Cecilia González
22 jul 2021
La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc) presenta cada año un Informe Mundial de Drogas que desglosa el panorama del mercado global de sustancias prohibidas, ya sea cannabis, cocaína, opioides, estimulantes anfetamínicos y nuevas sustancias psicoactivas.
El documento, que ofrece estimaciones de producción, consumo, precios, incautaciones y políticas aplicadas en todo el mundo, tiene limitaciones de origen, ya que analiza un negocio del que, debido a su ilegalidad, es imposible tener precisiones.
Pero su principal problema no es este. Año con año, las cifras demuestran que no hay ningún logro sustancial de la llamada 'guerra contra las drogas', es decir, la estrategia que EE.UU. le impuso al resto del mundo a principios de los años 70 con base en meros prejuicios y estigmatizaciones, sin bases científicas ni sanitarias, y con su inalterable visión colonial.
Las cifras demuestran que no hay ningún logro sustancial de la llamada 'guerra contra las drogas', es decir, la estrategia que EE.UU. le impuso al resto del mundo a principios de los años 70 con base en meros prejuicios y estigmatizaciones.
La lectura del Informe entraña una paradoja anual que se podría resumir en una frase tipo: "miren, cada vez está todo peor, hay más producción de sustancias, son más potentes, hay más consumo y muertes, el mercado se fortaleció incluso durante la pandemia, pero no importa, sigamos haciendo lo mismo: prohibamos el consumo, militaricemos el combate (en los países productores, obvio, no en EE. UU. ni en Europa, que es donde más consume), y criminalicemos a los usuarios. Llenemos las cárceles de personas pobres que cometieron delitos menores vinculados al narcotráfico. Sí, eso. Así seguro, un día lejano, lejanísimo, ganaremos esta guerra".
Esa es la conclusión de los políticos y de los Gobiernos que siguen empeñados en una estrategia fracasada. O sea, aspiran a que algún día haya resultados diferentes aunque sigan haciendo lo mismo. Y eso, lo sabemos bien, es imposible.
Balance
El Informe 2021 alerta, por ejemplo, que entre 2010 y 2019, el número de personas que consumen drogas aumentó un 22 %, aunque aclara que se refiere a términos absolutos y se debe principalmente al aumento demográfico mundial.
La cifra en sí misma demostraría el fracaso de la 'guerra', ya que uno de sus principales objetivos era reducir el uso de sustancias, pero en realidad lo que prueba es que el mercado se ha mantenido bastante estable en términos proporcionales.
Se trata de alrededor de 275 millones de personas, de entre 15 y 64 años, que usaron alguna droga por lo menos una vez en 2019, y de las cuales poco más de 36 millones padecen trastornos por el abuso en el consumo.
Entonces, si actualmente hay 7,8 millones de habitantes en el mundo, esto implica que alrededor del 5,5 % usó alguna droga y el 0,7 % tiene un consumo problemático. Hace una década representaban el 0,6 %.
De este tamaño es la magnitud del problema. Para peor, solo una de cada ocho de esas personas recibió ayuda profesional, médica.
Por eso, de ninguna manera se justifica la estrategia que creó una narrativa bélica y que destinó miles de millones de dólares al combate a la producción en lugar de invertirlos en la prevención del consumo y en la atención sanitaria de los usuarios.
De ninguna manera se justifica la estrategia que creó una narrativa bélica y que destinó miles de millones de dólares al combate a la producción en lugar de invertirlos en la prevención del consumo y en la atención sanitaria de los usuarios.
Todo podría haber sido tan diferente, sin tanta violencia ni violaciones a los derechos humanos. Si lo sabrán bien México y Colombia, los campesinos peruanos y bolivianos, o los consumidores estadounidenses, entre el inmenso caudal de víctimas.
Un negocio más fuerte
La 'guerra contra las drogas' se planteaba desaparecerlas por completo de la faz de la tierra. En serio. Pero en lugar de eso, lo que tenemos hoy, de acuerdo con el Informe, son más sustancias, cada más potentes, más accesibles y que reportan más ganancias.
En el caso del cannabis, por ejemplo, el THC, su principal componente psicoactivo, pasó del 6,0 % al 11 % en Europa, entre 2002-2019, y del 4,0 % al 16 % en EE.UU., entre 1995 y 2019.
Las ganancias, principal motor del negocio ilegal más lucrativo del mundo, siguen siendo exorbitantes. Tan sólo en la llamada 'web oscura', se calcula que en 2019 dejó beneficios por 315 millones de dólares anuales, que se suman a los cientos de miles de millones de dólares que obtiene el tráfico por las vías tradicionales diseñadas por las organizaciones criminales.
Y siempre hay que recordar que el precio de las drogas se encarece de manera abismal gracias a que son ilícitas. Si se regulara su consumo, producción y venta, el valor cambiaría.
Otros indicadores del fracaso de la 'guerra' son los de la producción. Tan solo en Afganistán, por ejemplo, en 2020 la superficie destinada al cultivo de la adormidera (materia prima de los opioides) aumentó 37 %. Es una cifra récord.
En el caso de la cocaína, que se produce exclusivamente en Sudamérica, su fabricación se duplicó entre 2014 y 2019 hasta alcanzar las 1.784 toneladas, la cantidad más elevada que se ha registrado hasta la fecha.
Sin cuarentena
La Unodc reconoce que la pandemia no afectó sustancialmente los mercados de drogas y que sólo hubo un impacto inicial que ya quedó atrás por completo.
Es más, la crisis sanitaria aceleró y fortaleció dinámicas de tráfico que ya existían, por eso ahora hay cada vez más envíos de drogas ilícitas; mayor uso de rutas terrestres y marítimas, de aviones privados y de métodos sin contacto para entregar las sustancias a consumidores finales, como la distribución postal o incluso a través de drones.
La crisis sanitaria aceleró y fortaleció dinámicas de tráfico que ya existían, por eso ahora hay cada vez más envíos de drogas ilícitas; mayor uso de rutas terrestres y marítimas, de aviones privados y de métodos sin contacto para entregar las sustancias a consumidores finales, como la distribución postal o incluso a través de drones.
Lo que se dice, un mercado exitoso, adaptado a las circunstancias, al que la ilegalidad le acarrea multimillonarios beneficios que hacen que los riesgos valgan la pena.
Y en lugar de achicarse o desaparecer, como prometía Richard Nixon cuando lanzó la 'guerra', el negocio apunta a crecer, ya que el Informe reconoce que el aumento de la pobreza durante la pandemia probablemente hará que el cultivo de drogas ilícitas sea más atractivo para las frágiles comunidades rurales, en particular en los campos de coca y adormidera.
Además, el impacto social, que ha causado una mayor desigualdad, pobreza y afecciones en la salud mental, especialmente entre las poblaciones ya vulnerables, podrían empujar a más personas al consumo de drogas. En ese sentido, el documento cita un estudio en 77 países que reveló que, en el 64 % creció el uso de sedantes y en el 42 %, el de cannabis.
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A nivel mundial, además, está previsto que el número de personas que consumen drogas aumente en un 11 % para 2030, incremento que se concentrará mayormente en los países de ingreso bajos. Los que siempre pierden.
¿Y entonces, qué hacemos? La alternativa es cambiar el paradigma, el enfoque, abordarlo más como un tema de salud que de seguridad; atender a las personas que tienen uso problemático como pacientes y dejar de considerarlos y tratarlos como delincuentes; y regular la producción, consumo y venta de las drogas acorde con las necesidades de cada país.
Es urgente. Ojalá los gobernantes lo entiendan.