Por Daniel Kersffeld
15 de mayo de 2022
Ya han transcurridos casi dos meses de la intervención de Rusia en Ucrania, una pugna con amplios antecedentes históricos, e implicaciones políticas, económicas y geopolíticas. Sin embargo, y con una finalidad eminentemente propagandística, en el discurso hegemónico prepondera una visión elemental que, a lo sumo, recae en superficiales análisis culturalistas en torno a la indoblegable lucha por la libertad de unos frente a la voluntad permanentemente dominadora de los otros.
Contraposición
De igual modo, los publicistas e ideólogos del conflicto han expuesto hasta el hartazgo una contraposición forzosa entre los pretendidos rasgos personales de dos gobernantes: uno que en su origen fue un agente de la oscura KGB sumamente hábil para ascender al poder mientras se descomponía el antiguo régimen soviético y se ahondaba la crisis en Rusia, y otro que, por el contrario, era un querido comediante y un total outsider del sistema sin miedo a denunciar la corrupción imperante en la clase política ucraniana.
Así, si Vladimir Putin aparece como una fatal combinación histórica entre Iván el Terrible y Stalin, Volodimir Zelenski resulta, por el contrario, el termómetro moral de Occidente gracias, sobre todo, a sus ya clásicas apariciones vía zoom en las que, frente a gobiernos y parlamentos, exige apoyo total o mayor compromiso en una lucha inclaudicable por la supervivencia de los valores occidentales (derechos humanos, democracia y libertades) que supuestamente habrían arraigado en Ucrania en los últimos años…
Tal vez en esta era de las redes sociales, la mayor novedad resida en los múltiples espacios de combate en los que se desarrolla esta crisis, en la que la desinformación se ha convertido en todo un imperativo estratégico con el que resulta posible denostar al enemigo.
En este sentido, la permanente reproducción de imágenes y sonidos en dispositivos electrónicos de consumo personal parecería destinada a sumar respaldos y a resquebrajar certezas en la confianza de que una guerra también se gana y se pierde en el terreno volátil de plataformas y aplicaciones (si bien éstas, ya como empresas tecnológicas, actúan desde un inicio con posturas claramente definidas).
Desinformación
De este modo, y desde la propaganda con fines bélicos, el conflicto puede ser trasladable a cualquier comunidad y a cualquier contexto. Frente a aquellos que dicen defender los valores occidentales, cualquier disidencia o crítica frente a la reacción de las naciones de la OTAN puede fácilmente ser considerada como desinformación a favor de Putin o, sencillamente, en defensa de la tiranía y en contra de lo democracia.
Y como Putin es apoyado por cierta vertiente de una izquierda anti Estados Unidos y por una derecha ultranacionalista en la que militan desde Donald Trump a Marine Le Pen y Jair Bolsonaro, se completa aquella interpretación, convenientemente de centro, en el que la crítica o el desinterés frente a la suerte del gobierno de Zelenski (no de los ucranianos) sólo podría favorecer a los extremos políticos (que finalmente, no serían tan distintos) y a los populismos (de izquierda y de derecha).
Hoy el alineamiento internacional de cualquier actor político importa y puede tener peso en la agenda doméstica. En este sentido, si un dirigente u organización dice defender la democracia y los derechos humanos, necesariamente debe situarse del lado correcto y deberá explicitar su apoyo a Ucrania. De lo contrario, la neutralidad, la crítica a la respuesta por parte de las potencias occidentales, o la diferenciación frente a unos y a otros, suele ser leída como un apoyo encubierto a Rusia y al régimen de Putin.
Bombardeo mediático
Con todo, no deja de ser cierto que el bombardeo mediático y en redes también puede empezar a generar desgaste y cansancio, sobre todo, en aquellas sociedades que tienen al frente gobiernos comprometidos con la defensa de Ucrania.
En definitiva, es poco lo que los gobernantes europeos pudieron capitalizar en estas últimas semanas. En Reino Unido, Boris Johnson se encuentra al borde de su salida, y si todavía sigue como Primer Ministro es porque en su partido todavía no se ponen de acuerdo sobre un eventual reemplazo. En tanto que en Francia es cierto que Emmanuel Macron consiguió ser reelecto como presidente, pero lo hizo sobre todo ante el miedo generado por la ultraderecha en el poder.
El ejemplo más emblemático, con todo, ocurre en los Estados Unidos. Joe Biden tiene en el mejor de los casos una imagen positiva de apenas un 42 por ciento. Y según una encuesta de fines de abril de NPR/PBS NewsHour/Marist, sólo el 44 por ciento aprueba la política hacia Ucrania, frente al 52 por ciento que la valoraba en marzo. Por lo demás, resulta claro que en este país la principal preocupación social es la inflación, incentivada por las sanciones, y causante de un notorio malhumor contra el gobierno demócrata que podría impactar de lleno en sus chances para las próximas elecciones de medio término.
*Investigador CONICET-Universidad Torcuato di Tella