Por Atilio A. Boron
22 de noviembre de 2021
El domingo ha sido testigo de dos trascendentales elecciones. En Venezuela, la normal realización y la presencia de la casi totalidad de los fragmentos de la oposición constituye un éxito extraordinario para el gobierno bolivariano, así como un tropiezo de difícil digestión para los golpistas y desestabilizadores amparados por Washington y los reaccionarios burócratas de la Unión Europea. En Chile, se esperaba que la segunda vuelta tuviera como protagonistas al neonazi José Antonio Kast, del Partido Republicano y a Gabriel Boric, el candidato de la coalición Apruebo Dignidad (Frente Amplio y el Partido Comunista). Lo que no era previsible era que el candidato del pinochetismo obtuviera la primera minoría relativa, cuando varias encuestas daban a Boric como ganador, si bien lejos de la mayoría absoluta.
A diferencia de Venezuela, en Chile las elecciones fueron convocadas para elegir al presidente, diputados (155) y 27 senadores, además de los consejeros regionales. El escenario planteado a estas horas sólo permite plantear algunas conjeturas sobre lo que podría ocurrir en la segunda vuelta pautada para el 19 de diciembre. Los antecedentes históricos dicen que desde 1990 hasta la actualidad los candidatos que triunfaron en la primera vuelta también lo hicieron en el ballottage. De confirmarse estas cifras podría afirmarse que estamos ante un verdadero terremoto político. No sólo por la victoria de Kast en la primera vuelta sino también porque ninguno de los tres partidos que hegemonizaron la vida política chilena desde el fin de la dictadura: la UDI, Renovación Nacional y la Democracia Cristiana, estarán presentes con candidatos propios en la segunda vuelta. Se puede, sin duda, hablar de un fin de ciclo, en un contexto en donde el pueblo chileno está tratando por primera vez en su historia de redactar una Constitución de carácter democrático. La incertidumbre generada por la performance electoral de la extrema derecha arroja espesas sombras sobre la viabilidad de tan noble propósito.
En Venezuela la de este domingo ha sido la elección número 29 desde la asunción de Hugo Chávez Frías a la presidencia de la república el 2 de Febrero de 1999. Pese a ello la recalcitrante oposición al chavismo teledirigida desde Washington y Bruselas no ha dejado de estigmatizar, ni por un momento, al gobierno bolivariano como una dictadura, equiparable a las que asolaron Latinoamérica en los años setentas. ¿Cómo no recordar las sabias palabras de Eduardo Galeano cuando dijo “Hugo Chávez es un dictador, sin embargo, es un curioso dictador. Ganó ocho elecciones en cinco años.” En estas elecciones regionales el gobierno bolivariano puso en juego, de acuerdo a lo que manda la Constitución, nada menos que 23 Gobernaciones y 335 alcaldías. Si la presencia de la oposición es un dato positivo, otro indicador muy elocuente será el grado de participación electoral.
Hay que tener en cuenta que desde 1984 el voto dejó de ser obligatorio por un acuerdo entre las dos principales fuerzas políticas de la época: Acción Democrática y la Democracia Cristiana. Una cifra cercana al 50 por ciento sería recibida con alborozo, tanto en Venezuela como en Chile, habida cuenta del papel disuasivo que tiene la pandemia de la covid-19 y, en Venezuela, los estragos del bloqueo. Claro está que mientras este país ha sido prácticamente invadido por numerosas misiones de observación electoral, con el beneplácito del gobierno de Maduro; enviadas por la Unión Europea, el Centro Carter, numerosos expertos de la ONU amén de otras organizaciones regionales de Latinoamérica y África, en Chile esas misiones brillan si no por su ausencia por lo exiguo de sus contingentes. En todo caso, cuando se haga el recuento definitivo de los resultados de la “megaelección” venezolana (si no antes) lloverán las críticas de los eternos custodios de las democracias procurando empañar al proceso electoral y justificar nuevos ataques al gobierno bolivariano.
No obstante, el veredicto de las urnas debería ser un poderoso elemento disuasorio para quienes, en Washington y Bruselas, apostaron durante años a un criminal “cambio de régimen” en el país caribeño. Poco probable que adopten una línea política diferente, porque Washington está absolutamente jugado con la “recuperación” de Venezuela, a cualquier precio. Los próximos días nos darán la pauta de lo que se viene en ambos países.
No obstante, el veredicto de las urnas debería ser un poderoso elemento disuasorio para quienes, en Washington y Bruselas, apostaron durante años a un criminal “cambio de régimen” en el país caribeño. Poco probable que adopten una línea política diferente, porque Washington está absolutamente jugado con la “recuperación” de Venezuela, a cualquier precio. Los próximos días nos darán la pauta de lo que se viene en ambos países.