico jugado a la inversión extranjera, y una serie de medidas sorprendentes a la luz de los compromisos programáticos (la ley de bancarización, la de riego, y el “Contrato con la papelera finalandesa UPM”), terminaron por enajenarle al FA el voto del ala izquierda de sus votantes.
Una primera observación es que, dada la reducida diferencia de votos en noviembre, todos esos factores fueron necesarios para que el resultado se diera. Tal que, probablemente, si alguno de ellos no hubiese existido, el FA no habría perdido.
La segunda observación es que el Frente no perdió por hacer alguna de las cosas previsibles en un partido de izquierda. No perdió por socializar la tenencia de la tierra, que en realidad se concentró en manos de empresas agroindustriales extranjeras; tampoco por afectar al capital financiero, ya que los bancos adquierieron el control de casi todas las operaciones económicas que se realizan en el país.
Mucho menos por poner límites a la inversion extranjera, dado que nunca se acordaron contratos de inversión con condiciones más leoninas para el Uruguay.
Curiosamente, el Frente perdió mientras intentaba hacer, en lo macroeconómico, lo mismo que haría cualquier gobierno conservador, neoliberal, o “de derecha”. Digo más: tal vez perdió justamente porque no fue capaz de proponer un modelo de desarrollo diferente al que sin duda llevarán adelante sus adversarios.
Porque no nos engañemos, las políticas sociales, las educativas, las laborales, y en definitiva casi todas las políticas, dependen del modelo de desarrollo que se adopte, o, en otras palabras, del modelo de País que se intente construir. Si no hay un modelo propio, dificilmente haya políticas originales y propias en ningún tema.
Ahorar, ¿qué dirigencia partidaria sería capaz de admitir, mucho menos de plantear, esa clase de “autocrítica”. Creo que ninguna. A lo sumo admitirán que erraron en la comunicación de sus logros, o que no controlaron la corrupción todo que habrían debido hacerlo. Pero jamás van a a admitir que puedan haber perdido por desconcertar a buena parte de su electorado con una voltereta ideológica imprevisible quince años atrás.
¿Quién podría hacer esa clase de crítica desde la interna del FA?
Eso es lo más llamativo. En la medida en que el FA se convirtió en un partido de gobierno de funcionamiento monolitico, no tiene en su seno (o no la tiene visibles) una generación de recambio que difiera de la actual dirección en algo más importante que la fecha de nacimiento.
En síntesis, al Frente Amplio parecen presentársele dos alternativas para los próximos cinco años.
Una, la más fácil, es seguir tal como está, acaso con algún recambio por motivos etarios, y apostar a que el desgaste del próximo gobierno le entregue nuevamente el triunfo en 2024. Eso le depararía al País un futuro penoso, que podría terminar luego en salidas hacia aventuras de extrema derecha.
La otra alternativa es que, recordando que alguna vez el FA fue un frente popular y antiimperialista, una nueva oleada de militantes y de dirigentes haga la verdadera crítica, la que lleva a cambiar de rumbo, y se ponga a pensar en un modelo distinto a la mera captación y administración de inversiones globales.
Esa nueva oleada de militantes y de dirigentes no se ve en el horizonte por el momento. Pero nadie puede afirmar con certeza que no aparecerá en el devenir de los próximos cinco años. Le haría mucho bien al país, más allá de dar un nuevo sentido a la existencia misma del Frente Amplio.
* Abogado y periodista, columnista del semanario Voces
Desde que el Frente Amplio perdió las elecciones en noviembre, una palabra recorre sus filas: “autocrítica”. Algunos la proponen, otros la temen. Sin embargo, casi todos los dirigentes frenteamplistas preferirían diferirla. Lo que, desde su propio punto de vista, puede ser una sabia decisión, porque cierta clase de autocrítica es casi imposible en política.
Entendámonos: si uno practica salto alto y se propone saltar dos metros, pero salta un metro y ochenta centímetros, la autocrítica tiene sentido. Uno puede percibir que es cuestión de impulsarse más, o de arquear mejor el cuerpo. Otra cosa es la crítica del tipo: “si querías hacer salto alto, no debiste entrenarte para natación”.
Esa clase de conclusión rara vez surge de la misma dirigencia que comandó la derrota, básicamente porque sería suicida. Con suerte, surge de una nueva camada de militantes y de dirigentes (nueva no necesariamente en sentido etario, sino de ajena al pasado), dispuesta a reemplazar a la conducción anterior. Pero, claro, entonces ya no se trata de autocrítica, sino de crítica a secas.
¿Por qué perdió el FA? ¿Por qué luego de quince años de gobierno a los que su dirección y su militancia veían como plenamente exitosos?
Todo indica que la explicación es multicausal. Entre los factores que parecen haber influído se cuentan el desgaste inevitable de muchos años de gobierno, la caída del precio de nuestros productos primarios, los episodios de corrupción, y la inseguridad pública, que, junto a la falta de resultados de las políticas socio-educativas en materia de inclusion social y a cierto hartazgo con las políticas identitarias, favorecieron la aparición y el éxito electoral de Manini.
Finalmente, un modelo económico jugado a la inversión extranjera, y una serie de medidas sorprendentes a la luz de los compromisos programáticos (la ley de bancarización, la de riego, y el “Contrato con la papelera finalandesa UPM”), terminaron por enajenarle al FA el voto del ala izquierda de sus votantes.
Una primera observación es que, dada la reducida diferencia de votos en noviembre, todos esos factores fueron necesarios para que el resultado se diera. Tal que, probablemente, si alguno de ellos no hubiese existido, el FA no habría perdido.
La segunda observación es que el Frente no perdió por hacer alguna de las cosas previsibles en un partido de izquierda. No perdió por socializar la tenencia de la tierra, que en realidad se concentró en manos de empresas agroindustriales extranjeras; tampoco por afectar al capital financiero, ya que los bancos adquierieron el control de casi todas las operaciones económicas que se realizan en el país.
Mucho menos por poner límites a la inversion extranjera, dado que nunca se acordaron contratos de inversión con condiciones más leoninas para el Uruguay.
Curiosamente, el Frente perdió mientras intentaba hacer, en lo macroeconómico, lo mismo que haría cualquier gobierno conservador, neoliberal, o “de derecha”. Digo más: tal vez perdió justamente porque no fue capaz de proponer un modelo de desarrollo diferente al que sin duda llevarán adelante sus adversarios.
Porque no nos engañemos, las políticas sociales, las educativas, las laborales, y en definitiva casi todas las políticas, dependen del modelo de desarrollo que se adopte, o, en otras palabras, del modelo de País que se intente construir. Si no hay un modelo propio, dificilmente haya políticas originales y propias en ningún tema.
Ahorar, ¿qué dirigencia partidaria sería capaz de admitir, mucho menos de plantear, esa clase de “autocrítica”. Creo que ninguna. A lo sumo admitirán que erraron en la comunicación de sus logros, o que no controlaron la corrupción todo que habrían debido hacerlo. Pero jamás van a a admitir que puedan haber perdido por desconcertar a buena parte de su electorado con una voltereta ideológica imprevisible quince años atrás.
¿Quién podría hacer esa clase de crítica desde la interna del FA?
Eso es lo más llamativo. En la medida en que el FA se convirtió en un partido de gobierno de funcionamiento monolitico, no tiene en su seno (o no la tiene visibles) una generación de recambio que difiera de la actual dirección en algo más importante que la fecha de nacimiento.
En síntesis, al Frente Amplio parecen presentársele dos alternativas para los próximos cinco años.
Una, la más fácil, es seguir tal como está, acaso con algún recambio por motivos etarios, y apostar a que el desgaste del próximo gobierno le entregue nuevamente el triunfo en 2024. Eso le depararía al País un futuro penoso, que podría terminar luego en salidas hacia aventuras de extrema derecha.
La otra alternativa es que, recordando que alguna vez el FA fue un frente popular y antiimperialista, una nueva oleada de militantes y de dirigentes haga la verdadera crítica, la que lleva a cambiar de rumbo, y se ponga a pensar en un modelo distinto a la mera captación y administración de inversiones globales.
Esa nueva oleada de militantes y de dirigentes no se ve en el horizonte por el momento. Pero nadie puede afirmar con certeza que no aparecerá en el devenir de los próximos cinco años. Le haría mucho bien al país, más allá de dar un nuevo sentido a la existencia misma del Frente Amplio.
* Abogado y periodista, columnista del semanario Voces